Título: For Good.
Capítulo: 4: Negación [Kurt]
Personajes: Kurt Hummel. Menciones de Blaine Anderson, Finn Hudson y Rachel Berry.
Parejas: HummelBerry. Klaine. Ligerísimas menciones de Finnchel.
Extensión: 1310 palabras
Advertencias: Ninguna.
Notas: Capítulo de transición. Era necesario que esto sucediera. Disculpen el retraso.
Dedicatoria: A
michan_kitamura . &hearts
1: Por un rato [Kurt] 2: Tensión [Rachel] 3: Pausa y retroceso [Blaine] Rachel y Kurt no volvieron a hablar del tema hasta que estuvieron los tres instalados en su departamento en Nueva York.
Kurt le echaba la culpa a que no habían estado a solas desde aquel momento y hasta que estuvieron instalados en su departamento en Nueva York.
Kurt le echaba la culpa a Blaine. Le echaba la culpa a Blaine, que había desaparecido por completo durante dos días luego de que Kurt le confesase el beso con Rachel, para luego aparecer mágicamente, con todos los signos de noches en vela y días de llanto escritos en la cara, sin una disculpa pero también sin un reproche. Le echaba la culpa a Blaine, que siempre había tenido una película, una cena, una cafetería nueva, un local con ropa de rebaja al que llevar a Kurt y no le importaba si Rachel quería venir también, pero se cuidaba bien de no dejarlos nunca solos. Le echaba la culpa a Blaine, que siempre tenía un beso más por compartir o un mano que deslizar un centímetro más hacia abajo, un beso que darle en el cuello o un comentario que decirle al oído, que hacían que a Kurt le llorasen los ojos de deseo y se le borronease el contorno de las cosas. Le echaba la culpa a Blaine, que era todo sonrisas, y besos maravillosos, y el caballero perfecto, y todo lo que Kurt necesitaba para ser feliz durante dos horas, pero no lo que Kurt necesitaba para sacarse de la cabeza el aliento de Rachel.
(Mirándolo en retrospectiva, mucho tiempo después, Kurt se diría que tal vez Blaine, simplemente Blaine, al desnudo y por completo, no hubiera sido suficiente para que él se olvidase de Rachel. Pero eso no hubiese sido culpa de Blaine: no hubiese sido culpa de nadie. Pero como Kurt necesitaba alguien a quien echarle la culpa, era mucho más fácil pensar en que Blaine no había dado todo lo que podía dar, y culparlo por eso.)
Kurt le echaba la culpa a Finn. Le echaba la culpa a Finn, que durante ese mes y medio no hizo otro cosa que cantar las loas de Rachel Berry veinticuatro horas al día, siete días a la semana, haciendo que para Kurt fuese imposible sacársela de la cabeza por más de cinco minutos (y la verdad era que las loas que cantaba Finn tenían poco que ver con lo eran las verdaderas loas de Rachel para Kurt, pero eso importaba poco; solo le servía para darse cuenta de los secretos y las vueltas que existían en Rachel, y eso lo hacía sonreír). Le echaba la culpa a Finn, porque Finn no había estado ahí para distraerlo, para darle motivos para marcar clara la línea en la arena, para ser un hermano más excepcional que de costumbre y que a Kurt le doliera en el alma herirlo.
(Le echaba la culpa a Finn porque era fácil, porque lo hacía no tener que dar explicaciones. Le echaba la culpa a Finn, porque si Finn tenía la culpa, era más fácil convivir con la idea de estar hiriéndolo a cada minuto, con cada pensamiento.)
Kurt le echaba la culpa a Rachel, porque Rachel había empezado todo, porque Rachel no daba la cara, porque Rachel no le daba un buen motivo para odiarla y así sacársela de la cabeza. Kurt le echaba la culpa a Rachel, porque bueno, porque sí.
Kurt le echaba la culpa a Blaine, a Finn, a Rachel, porque de otro modo hubiera debido echársela a sí mismo. Kurt le echaba la culpa a Blaine, a Finn, a Rachel, porque mientras pudiera echarle la culpa a alguien más, podía continuar por la vida sin necesidad de pararse a pensar qué demonios estaba pasando dentro de su cabeza.
La verdad era que no volvieron a hablar del tema hasta que estuvieron los tres instalados en su departamento en Nueva York porque Kurt no quiso, porque no hubiera sabido que decirle.
Kurt se refugió en esos pensamientos durante esos cuarenta y cinco días - es culpa de Blaine, de Rachel, de Finn; es culpa de Blaine, de Rachel, de Finn; es culpa de BlaineRachelFinn-, pero durante esas cuarenta y cinco noches, más de una vez se desveló repasando los acontecimientos fatales una y otra vez en su cabeza.
No te gustan sus curvas, no te gustan sus pechos, no te gustan sus manos delicadas, no te gusta su piel.
Eres gay, Kurt. Gay.
Te gustan sus manos de dedos largos, te gusta su cabello enrulado, te gustan los músculos de su abdomen, te gusta la sombra de barba que comienza a salirle a las cinco de la tarde.
Los besos de Rachel.
Te gusta su temperamento, te gusta su energía, te gusta esa actitud de “podría comerme el mundo si quisiera”.
Eres gay, Kurt. Gay.
No te gustan sus inseguridades, no te gusta su manera de siempre retraerse, no te gusta que siempre sea una lucha lograr que diga lo que verdaderamente piensa.
Los besos de Rachel.
Cuarenta y cinco días de sonreír, olvidar y repartir culpas ajenas.
Cuarenta y cinco noches de retorcerse en la cama, de insomnio y de incertidumbre.
Cuarenta y cinco días de no mantener con Rachel más trato que el necesario, de no mirarse a los ojos, de la ausencia de los chistes internos, de silencios tensos y momentos incómodos.
Cuarenta y cinco noches de recordar la excitación de besarla, el desafío de tenerla en sus brazos, el fuego en su estómago que había ardido con una fuerza desconocida, porque por primera vez se enfrentaba contra un verdadero oponente.
Cuarenta y cinco días de besos dulces y caminatas de la mano, de risas y secretos, de esa calidez que solo sentía cuando tenía a Blaine entre los brazos.
Cuarenta y cinco noches de poner en la balanza, de magnificar los defectos y denigrar las virtudes, de enlistar los errores y menospreciar los aciertos, de hacer inventario de dolores y culpas.
Cuarenta y cinco días de Blaine y de eres muy, muy gay, Kurt.
Cuarenta y cinco noches de no me gustas, pero los besos de Rachel.
Cuarenta y cinco días de planear una vida mejor, de soñar con dejar atrás el pasado, de estar seguro de que la tontera iba a pasársele cuando comenzara a deleitarse con el placer de dormir al lado de Blaine todas las noches, de despertarse con una mano en su cadera y su novio acurrucado a su lado en ropa interior, de compartir con él cada detalle, y conocerlo en cada aspecto.
Cuarenta y cinco noches de temer que ni aún todo eso fuese suficiente para que se le pasase la tontera.
Cuarenta y cinco noches de temer que no fuese una tontera.
Cuarenta y cinco noches de morderse los labios, de lágrimas involuntarias, de preguntarse qué demonios le pasaba, de preguntarse qué demonios estaba mal en él.
Cuarenta y cinco noches de intentar racionalizar que Blaine le gustaba porque era Blaine, y que Rachel podía gustarle por ser Rachel, y que el hecho de que fuera mujer era una contra, pero no un impedimento.
Cuarenta y cinco noches de no intentar racionalizar por qué le gustaba Rachel, porque Rachel no le gustaba y Blaine, Blaine, Blaine.
Cuarenta y cinco noches de pánico, porque a veces sentía que si no era gay, no era nada.
Cuarenta y cinco noches de te estás comportando como un idiota, Kurt.
Cuarenta y cinco noches de no importa cuánto te guste Rachel, estás enamorado de Blaine.
Cuarenta y cinco noches de estás enamorado de Blaine, pero Rachel es una fuerza de la naturaleza, y sabes que a eso no puedes resistirte.
Cuarenta y cinco noches de pensar que no le había mentido a Blaine: definitivamente quería hacer las cosas bien.
Cuarenta y cinco noches de saber que el problema radicaba en saber qué era hacer las cosas bien.