Juanito.

Mar 25, 2014 15:55

Patricia se trepa a la cama cucheta de su celda para mirar por la pequeña ventana que da a la calle Bermúdez. Sus ojos apuntan a la cuadra de enfrente y a los patios de esas casas bajas, en el tranquilo barrio que rodea el penal de Villa Devoto, pero sus oídos están atentos a los ruidos del pabellón. Sabe que si un guardia la descubre mirando por la ventana será sancionada con semanas de calabozo, y ella no se quiere perder detalle de la vida de Juanito.

Juanito, así lo bautizó, es un bebé que juega con su mamá en uno de esos patios de la casa de enfrente. Juanito toma la teta y desde su celda Patricia puede ver su sonrisa, o escuchar sus berreos cuando está enojado o tiene hambre.

Así pasa algunas mañanas y muchas tardes, trepada a su cama cucheta, mientras Juanito crece y con los años cambia sus hábitos y sus juegos.

Patricia sufre durante esos años varios cambios de celda, y un par de veces pierde de vista a Juanito.

Además de extrañar el olor a lluvia, a café, el cielo, el sol y la luz del día. Además de extrañar la música, los besos de su compañero, los libros, los diarios y el dulce de leche, Patricia extraña a Juanito.

Cuando no puede ver ese patio, espera ansiosa la mudanza que la devuelva a su lugar de tía imaginaria. Y un día Juanito va al colegio, y otro ya lleva el guardapolvo blanco y la mochila, y otro toma la primera comunión, y otras tardes de otros años Juanito festeja su cumpleaños con amigos del barrio y la escuela.

Todo eso mira Patricia, que de verdad se siente tía, desde la ventana de su celda.

Hasta que en noviembre del ’83 un guardia grita su nombre y sale en libertad, diez años después de que la detuvieran y nueve años después del día en que nació Juanito.

Sus familiares la esperan en la calle y hay muchos abrazos que la asfixian. Cuando se desprende de ellos, y sin decirle nada a nadie, cruza la calle y toca el timbre de la casa de Juanito para contarle todo a su mamá. La señora tiene casi la misma edad que ella y también la abraza fuerte cuando termina el relato.

Hoy, casi treinta años después, Juanito, que en realidad se llama Nicolás, sigue festejando su cumpleaños en la misma casa de la calle Bermúdez. La tía Patricia es la que siempre se encarga de hacerle la torta y ayudarlo a apagar las velitas.
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