Si alguien decidiera transformar mi vida en una serie de televisión, estoy seguro de que no empezaría con una imagen de mí mismo sentado en el sofá, vestido con un chándal pasado de moda, con la tele de fondo mientras selecciona cuidadosamente qué llevarse a la boca y aparta las pasas en un cenicero lleno de colillas.
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Resulta que yo fui ese
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