M.S.Norbekov "La experiencia de un idiota o la llave a la iluminación"

Jan 12, 2008 19:50

M.S.Norbekov "La experiencia de un idiota o la llave a la iluminación"
Fragmento del libro. Traducción al castellano J.Tarán©

¿En qué se diferencia la mentalidad de un niño de la de un adulto? Los niños piensan con imágenes, y los adultos - con palabras. Por eso nuestros profesores ahora serán los niños.
¿Por qué me acuerdo ahora de los niños? Os voy a contar una pequeña historia de la cual surgió el ejercicio que ahora vamos a hacer.
 
Un día me llamó un amigo que era periodista y me dijo:
-         ¡Oye, por qué no vamos a la playa! ¿Estas libre estos días?
Le digo:
-         ¡Perfectamente libre!
-         Un grupo de psicólogos y periodistas va a la costa. ¿Quieres que te apunte en la lista? ¡Que para algo eres psicólogo! ¡Imagínate! Estaremos en Criméa, treinta y cinco días, todo pagado. Mar, vino, chicas…
Y me apunté. Y fui a la playa. Y me encontré en un sanatorio para huérfanos de corta edad enfermos de diabetes.
Fue un verdadero golpe. Enseguida me olvidé del mar, del vino y de las chicas. Pregunté: “¿Para qué nos han enviado aquí? ¿Qué pintan aquí los psicólogos?”
Me explicaron que en aquel lugar, en la misma zona de la costa, se encontraban tres sanatorios iguales. Los tres recibían medicamentos del mismo proveedor y alimentos del mismo almacén. El aire, el mar - todo era lo mismo. Pero solamente en uno de los sanatorios los niños se curaban de su enfermedad, y en otros dos no. Ya habían enviado un sinfín de médicos que al comprobarlo todo no encontraban nada y decían: “Solo los psicólogos pueden encontrar causas de los casos de curación en este sanatorio.”
Así, por pura casualidad, me condené a un verdadero suplicio. Los psicólogos de Moscú trabajaron unos quince días, redactaron un informe, descansaron bien y se fueron. Y yo me quedé allí durante tres meses porque no podía irme sin averiguar el secreto.
Y no solo por eso. También porque de mi cuello, de mis orejas, de mis brazos cada día colgaban niños y niñas de cuatro o cinco años que creían que había llegado su papá. Quizá por eso más tarde adopté a tres niños pequeños.   
En fin, tenía que encontrar las verdaderas causas de la curación de los niños. Y las encontré. Y gracias a este trabajo vosotros también iréis mejorando.
Dentro de un mes o un mes y medio empecé a notar que los juegos de estos niños eran diferentes de los demás. 
El secreto se encuentra precisamente en la sinceridad, en la percepción del mundo, en la imaginación infantil.
¿Cómo se curan los niños? ¿Cómo funciona la imaginación infantil? Antes de saberlo tenemos que saber ¿cómo ven los niños su enfermedad? Pues no la ven del todo. Muy rápido, en unos diez días se acostumbran a su enfermedad como a sus sandalias. Los niños se adaptan a todo.
La única cosa que pueden echar en falta los niños, lo único que añoran y anhelan por un instinto natural - es el amor y la protección paternal. La madre naturaleza ha prediseñado que un niño siempre deba estar cerca de sus padres.

¡Atención! ¡Aquí esta la clave!             
¿Qué peculiaridad tienen los niños? Los niños siempre tienen hambre de atención, de caricias, de amor, sobre todo los más pequeños. Por más que acaricies a un niño, siempre tendrá poco. En dos minutos te vuelve igual de hambriento.
Y ahora imaginaos la situación: El padre llega a casa, enciende la tele, viene el niño: “¿Qué tal? ¿Todo bien? Dale un besito al papá. Bueno, ahora ves con la mama, ves con la yaya.”
Ya está. El niño no recibió aquello que necesitaba.
Aquí viene la mama con una colleja: - ¡No toques el horno! ¡Que te quemarás!
Y la abuela en vez de acariciar educa: “Buenas niñas no hacen esto. Buenos niños hacen aquello.”  
Pero en cuanto el niño se pone enfermo sucede un milagro.
      El padre se olvida de la tele, está dispuesto a cumplir cualquier deseo. La madre del horno también se pone preocupadísima y cariñosa. La yaya lee los cuentos. Hasta el abuelo ha aparecido de milagro. Y todos ruedan alrededor del niño.
      En la mente infantil se grava lo siguiente: el saciado del hambre y de la sed de amor está relacionado con la enfermedad.
Iba preguntando a los críos:
-         Cariño, di: cuando tienes muchas ganas de que te acaricien o que te digan algo bueno ¿qué haces?
Dos de tres niños contestaban: “Digo que me duele la cabecita o la barriguita.”
Es como si el niño fingiera. ¿Verdad? Pero…
Un niño no puede fingir porque sus pensamientos enseguida se materializan en su cuerpo, y el niño se pone malo de verdad.  
Los niños que viven con sus familias encuentran en la enfermedad la fuente del cariño, de los mimos, del amor. Y los huérfanos también tienen ese instinto del amor, esa intrínseca necesidad de estar protegidos.
Aquellos huérfanos preguntaban a los empleados del sanatorio:
-         ¿Por qué ella tiene padres y yo no?       
Los cuidadores no podían decir: “Tú no tienes padres”, por eso les contestaban:
-         Tú también tienes.
-         ¿Y dónde están mis padres? ¿Por qué no vienen a buscarme? ¿Cuándo vendrá mi yaya? ¿Y el yayo?
Entonces les decían:
-    Ahora estás malito. Pero cuando te pongas bien, enseguida vendrán.
      Aquellos cuidadores no pensaban que su mentira piadosa provocaría la curación.        Porque ellos sabían perfectamente que la enfermedad era incurable.
      Pero los niños no, y se ponían intuitivamente a buscar caminos para realizar su deseo de ser necesarios, ser queridos.
      Y esa gran llamada interior resultó ser capaz de vencer cualquier enfermedad incurable. 
      Un niño de dos o tres años preguntaba:
-    ¿Y qué es la enfermedad? ¿Qué es la recuperación?
      Entonces le explicaban:
-         En tu sangre hay demasiado azúcar, ¿Entiendes? Tienes que comer menos azúcar.
      Los pequeñazos lo pillaban enseguida: existe un monstruo llamado Enfermedad que los separa de la fuente de amor, protección y sosiego. Me hice amigo de una pitufita de tres añitos y le pregunté:
-    Dime ¿cómo es tu enfermedad?
      Y ella me explicó:
-    Dentro de mi hay muchos trocitos de azúcar que van flotando uno detrás de otro. Por eso mis papás no vienen a buscarme.
-    Y tú ¿qué haces para que tus papás vengan más rápido?
      Y ella, aferrada a mi meñique, me llevó al patio donde había unas setenta bañeras de plástico de varios colores. Cada mañana las llenaban de agua del mar con una manguera. Y cuando el agua se ponía calentita, los niños se metían dentro y allí zapoteaban hasta la hora de comer.
      Entonces la niña se metió en una de las bañeras, empezó a zapotear y a murmurar algo con voz muy bajita. Afiné el oído y pude oír aquello que estaba murmurando. Repetía siempre las mismas palabras: “Soy azúcar, soy azúcar, soy azúcar…”
      Le pregunté: “¿Para qué estas diciendo todo el rato “soy azúcar?” Hasta ahora me acuerdo de sus ojos sorprendidos, como diciendo: "¡Pero cómo puede un señor tan grande no entender una cosa tan sencilla!”
-    ¡Pues porque el azúcar desaparece en el agua!
La imaginación de los niños es muy concreta. Los niños, cada uno a su manera, jugaban con ella y eso era lo que les curaba.
      Después, cuando se lo conté a los monitores, ellos exclamaron todos juntos:  “¡Será por eso que se resisten a volver a entrar en la misma agua!”
      O sea que los niños sabían que su enemigo se había quedado en el agua y esperaban que esta agua se vaya fuera. ¿Entendéis?    
      Comunicándose entre ellos, se pasaban muy rápidamente esta experiencia de la curación, esta “técnica para recuperar a sus papás”. De ellos aprendí varias técnicas como esta. Y las voy a compartir con vosotros.
      Hoy vais a pensar como los niños… Vais a dar luz verde a vuestra imaginación… Vais a transformaros, veros, sentiros en esta fantasía. Vais a imaginar aquello que para vosotros representa una persona perfecta y armoniosa.
      ¿De acuerdo?  
      ¿Para que lo necesitamos?
      ¡Fijaos!
      Estamos hablando… Os estoy explicando algo… Intento demostrar… Y vosotros lo cuestionáis… Dudáis… Pensáis en algo…
      En cambio, trabajando con los niños me percaté de una peculiaridad: cien gafotas de cien recuperaban la vista muy rápidamente.
      Los niños vienen a la sesión. Su atención basta como máximo para cinco minutos. Y al cabo de cinco minutos empiezan a distraerse, hablar entre ellos, reír... Fingen estar escuchando, pero en realidad no entienden nada, ni tratan de entender, les da totalmente igual...
      Hable de lo que hable, solamente se acordarán de las últimas frases. Porque no precisan de demostraciones. La paradoja está en que ellos realmente no entienden de qué se trata. No preguntan nada, no piden explicaciones… Cuando les digo: “¡Niños, a casa!” desaparecen en un tris tras la mar de felices.    
      Entonces ¿por qué se recupera la vista? De doscientos niños doscientos recuperaban la vista… No hubo ni un solo caso que fueran ciento noventa y nueve. ¡Siempre - los doscientos!
      De cien niños sordos cien empezaban a oír. No entendían nada de lo que les hablaba, pero el resultado siempre era 100%.
      Una vez les dije: “Sabéis, nuestros alumnos adultos, vuestras mamás, papás y yayos, saben eliminar cicatrices… Vosotros también trabajaréis con esto, haréis ejercicios especiales..."
      Al día siguiente me viene un niño y me dice: “¡A mí me ha desaparecido una cicatriz!”
      Pero si solamente les dije una vez que los adultos eliminaban cicatrices… Y eso es todo…. Ni ejercicios especiales, ni nada de nada. Pero fue suficiente. La cicatriz desapareció.
      ¿Qué es esto?
      La clave está en que los niños piensan con imágenes. Por eso sus sueños y sus deseos se hacen realidad sin ningún esfuerzo por su parte. Los niños (¡gracias a dios!) todavía no tienen desarrollado el segundo sistema de señales.
      El segundo sistema de señales son palabras, lenguaje. Es un intermediario entre nosotros y el mundo que nos rodea. Y el lenguaje hablado es la forma más sencilla, más fácil y más primitiva de este sistema. Los adultos estamos atascados en este primitivismo. Por eso cuando os digo qué es lo que hay que hacer y comó hay que hacerlo, nos comunicamos con una máscara de gas puesta:
-         ¡Mirad que flor más bonita! ¡Qué bien huele!
      Y vosotros miráis, oléis a través de la máscara de gas y decís:
-    No lo pillo. Vuelve a explicar...
      El segundo sistema de señales es la máscara de gas a través de la cual intentamos captar el olor…
      Quiero que ahora intentéis acordaros de vosotros mismos cuando erais niños. Intentad fantasear como los niños.
      En esta fantasía intentad ver, sentir y memorizar vuestra propia imagen tal y como os gustaría ser. Tenéis que ver vuestras piernas, brazos, cuerpo, cara, ojos… Tenéis que sentir vuestro interior… Experimentar ligereza, armonía, sosiego, felicidad… Primero como un escultor inventando, creando vuestra imagen y después gravándola en la memoria. Memorizad esta piel aterciopelada, este cuerpo flexible, esta paz interior... Ahora intentaremos trabajar no solo con los ojos, sino con todo el organismo. Empezamos a fantasear...

norbekov

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