Viene de:
Parte I ---
Después de compartir una larga ducha en la que ducharse fue lo de menos, Álvaro decidió reticentemente que era hora de irse a casa.
-¿Seguro que no quieres quedarte a cenar? -le preguntó Raúl, vestido sólo con unos pantalones de pijama. Él ya llevaba puesto el abrigo y tenía las llaves del coche en una mano. En la otra una trufa de chocolate a medio comer.
-Seguro. Tengo mucho que estudiar mañana. Y no me pongas esa cara de perrillo apaleado.
-Es la cara que tengo siempre que me abandonas -bromeó, saliendo al felpudo para acercarse a él, obligándole a rodearle con los brazos. Álvaro hundió la nariz en su cuello, respirando el olor a gel de ducha de su piel. No tenía ninguna gana de irse, pero sabía que no tenía otra opción.
-Tengo otro examen en dos días.
-Pero eres muy inteligente, y no necesitas estudiar. Y ni siquiera te he preguntado qué tal el de hoy, porque soy lo peor.
-Me ha salido bien -contestó, sin ser capaz de separarse de él, buscando instintivamente su boca. Raúl llevó una mano hasta el nacimiento de su pelo, aún húmedo tras la ducha, y entreabrió los labios para dejar que la lengua de Álvaro se abriera paso. Fueron arrastrándose mutuamente hasta que sus cuerpos chocaron contra el marco de la puerta, y para entonces Arbeloa ya trataba de meter una mano por la parte de atrás del pijama de Raúl.
-Vosotros como si yo no estuviera aquí -dijo Silva, tratando dificultosamente de pasar por la puerta, cargando con la bici y la mochila-. Feliz cumpleaños, por cierto.
Raúl gruñó cuando su novio se separó de él, maldiciendo en silencio a David y a su sentido de la oportunidad. Álvaro no dejó que volviera a liarle cuando oyeron la puerta de la habitación cerrándose tras él, porque sabía que de ser por él no se iría nunca.
-Ya vale. Me largo -dijo con determinación, despegándole de su cuerpo como si fuera físicamente doloroso-. Gracias por los regalos, han sido geniales. Y creo que voy a tener que cortar contigo antes de tu cumple, porque no voy a poder hacerlo mejor.
-Tienes muchos meses para pensar en algo.
-Ya veremos. Tú, de momento, no te encariñes -bromeó, comenzando a bajar las escaleras lentamente.
-Vale.
-Te llamo mañana.
-Dame un toque cuando llegues a casa, ¿vale?
-Llevo haciéndolo desde que me saqué el carné -se quejó-. Deja de recordármelo cada día.
-Tú hazlo y cállate.
Álvaro le miró una última vez antes de empezar a bajar trotando las escaleras, haciendo que las llaves tintinearan en su mano. Él esperó en el rellano hasta que oyó la puerta del portal cerrándose. David salió de su cuarto con su termo en la mano, en dirección a la cocina.
-Ni siquiera voy a preguntar por qué hay una espada de cartón en el pasillo.
-Será lo mejor para todos.
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Después de firmar los papeles Villa se sentía pletórico, oficialmente era el dueño de un taller, tenía un socio y un nuevo futuro laboral se abría para él. Después de dejar a Geri en casa de sus padres, David cogió el coche de nuevo poniendo rumbo a la casa de su novio. No le importaba si tenía examen al día siguiente, o sí estaba molido por las prácticas; iba a llevarle a un buen restaurante para celebrar y después iba a follarle hasta que las fuerzas le faltasen.
Aquel era un plan excelente.
Aparcó al final de la calle, justo cuando un Seat Ibiza dejaba el hueco. Era una nueva señal del universo de aquel día sólo podía ir a mejor. Bajó del coche silbando alguna de las canciones de reggeton que Piqué siempre tenía puestas en el taller y en un par de minutos estuvo en el portal llamando al telefonillo de casa de su novio.
-¿Quién?
-Chori soy yo.
-¿Yo, quién?
-No me jodas, David. Soy David.
-Ah. Vale. ¿Qué quieres?
-Anormal abre la puerta.
-Con insultos no vas a ir a ninguna parte y mucho menos a mi casa, Guaje.
-No me toques los cojones y abre.
-Y si no quiero…
-Subnormal. Abre la puta puerta.
Mientras mascullaba algo, Albiol le abrió la puerta. Y él, sin tomar el ascensor subió las escaleras de dos en dos. Llegando a la puerta justo cuando Silva se asomaba por ella.
-Hola, ¿qué ha…?
Ni siquiera le dio tiempo a terminar la frase, le cogió de la cintura y le empotró contra el marco de la puerta, presionando sus labios contra la boca de David que jadeó sorprendido permitiéndole ahondar en un beso mucho más sucio y profundo.
-Hola -dijo separándose apenas unos centímetros- Ponte guapo que te voy a llevar a cenar por ahí.
-Mmmm… -murmuró aún con los ojos cerrados.
-Venga vamos, que si quieres te llevo a un vegetariano, pero date prisa antes de que cambie de idea -añadió dándole una palmada en el trasero después de empujarle dentro de la casa.
-¿No voy a tener derecho a objeción?
-No -respondió sonriente.
Silva negó con la cabeza pero al final se metió en su habitación.
-Chori, capullo. ¿Una partida rápida?
Raúl asomó la cabeza por la puerta de la habitación, con los cascos puestos, se apartó el micro de la boca y le miró encarnando una ceja.
-Pero si pierdes nada de lloros, eh mamón.
-Lo prometo, pero hoy es mi día de suerte así que voy a darte la paliza de tu vida.
David se quitó la chaqueta y se sentó en el sofá, tomando uno de los mandos que había sobre la mesa de café, enseguida Albiol apareció arrastrando los pies hasta el mueble de la televisión donde encendió la tele y la consola.
-Vamos Chori, espabila que esto va a ser coser y cantar.
-Muy subido te veo hoy, ¿no?
-El bueno humor que traigo hoy, no me lo quita ni dios.
-Que raro viniendo de alguien que se pasa la vida gruñendo -le picó Raúl.
-Ya ves.
Se sentaron hombro con hombro, con la mirada puesta en la pantalla que daba pie al inicio de FIFA 2011. No tuvieron mucho problema para escoger, Raúl alineó el once de gala del Valencia y Villa hizo lo propio con el Sporting. Enseguida estaban enfrascados en un partido de diez minutos.
-Mamón -se quejó Raúl después de recibir el primer gol.
-Diego Castro bota de oro, chaval. Bota de oro.
-Lo que sea, pero venga que esto lo arreglo sacando a Aduriz. Prepárate que te voy a panear.
Al final, Villa le había ganado por la mínima y Raúl que había estado de bastante buen humor, empezó a cagarse en todos los ancestros del asturiano.
-Macho, un puto partido que me has ganado -se quejó.
-El primero de muchos.
-Ya, seguro. Y ¿qué cojones te pasa? Porque estás a punto de empezar a bailar Super Tropper, y me estás poniendo nervioso.
-Ah, Chori. Soy un hombre nuevo, un futuro prometedor se abre ante mí.
-Aja, claro -respondió sin entender nada-. Bueno, mejor. Si tú estás de buen humor, el Pony también -comentó mientras se levantaba a recoger los mandos y a apagar la play-. Y con un poco de suerte consigues que se le quite esa cara de perro apaleado que arrastra desde que suspendió el puto examen ese.
Villa dejó de sonreír repentinamente, justo cuando Raúl se daba la vuelta para ir a su cuarto.
-¿Examen? ¿Qué examen?
-Uiva, la hostia -masculló-. No me jodas, ¿el muy capullo no te ha dicho nada?
-Ciertamente, no.
-Pues ya la he cagado. Estupendo -dijo tratando de huir y refugiarse en su habitación.
-No, ven aquí y me explicas.
-Mira macho, si tu novio no te ha dicho nada por algo será. Supongo que no es tan importante, o lo que sea. Así que a mí no me metas en tus movidas.
-Ni siquiera sabía que tenía ninguna movida con él -protestó-. Y ahora no te puedes largar sin más.
-Oh, sí. Claro que puedo -dijo cerrándole la puerta en la narices.
-Albiol. Cojones. Chori. ¡Raúl! -chilló golpeando la puerta con violencia.
-David, ¿pasa algo? - preguntó Silva saliendo de su cuarto.
-Al parecer sí, y yo soy el último gilipollas en enterarme -Silva negó con la cabeza, sin entender muy bien de lo que hablaba-. ¿Cuándo pensabas contarme que habías suspendido?
-Oh.
-Eso mismo. ¡Oh!
-No fue nada. Un examen sin importancia -mintió- ¿Vamos?
-David, para ti no hay ningún examen sin importancia.
-Siempre hay una primera vez -dijo encogiéndose de hombros mientras caminaba hasta el salón para tomar la chaqueta de su novio-. Supongo que la compra del taller ha ido sobre ruedas.
-Sí, pero ese no trates de hacerte el tonto aquí. Creía que nos contábamos todas las cosas.
-Y lo hacemos -respondió tomando su propio abrigo-. ¿Dónde vas a llevarme?
-Donde quieras, pero ese no es el tema ahora -comentó mientras salían del piso.
-¿No? Pensé que habías venido a invitarme, para que pudiésemos celebrarlo.
-Y a eso he venido, pero ahora las cosas han cambiado.
-No seas idiota, es tu noche. Vamos a celebrar -protestó mientras se agarraba de su brazo.
-Podemos hacerlo -dijo mientras se detenía en mitad de las escaleras, bajando un escalón para ponerse frente a su novio-. Pero creo que me merezco una explicación, ¿no?
-¿No podemos dejarlo estar? -casi suplicó Silva. Villa negó enérgicamente-. Está bien, hace unas semanas suspendí un examen de Patología. Ya está, ese es todo el drama.
-¿Por qué no me lo contaste?
-Porque fue la tarde que me dijiste que te ibas a vivir con Geri, no era precisamente el momento. Y después, empezaste a hablar del taller, y estabas tan contento. No quería molestarte con mis tonterías.
-¿Desde cuando tus cosas son tonterías para mí? -preguntó levantando una mano y acariciando su mejilla.
-No sé, sólo…no encontré el momento.
-David… lo que es importante para ti lo es para mi. ¿Vale? Sea un examen, o la falta de higiene en el baño de Raúl.
Silva sonrió, inclinándose para besarle.
-Gracias.
-¿Estás bien? ¿Quieres hablar de ello?
-No, no quiero. No hay nada que pueda hacer ahora. No quiero pensar en ello, quiero que me lleves a un buen restaurante y que celebremos que mi novio ya es el flamante dueño de un taller mecánico en Canillejas.
-Le quitas todo lo romanticismo al momento -comentó acercándose para besarle.
-¿Sabes? También podemos pedir comida al chino y subir a mi cuarto. Y ver que se nos ocurre hacer allí -sugirió de manera casual mientras dejaba que Villa colase las manos bajo su abrigo.
-Suena bien. Pero… primero restaurante y luego tu cuarto. ¿Vale?
-Tú eres el jefe ahora.
-Me gusta eso -murmuró arrinconándole contra la pared, subiendo el escalón de diferencia para tener mejor acceso a su boca.
Estuvieron besándose durante un buen rato, sin nada más que el sonido de sus respiraciones entrecortadas, y algún que otro suspiro involuntario. Silva se dejaba hacer mientras Villa, exploraba debajo de su ropa, colando la manos por su espalda, abarcando con ellas toda la piel que podía.
-David…-musitó sobre sus labios-. Si seguimos así, no vamos a llegar a ningún restaurante.
-De repente la idea de comer en tu casa no me parece tan mala -gruñó aprensando su erección contra las piernas de Silva.
-Vamos… -susurró tirando del cuello de la camisa que sobresalía debajo de su chaqueta.
Entraron a trompicones, tropezándose con las paredes, y el perchero que había en la entrada.
-¿Qué cojones….? -preguntó Raúl saliendo de su cuarto.
-Cambio de planes -se excusó Silva arrastrando a Villa hasta su cuarto.
-Manda huevos. Esto parece un picadero -se quejó Raúl quitando la mano del micrófono que tenía junto a sus labios-. ¿Qué? No hostia, no estoy hablando con vosotros, vamos a atacar de una puta vez.
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Juan se estiró lentamente, arqueando la espalda, dejando que esa sensación eléctrica le recorriera todo el cuerpo. Hacía calor, y notaba una neblina cubriendo su raciocino, pero no dejaba de sentir los dedos de Carlos sobre sus caderas, la piel de sus muslos rozándose contra él. Y sobre todo no dejaba de sentirle en su interior, palpitando, moviéndose perezosamente, llevándole a un estado de locura que iba a conseguir que explotara. Agachó la cabeza, apoyándola contra el colchón, respirando con dificultad, mientras que detrás de él Carlos se movía una vez más, justo y directo al punto desde el que se expandía una descarga que hacía que todo su cuerpo se tensase. Abrió la boca aspirando una larga bocanada de aire, justo cuando Carlos se deslizaba hacia atrás, cogiendo fuerza para volver a clavarse más profundamente.
-Joder… -masculló mordiéndose con fuerza el labio inferior.
Carlos sonrió detrás de él. Desprendió una de sus manos de las caderas de Mata, y la deslizó por su espalda de arriba abajo, una, dos y tres veces, hasta que al final se agarró a su cuello con fuerza, se inclinó sobre él pegando su pecho a la espalda sudorosa de Juan y volvió a moverse contra él, más rápido, más preciso.
-Oh…. -fue el único sonido que pudo escapar de la garganta de Mata antes de dejar que todo su peso descansase sobre una de sus manos mientras la otra iba hacia su erección, apenas había rodeado su polla con su mano temblorosa cuando la mano de Carlos se posó sobre la suya, apretándole con delicadeza- Carlos…-gimió arqueándose una última vez antes de correrse entre sus dedos.
Marchena se mordió los labios con fuerza, tratando de contenerse, pero cuando el cuerpo bajo el suyo se contrajo a su alrededor, se vio a obligado a moverse casi con violencia contra Juan, derramándose unos segundos después.
Las rodillas de Mata flaquearon, arrastrándoles a los dos contra las sabanas. Carlos se dejó caer a un lado, mientras que Juan permaneció tumbado boca abajo. Estuvieron así, varios minutos hasta que Carlos fue capaz de moverse e inclinarse sobre él para besarle en el nacimiento del pelo.
-¿Bien? - preguntó ladeándose para poder obsérvale.
-Dame un… minuto -murmuró contra las sabanas mientras giraba la cabeza para mirarle a los ojos. Carlos sonrió cuando Juan acercó la mano a su cuerpo para juguetear con el vello de su pecho.
-Los que necesites -añadió con suficiencia.
-Idiota -se deslizó por el colchón hasta alcanzar sus labios besándole con pereza.
-Lo tendré en cuenta la próxima vez que me acorrales contra la puerta de la cocina.
-¿Sí?
-Por supuesto.
-No lo creo. Porque no puedes resistirte a mí -respondió con suficiencia.
-Estás muy crecido últimamente.
-Porque sé que te tengo en el bote -Juan se acercó contra él, metiendo la pierna entre las suyas, dejando que Carlos le rodease la cintura con uno de sus brazos.
-No lo sabes bien -murmuró.
-¿Qué?
-Nada, ¿qué hora es?
-No lo sé, que más da -protestó pegándose a él-. No tienes clase mañana, y yo tampoco.
-Lo sé, pero tengo trabajos que corregir, y tú tienes un cuadro que terminar para la semana que viene.
-Jo…
-Se supone que habías venido a trabajar.
-Y ¿no hemos trabajado? -bromeó.
-No quiero que tus estudios estén en problemas por mi culpa -se defendió.
-No lo estarán… -cerró los ojos pegando la frente contra su pecho-. Mis tíos se van este fin de semana a Tuilla.
-Ajá.
-Y entonces… había pensando que… si quieres, claro…
-Juan, vamos. Suéltalo.
-Mmm… bueno, pero no es obligación ¿eh?
-Juan…
-¿Podría quedarme aquí? No haría mucho ruido, estaría trabajando en mi cuadro y por la noche… bueno….
-¿Podríamos repetir lo de hace un rato? -se mofó Carlos.
-Iba a decir que podíamos dormir juntos, pero ya sabes que yo nunca te digo que no -respondió entre risas.
-¿Quieres quedarte? Porque voy a tener que trabajar todo el fin de semana. Y no se si podría hacerte mucho caso.
-No importa, de verdad -levantó la vista-. Yo sólo quiero pasar una noche entera contigo.
Carlos sonrió. Las mejillas de Juan estaban sonrojadas, y sus ojos brillaban como cuando un niño pedía a sus padres el último juguete que deseaba. Pasó su mano por detrás de su cuello y le acercó para besarle.
-Luego te acompaño a por tus cosas, ¿quieres?
Juan asintió con vehemencia subiéndose sobre su cuerpo. Besándole con ansia. Carlos se dejó hacer, disfrutando de la iniciativa que Juan tomaba en aquellos momentos. Moviendo sus manos con rapidez por su pecho, sus costados, acariciándole con pereza.
-Creo que será mejor que vaya a darme una ducha -sugirió Marchena tratando de deslizarse bajo él.
-¿Ahora? -protestó poniendo morritos.
-Precisamente ahora -añadió con una sonrisa burlona.
Juan gruñó algo por lo bajo pero le dejó salir de la cama, observando como recogía la ropa de la que se habían desecho por el camino hasta llegar a empotrarse contra el colchón.
-Mía -le dijo en referencia a una camiseta blanca que tenía en la mano-. La tuya la perdiste por el pasillo.
-Cierto.
Carlos salió de la habitación dejándole sólo, se tumbó boca arriba y cerró los ojos esperando escuchar el ruido de la ducha, lo que le indicaría que podría colarse en el baño y tal vez convencerle para seguir con lo que había comenzado hacía unos minutos sobre la cama.
Cuando volvió a abrir los ojos, las sabanas le cubrían la mitad del cuerpo, y entre las cortinas se filtraba las luces del exterior. Se había quedado dormido. Con pereza recogió su ropa de la butaca donde Marchena la había dejado perfectamente doblada y se dirigió a darse una ducha rápida.
Mientras el agua caía sobre su piel, las imágenes de lo acontecido durante la tarde con Carlos le veían a la cabeza, devorándole por dentro. Haciendo nacer en él ese calor que sólo sentía mientras estaba con sus novio. La ducha podía limpiarle por fuera, pero no había nada que le aplacase por dentro. Se vistió todo lo rápido que pudo poniendo rumbo al salón.
Pero Carlos no estaba allí, sobre su escritorio había una nota en la que había escrito que bajaba a la tienda de su tía para comprar algo para la cena. Juan frunció el ceño disgustado porque sus planes se habían estropeado, consideró sentarse en el sofá y esperarle allí pero aquello no haría más que consumirle por dentro así que decidió dedicar el tiempo de espera a trabajar en el cuadro que debía entregar la semana siguiente. La mano le temblaba ligeramente y tenía miedo de estropear lo que había avanzado con sus trazos irregulares, así que simplemente daba pinceladas en el aire a la espera de una mayor concentración.
El ruido del ascensor llegando al descansillo le hizo ponerse en alerta, soltó el pincel dejándolo caer al suelo y avanzó con rapidez hacia la puerta.
-Vaya, ya estás despierto -le dijo Carlos mientras entraba-. ¿Me ayudas?
Pero Juan se había quedado quieto. ¡Dios! Estaba tan caliente, y sólo por eso no había sido capaz de concentrarse en nada más. Carlos le hacía sentirse dependiente y necesitado, y no le importaba demostrárselo, no sí obtenía beneficio de aquello.
-¿Juan?
Avanzó en dos grandes zancadas, lanzándose sobre él. Haciéndole que perdiera el equilibrio y acabase golpeándose la espalda contra la puerta, las bolsas que tenía en las manos se cayeron al suelo, y tuvo que usar las manos para sujetar a Juan cuando éste saltó para subirse sobre él.
-Guah, vaya recibimiento -bromeó antes de que su boca se viese abordada por la de Mata.
Carlos le dejó hacer, disfrutando de esa necesidad que Juan tenía de él, de esa manera que tenía de beberle y hacerle peder la cabeza, convirtiéndole en una marioneta en sus manos. Una que haría todo lo que Juan le pidiese.
-Sofá -graznó Mata.
-¿Ahora?
Juan asintió, dejando que sus piernas resbálense por su cintura donde se habían asido hacía sólo unos segundos.
-¿No prefieres esperar a después de la cena? -imploró Carlos.
-Después de la cena… veremos -contestó con una media sonrisa mientras le arrastraba hacia el sofá-. Ahora te quiero comer a ti -añadió poniéndose colorado hasta las orejas.
Marchena soltó una pequeña carcajada pero se dejó hacer. Estaba claro. Haría todo lo que Juan le pidiese. Absolutamente todo.
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Xabi bajó un par de escalones hasta quedar parado en mitad de la escalera, se ajustó la bufanda alrededor del cuello y subió la cremallera todo lo que dio de sí, al echar la vista atrás pudo ver a Esteban despedirse de unos conocidos con los que había coincidido juntos cuando dejaban la exposición.
-Perdona -se excusó al llegar a su altura- Hacía tiempo que no les veía
-No pasa nada -replicó con condescendencia-. ¿Vamos?
Echaron a caminar calle abajo, hombro con hombro, en un tranquilo silencio. En realidad había pasado así casi todo el tiempo que habían estado juntos, apenas interactuando sólo cuando era necesario, o cuando Esteban se dejaba llevar por esa pasión que el arte despertaba en él y alababa una obra y a su autor. Xabi había disfrutado mucho más de esos pequeños momentos de euforia por parte de Granero que de el resto de la exposición, pero eso era algo que iba a tener a bien reservarse.
-Hay un café-restaurante…- comenzó casi susurrando Esteban-. Podríamos…
-¿Cenar?- culminó Xabi, él asintió-. Me parece perfecto, lo cierto es que me muero de hambre.
-Bien.
Siguieron andando varios minutos por la misma calle hasta que Estaban tomó la desviación de la derecha y subieron una pequeña cuesta que les llevó a una plazuela dónde un par de chicos fumaban y bebían de sus litronas.
-Es allí -le dijo señalando un local unos metros más adelante-. Espero que no haya mucha gente, es mejor así. Para poder ehm… charlar.
-Claro.
Aunque a Xabi no le había sonado demasiado seguro de si mismo, ni siquiera convencido de poder establecer una larga conversación, más que nada porque por lo poco que le conocía Esteban parecía alguien reservado y poco hablador.
Cuando entraron una oleada de calor les recibió contrastando con el intenso frío del exterior, Xabi se llevó las manos al cuello para deshacerse de la bufanda mientras observaba la decoración del local; mesas y sillas de distintas formas y colores, cuadros que imitaban los de Andy Warhol. Instantáneas del París de los años veinte, Roma de los cincuenta y, al fondo, una exposición de fotografías más recientes de Madrid.
Granero se acercó a la barra y saludó a uno de los camareros, después volvió la vista hacia él y le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera hasta la parte final del café.
-Te recomiendo las tostas de Salmón con queso brie, y las de queso de cabra con cebolla caramelizada - comentó Esteban después de sentarse.
-Tendré que fiarme de ti -le dijo volviendo a dejar la carta que había tomado por instinto de la mesa.
-Oh, lo siento, perdona… puedes pedir lo que quieras.
-Tonterías, estoy seguro que sabes de lo que hablas. Así que, ¿por qué no pides por mí?
Granero sonrió tímidamente, apartando la vista de él en cuanto el camarero, al que había saludo al llegar, se acercó a ellos. Mientras ordenaba por los dos, Xabi aprovechó la oportunidad para observarle. Podía adivinar debajo de ese flequillo largo y rebelde, unos pequeños y sinceros ojos marrones que escudriñaban todo a su alrededor, y a los que les costaba mantenerse fijos más de un par de segundos en el mismo lugar.
-¿Cerveza? -le preguntó casi sin mirarle.
-Por favor.
Cuando el camero se fue Xabi se inclinó ligeramente sobre la mesa para poder hablar mejor con él.
-¿Vienes mucho?
-Una o dos veces al mes. Mi hermano me lo recomendó.
-Ah, ¿tienes hermanos?
-Uno, mayor. Ahora vive en China.
-Vaya, interesante. ¿Qué le ha llevado allí?
-El amor -bromeó- Bueno el trabajo primero, y para quedarse allí la novia.
-Oh
-La verdad es que vivir fuera de España tiene que ser apasionante, tantas cosas por hacer, culturas por conocer, ¿no crees?
-Supongo -comentó Xabi empezando a sentirse incomodo.
-¿No has vivido nunca fuera del país? -le preguntó con inusitada curiosidad.
-Mmm… si hace unos años -respondió sin muchas ganas.
-¿De verdad? ¿Dónde? -Esteban parecía interesadísimo en el tema, y lo cierto es que para Xabi no podía haber escogido uno peor.
-Londres primero, luego Liverpool.
-En Londres he estado un par de veces y me parece fascinante -comentó mientras el camarero servía su pedido-. Pero no conozco Liverpool. ¿Qué te llevo allí?
El amor
-Trabajo.
-Y es… ¿bonito?
-¿Bonito? No, Liverpool es… -cerró los ojos volviendo la vista atrás, recordando la ciudad, los barrios alejados, el parque por el que paseaban-, es diferente.
Esteban pareció darse cuente de que algo iba mal, por su tono de voz o porque su mirada pareció perderse en los recuerdos durante unos segundos, porque volvió a guardar silencio.
-¿Y tú? -comenzó Xabi tratando de retomar la conversación- ¿Has vivido fuera alguna vez?
-No, la verdad es que no. Mis padres siembre han vivido aquí y aún no he tenido tiempo de irme a ningún lado.
-Eres joven, te queda mucho por delante.
-Lo sé. Me gustaría irme, no sé, a cualquier lugar. Empezar de cero, descubrir una ciudad día tras día. Sería muy enriquecedor. Me haría crecer como persona, creo. Y estoy seguro que aportaría algo a mi arte.
-No lo dudo. Las experiencias, son lo que más nos ayuda a crecer. En todos los sentidos.
-Ya… - dijo mostrando un deje de frustración.
Durante los siguientes minutos, degustaron la cena con tranquilidad y en silencio, Xabi disfrutaba de la tranquilidad que Esteban le trasmitía y este parecía cada vez más cómodo con él.
-La exposición… ¿Te ha gustado?
-Ha sido interesante- respondió Xabi tras darle un trago a su cerveza-. Y creo que tú la has disfrutado bastante.
-Lo cierto es que... sí. No solo por la calidad de la obre sino por… por…
-¿Por? - le ayudó Xabi
-Ir con alguien que realmente aprecia el arte lo cambia todo. Normalmente o voy solo, o con mis compañeros y ellos se dedican a buscar los fallos del autor más que a disfrutar de la belleza de la obra.
-Y tú lo haces -afirmó Xabi.
-Lo hago. Y tú…. Tú también.
-Bueno no soy un entendido como tú pero es cierto que hoy he disfrutado mucho, quizás haya sido la compañía.
Las mejillas de Esteban se encendieron de repente tanto que le costaba levantar la vista del plato y mucho más seguir la conversación. Xabi que no deseaba incomodarle decidió que lo mejor era salirse por la tangente.
-¿Y hace mucho que conoces a Juan?
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Piqué estaba haciendo todo lo que se suponía que tenía que hacer. Había invitado a Cesc al cine y a cenar a un sitio no lo suficientemente caro como para que pareciera demasiado preparado, pero bastante decente. Después de los primeros momentos, en los que estaba convencido de que la iba a cagar estrepitosamente y él le iba a mandar a la mierda, consiguió relajarse. Enseguida le hizo reír, y supo que aunque no iba a ser fácil hacerle olvidarlo todo y empezar de cero, iba a ser un viaje interesante. Las señales eran buenas. Cesc no había movido la pierna cuando, durante la película, la rodilla de Gerard rozó la suya; y tampoco hizo nada por evitar el contacto cuando coincidían sus manos dentro del cubo de palomitas. Él tampoco lo había ido buscando, porque sabía que si empezaba muy fuerte acabaría estropeándolo todo. Tenía que demostrarle a Cesc que esa vez no era todo físico, aunque estuviera deseando lanzarse sobre él desde que le vio salir del metro.
Durante la cena hablaron de la familia de Piqué y del taller, de las clases de Cesc, de su vida en Londres y de todas las cosas que echaba de menos de allí, y Geri se sorprendió interesándose por lo que tenía que decir, lo que pensaba. Era muy distinto a hablar por internet, donde todo era más vago, menos personal, menos comprometido. Se dio cuenta de que puede que fuera despistado y un poco ingenuo, pero no era estúpido. No es que antes creyera que lo fuera, es que realmente nunca se había parado a pensar en ello, lo que no dejaba de ser triste.
Pagaron a medias, porque Cesc amenazó con retirarle el saludo si no dejaba de tratarle como a una chica, y salieron del restaurante, que estaba dentro de un centro comercial. A esa hora estaban todas las tiendas cerradas y oscuras, y la sensación de vagar por los pasillos desiertos era perturbadora e incómoda, como si no debieran estar allí.
-Me lo he pasado bien esta noche -dijo tímidamente, rascándose la nuca.
-Yo también -contestó Piqué sinceramente, aflojando el paso para retrasar el momento de la despedida-. ¿Sabes que es la primera cita de verdad que tengo en mi vida?
-No puede ser.
-Sí.
-¿Nunca has llevado a nadie más a cenar, o a...?
-Nunca.
-Es deprimente -replicó, riendo.
-¿Por qué?
-Porque las citas existen por algo. Es emocionante conocer a alguien, saber el tipo de cosas que le hacen reír, descubrir los puntos en común y las diferencias, sentir... -sonrió sonrojándose- esa especie de hormigueo en todo el cuerpo cuando te das cuenta de que hay atracción.
-¿Y también vale para la primera cita después de un montón de no-citas con alguien?
-Sobre todo.
Llegaron a la puerta del centro comercial, que tenía acceso directo al metro, y Cesc rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar la tarjeta de transportes.
-¿Vamos a volver a quedar? ¿He aprobado el examen?
-¿Era un examen?
-Si ni siquiera te has dado cuenta es que lo he aprobado, casi seguro.
Cesc sonrió, apartándose el pelo de la frente.
-Supongo que no pasará nada si vemos una peli de vez en cuando. Hoy no me has apuñalado por la espalda ni nada, ya es mucho más de lo que esperaba.
-Ouch -dijo Gerard con una mueca.
Cesc se balanceó sobre los talones un momento, fijándose en cómo empezaban a bajar las rejas de seguridad en los restaurantes más cercanos.
-Bueno, será mejor que me vaya si no quiero que me cierren el metro.
-¿Tienes muchos trasbordos hasta casa?
-Sí, unos cuantos.
-Yo he venido en coche, y no me cuesta nada llevarte -dijo, antes de pararse a pensar si era una buena idea-. En metro vas a tardar toda la vida. Entiendo que prefieras no hacerlo, porque estar en un espacio reducido a solas conmigo durante quince minutos a lo mejor es peligroso -ironizó-, por eso de que soy un psicópata.
-Vale -contestó, puede que demasiado rápido.
-¿Sí?
-He dicho que vale, ¿no? -le picó-. No me hagas cambiar de opinión.
-Ahora sólo espero acordarme de dónde lo he aparcado.
Caminaron en el oscuro parking subterráneo durante un par de minutos, hasta que Piqué vio el morro de su coche asomando tras una columna pintada de amarillo, y al abrirlo con el mando a distancia soltó dos pitidos que resonaron en el vacío.
Habían pasado mucho tiempo dentro de ese coche, amoldándose a las palancas y los asientos y al cuerpo del otro como piezas de rompecabezas, y al sentarse en el asiento del copiloto Cesc se empezó a sentir inquieto. La tarde había estado muy bien, pero no sabía si lo suficiente como para arriesgarse a intentarlo con Piqué otra vez. Él le gustaba. Lo peor de todo es que no había conseguido que dejara de gustarle pese a todo lo que había hecho, porque sabía que debajo de esa fachada de machito y de idiota había un chico que merecía la pena, que le hacía reír y le hacía sentir cosas en el estómago, que aunque no eran exactamente mariposas podían llegar a serlo en algún momento.
-¿Qué es lo que quieres que tengamos? -preguntó de sopetón mientras él trataba de meter el tique en la máquina de la salida.
-¿Qué?
-Tú y yo. Porque no creo que podamos llegar a ser amigos. Amigos de Facebook, a lo mejor, de esos que sólo se dicen de vez en cuando que a ver cuándo se ven, pero yo no me imagino siendo como...
-¿Ser tu novio no es una opción?
-No... Yo... -titubeó-. Novio es una palabra que nunca me ha gustado. Suena a que tenemos quince años.
Salió del aparcamiento y cogió un calle ancha y bastante desierta. Metió segunda y luego tercera, hasta que tuvo que parar en un semáforo en rojo, y la inercia le hizo clavarse el cinturón de seguridad en el pecho.
-Tengo suficientes amigos, Cesc. No quiero sonar como un capullo, pero no quiero que seas mi amigo -dijo, girándose a mirarle-. Quiero besarte, y quiero hacerlo desde hace... Desde la primera vez que te vi, la verdad. Y me he dado cuenta de que es mucho mejor cuando además te hago sonreír, y no simplemente porque he dicho una guarrada, sino porque... No sé, porque te hago feliz, supongo.
-Geri...
-Pero si no vas a ser capaz de perdonarme no voy a torturarme por ello. No quiero estar contigo si tú vas a estar todo el rato pensando que estoy con otro cuando tú te das la vuelta. Y no quiero perder el tiempo en el cine si no estás seguro ni siquiera de por qué quedas conmigo -musitó, casi sin vocalizar. El semáforo se puso en verde y él volvió a clavar los ojos en el asfalto-. Si vas a pasar de mí hazlo ya. Si crees que puedes darme otra oportunidad, piénsatelo, pero no me jodas.
-¿Es un ultimátum?
-No. Es una petición razonable. Yo quiero que me perdones para poder estar contigo, para ser tu novio o como coño quieras llamarlo. Si tú quieres lo mismo, genial; si no, mejor no perdemos el tiempo -zanjó Gerard.
-Pero esto no funciona así.
-¿Por qué no?
-Porque no puedes decidir tener una relación con alguien a quien acabas de conocer.
-Pero no acabas de conocerme. Ya me conoces y ya sabes lo gilipollas que puedo llegar a ser -repuso, mirando a Cesc de soslayo mientras trataba de no salirse de su carril-. La pregunta es si crees que puedes vivir con ello. O si quieres hacerlo.
-Estás siendo muy injusto, ¿sabes? -le espetó-. Estás haciendo que parezca que si no funciona es mi culpa. Tú fuiste el que la jodió la primera vez, y tú la estás jodiendo la segunda.
-Joder, Cesc -se quejó-. Creí que estaba yendo bien esta noche, que nos lo pasábamos bien y que había chispa, y de repente me sales con el rollo de ser amigos -gruñó, como si la propia palabra fuera un insulto-. No esperes que vaya detrás tuyo a tratar de convencerte, porque estoy viejo para eso.
-No quiero que me convenzas, no es eso lo que estoy haciendo.
-Es que no sé qué cojones estás haciendo -farfulló, parando en otro semáforo y poniendo el intermitente para girar en la siguiente calle.
-Sólo intento protegerme.
-¿Y de qué te está sirviendo? -preguntó con cinismo.
Cesc se giró hacia él con violencia, con el ceño fruncido y la boca apretada.
-¿Por qué me tratas como si te debiera algo?
-Porque eres la primera persona que me gusta de verdad, joder, la primera que me da miedo romper, y he jodido a mucha gente -confesó, soltándolo todo de golpe, como si acabara de abrir la compuerta de una presa-. Y me haces sentir muy... indefenso, porque sé que, si quieres, tú también puedes joderme a mí. Y yo te digo todas estas mierdas que nunca le he dicho a nadie y tú hablas de ser amigos. Y ahora me siento súper gilipollas.
Abrió la boca para hablar, pero no fue capaz de decir nada. Él también se sentía bastante idiota. Piqué ni siquiera le había mirado mientras lo decía, pero podía notar cierta tensión en la manera en la que agarraba el volante, en la brusquedad de sus movimientos al tomar las curvas. Realmente estaba asustado, y Cesc sólo quería decirle que él también, que no quería hacerle daño y que nunca tendría que preocuparse si él le prometía lo mismo.
-¿Era por aquí? -preguntó, al acercarse a la calle en la que vivía Cesc.
-Puedes dejarme aquí si quieres, no hace falta que me lleves hasta la puerta.
-Da lo mismo.
-Es la segunda a la derecha. Lo siento -y lo dijo todo seguido, como si así él no fuera a registrarlo como una verdadera disculpa, como un 'la he jodido'. Gerard no contestó nada, y eso le puso aún más nervioso-. Ese portal. Puedes parar en la puerta del garaje.
Piqué paró, pero dejando el motor encendido, como si estuviera impaciente por irse.
-¿Me has oído? -le preguntó Cesc, soltando el cinturón de seguridad.
-Sí.
-Vale. Pues entonces...
-¿A qué viene ese cambio de opinión? -le cortó de repente, girándose hacia él. Cesc se encogió de hombros un poco azorado.
-Nunca llegué a creer que hablaras en serio del todo.
-¿De verdad?
-Sólo decías el tipo de cosas que quería oír, y...
-Joder, Cesc.
-Lo siento.
-Sientes muchas cosas.
-¿Estoy lleno de sentimientos? -replicó, y no pudo evitar reírse, casi avergonzado, antes de darse cuenta de que a Gerard no le parecía gracioso-. Mira, a lo mejor es bueno que los dos estemos un poco asustados -dijo, tratando de sonar convencido-. Así iremos con más cuidado, y si no te importa ir despacio... Bueno, eso es si no me odias ahora mismo y no quieres volver a verme.
-Puedo aprender a ir despacio -contestó sencillamente
Cesc sonrió con timidez.
-Tengo que irme. Les he dicho a mis tíos que no iba a volver tarde, no quiero que me estén esperando. ¿Hablamos mañana?
-Vale.
Puso la mano en el tirador, pero antes de abrir la puerta se volvió a mirarle una vez más.
-Oye, Geri... -Él soltó la palanca de cambios para encararle, y de repente notó cómo todas las palabras le abandonaban-. Esto...
Se quedó mudo. Piqué esperaba a que hablara y él se sentía incapaz de pronunciar ni una sola palabra, mudo como un idiota. Se acercó a él y juntó sus labios en un beso extraño y torpe, en un ángulo incómodo para los dos, y esperó que eso fuera suficiente como explicación. Gerard inclinó un poco la cabeza y le colocó una mano en la nuca, atrayéndole más mientras entreabría los labios y dejaba que su lengua se encontrara con de Cesc hasta sacarle un gemido ahogado. Cuando se separaron tardó un momento en volver a abrir los ojos.
-¿Esto significa que me llamarás mañana?
-Puede -repuso con malicia.
-A lo mejor te llamo yo.
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Salieron del restaurante cerca de dos horas después, habiendo mantenido una conversación mucho más distendida, conociéndose un poco más, hablando de sus gustos literarios, sus hobbies y el futuro viaje a Paris que la Escuela de Arte pensaba realizar esa Primavera. Esteban parecía haberse relajado e incluso había bromeado un par de veces con el hecho de que el libro favorito de Xabi fuese Sentido y Sensibilidad.
-Oh, perdóname. señor lamo-el-suelo-que-Murakami-pisa pero a algunos nos gustan los clásicos -protestó mientras caminaban en la noche fría y cubierta de niebla.
-A mí también me gustan los clásico pero…¿Jane Austen? Seguro que es porque te sientes un Darcy de la vida.
-En realidad me veo más como una Elizabeth
Granero se detuvo en mitad de la calle y estalló en carcajadas, con una risa sana y natural que hacía que Xabi se sintiera bien sólo por el hecho de ser él quien le hacía reír. Dio un par de pasos para quedar justo frente a él; Esteban dejó de reírse y él aprovechó para inclinarse sobre sus labios. Al principio la boca contra la suya permaneció inmóvil, fría y estática pero cuando Xabi había decidido darse por vencido y afrontar la cruda realidad, los labios de Esteban se entreabrieron y él pudo presionar los suyos con más fuerza, obteniendo un suspiro de recompensa aprovechándolo para colar su lengua en el interior y hacer el beso mucho más profundo y húmedo.
-Mmmm… -murmuró Esteban apretando los labios cuando se separon.
-No quiero que… -dijo Xabi-. No sé lo que pensarás de mí pero… ¿quieres venir a mi casa? No pasa nada si…
-Sí.
-Si no quieres y …
-He dicho sí.
-¿Sí?
-Ajá.
-Vale
-Bien.
Esteban se llevó las manos al los bolsillos traseros de su vaquero esperando un gesto o una palabra de Xabi pero este que había actuado por impulso no había muy bien que hacer o decir.
-Eh, ¿vamos? - preguntó Granero medio minuto después, cuando la situación estaba pasando a ser más que incomoda.
-Claro, sí. Un taxi. Tomemos un taxi.
Esteban asintió y los dos pusieron rumbo hacia la parada más cercana.
Xabi se sintió aliviado, esperaba que el trayecto a casa le diese tiempo a pensar en lo que había hecho y sobre todo en lo que iba a hacer. Porque ciertamente, no estaba seguro de nada.