Los últimos románticos (15.1/?)

Dec 11, 2011 16:17

Los últimos románticos, capítulo XV | Anteriores
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Rating/Advertencias: M | Palabrotas, sexo más o menos explícito.

Nota de autor: Esta vez sólo han sido dos meses, no podéis quejaros!! Por si habéis olvidado dónde nos habíamos quedado, os hemos preparado un pequeño resumen:


- Pep ha decidido irse a la India porque es un filósofo de la vida, y Villa y Piqué van a comprar el taller.
- Villa, por cierto, está viviendo en casa de los Piqué-Bernabeu desde que se fue de casa y decidió que era demasiado pronto para vivir con Silva.
- Juan ha perdido la virginidad con Marchena. Y tiene 18 años, así que no hace falta que os digamos cómo está hormonalmente.
- Mientras tanto, Xabi se ha subido al carro de los yogurines y ha accedido a tener una cita con Esteban, un compañero de la facultad de Bellas Artes de Mata.
- Álvaro está de exámenes y eso no son buenas noticias para nadie, especialmente para Raúl.
- Y hablando de exámenes, Silva suspendió uno por primera vez en su vida.
- Sergio sigue dándole vueltas a las insinuaciones etílicas que le hizo Fer, aunque él no las recuerde en absoluto.
- Cesc y Piqué decidieron tratar de averiguar qué es lo que quieren que pase entre ellos, pero nada es tan fácil como parece.

XV. (parte i)---
Sergio no llevaba más de diez minutos despierto cuando su móvil pitó con un mensaje.

no tengo nesquik en casa, me invitas a desayunar. llevo magdalenas

Tan típico de Fernando. Después de la catarsis del otro día era una persona nueva, sin tener que llevar sobre los hombros el peso de todas las decisiones que no se atrevía a tomar. Él, en cambio, cada vez estaba más confuso. Los últimos diez años de su vida los había pasando protegiendo Fer, asegurándose de que nadie nunca le hiciera daño porque él era frágil y especial y demasiado bueno, y cada pequeña cosa era capaz de destrozarle; y ahora Sergio iba a hacerle daño. Era inevitable, si seguía pensando en él de esa manera. Era lo único que sabía hacer, lo único que había hecho en toda su vida. No podía contar la cantidad de chicas agradables y simpáticas y dulces a las que había hecho llorar. Porque él era un capullo y un cerdo, y siempre lo había sido. Porque se acostaba con ellas y cuando se corría ya había perdido el interés. No quería tener que ser así con Fernando, pero no sabía ser de otra manera. No quería perder a su mejor amigo sólo por no saber mantenerla dentro de los pantalones.

No tardó en llamar a la puerta, sonriente y un poco despeinado y aún medio dormido. Entró y le dejó la bolsa de las magdalenas a Sergio en las manos.

-Ni siquiera te gustan las magdalenas, Niño.

-Por eso te las traigo. ¿No están tus padres? -preguntó, pasando a la cocina.

-Mi padre ha ido a llevar a Miriam a no sé dónde -dijo siguiéndole-. Mi madre habrá bajado a comprar, no la he visto.

-¿Entonces nadie me va a ofrecer un zumo de naranja?

-¿Tampoco tienes naranjas en casa? -bufó.

-¿Y tú no tienes sentido del humor? ¿O es que te acabas de levantar?

-Perdona.

-Tienes suerte de que yo me levante fresco como una rosa -bromeó, sonriendo aún más ampliamente, y la cara se le llenó de arruguitas y Ramos tuvo que volver a convencerse de que todo era una mala idea.

Torres empezó a abrir armarios y a sacar tazas, cartones de leche y paquetes de galletas, y antes de que pudiera darse cuenta le había preparado un vaso de Nesquik y estaba mojando en el suyo trozos de bizcocho que ni siquiera sabía de dónde había sacado.

-¿Te vas a sentar o qué?

-Ni siquiera preguntas si ya he desayunado…

-Como si no te conociera. No te has preparado el desayuno en tu vida. Ni el desayuno ni nada.

-Sé hacerme un vaso de leche.

-Pero eres un jodido vago y prefieres pasar hambre a mover un dedo. Se te va a enfriar -insistió, señalando su taza.

-¿Qué estás haciendo?

-No hago nada.

-Estás más… Menos… -Sergio frunció el ceño y le miró fijamente-. Estás haciendo algo y no me gusta.

-Estoy tratando de disculparme por haber sido un gilipollas el otro día, ¿vale? Estoy tratando de ser amable. Tampoco es una cosa tan loca.

-Deja de hacerlo.

-¿Por qué?

-Porque no tienes que disculparte por nada -contestó apocadamente, cogiendo una magdalena de la bolsa-. Creí que había quedado claro.

-¿Entonces qué coño te pasa?

-¿A mí?

-Sí. No soy yo el único que está raro.

-A mí no me pasa nada -aseguró Ramos.

-¿Entonces a qué juegas?

-No estoy… Mira, está todo bien, ¿vale? -zanjó-. Déjalo.

-No está bien porque te di un puñetazo, y ya sé que pego como un niño de jardín de infancia, pero la intención estaba ahí, y yo de verdad quería hacerte daño.

-No querías hacerlo.

-Claro que sí.

-Cuando quieres hacer daño lo haces. No sabes dar puñetazos, pero sabes hablar mejor que nadie.

-¿Qué se supone que significa eso?

-Que si hubieras querido dar donde duele lo habrías hecho. No estoy enfadado. No hay razón.

-Esta semana apenas te has atrevido a mirarme. Ni me has llamado para ir al gimnasio…

-En serio. Déjalo -masculló, acercándose a coger una cucharilla de un cajón.

-Sergio.

-Fernando.

Él se levantó también y le obligó a encararle, poniéndole una mano abierta sobre el pecho y empujándole hasta quedar con los riñones contra la encimera de la cocina.

-He hecho muchas cosas mal y me he pasado la vida esperando a que me saques de ellas. Y he sido muy injusto contigo, y tienes todo el derecho a estar enfadado. Así que enfádate -suplicó-. Por favor.

Sergio sonrió casi a su pesar.

-No puedo.

-¿Por qué? ¿Ahora qué coño pasa? -preguntó él, irritado.

-Tienes bigote de chocolate -dijo, y se le escapó una carcajada-. Ya sé que intentas hablar en serio, pero no puedo…

-Vete a la mierda -replicó, sin poder evitar sonreír, y se lo quitó con el dorso de la mano.

-Y deja de ser un capullo, Niño. ¿Cómo voy a estar enfadado contigo? ¿No ves que es imposible?

-¿Entonces?

-No sé, no es nada -mintió-. Una semana jodida.

-¿En serio?

-En serio.

Él respiró hondo y soltó el aire con resignación.

-Para lo simple que eres, tienes unos rollos en la cabeza muy raros.

-Y para lo listo que eres tú, dices muchas gilipolleces.

Fer entrecerró los ojos y fingió molestarse sólo durante un momento, antes de volver a sonreír y echarse sobre él a darle un sonoro beso en la mejilla.

-Te pase lo que te pase, estoy aquí -dijo, tomando su cara entre las manos, aún demasiado cerca de él y totalmente ignorante de lo que eso suponía para Ramos-. Ya sé que no te gusta hacerlo, pero tienes que contarme las cosas, porque voy a estar aquí. Para lo que sea. Matar a alguien, deshacerme de un cadáver, ser testigo en una boda de penalti… -enumeró, no completamente en broma-. ¿Vale? Lo que sea.

-Vale -contestó él a media voz.

-Y no me vuelvas a dar uno de esos sustos. Con lo que yo te quiero, cabrón.

Torres volvió a sonreír, todos los problemas olvidados, y los ojos parecieron iluminársele. Sergio supo que era estúpido evitarlo, que lo único que quería hacer, lo que había querido hacer toda la vida, era ver sonreír a Fernando. Hacerle sonreír hasta que le dolieran las mejillas. Y que esa sensación en la boca del estómago que le provocaba no iba a desaparecer sólo porque se lo pidiera por favor. Ni iba a desaparecer esa fuerza invisible que tiraba de él, que le obligaba a fijarse en la manera en la que se humedecía los labios y le hacía preguntarse qué sentiría si los besara.

-Ququi -oyó de repente a su madre gritando desde la puerta de la entrada, y algo invisible se rompió en el aire-, he traído pollo para hacerlo al chilindrón. Ay, Fernando, cielo -dijo, en cuanto entró a la cocina-. Que no sabía que estabas aquí.

-He venido a desayunar -contestó, acercándose a darle un beso. Sergio no pudo evitar pensar que si su madre hubiera tardado dos minutos más, si hubiera habido más gente en la cola de la panadería, ese beso habría sido para él. Y habría sido otra cosa.

-¿Te vas a quedar a comer?

-Ay, no, no puedo -dijo con auténtica pena-. Trabajo esta tarde.

-Pues iba a hacer pollo al chilindrón -insistió, sacando un pollo enorme de una bolsa.

-Eso he oído. Y no te creas que no me dan ganas de quedarme, pero es que entro a las dos.

-Ay, lo que trabaja este chiquillo. ¿Eh, Cuqui?

-Sí, mama.

-A ver si se te pega un poco. ¿Qué tal está tu madre? -preguntó, volviéndose hacia Fernando-. A ver si la llamo un día de estos.

-Bien, como siempre -respondió, pero Paqui ya estaba cuchillo en mano, raspando las últimas plumas del pollo, y sabía que la conversación había terminado.

-Vamos al salón -dijo Sergio arrastrándole fuera, aunque no sabía si iba a poder recuperar el momento que habían tenido. O si debía hacerlo.

-La verdad es que tendría que irme. Ni siquiera me he duchado.

-Pero…

-De la que voy para el curro te llamo, ¿vale? -dijo, buscando el abrigo que no recordaba dónde había puesto-. Acuérdate de lo que he dicho.

-Vale.

Fernando volvió a sonreír y arrugó la nariz.

-A ver si yo me acuerdo de traer Nesquik, porque sino me tienes aquí mañana -dijo mientras abría la puerta-. Nos vemos.

-Adiós. Ten cuidado -se le escapó, sin venir a cuento.

-¿Con qué?

-No sé. Con todo. Supongo -contestó un poco estúpidamente.

Eso le hizo reír otra vez, y lo cierto fue que sólo por eso mereció la pena sentirse idiota.

---

Geri y David lo tenían todo hablado, casi hecho. No había papeles de por medio, eso estaba en manos de Joan, el padre de su futuro socio, pero el hecho era que estaban a punto de dar un paso más. Quizás el paso más importante de sus vidas. Por lo menos en el terreno laboral.

Iban a montar un taller.

Más concretamente iban a comprarle a Pep el suyo, y eso tendría muchas ventajas. Una lista de clientes fieles, proveedores con lo que no tenían más que seguir trabajando de la misma manera que el anterior dueño había hecho y el taller iría sobre ruedas. También tendrían un montón de problemas, como hacer ver a clientes y proveedores que, pese a su inexperiencia y su corta edad, serían capaces de sacarlo adelante.

Iban a hacerlo.

David se había despertado esa mañana de un humor excelente, los papeles estarían esa misma tarde y podrían presentarse ante el abogado de Pep, que había resultado ser nada más y nada menos que Xavi, y firmar y el taller sería suyo.

Se duchó con tranquilidad, busco una camisa que le diera un aspecto respetable y unos vaqueros no demasiado rotos. Cuando se miró al espejo la imagen que este le devolvió era la de un futuro hombre de negocios, o eso pensó él.

-Geri - dijo golpeando la puerta - ¿Estás despierto?

Un gruñido fue la única respuesta que obtuvo. Entreabrió la puerta y asomó la cabeza,

-Tío, un día tan importante como este y tú aún en la cama.

-Anoche me acosté tarde -respondió con voz pastosa.

-Creí que no ibas a salir.

-Y no lo hice, pero me quedé hasta las tantas hablando con Cesc por el Messenger.

-¡Oh, que bonito! -se acercó a la cama y tiró de las mantas- Venga so vago, tenemos un montón de cosas que hacer.

-Joder, coño. Joder -dijo tapándose con la almohada- No hemos quedado con Pep hasta a las seis.

-Pero tenemos que ir al banco, al ayuntamiento y a hablar con la tienda de repuestos del Bolo.

-No tenemos el puto taller, y ya me estoy arrepintiendo. Vamos a tener que llegar a alguna especie de acuerdo. Uno en el que tú lo hagas todo y yo me lleve los beneficios.

-Ja, ja muy gracioso. Vamos, date una ducha rápida y nos vamos.

-Ahg -se quejó poniéndose en pie por fin.

Villa le dejó lamentándose y murmurando mientras rebuscaba en el armario y bajó hasta la cocina donde se sirvió un café bien cargado. Montse, la madre de Geri, les había dejado unas galletas y bizcochos en un plato sobre la encimera, y él picoteó de una de ellas aunque fue incapaz a terminarse la simple galleta que tenía en la mano. Tenía un hormigueo constante en el estómago, un nudo que llevaba ahí desde que había hablado con su amigo y su padre y había oficializado su futura sociedad.

Los padres de Gerard iban a poner el dinero de su hijo y una parte del de Villa. Al principio no le había hecho mucha gracia, quería hacer aquello él sólo, pero no sabía cuánto tiempo tardaría en reunir el dinero o, lo que es peor, si lograría hacerlo antes de que Pep vendiese el taller a cualquier otro. Así que tras varias charlas con su amigo, y la firme promesa a los Piqué de que les devolvería íntegramente la parte que había puesto por él, se había lanzado.

Hablar con Pep había sido lo más sencillo, su amigo había tomado la decisión de dejar el negocio y la ciudad hacía ya tiempo, pero nunca llegaba ese instante en que parecía el correcto. Pero cuando supo de los intereses de los chicos, sumado a la finalización de su carrera, todo parecía perfecto. Podría vender su taller y conseguir el dinero que buscaba para financiarse su ansiado viaje a la India.

Lo cierto es que David y Gerard había flipado un poco cuando Pep les contó sus futuros planes, puesto que eran la primera vez que le oían hablar de ello, pero parecía tan convencido, tan seguro de si mismo que no podían hacer o decir otra cosa que no fuera apoyar su decisión, y “aprovecharse” de la situación para cumplir con su deseo.

Todo parecía ir sobre ruedas. Por eso Villa estaba tan nervioso, no parecía real, no parecía lógico que las cosas fuesen tan sencillas, como si nada pudiera irles mal, como si empezar un negocio a su edad, y con su pocos conocimientos fuese lo más normal del mundo. David sabía que aquello no era más que el principio, que les quedaba un largo camino por recorrer y que puede que las cosas fuesen ahora sobre ruedas pero no tardarían en torcerse. Siempre había sido así. Siempre era así.

Gerard parecía un poco más despejado después de la ducha, se metió un par de galletas en la boca y se sentó frente a él. Villa le sirvió una taza de café

-No voy a ser tu chacha -le recriminó. Él asintió- Joder, ¿no puedes tomarte nada en serio? Esto es importante.

-Lo sé. Lo sé -dijo tranquilamente- Pero tú estás un poco desquiciado, y ni siquiera tenemos aún un puto problema. No sé que cojones va a pasar cuando falle algo, te dará un ataque al corazón. Por lo menos.

-Vale, reconozco que estoy un poco histérico.

-¿Un poco? -se mofó dando un sorbo a su café-. Es como si tuvieras un palo metido en el culo y alguien lo hiciese girar. No paras de dar saltitos.

-Esto es importante para mí, Geri. Me lo juego todo. Si la cago, lo hago de verdad.

-Lo primero, no la cagarías tú solo. Lo haríamos juntos. Y yo también me estoy jugando mucho aquí. Puede que mis padres me apoyen en esto, pero no quiero defraudarles, quiero demostrarles que puedo hacerlo bien.

-Ya.

-Y no sólo a mis padres. También, bueno... Cesc...

-Joder, si que te ha dado fuerte con el empanao -le interrumpió, y Gerard agradeció no haber tenido la oportunidad de acabar de decir lo que estaba pensando.

-Cuando estoy con él quiero ser mejor persona, ¿sabes? Por él, pero por mí también. Es la primera vez que me siento así.

-Bien, pues para que no la cagues… no la caguemos -se corrigió así mismo- Tomémonos esto en serio. Es nuestro futuro.

-Joder, ahí sin presiones.

-Lo siento pero es la verdad, vamos a coger el toro por los cuernos. Vamos a montar el puto mejor taller de todo Madrid. ¿Me oyes? El mejor, nada de medianías, vamos a darlo todo y a hacer que flipen.

-Podrías haber sido futbolista, ¿eh? Con todo esto del compromiso, y las arengas al equipo. Si no tuvieras dos pies izquierdos.

-Gilipollas.

---

Normalmente, para Raúl era fácil hacerle regalos a Álvaro. Siempre es fácil regalar cosas a gente con muchas aficiones. Sólo necesitaba estar atento y captar las señales que le llegaban cada vez que iba con él a la Fnac, por ejemplo, y le veía coger algo, mirarlo con deseo y girarlo en sus manos para echar un vistazo a la etiqueta con el precio. Y entonces su frente se arrugaba, intentando echar cuentas. Cuántos ordenadores tendría que arreglar, cuántas clases de física tendría que dar a los amigos de su hermano pequeño para poder permitirse ese capricho. Y Raúl se lo apuntaba en una pequeña lista mental de cosas que Álvaro quería pero no se atrevería a comprarse, porque siempre había algo más importante en lo que gastarse el dinero. El seguro del coche y la gasolina y el próximo plazo de la matrícula de la universidad... Y el pack de DVDs de The Wire o el muñeco de Samuel L Jackson en Pulp Fiction no eran algo que necesitara. Pero eran algo que quería, así que Raúl se lo regalaba. Por Navidad y por su cumpleaños cada año desde hacía tanto tiempo que empezaba a quedarse sin sitio en la estantería de su habitación para guardarlo todo.

Pero ese cumpleaños era distinto, porque era el primero y tenía que ser especial. No valía con comprarle la trilogía del Padrino en Blu-ray en edición especial, que venía con un libro sobre el rodaje y una camiseta con la cara de Vito Corleone, todo metido dentro de un peluche con la forma de una cabeza cortada de caballo. Lo había comprado por Amazon, y era una jodida pasada, y sabía que le iba a encantar, pero necesitaba algo más especial.

Ya le había convencido para que se pasara por su casa después de su examen de esa tarde, y le había prometido que no le dejaría dormir allí ni aunque se lo pidiera muy por favor, porque realmente necesitaba madrugar. Raúl lo juró por Batman, y por enésima vez se negó a decirle cuál iba a ser la sorpresa.

Lo siguiente que necesitó fue convencer a David para que le dejara el piso para él solo.

-Es su cumpleaños, y sólo será un rato -argumentó, con su mejor cara de negociante-. Porfi, porfa, venga, por favor.

-Vale -contestó él sencillamente.

-¿En serio?

-Sí, iba a pasarme la tarde en la biblioteca de todas maneras.

-Eres el mejor -exclamó, dando un saltito emocionado y acercándose a besarle en la cabeza como si fuera un perrillo.

-Pero no uséis mi cama -le advirtió-. En serio.

-No, no, claro.

-Raúl, te lo estoy diciendo en serio.

-Coño, que ya.

Así que ese día saldría del trabajo a las cinco, como todos los días, y se marcharía trotando nerviosamente hacia la parada de autobús, repasando en su cabeza una y otra vez todo lo que tendría que hacer al llegar a casa. Con suerte tendría una hora para prepararlo todo. Con algo menos de suerte, si a Álvaro le habían jodido con el examen y lo había entregado en blanco, ya estaría esperando frente al portal y todo sería un desastre.

---

La cuarta vez que Álvaro tuvo que ignorar una llamada de Sergio se le ocurrió que a lo mejor, y sólo a lo mejor, era algo importante, así que dejó sus apuntes sobre la mesa y salió a la calle, pasando antes por la máquina expendedora a cogerse una Coca-Cola Light. Cuando estuvo sentado en los escalones de la entrada, junto a todos los que habían salido a charlar o a fumarse un cigarro, sacó el teléfono y le llamó.

-Hostia puta, macho. Menos mal que no me estoy muriendo -fue su saludo al descolgar.

-Estaba en la biblioteca -se excusó Álvaro-. Disculpa si no estoy a tu disposición veinticuatro horas al día.

-Me vale con que tengas un rato para mí esta tarde. ¿Para comer?

-No. Como con mi abuela. Es una tradición pre-exámenes.

-Macho -replicó, alargando las vocales con teatralidad-. ¿Y luego?

-Cuando salga he quedado en ir a ver al Chori. No sé, ¿y si le llamas a él? -sugirió, aunque sabía perfectamente que era una mala idea.

-Joder. No.

-Supongo que es sobre Fer. Me encantaría ayudarte, pero es que es un mal día, no tengo tiempo de nada.

-En algún momento tendrás que hacer un descanso, ¿no? Sólo te pido cinco minutos.

-Sergio…

-Es que no sé con quién hablar.

Álvaro suspiró y miró su reloj. No iba a aprenderse nada que ya no se supiera, y suponía que podía sacar un cuarto de hora para tomarse algo con él. Sabía que si no fuera realmente importante no estaría pidiéndoselo, porque Sergio no era el tipo de persona que se permitía ser vulnerable de esa manera.

-¿Qué es lo que te pasa ahora?

-Creo que voy a pedirle que salga conmigo.

-¿Qué?

-Una cita.

-Jesús, María y José -musitó alarmado-. Ven a la biblio como en media hora.

-Vale. Gracias, tío.

-No hay de qué.

-Oye… y dónde está eso.

-¿La biblioteca?

-Sí.

-¿En serio me lo estás diciendo? Está como a dos minutos de tu casa.

---

Habían estado toda la mañana de un lado para el otro, peleándose con los del banco para abrir una cuenta conjunta para el taller, discutiendo con los del ayuntamiento por los permisos necesarios para la obra que iban a hacer para acondicionar el taller a sus necesidades, y habían vuelto al banco al final de la mañana a firmar unos papeles que habían olvidado. Por fin, cerca de las cuatro, estaban sentados en un McDonalds engullendo un par de hamburguesas cada uno.

-Macho, quedar con vosotros dos últimamente es imposible -se quejó Busi al llegar.

-Trabajo.

-David.

Mintieron los dos.

No habían sido capaces de hablar con Busi, de contarles sus planes de futuro porque aún estaban en el aire y ciertamente porque ninguno de los dos sabían como contarle lo de Pep.

-Ya, pero al menos podías coger mis llamadas -protestó Busi refiriéndose a Gerard mientras le robaba un par de patatas fritas-. Necesito cambiar los faros de atrás del coche. Y si hubiese sabido que estabas todo el día en el taller me habría pasado por allí.

-Pero, ¿Tere te deja tiempo? -le picó Villa- Porque si últimamente no se te veía el pelo a ti, era porque pasabas todo el día pegado a ella.

-Es mi novia -se defendió.

-Ui, calla, calla que esto va en serio -se burló Piqué.

-Pues sí, parece que voy a sentar la cabeza -dejó caer

-Hostia, ¿la has dejado preñada?

-¡Qué dices, gañán! Sólo que las cosas van muy bien, estamos de puta madre.

--Oh, guay, tío. Guay -Villa le dio una patada a Piqué debajo de la mesa- ¡Au!. ¿Qué? -le preguntó sin saber muy bien que pretendía con ello.

-Joder… -murmuró- Lo cierto Busi, es que… tenemos algo que contarte.

Sergio dejó caer la patata que se llevaba a la boca y les miró alternativamente.

-No me jodas…. No me jodas -balbució.

-¿Qué? -preguntó Piqué que seguía sin enterarse de nada.

-Vosotros... ¿vosotros dos? -dijo juntando los dedos mientras les señalaba a ambos.

-¡Qué? -exclamó Villa-. Estás gilipollas, anormal. No seas idiota.

-Hostia, yo que sé. Me dices que tienes algo que contarme, bueno… los dos y ¿qué quieres que piense?

-Macho, cualquier cosa menos que estamos juntos.

-¿Lo cualo? -preguntó Piqué-. Serás memo -dijo antes de arrearle una colleja-. Que a mí las cosas con Cesc me empiezan a ir bien, no andes pensando en mamonadas.

-Y yo con Silva estoy de vicio

-Vale, entonces ¿qué está pasando?

-Vamos a comprar el taller del Pep -soltó Piqué.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Porque quién mejor que nosotros para comprarle el taller -añadió Villa.

-Ya, claro. Lo que quiero decir es ¿por qué va a vender el taller?

-Ah, pues porque se pira.

-¿Irse?

-Algo de un viaje a la India, o de irse a vivir a la India -explicó Piqué- No lo pille muy bien.

-Tengo que… acabo de recordar que… -se le atoraron las palabras en la garganta- Será mejor… ¡Adiós!

Busi les miró una vez más y se levantó tan rápido como había venido.

-Eso es, tío -protestó Villa, volviendo a darle una patada-. Tal y como habíamos quedado. Con sutileza y tranquilidad.

-Macho, que se lo ha tomado a la tremenda.

-Si no le hubieses soltado la puta bomba nuclear como si nada...

-Joder, que tampoco es para tanto -se defendió.

-No, sólo acabas de decirle que el tío por el que lleva colado cuatro años se larga a la otra punta del mundo.

-Pero si había dicho…

-¿Y? Es Busi tío. Busi y Pep, ¿has olvidado la cara que se le pone cada vez que le ve?

-No, claro. Que no. La he cagado bien, ¿no?

-Pero bien, bien.

---

Eran las seis y media pasadas cuando llamaron a la puerta. Raúl se miró al espejo del baño una última vez y decidió que fuera lo que Dios quisiera. Se asomó a la mirilla para comprobar que era Álvaro, y abrió. Su cara inicial fue de desconcierto, que poco a poco fue transformándose en una sonrisa, cada vez más amplia con cada segundo que su cerebro tenía para procesar lo que estaba haciendo.

-¿Raúl? -preguntó, bastante sorprendido, cerrando la puerta tras de sí-. ¿Qué coño…?

-No soy Raúl. Soy... soy un soldado que se ha olvidado de su nombre, pero creo que lo tengo apuntado en un post-it.

-Es igual -musitó Álvaro, rodeando su cintura desnuda bajo la tela roja que suponía que hacía las veces de manto-. ¿Y yo quién soy?

-Tú eres Leónidas, mi rey.

-Ostras -exclamó-, pero no vengo vestido para la ocasión. Tendría que haberme traído mi casco de espartano.

-No vas a necesitar ropa para lo que tengo preparado -replicó Albiol, tratando de sonar juguetón-. Para lo que Jerjes tiene preparado, quiero decir.

-¿Jerjes también está metido en este embolao? -dijo, colando los pulgares bajo la goma de los slips negros de Raúl, que aparentemente trataban de recordar al taparrabos de cuero que los espartanos llevaban en la película.

-Joder, claro. Jerjes va a atacar Esparta en veinticuatro horas -le informó, con tono alarmista-. Tenemos dos opciones, reclutar a trescientos soldados e ir a plantarle cara y a morir con honor...

-Suena bien.

-O aprovechar nuestros últimos momentos de vida para hacer el amor como locos, Leónidas.

Álvaro rió ante el tono tan serio de Raúl, tan de estar creyéndose su papel.

-Confieso que eso suena mejor -murmuró contra su cuello-. No es lo que haría un verdadero espartano...

-Nuestra civilización va a acabar desapareciendo de todas maneras -le interrumpió, mientras iba abriendo la cremallera de su abrigo-. En unos siglos seremos un país triste en el que el fútbol es muy aburrido y la economía funciona fatal.

-Eres muy convincente.

-Claro que lo soy.

-Tendré que ir a consultar con el Oráculo -le picó.

-Nada de eso. Tenemos que ir al desfiladero de las Termópilas ahora mismo. Es un asunto de máxima urgencia.

-¿Lo de follar? -dijo, con una carcajada.

-Sí. Si sólo nos queda un día en el mundo, no quiero perder ni un segundo -zanjó, antes de besarle con decisión en la boca-. Quiero pasarlo contigo.

Álvaro cerró los ojos, mordiéndose una sonrisa.

-Esto es lo más romántico y lo más tonto y lo más loco que nadie ha hecho por mí. En toda mi vida. No sé si reírme o llorar o vomitar arcoiris.

-No llores, no me jodas. Y no te salgas del papel.

-Vale, perdona. Uhm... pues llévame a las Termópilas, rudo soldado -dijo, sin poder evitar que la risa se colara entre las palabras. Albiol cogió su escudo y su espada de cartón y arrastró a Álvaro al salón.

-Lo vamos a hacer en el sofá, porque le he pedido a David que no aparezca por aquí esta tarde.

-¿Y esto son las Termópilas? -preguntó, mirando el panorama, que no era muy distinto de cualquier otro día-. Ya podías haber invertido en un poco de cartón-piedra o algo.

-Vete a la mierda -replicó, dándole una estocada con la espada-. Ponle imaginación. ¡Esta noche cenaremos en el infierno!

-Cenaremos donde tú quieras, siempre que invites. Yo no me voy al catre con cualquier soldado que me ponga ojitos -bromeó, tirándose en el sofá y haciéndole un gesto a Raúl para que le acompañara. Él se colocó a horcajadas sobre su cadera, apartando el manto rojo con un movimiento un poco torpe.

-No soy un soldado cualquiera. En esta historia yo soy el amor de tu vida.

-Ah, perdona. Entonces la cosa es distinta -murmuró, tomando a Raúl de la nuca e incorporándose para besarle mientras él colaba las manos bajo su camiseta para quitársela. Le besaba con lentitud, saboreando el momento y grabando a fuego en su mente todos los pequeños detalles; cada suave roce entre sus cuerpos que lanzaba corrientes eléctricas a lo largo de su piel, el crujido de los cojines del sofá bajo su peso, la humedad de la boca de Raúl y los pequeños suspiros que escapaban de sus labios. Su lengua, que ya era tan familiar, y esa manera que tenía de tentarle con ligeras caricias contra sus labios. Álvaro no podía dejar de sonreír como un tonto.

-¿Qué pasa?

-Nada.

-Deja de reírte.

-No puedo parar, y empieza a dolerme la cara -reconoció, mientras llevaba una mano a través de la suave espalda tibia de Raúl hasta agarrarle el culo. Le miró a los ojos antes de pegar la frente contra la suya-. Si se me escapa algún comentario muy ñoño, no me lo tengas en cuenta.

-Vale. Ahora fóllame. -Álvaro coló la mano bajo el slip negro y tomó la erección de Albiol entre sus dedos. Estaba dura y húmeda, pidiendo ser tocada. -Sin romanticismos ni hostias, métemela.

Con una mano alcanzó el botón de sus vaqueros, que trató de bajarse sin separarse del cuerpo de Raúl, que a su vez trataba de desprenderse de su ropa interior, lo que resultó ser bastante incómodo y muy complicado. Él no dejó de besarle, arañándole con su barba de dos días.

-El pringue... -Él estiró la mano sin mirar siquiera, y cogió de la mesa el botecito de lubricante. -Vaya, estabas preparado. Empiezo a pensar que este era tu plan desde el principio -bromeó entre jadeos, antes de que Raúl le silenciara con sus labios otra vez.

Pegó un respingo cuando notó los dedos de Álvaro preparándole, fríos y suaves, y estiró la espalda instintivamente, buscando el ángulo correcto. No tardó en sentir la presión en su entrada, la tensión del cuerpo de Arbeloa esforzándose por ir despacio, por controlar las ganas de ensartarle con un golpe brusco, de sentirse hundido en él hasta el estómago. Raúl le clavó los dedos en la cintura cuando le sintió hundirse lentamente en él, milímetro a milímetro, y Álvaro esperó hasta que le dio esa señal no escrita, ese pequeño jadeo, esa media sonrisa imperceptible.

-Te quiero. Muchísimo.

-Ya lo sé -musitó Raúl.

---

Busquets puso rumbo al aparcamiento donde había dejado su viejo Peugeot. En la calle hacía frío y el viento helado le golpeó en el rostro, sacudiéndole tanto como la noticia que Piqué acababa de darle.

Era imposible. No podía ser real, tenía que ser una broma, una de las más molestas que su amigo podía gastarle, pero una vez hablase con Pep y él confirmase que todo era una mentira se sentiría mucho mejor, la presión en su estomago desaparecería, así como ese temor que amenazaba con extenderse por todo su cuerpo.

Sólo tenía que hablar con Pep y aclarar las cosas.

-Te vas -le dijo abriendo la puerta del pequeño despacho.

-Hola, Sergio. ¿Pasa algo?

-Te vas -repitió.

-¿Irme? Oh, has hablado con Gerard y David.

-Te vas -dijo una vez más completamente derrotado.

-Lo cierto es que sí, la idea ha estado rondando por mi cabeza durante los últimos meses, y creo que es una gran oportunidad.

-Pero…
-Los chicos harán un gran trabajo con el taller, y yo necesito hacer esto. Viajar a la India, descubrirla, descubrirme.

-Pero, no puedes -musitó.

-¿Qué?

-No puedes irte.

-Vamos, Sergio. Claro que puedo. No hay nada que me lo impida en cuanto firme esos papeles -le dijo señalando una carpeta sobre la mesa, Busi estuvo a punto de estirar la mano y romper todos y cada uno de esos malditos documentos.

-No puedes…. No puedes -susurró- No puedes dejar... dejarnos

El se rió suavemente y se levantó con tranquilidad.

-Claro que sí, el taller está en buenas manos. Confío en ellos, y además te tienen a ti para hacerles razonar de vez en cuando.

-No, yo…no… -levantó la mirada, clavándola directamente en él-. No puedes, por favor.

-Sergio… -Pep dio un paso dubitativo, extendiendo una mano para llevarla hasta su hombro, pero Busi se apartó como si hubiera estado a punto de tocarle con un hierro candente.

-Ellos te necesitan, esto no será lo mismo sin ti. Tú puedes…puedes guiarles, estar allí para ellos.

-Tendrán que hacerlo solos. Les conozco, sé que podrán hacerlo.

-No, no podrán. Te necesitan. Pep, no lo hagas

-He tomado una decisión.

-¿Por qué ahora?

-Es un momento tan bueno como cualquier otro. Es mi momento.

-Mientes -dijo envalentonándose-. No tomarías una decisión tan importante sólo porque es el momento, te conozco.

-Lo cierto Sergio, es que no. No lo haces. Crees que sí, pero no soy el tipo de persona que piensas que soy.

-Lo eres, lo sé -comenzaba a temblarle el labio inferior, todo estaba a punto de irse al garete.

-Sólo porque lo creas no significa que sea cierto -alzó las manos y las dejó caer sobre sus hombros- Quizás yo he dejado que… que pensarás que sí, pero…

-Pero…¿qué?

-No he actuado bien aquí, lo siento -dijo presionando los dedos contra él-. Perdóname, Sergio.

-Yo…

-¡Estás aquí! -Xavi entró en ese preciso momento- ¡Hey, Sergio! ¿qué tal?

-Bien, bien -dijo separándose de Pep.

-¿Cómo ves el final de la liga? ¿Crees que nuestros pequeños tienen alguna oportunidad?

-Claro, que sí -añadió Pep-. Con Busi como entrenador los chicos lo tienen todo hecho.

-Por supuesto, haces un gran trabajo con los niños, Sergio. De verdad, muchas gracias -dijo dándole unas palmadas en la espalda.

-Yo… no es… no es nada -comentó agachando la cabeza-. Yo creo que, bueno yo… me iba.

-¿Tan pronto? Tus amigos deben de estar al llegar para firmar los papeles.

-Ya, sí. Pero he quedado.

-Que pena, pues te veré el sábado en el partido.

-Claro. Adiós, Xavi. Adiós Pep.

Salió de allí tan rápido que ni siquiera pudo oír la despedida de los otros dos. Le palpitaban las sienes, y tenía un nudo en la garganta tan grande que tenía la sensación que estaba a punto de ahogarse. Corrió hacia el final de la calle donde había dejado aparcado su coche, y se subió tan rápido como pudo. Sin embargo una vez allí dentro fue incapaz de arrancar, estaba paralizado, las palabras de Pep le habían robado la movilidad, pero a su alrededor todo se movía vertiginosamente, y empezaba a sentir nauseas sólo con pensar en ello.

Pep se iba. Dejaba el taller, la ciudad. Lo dejaba todo. ¿Por qué? No lo sabía, pero aquella estúpidas excusa del momento no iba a servirle. Le sudaban las palmas de las manos, y los dedos le temblaban como si acabase de sufrir un ataque. Iba a perderle.

-Y ¿qué más da? - se preguntó en voz alta-. Que se vaya, ya no importa. Tienes a Tere, estás bien con ella. Lo demás no importa. Pep no importa.

Que fácil sería todo si fuese capaz a creer aquello, si pudiese hacerlo realidad. Pero en su interior sabía que la tormenta se había desatado, que todo lo que había contenido esos meses con Teresa se había desbordado. Ahora que no había marcha atrás. Cuando Pep decidía que aquel taller, aquella ciudad no eran suficiente para él.

Y encima se atrevía a decir que no lo conocía.

Lo hacía, a la perfección. Sabía como pensaba, las cosas que le importaban de verdad, sus motivaciones, sus razones, todo lo que Pep era, Busi lo sabía. Y puede que quisiera mentirle, que tratara de hacerle ver que estaba en un error, pero Sergio no iba a caer en eso. Puede que fuese un ingenuo muchas veces, que pecase de inocente en otras y que la mitad de las veces perdiese las cosas por no intentarlas, pero le conocía, sabía quién era. Y por eso le quería de esa manera, que hacía que sólo con verle se le atorasen las palabras y en sus mejillas se extendiera el calor y la pasión que sólo él había hecho sentir.

El teléfono en el interior de su bolsillo comenzó a vibrar, sacándole de sus pensamientos.

-¿Sí?

-Hola cielo, ¿Dónde estás?

-¿Qué?... Dios, mierda, Tere lo siento.

-¿Qué pasa?

-Se me olvidó por completo. Olvidé que tenía que irte a buscar. Aún estoy en el barrio.

-Oh -musitó ella- No pasa nada, cielo, cogeré el autobús.

-No, no, espera, estaré allí en veinte minutos. ¿Por qué no das una vuelta por las tiendas y cuando llegue te doy un toque?

-No seas bobo. No voy a hacerte venir hasta Móstoles. Me cojo el 523 y en cuarenta minutos estoy en mi casa.

-No, he dicho que iba a buscarte e iré -respondió de malas maneras.

-Sergio… ¿pasa algo?

-Nada. No pasa nada. Espérame dentro del Xanadú.

Colgó antes de que ella pudiese replicarle. Tomó aire un par de veces y arrancó el coche. No había demasiado tráfico así que podría estar allí en el tiempo estimado, pero no podía dejar de pensar en Pep y en todo lo que había sucedido, lo que iba a pasar, así que estaba despistado y se pasó la salida hacia Móstoles casi sin darse cuenta. Mientras, maldecía a su subconsciente trataba de pensar en Tere, en su novia, dulce y cariñosa, con esa risa estruendosa de la que se avergonzaba cada vez que no podía controlar, y sus manos pequeñas y su piel suave y todo lo que habían hecho, y lo que tenía por hacer.

Pero el recuerdo, la imagen de Pep estaba allí, golpeando en el interior de su cerebro, para recordarle que hacía cuatro años que estaba colado por él, que llevaba todo ese tiempo buscando excusas para pasarse por el taller sólo para verle unos minutos y con suerte intercambiar unas cuantas palabras.

Sabía que su idea de amor era estúpida, absurda y se acercaba más a un amor adolescente que a un amor serio y real, pero era lo que sentía, lo que le había hecho levantarse de buen humor las mañanas más grises. Lo que le llenaba de esperanza cuando todo parecía ir mal. Y la sola idea de perderlo, hacía que todo se desmoronase a su alrededor.

Casi sin darse cuenta estaba aparcando en el centro comercial, y dándole un toque a Teresa, y con la misma rapidez ella se había presentado bajando las escaleras mecánicas con tranquilidad. Busi salió del coche y caminó hacia ella.

-Lo siento -murmuró sin poder mirarla a los ojos.

-Cielo, ¿estás tonto? No pasa nada -ella se colgó de su cuello, rodeándole con los brazos.

-Lo sé pero…

-¿Estás seguro que todo va bien? Estás un poco raro.

-Sí, claro. No pasa nada -le dio un rápido beso en los labios y se quedó quieto, sin abrazarla mientras ella le sonreía ampliamente- Te quiero.

Tere parpadeó un par de veces y después abrió la boca dejando escapar un pequeño oh

-Yo… -musitó ella completamente sorprendida- Busi yo también… yo también te quiero.

Sergio sonrió, agachando la cabeza para besarla. De una u otra manera tenía que dejar atrás el pasado, si Pep se iba, él no podía hacer nada para impedirlo. Igual que jamás había podido hacer nada para que ese amor que sentía fuese un paso más allá.

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Sigue en: Parte II

fic: los últimos románticos

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