Odio eterno al fútbol moderno y el señor de los cromos

Feb 03, 2014 14:11



¿Movember?, Já. Tuto Sañudo.

Lo dice la revista Forbes y no el Pravda ni el Granma. Un, dos, tres, muchos Racing de Santander.

Hay muchos más Rácing de Santander que Madrid y Barcelona. La liga española es un espejismo y, ni de lejos, tan rentable como nos han querido hacer creer.

Era cuestión de tiempo que con el catacrack de la burbuja inmobiliaria se aviniese la explosión de la del fútbol. Ahora sólo queda por romper la burbuja de las orquestas en Galicia, pero Lito da Panorma y sus secuaces están demostrando una resiliencia que ríete tú de la recuperación alemana de después de ambas guerras mundiales.

El analista de Forbes y exfutbolista canadiense Bobby McMahon sostiene que la liga española genera la mitad de los ingresos por televisión que la premier y un 75% de lo que se paga por la serie A británicas. El reparto, en España, es de la siguiente manera: Barça y Madrid se llevan un 45% del pastel y los otros 18 equipos de primera división se apañan con el 55%. A los 22 equipos de segunda les quedan algunas migajas. Para qué pensar en los ochenta equipos de segunda B, en los cientos de tercera... ¿Que esto es el capitalismo y que aquí jugamos a ley de la oferta y la demanda, motherfuckers? Pues también.

La del Racing es una historia con la épica de los que nunca han ganado nada. Y no sirven las comparaciones con otros autoproclamados pupas, sufridores y demás que sí que tienen trofeos en las vitrinas.

Fútbol proletario en la ciudad más provinciana y pequeño burguesa de la Península. Una sucesión de quiero-y-no-puedos tragicómicos en una ciudad que se piensa a sí misma como llamada para acometer muy grandes empresas y a la que el fútbol, parece mentira, pone los pies en el suelo. El Racing ha dejado, además, algunas biografías ejemplares de quienes han pasado por el verde y el banquillo de El Sardinero (los viejos y los nuevos campos de sport) y poco más: una clasificación para la Uefa. Dos semifinales de la Copa del Rey. Un subcampeonato en 1931, empatado a puntos con el Athletic y la Real.

O mucho más.

Ninguno de los diez equipos que inauguró la liga española en 1928 tiene las vitrinas con semejante vacío, pero pocas aficiones serían capaces de recordar a sus nietos con tanta profusión de detalles momentos de gloria tan modestos y efímeros como la victoria en el Parque de los Príncipes de París y al Manchester City en Santander, la goleada en el Bernabeu después de un cocido montañés (¡marcaron Munitis y Manjarín!) o el 5-0 al Barça en El Sardinero en la temporada 94/95.

El que ganó al Barça del dream team era el Racing del tridente soviético: el líbero Zygmantovich, el mediapunta Popov y el delantero Radchenko. El once lo completaban el portero Ceballos, dos tipos rudos como Pablo Alfaro --el guapo oficial de Santander en aquel tiempo-- y Merino, Esteban Torre, el nigeriano Mutiu o David Billabona. Un Munitis de 19 años calentaba el banco y compartía vestuario con un Quique Setién, de 37, capitán y alma del equipo.

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Hace unos meses, con motivo del centenario racinguista, Adrián Ruiz Mediavilla escribió en Jot Down (por lo general no acabo de cogerle el punto a la revista, pero qué le vamos a hacer) que a él le tocó ser del Racing, "un club reconocido por casi nada". El lugar de nacimiento condiciona, como las querencias de familiares y allegados, pero hay más cosas. Y lo dice una que se ha hecho lucensista y luguesista a fuerza de poner a prueba el lumbago y la cistitis en Anfield Carro.

"Para mí, el Racing ni siquiera son victorias. Porque para mí el Racing es la ración de rabas antes del partido. Celebrar un pase que va al pie y no a preferencia este. Meter a un central por un delantero en el minuto 85. Es un entrenador que salva al club de cuatro descensos y se va a casa como si nada", decía Ruiz Mediavilla en su columna.

Quizás ha hecho falta vivir años de bochorno (de Piterman a Alí), ante el laissez faire de los palmeros indígenas (de Revilla y Agudo a Nacho Diego y De la Serna) y almas marineras como la del monje, la mamma de la banda Fratelli de los Goonies y el concuñado de Jimmy Jiménez Arnau, et alii.

Después de esta semana el Racing es un equipo de fútbol reconocido por algo. Un equipo que ha tenido que bajar a segunda B para que los suyos se sientan verdaderamente orgullosos. Una sociedad anónima deportiva paradigmática de las miserias del fútbol moderno que todavía tiene una deuda de 50 millones de euros, judicializada y embargada, y que aún no tiene, ni mucho menos, garantizada la supervivencia en la jungla balompédica actual.

Pero sienta bien un trending topic mundial en Twitter que dura dos días. Leer que los Broncos de Denver han hecho "un Racing de Santander" en la SuperBowl. Que sí, que es sólo fútbol. Hay cosas más importantes, por supuesto que lo sé. Seis millones de parados, sin ir más lejos. Tres millones de niños en riesgo de pobreza. Desafección. Y unos legisladores empeñados en mandarnos por la vía rápida a 1954. Pero, como cualquier manifestación de la cultura de masas, a veces también el fútbol muestra prácticas ejemplarizantes y un plante supone una victoria.

Cuando cambié de colegio en tercero de EGB, mi compañero de delante, Luis, era de los que lo tenía muy claro si nos permitían tema libre en las clases de plástica. Dibujaba "al Racing", así, en general. En las creaciones de Luis ocupaba un lugar preeminente Pedro Alba, el portero local a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado. Cuando Luis colocaba en sus composiciones trazadas con lápiz del número dos, blando, y coloreadas con pinturas Alpino algo con falda que él decía que era una mujer, le preguntábamos: "¿Y quién es?". Y respondía. "Pues la mujer de Alba, que ha venido a animar", con la incredulidad de que no comprendiésemos algo que estaba tan claro en su dibujo.

En los cromos de aquel Racing de la temporada 86/87 había señores con bigote. La foto de familia era algo menos pilosa que la de aquella temporada 72/73, con mostachos que fueron rasurados en la margen izquierda del Nervión después de semanas de cultivo y resistencia en una avanzadilla con olor a lilimento y a Old Spice del movember de los modernos. Pero casi. Sería cosa de Maguregui, lo más parecido a un Ferguson que ha tenido el Racing, tampoco un hombre local, sino proveniente del país vecino. Un escocés en Manchester. Un vasco en Santander. Bravos los dos.

Un año antes, mi hermano había sido inmortalizado en una fotografía tomada en el Carnaval de verano que nos hacían en la guardería. Llevaba puesta la equipación del Racing. La camiseta blanca, los calzones negros y las medias verde prado. En la foto, mira a través de las gafas de carey, con un solo ojo, que llevaba parche (eran los ochenta). Para hacerse con el personaje, alguien le había pintado un bigotazo negro bajo la nariz.

Un señor con bigote, un central de los contundentes, se sentó ayer por primera vez en el palco de El Sardinero como presidente. Tuto Sañudo fue un defensa expeditivo, de los que no se andaba con contemplaciones, en una zaga de cinco en la que se hizo eterno también el nombre de Roncal. Pedro Alba y quien fue su eterno sustituto en Santander antes de ganar dos Zamoras con el Dépor, Paco Liaño, acompañan a Sañudo en el nuevo consejo de administración.

A los equipos como el Racing únicamente les funcionan los centrales con bigote.

El Racing de la temporada 86/87, el que pintaba mi compañero Luis, tenía un único internacional, el delantero irlandés Buckley, que anotó la nada desdeñable cifra de cinco dianas. El máximo realizador fue Miro, con ocho goles, sólo dos más que los conseguidos por el defensa Tino. Ni que decir tiene que estos pobres resultados relegaron al equipo a los puestos de peligro toda la temporada. El Racing terminó decimoséptimo de dieciocho equipos. Ese año solo bajaba uno, porque habían decidido ampliar la primera a veinte equipos para el año siguiente. Pero alguien se había sacado de la manga la primera y única liga del play off.

Y sí, bajó el Racing. Tres temporadas en segunda. Caída a segunda B en 1990. En 1993, Sañudo y Setién, entre otros, devolvieron el equipo a primera. Esa misma temporada del regreso, una escuadra cántabrosoviética comandada por Jabo Irureta amarraba una octava posición. Retirado Sañudo, el bigote corrió por cuenta del bielorruso Zygmantovich. Y hete aquí otra no-victoria celebrada por el racinguismo como si no hubiera mañana.

santander, racing, Liaño, Sañudo, Setién

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