Autor:
espe_kuroba Fandom: Axis Powers Hetalia
Para:
Personajes/Pareja: Romano/Bélgica
Raiting: K+
Género: ¿Romance?
Advertencias: Malas palabras, vamos, que es Lovi de quién hablamos. Primer fic de Hetalia.
Comentarios: Estoy nerviosa, D8 tengo miedo de presentar esta cosa fail al mundo (?). Espero no haber cometido demasiado OoC.
El día había empezado mal: entre idas y venidas por cosas que faltaban, reuniones urgentes de último momento y jefes bastardos que se olvidaban que fecha importante era esa. Las llamadas de gente conocida para felicitar sólo a uno de los gemelos italianos no las contaba porque no le importaban o porque, tal vez, se amargaría aún más.
Al menos hasta ahora todo estaba más tranquilo y la fiesta era entretenida.
Se acercó lentamente hasta la mesa y tomó uno de los tantos vasos que había en ella para servirse un poco de ponche. Luego, simplemente se dedicó a mirar a su alrededor mientras bebía. Veneciano daba vueltas por todo el salón atendiendo a los invitados y de vez en cuando se detenía para charlar con el Macho-Patatas y Japón. Sus amigos, como el italiano menor se empeñaba en llamarlos.
Gruñó molesto (y algo dolido, pero no lo admitiría) recordando como hace unos minutos el español bastardo lo había dejado para irse con Prusia y Francia “a los que hacía mucho que no veía”.
Y una mierda, no le creía nada. Además, se suponía que eran vecinos y todos los fines de semana salían a algún bar a emborracharse. Pero claro, poco importaba eso, y el que hoy fuera un día especial para él tampoco interesaba.
Apretó un poco el vaso desechable que tenía en la mano logrando que éste crujiera y se arrugara un poco. Intentó tranquilizarse pensando que cuando se fueran todos podría ir a algún bar, conocer una bella señorita y salir por ahí. Siempre era lo mismo para Romano en esas fechas.
Está claro que esa idea lo puso de buen humor en cuestión de segundos, e incluso se le escapó una pequeña sonrisita traviesa imaginando lo que podría llegar a ocurrir; ya poco le importaba que el imbécil que decía llamarse su amigo lo hubiera abandonado por el otro par de idiotas.
-Italia-kun, la comida que preparó es deliciosa.
…Pero eso no se lo permitiría a nadie. Presionó el vaso nuevamente con su mano, esta vez más enfadado que antes, logrando así que se rompiera y que el líquido dentro se esparciera por todos lados, manchando su camisa. Soltó un grito de frustración y buscó por la mesa algunas servilletas con las que limpiarse las manos y ropa, mientras murmuraba una variedad de insultos para todos los presentes.
¡Que la comida la había hecho Veneciano! ¡Ja! Su tonto hermano sólo había preparado el pastel y fue el encargado de decorar la casa, nada más. Él, Romano, había estado todo el día anterior y gran parte del presente preparando grandes cantidades de comida para la fiesta; pero claro, debió suponer que nadie lo notaría, después de todo para ellos Veneciano era la pobre víctima que siempre hacía todo, el que era más lindo, más amable, el único capaz de hacer eso…
¡Bah!
Ellos no sabían nada.
Sólo esto le faltaba para completar su mal día.
Un pañuelo entró en su campo de visión, levantó la mirada y se encontró con los amables ojos de Bélgica. Tomó lo que le ofrecían sin decir nada e intentó limpiar su camisa, sin éxito alguno.
-Estás más gruñón que de costumbre. -Se le notaba un deje burlón en la voz-. Deberías sonreír un poco más: es tu cumpleaños.
Gruñó una vez más, he ahí otra de las razones por las que este era un pésimo día.
Desistió en su intento de limpiar la ropa, al final solo había logrado agrandar más la mancha. Suspiró y entregó el pañuelo a su compañera, mirándola con el ceño fruncido al tiempo que se cruzaba de brazos.
-Pero no todos parecen recordarlo. -Y era verdad, le alcanzaban los dedos de la mano para contar la cantidad de países que se acercaron a felicitarlo, la gran mayoría sólo saludaba a su hermano menor.
La rubia lo observó por unos segundos con algo de tristeza en los ojos antes de sonreírle con dulzura.
-Yo no me eh olvidado -susurró-, y te traje tu regalo hasta aquí para que veas.
-¿Regalo? -Romano la miró desconcertado durante unos segundos, para luego fruncir el ceño una vez más-. Tsk… podrías haberlo dejado allá junto a los demás -señaló una mesa que estaba en la esquina del enorme salón abarrotada de obsequios (la mayoría seguramente para Italia del Norte).
Ella soltó una risita antes de mirarlo de forma extraña.
-Ya lo dejé allí no te preocupes. Pero, este año traje algo más y sólo puedo dártelo a ti.
Había un brillo misterioso en sus ojos e Italia del Sur la observó algo desconfiado (no porque Bélgica le hubiera hecho algo alguna vez, al contrario siempre fue muy tierna con él, pero era como un auto reflejo) antes de asentir en silencio con la cabeza.
-Muy bien, cierra los ojos -le dijo, con las mejillas ligeramente sonrosadas.
-¿Para qué? -preguntó frunciendo el ceño, de nuevo.
-Sólo hazlo.
Le tomó unos cuantos minutos lograr que el chico dejara de protestar y quejarse para que finalmente la obedeciera.
Y cuando lo hizo, la belga se tomó su tiempo para contemplarlo, recorrer con la mirada cada uno de los rasgos del italiano: su ceño fruncido, los ojos apretados, el flequillo rebelde que caía sobre su frente, ese rulo extraño pero tan característico de él…,sus labios rosados.
Todo, o casi todo seguía viéndose igual que cuando era pequeño. Pero ya no era un niño, sus facciones habían ido madurando conforme pasaban los siglos y eso ella lo sabía perfectamente, ¡prácticamente lo había visto crecer!
Podía decir con toda seguridad que ahora, ese pequeño niño de antaño, era todo un hombre y uno muy guapo, por cierto.
-¿¡Podrías apurar-…!?
Acortó la poca distancia que los separaba (nunca supo cuando fue que se acerco tanto) y con una sonrisa divertida le planto un beso en los labios. Ese beso que había sido pedido hace unos siglos atrás.
Romano abrió los ojos con sorpresa, sus mejillas habían adquirido tal color que nada tendrían que envidiarle a los tomates.
Podía sentir los suaves labios de la chica contra los suyos y no supo cómo reaccionar, hasta que fue muy tarde y ella se separó.
Quedaron mirándose a los ojos por tiempo indefinido, sin separarse demasiado uno del otro. La rubia sonrió casi imperceptiblemente y murmuró unas palabras que casi nadie le había dicho el durante ese día.
-Feliz Cumpleaños, Romano.
Poco le importó en ese momento que su hermano estuviera abrazando al Macho-Patatas o que el trío de idiotas y otros tantos alabaran la comida que supuestamente hizo Veneciano. Con las mejillas todavía sonrojadas sonrió ligeramente.
Ya no le parecía que el día fuera tan malo.