Olímpicos: Capítulo 17, primera parte

Nov 11, 2012 14:08




CAPÍTULO 17, primera parte

Después de unos días lentos, en los que podía dormir sus ocho horas al día y comer sin retrasos, Broom Mustang estaba de buen humor y descansado para acometer situaciones por las que no pudiera dormir y comer como debería. Salió de la puerta “H” caminando con cierto entusiasmo, saludó a alguien en el pasillo y, al ver a la gente en la gran sala llena de cubículos, les gritó buenos días, antes de enfilar hacia las oficinas donde tenían espacios para los grupos más especializados, y la suya. Entró en ella, y su entusiasmo se disipó. Vio la pila de papeles con reportes y el monitor de la computadora a un lado, y no pudo evitar hacer una mueca de disgusto. Las emocionantes epopeyas que se podían leer o ver en el Mensajero Alado sobre los grandes Héroes actuales, nunca reseñaban esa parte del trabajo: La burocracia. Con mucho, el peor de todos los enemigos. Nadie realmente preparaba para ella y cuando te dabas cuenta, parecía comandar mucho del trabajo y tu vida.

Broom se pasó la mano por la cara y se culpó, por millonésima vez, de haber sido él el que organizara su D.S.I de esa manera. Claro, era más eficiente, pero también menos... Puro.

Se acercó a la mesa y vio, por encima, cada uno de los reportes para organizarlos según importancia. No le era difícil, solo los títulos le decían de qué “parte” del D.S.I venían, y Broom ya tenían un orden mental para decidir cuáles leer primero y cuáles podían esperar, según su procedencia.



Había siete departamentos en su DSI y, dentro de ellos, varios grupos especializados en diferentes misiones. Desde los que se hacían cargo del secreto para con los no-iniciados, pasando por los que controlaban las sustancias dionisiacas, a los que enfrentaban los seres problemáticos y la magia negra, terminando con los que se hacían cargo de simples quejas de acólitos porque el Dios tal o cual no le dio lo que quería.

El asentamiento de Canadá era uno de los más grandes del mundo y, sus acólitos, muy diversos. Por eso, su D.S.I también tenía esa característica. Unos cuatrocientos seres de toda ascendencia, haciéndose cargo de la seguridad de los suyos día y noche, fin de semana y días festivos incluidos. Prácticamente, lo único que hacían igual todos esos Departamentos eran informes y rondas de vigilancia, de los que nadie se salvaba, por lo menos una vez a la semana; pero, por lo demás, solían estar muy separados entre sí. Por eso, no eran pocas las veces que Broom decidía hacer un grupo con representantes de todos los Departamentos, para que llevaran una investigación especial para él. Eso y el torneo anual de “paintwar”, había ayudado mucho en la unidad de su D.S.I.

Por supuesto, los informes de los grupos especiales era lo primero que leía. Abrió el expediente sobre la muerte de David Stiga mientras se sentaba en su sillón reclinable. Eran varias hojas, algunas imágenes y muchas palabras, pero todo se podía resumir en que había varias situaciones investigadas que no daban con nada de importancia. Al menos no, hasta que vio el reporte de Estele, una sacerdotisa de Delfos que trabajaba, normalmente, con ellos en el Departamento de Protección al Secreto. Decía que Minos, su persona de mayor interés y casi que único sospechoso, había ido dos veces en los últimos días a una pequeña isla en el Caribe, donde estaba la prisión Olímpica.

“¿Yendo a ver al hijo querido de tu amo?”, pensó Broom. Terminó de leer el resumen del informe de Estele y luego prendió la computadora, para buscar el reporte completo en la red interna del D.S.I. Ahí, se dio cuenta de que Artemisa también estuvo por la prisión, y eso le hizo tener una corazonada.

Estaba seguro que había una forma muy “fácil” para encontrar esa información haciendo uso de su teclado y moviendo el mouse por él mismo, pero Broom nunca había terminado de entender mucho de esas cosas y, menos, del internet y sus trampas y triquiñuelas maneras de ser usada. Así que, aunque sabía que los de Logística hacían apuestas sobre los que más pedirían su ayuda al mes, tomó el teléfono de la oficina, digitó un par de extensiones y esperó a oír el:

-Logística tecnológica.

Broom puso los ojos en blanco. Era Jimmy. Un humano con mucho entusiasmo, pero que tenía una extraña manera de ser inocentemente condescendiente.

-Jimmy, Broom.

-¡Oh, hola señor! -el tono se animó, como él esperó.

-¿Me podrías hacer un favor?

-Para eso estamos, señor.

Broom sonrió. Jimmy no era como las tres cuartas partes del D.S.I, que habían pasado por el entrenamiento como Héroes, pero siempre lo trataba con un protocolo militar.

-Quiero la información de los últimos incidentes y noticias de nuestra cárcel.

-Claro, es muy fácil, en un momento lo tendrá. ¿Nada más, señor?

-Nada más.

-En un momento lo verá en su monitor.

-Gracias -y colgó.

Broom vio como la flechita en su computadora empezó a moverse, abrir ventanas y luego, las palabras fueron escritas con rapidez, para volver a ver la flechita moverse. Finalmente, un cartelito apareció en la pantalla, y le dijo: “Ahí está, señor”, y Jimmy se “desconectó” de su computadora. O al menos, eso esperaba Broom. Siempre que alguno de los de Logística instrumental usaban remotamente su computadora, temía que siguieran conectados, viéndolo desde la cámara...

-Prefiero con mucho los hechizos y los poderes... -se dijo en voz alta Broom, mientras leía la información.

La cárcel había estado floja de actividad. Un par de altercados en mínima seguridad, los comunes arreglos de traslado para ir a cortes, la llegada de algunos prisioneros, salidas de otros y, en medio, la noticia de que Phobos iba a llevar a cabo varias sentencias de muerte en ese mismo día. Broom sonrió y sacó su teléfono celular del bolsillo.

Cuando Atenea le había puesto al corriente de que Licaón estaba trabajando para él, le había dicho que ese mismo día era cuando iba a tener su misión de infiltrado. Algo le decía que el que Minos hubiera estado viendo a Phobos y que las ejecuciones se dieran el mismo día de la misión, estaban conectadas. Tal vez su señora ya lo sabía, lo más seguro que sí, pero Broom quería que Atenea viera lo comprometido que él y su gente estaba para la investigación que a ella tanto le interesó.

Sacó su teléfono celular, llamó a la Diosa y le dejó el mensaje con una de las sacerdotisas que le filtraban las llamadas. Además de lo de Minos, le dijo que los de Control mágico habían conectado parte de los aparatos que el alquimista tenía en su laboratorio, con un robo de hace siete meses en una empresa japonesa no-iniciada; que la mantícora parecía cada vez menos consciente y más animal, y que los del I.M.I no habían encontrado más en su memoria; por lo que había sido remitida al Hospital Olímpico, donde se estaba haciendo lo posible por revertir su hibridación ilegal. Y, finalmente, le dijo lo que sabía que a su señora le iba a interesar más: El Hospital Olímpico también había dado de alta a la madre de David, aunque fue remitida a La Social; y que los restos del joven Héroe habían sido liberados por el Volcán.

-… Como debe ser, muchas cosas siguen siendo investigadas. Haremos lo posible para no dejar ningún cabo suelto. Sabe que estamos a su servicio y que sabemos que es un honor estarlo. Saludos, mi señora.

-Le remitiremos el mensaje -le afirmó la sacerdotisa.

-Gracias, Hellen. -y Broom colgó.

El Héroe no pudo evitar ver por la ventana lateral, más allá de los escritorios de su gente estando frente a la computadora, hablando por teléfono, viendo papeles, hablando entre sí. Desde que había estado seguro que se iba a retirar, esos momentos en que miraba a la sala contigua, a la pared donde estaban los retratos de los Héroes caídos y la vida de su D.S.I, se hacían cada vez más recurrentes. Podía recordar cómo era desde el inicio, cuando solo eran un puñado de gente tratando de construir una vida recta en un nuevo lugar, hasta convertirse en el D.S.I de Canadá. Podía recordar al menos una anécdota de cada uno de los Héroes caídos, y también muchos de los que vivieron para retirarse, como él. En esos momentos, casi ponía en duda que debía irse. El pensar que el D.S.I ya no sería su D.S.I, y que podrían sobrevivir sin él, era la mayor razón por la que lo había aplazado tanto. Eran su familia y sabía que, aunque sobrevivirían, también iba a ser un gran cambio como para él mismo…

-¿Un café, jefe? -lo sacó de sus pensamientos María, su secretaria desde hacía treinta años.

-Claro que sí.

La mujer sonrió.

-Y un pastel de manzana con azúcar molida.

Broom asintió.

-Necesito toda la energía posible para poder hacer frente a esto. -extendió los brazos, aludiendo a los expedientes.

María entró y le dejó dos vasos con café, y cuatro pedazos de pastel. Ella sabía que su jefe necesitaba el azúcar para sobrevivir a las mañanas de informes, y María también porque sin éste, el humor de su jefe se agriaba mucho.

-o-

Licaón estaba nervioso. Desde que despertó y no la encontró a ella en la cama, sentía esa horrible sensación, parecida a estar a punto de recordar algo y no dar con ello, pero más molesto. Más íntimo y triste, a la vez.

Era una estupidez, pero sentía que el irse a dormir junto a ella, y despertarse con Atenea a la par era su costumbre, lo que había estado haciendo desde hacía años. Era como si siempre hubiera estado esperando por tenerla a ella a la par, en la cama, sintiendo cierta paz, felicidad y acompañamiento que nunca creyó posible. O al menos, eso parecía, por la manera en que había reaccionado al solo tener una nota de ella al despertarse.

Simplemente habían hablado, o mejor dicho, ella le había hablado y él escuchó. Sobre Ares y su gente, sobre la armadura que iba a llevar a la misión y, más que todo, escuchó la preocupación que ella sentía por él, y que encubría con ese excesiva necesidad de controlar las cosas... Pero luego hablaron de otros temas y no tonterías como antes, sino de cosas que le hizo sentir que la estaba conociendo un poco más. Licaón le había preguntado de nuevo qué le había pasado para que hubiera llegado a él de la manera en que lo hizo. Y había creído que Atenea iba a eludir la cuestión, pero no lo hizo. Se había arrebujado en la cama, con su mano enlazada con la de ella debajo de su cabeza y entre sus cabellos, y le había hablado sobre su devoción para con los acólitos, su cariño y la responsabilidad que sentía hacia ellos. Una emoción que, le dijo, le había hecho sufrir varias veces, y tener problemas para concentrarse en su función, pero que ella simplemente no quería ni podía cambiar.

Licaón sintió tristeza en el aroma de ella mientras le contaba eso, y pensó que detrás de esa tristeza y lo que le decía había algo más, algo que Atenea no le iba a contar en ese momento. Pero se dijo que no era momento de presionarla más, la abrazó y, pronto, cuando sintió que ella estaba bien, y mientras le hablaba sobre su ideas sobre el sueño, se durmió.

Después de eso, despertar en su cama y sin ella le parecía totalmente equivocado. Y no dejaba de sentirlo por más que pasaran las horas.

Estaba sentado en su biblioteca, viendo hacia la alfombra donde él y Atenea habían estado, y con la nota en la mano, en la que le informaba que algo había pasado en Rusia y que no podría desayunar con él. También le decía que iba a intentar llegar para el almuerzo; cosa que no pudo hacer, según la breve llamada que sostuvieron, porque su tía Démeter la necesitaba para una reunión con Astrea. Y volvió a sentir un pico de desasociego, pero se mandó a aguantarlo, no llamarla como un poseso, y se calentó algo de comida y comió.

Todo eso del emparejamiento licántropo era tan real como intrusivo. Pero al menos ya estaba seguro de que era algo bueno. Sí, seguía desorientándolo, confundiéndolo y haciéndole sentir temor, pero era una buena situación porque la estaba viviendo con Atenea. Podía y ya confiaba en ella y, teniéndola cubriéndole sus espaldas, hacía que toda la perspectiva de la misión que iba a tener dentro de poco, no le preocupara mucho.

Lo que lo tenía nervioso era, sin duda, que hacía mucho que no la veía. Y era justo esa necesidad casi física de sentirla a ella constantemente, lo único negativo de toda la situación. No le gustaba necesitar, eso lo ponía en una posición vulnerable y desventajada que hacía mucho que no sentía y que, aún cuando humano, odiaba sentir.

Sin embargo, cuando Atenea apareció en la sala, su mente se despejó solo para sentir alegría, y fue a su encuentro.

-Lo siento, la reunión con Démeter y Astrea se alargó más de lo creí, y luego tuve que llevarla a… -Atenea pareció decidir cambiar de tema-. ¿Ya comiste? Puedo...

Licaón simplemente la abrazó y le dio un beso en el cuello, respirándola y sintiendo como la felicidad recorría todo su cuerpo. Atenea, sorprendida, lo abrazó de vuelta, movió la cabeza para mirarlo y en medio de una gran sonrisa, le dio un beso en la boca, no largo ni profundo, pero sí suficiente.

-Es bueno verte también.

-¿No te digo yo que eres una bruja? Mira lo que me tienes hecho, ¡Un perro faldero!

-¡Oh, vamos! El tipo que le dijo perra a la Diosa Atenea al minuto de verla, jamás puede ser un perro faldero. -Licaón sonrió más y la dejó de abrazar tan de cerca, poniendo sus manos en su cintura-. ¿Almuerzas antes de irnos?

-Ya almorcé, tengo sobras de comida de Hestia como para tres días. Y sobre lo de llamarte “perra” y mi comportamiento cuando te conocí, lo siento. No sé cómo no me pateaste el trasero en ese mismo momento…

-¿Sabes? Esa fue una de mis grandes pistas para darme cuenta que me gustabas. Y disculpas aceptadas. -Atenea le dio una suave palmada en el hombro, y dijo enfáticamente, mientras daba un paso atrás-. Tengo información que puede ser de ayuda.

-De acuerdo -asintió Licaón, mientras se cruzaba de brazos, tal vez para evitar abrazarla de nuevo, aunque su cuerpo le decía que lo hiciera, la apretara y besara hasta más no poder. ¡Dioses en el Olimpo! Si eso no era ser un perro faldero, nada lo era.

-No está asegurado, pero me parece que es posible que la misión sea ejecutar a unos prisioneros en la Prisión.

Licaón frunció un poco el ceño, y sintió un subidón de adrenalina en el cuerpo, parte nervios, expectación pero, sobre todo, alivio.

-Matar a condenados a muerte.

-Nada de inocentes en peligro -le sonrió Atenea-. Pero eso nos trae otros problemas. Como imaginarás, entrar a la cárcel con magia no es tan... Espera un momento -La Diosa dijo eso último mientras sacaba su teléfono celular del bolsillo apenas empezó a llamar, y lo contestó-: Atenea -asintió mientras escuchaba-. Más bien estamos sobre tiempo así que sí, de una vez. Llevaré su armadura y cuchillos, puede que... -frunció el ceño, mientras daba un poco de tiempo, luego sonrió negando levemente y poniendo un poco los ojos en blanco.

Licaón vio como Atenea se sonrojaba, y algo en su olor le hizo tener curiosidad, dar un paso a ella y poner atención. Una voz de mujer le estaba hablando en griego antiguo y tan rápido, que Licaón no pudo entenderla pero por el tono supo que, quien fuera, estaba muy entusiasmada.

Atenea evitó la mirada de él, le respondió a ella rápidamente, y luego colgó.

-¿Quién era?

-La esposa de quien quiero que conozcas.

Licaón asintió, aunque sabía que había más que eso. Sin embargo, no dijo nada porque en ese momento Atenea le abrazó de lado y... Nunca podría explicarlo, nunca entendía cómo se daba el cambio, pero ya no estaba en su casa y sí en un lugar mucho más caliente, grande y atestado.

Algo parecía retumbar detrás de una de las paredes de piedra lisa, con líneas que resaltaban. Era bajo, muy bajo, y rítmico, casi sentido más que oído. Lo que hizo primeramente fue oler el lugar. A piedra, salitre, fuego, metal y a químico. El calor era húmedo, y tuvo muchas ganas de quitarse por lo menos la camisa.

-¡Bienvenido al Volcán! -exclamaba Atenea, mientras lo soltaba y le enseñaba el lugar con los brazos a los lados.

Licaón hizo un movimiento entre sí y no con la cabeza, sin estar del todo enterado de qué significaba eso, hasta que sintió un aura y un olor llegar. Miró hacia un lado, y sintió como si una oleada ardiente le calentara el centro del cuerpo. Presencia de Dios, y uno poderoso. Pero, aún así, el tipo no le impresionó. Era un hombre como de cincuenta, algo encorvado y aparentemente humano, sin perfección divina aunque se sentía o olía como tal. Además, y lo que Licaón más valoraba para determinar si alguien le gustaba o no, algo en su olor le decía que estaba alegre y que era de fiar.

Atenea caminaba hacia él, y el hombre le sonrió un poco de lado.

-Dita viene pronto -dijo cuando la Diosa llegó a su altura. Algo en su mirada se encendió de entusiasmo, y le enseñó una máquina para tatuar. Licaón, que se acercaba, pudo ver que era de oro, y que tenía unos hermosos acabados-. Tinta recién hecha, una mezcla nunca antes vista, créeme. Y -se tocó la sien con el dedo índice- el hechizo está aquí. Vas a ver, nadie ni nada podrá rastrear o si quiera presentir esta magia.

-Bien, ¿y para qué es? -preguntó Licaón, llegando a su altura.

Aunque no le caía mal, tampoco le gustaba del todo la manera en que parecía haber una relación entre él y Atenea. Sí, sabía que estaba reaccionando como un perro rabioso, pero eso no quitaba que lo sintiera.

El hombre le miró entonces, de arriba a abajo con los ojos y luego vio a Atenea, como esperando algo. Ella le acarició un instante el antebrazo a Licaón, y luego, con ciertos nervios que al licántropo le parecieron adorables, los presentó:

-Hefesto, te presento a Licaón de Acadia -miró al susodicho-. Hefesto es mi más antiguo y uno de mis más queridos amigos. Y el Dios más inteligente que conozco, también.

Desprevenidamente, Hefesto le tomó la mano al recién llegado, y se la apretó tal vez más de la cuenta, pero lo que sorprendió a Licaón es que se sintiera como si él estuviera afiebrado, caliente. Luego lo soltó, lo miró un poco más como si decidiera qué decir o hacer, y finalmente dijo:

-Un gusto. Dita me ha hablado mucho de ti. -algo en su tono, le hizo recordar a Licaón a los niños que están aprendiendo a ser educados, pero eso no fue lo que más le sorprendió.

-No conozco ninguna Dita que pueda hablar mucho de mí.

-Bueno, no así como realmente conocerla, pero sé que sabes de ella. Ella sí te conoce. Oh bueno, realmente no te conoce a ti, si no a la pareja de Atenea, que vendrías a ser tú. Ha hablado de ti desde hace unos, ¿mil doscientos años? Algo así.

Licaón frunció el ceño, porque el tono confuso en Hefesto y lo que le decía le hacía sentir incómodo. Miró hacia Atenea, como esperando que ella le explicara, pero la Diosa no pareció encontrar las palabras, mientras sus mejillas se sonrojaban mucho. Licaón se volvió a ver de nuevo a Hefesto.

-¿Ella...? Realmente no sé de quién hablas, ¿alguien me ha estado espiando o...?

-Afrodita, no espía -la defendió Hefesto, aunque luego pareció recordar algo y esquivar un poco la mirada de Licaón mientras replicaba-: Bueno, al menos, no a ti. Ella solo... -mientras hablaba, atrapó una rapadora que iba volando en el aire hacia él. Luego, se acercó a Licaón-. Sintió a la pareja de Atenea, y habló de ella. No tenía idea de que fueras tú, y... -le decía, mientras acercaba el aparato al lado derecho de la cabeza del licántropo y lo encendió.

-¡Ey! ¡Ey! ¡Aleja eso de mí! -exclamó Licaón, reaccionando al instante.

Hefesto lo hizo, aunque no entendía porqué lo pedía. Miró hacia Atenea, y ella le tomó la mano a Licaón y le habló:

-No te preocupes. Necesita raparte el cabello para tatuarte el hechizo, nada más.

Eso no lo tranquilizó del todo.

-¿De qué se trata el hechizo? ¿Porqué tiene que ser en la cabeza? -Se volvió a Hefesto-. ¿No podías decirme lo que ibas a hacer, antes de casi sacarme un ojo con esa cosa?

-¿Sacarte un ojo? -el Dios parecía más confundido aún-. Si me vas a culpar de algo, podría haber sido de herirte la oreja o...

Atenea le hizo un movimiento de mano a Hefesto para decirle que tomara silencio, y que se iba a encargar. El vulcánico le hizo caso sin rechistar. Ella se puso frente a frente a Licaón y le habló con un poco más de severidad, por más que siguiera con su mano enlazada y acariciándole con el pulgar.

-Es un hechizo comunicador. Gracias al cual, podré ver lo que ves y oír lo que oyes. Como...

-Pero no puede comunicarse contigo -la interrumpió Hefesto, con el fin de solo clarificarlo-. Con tan poca antelación, no puedo hacer un hechizo completo que siga sin ser captado por las protecciones. En verdad que tratar de vencer a mi propio trabajo es una tarea difícil -sonrió- y todo un reto.

Licaón se le quedó viendo por encima de Atenea, sin estar del todo seguro de qué era lo que lo hacía sentir tan extrañado del recién conocido Dios. Sin embargo, la caricia en su mejilla le hizo mirar hacia Atenea, mientras ella le decía:

-No te preocupes, no se verá por el cabello que Hefesto te hará crecer de nuevo, y el hechizo se puede quitar.

Licaón asintió, recordándose que irse a ver con Ares, el Dios de la guerra en persona, y su gente; no era nada en comparación a hacerse un tatuaje. Algo avergonzado por su anterior reacción, miró a Hefesto.

-Bien, vamos a ellos.

Atenea le dio espacio a su amigo, y este empezó a raparle en silencio. Para intentar mejorar el ambiente, la Diosa iba a hablar sobre cualquier cosa que se le ocurriera que a los tres le pudieran interesar, pero sintió llegar a Afrodita, y miró hacia donde ella estaba. Licaón, que también sintió ese... esa sensación placentera e invitadora, alegre; miró hacia donde Atenea lo hacía, y solo vio mesas y mesas llena de todo tipo de cosas y no a la Diosa. Hefesto empezó a decir algo, pero el sonido de la máquina rapándole un lado de la cabeza, apagaron sus palabras.

Aunque sabía que era una preocupación casi adolescente, Atenea se dijo que Licaón no estaba del todo preparado, y ni ella misma, para conocer a Afrodita; por lo que se disculpó y se apareció frente a la Diosa del amor.

-¿A dónde fue? -preguntó Licaón, aunque su propia nariz le respondió, casi al instante, que Atenea estaba a unos metros, cerca de la persona con sensación agradable.

Se movió para ver mejor, pero Hefesto le tomó la cara al otro lado de la cabeza, y lo movió para ponerlo en una posición conveniente para él. Licaón dio un gruñido, pero no dijo nada.

-No te muevas. Necesito que el tatuaje sea perfecto, y solo tengo una oportunidad para ello. -y después de unos instantes de silencio, añadió-: Supongo que nos podemos saltar la parte de las amenazas -le dijo de repente, mientras dibujaba líneas, puntos y más líneas en la cabeza de Licaón.

-¿Amenazas?

-Sí, se supone que tengo que amenazarte. Ya sabes, “si le haces algo a Atenea, te la verás conmigo”. Tengo entendido que eso es lo que se hace en este caso, pero me parece que mencionarlo es más que efectivo.

Licaón no pudo evitar sonreírse, divertido.

-No eres muy efectivo si dices que te vas a saltar esa parte.

-Bueno, sabes quién soy y de lo que soy capaz; pero, sobre todo, sabes quién es Ati y de lo que ella es capaz. -Licaón no estaba muy seguro de saber de lo que eran capaces. Desde que conociera a Hermes hacía una semana, ya no estaba seguro de nada en cuanto a los Dioses que tanto creyó conocer-. Además, si ella te ama, como ama Ati... No querrás hacerle daño. Y eres un licántropo, eso ayuda mucho en no tener que amenazarte realmente.

Licaón se tragó una carcajada.

-Esa es una manera muy amenazante de no amenazar.

-Esa era la idea. Me parece que Ati no querría que te amenazara, pero las reglas sociales sí, así que... Creo que así esa es la mejor forma de hacerlo.

Licaón se tuvo que decir que, dentro de una manera muy lógica de verlo, sí lo era. Y, mientras el Dios iniciaba con el tatuaje, se dijo que, ese Hefesto no resultó ser como él se lo esperaba.

Por unos instantes, los dos estuvieron en silencio. Mientras su cabeza era suavemente tatuada, Licaón se estaba preguntando qué tanto podrían estar hablando Atenea y Afrodita. Imaginaba que él mismo sería el tema de conversación, y por eso más quería saber lo que decían. Aunque también se preguntó si era mejor hablar con Hefesto, a razón de saber más de la Diosa con la que se estaba emparejando, su vida, historia y situación o, por ejemplo, de lo que era ella capaz y, más, de la manera en que Atenea amaba y por qué él parecía saberlo tan bien. Y ya estaba pensando en cómo era mejor seguir con la conversación, cuando el otro tomó la palabra:

-No sé si está bien del todo decirlo ahora mismo, pero dado que Atenea te ha presentado conmigo y va a presentarte con Dita, después de pasar la noche contigo y solo con conocerte de unos pocos días; me parece que esto va tan rápido como para que lo sepas: También te ofrezco consejo.

Eso descolocó a Licaón.

-¿Consejo con qué?

-Con Atenea. Para cuando... Necesites consejo, yo puedo aconsejarte.

Licaón se sintió aún más confundido e interesado. Por la manera en que Hefesto había hablado, algo le decía que había más que no le decía. Movió la cabeza, con la intensión de verlo a la cara, pero el Dios lo hizo moverse a su posición, mientras movía la máquina de tatuaje lejos de la piel.

-¡No te muevas!

Licaón volvió a la posición en que estaba, aunque a regañadientes. Luego de unos segundos de silencio, le contestó con sinceridad:

-Tal vez algún día lo haga. -Era orgullo, pero sabía que todo eso del emparejamiento y Atenea, le sobrepasaba.

-Eso sí, puedes intentar ir con Prometeo antes. Él es mejor en eso de aconsejar que yo.

Licaón se mordió un labio. ¿Prometeo también sabría de la forma de amar de Atenea...? Abrió mucho los ojos. ¿Eso quería decir que Hefesto y Prometeo...? No, no lo creía del todo, aunque su pecho pugnaba por dar un rugido y su nariz, por fruncirse. No, no podía ser; se dijo de nuevo Licaón. Estaba seguro en que parecían muy amigos de Atenea como para haber sido sus parejas, y estaba seguro que, de ser así, lo hubiera sentido de alguna forma. Aunque luego recordó lo que sintió por parte de Prometeo. Sin embargo, Licaón se dijo que solo era su lado animal siendo paranoico y exagerando, de nuevo. No podía imaginar a Atenea con ninguno de los dos, podían ser Dioses, inteligentes y conocerse de años pero... Licaón no los sentía como machos de verdad.

-¿Oíste lo que te dije, o estás pensando la respuesta? -preguntó Hefesto, mientras le limpiaba la piel con un trapo.

-Gracias por la información. -dijo Licaón, por decir algo.

-De nada. Y lo digo en serio. Lo que sea para que Ati sea feliz... -dijo, con tono de que hasta darle la bienvenida a un humano hibridizado era parte de las cosas que haría con ese fin.

Pero, lejos de enojarse, fue justo en ese momento en que Licaón decidió que Hefesto le caía bien.

(EL FINAL DEL CAPI POR AQUÍ)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

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