Open Your Eyes Capítulo 2

Feb 01, 2011 22:25



Capítulo 2: When the day is done.

Era raro.

Estar vivo otra vez. Ver a los niños que estuvieron bajo su protección convertidos en hombres. No cruzar una mirada cómplice con Saga y tener que aguantar las ganas de reír en medio de una reunión. Todo se le hacía extraño y distante.

Sentir el peso de la armadura sobre su cuerpo y conectarse con ella se sentía diferente.

Demasiadas cosas habían pasado durante esos años como para lograr asimilarlas en unas cuantas horas. Por momentos se sentía como un muchachito que no sabía muy bien como debía actuar, una sensación muy idéntica a la de aquel día en que había ganado la armadura dorada y se vio en un cuarto - el salón del Patriarca - rodeado de santos que le llevaban años de ventaja.

Esta vez, los hombres que ese día se pararon frente a Athena habían sido, la mayoría de ellos, una vez, hace tiempo, aprendices a su cargo y ahora se erguían fuertes y orgullosos del lugar que ocupaban. Y tenían en el cuerpo las marcas de años luchando al servicio de Athena, experiencia que él no compartía en su totalidad.

Si tenía que referirse al sitio que ocupaba en esta ocasión, no habría sabido que decir. Decidió que atribuir su actual desorientación a las pocas horas que llevaba vivo y a lo mal que había ido su primer encuentro con el santo de géminis, resultaría ser lo más sensato.

Tenía muchas cosas mejores en las que gastarse las neuronas. Una de ellas, por ejemplo, el santo que lo miraba de reojo y caminaba junto a él en silencio, dubitativo y masticando preguntas que no alcanzaban a salir de su boca.

Aioria había crecido para transformarse en un hombre fuerte, de eso no había duda. Era cosa de verlo; la espalda ancha, los hombros erguidos y orgullosos, la barbilla altiva, los ojos verdes que brillaban con determinación. Puede que se haya perdido todo el proceso que lo llevo hasta allí, pero Aioros de todas formas sentía que se le hinchaba el pecho de orgullo.

Ninguno se detuvo cuando ingresaron al templo de Sagitario. En cambio, Aioros, un poco agobiado por el peso de la armadura (un peso que resultaba más difícil de sostener en lo mental que en lo físico), se quitó la armadura usando el cosmos para volverla a su forma original.

El santo de Sagitario podía palpar la confusión de su hermano. Podrían haber pasado años desde la última vez que intercambiaron palabras, podría ser que su hermano no fuese la misma persona que recordaba, podía jugar a formar una enorme cantidad de suposiciones, pero siempre habría un lazo que no cambiaria pasara lo que pasará. Y gracias a él, Aioros podía imaginar, con una probabilidad de acertar bastante alta, qué era lo que mantenía a Aioria tan callado y con las cejas arrugadas.

Con toda seguridad, Aioria se preguntaba que era lo que de verdad había ocurrido. Trataba de entender porqué, hace sólo unos minutos, buscaba la mirada huidiza de Shura o necesitaba hacer uso de todo su control para no enfrentar a Saga. Quizás intentaba deducir si lo que quería era pretender que todo podía olvidarse con la misma facilidad con la que se sacudía el polvo de los pantalones. Y luego trataría de comprender porqué, si su anterior respuesta resultaba afirmativa. Desde luego, para Aioria sería mucho más sencillo aceptar que no quería compartir el mismo cuarto que el santo de Géminis y de Capricornio. Que no quisiera dirigirles la palabra o que los evitara a toda costa le resultaría lo más lógico. Y si las viejas costumbres no se olvidaban con mucha facilidad, Aioria seguramente llevaba minutos cuestionándose si debía hacer lo mismo. Preguntándose si debía fustigar a los que habían traicionado al Santuario años atrás de la misma forma en que ellos habían manchado el nombre de su hermano y habían transformado su propia vida en una tortura constante o si debía hacer como él y actuar despreocupadamente.

Aioros no pudo evitar sentir ternura por el muchacho. Algo sabía de lo que había tenido que atravesar luego de su muerte, pero siempre, cada vez que pensaba en ello, lo que más le conmovía era la imperiosa necesidad de limpiar el nombre del santo de Sagitario, ese noble caballero que había dado su vida por la de Athena.

Suspiró dándose la vuelta hacia Aioria; tenía demasiadas cosas de las que hablar con él. Y éste no era el momento.

- Entonces, ¿es cierto que tienes novia? - preguntó, intentando romper el silencio que los rodeaba. Aioria cambió el peso de pie, inseguro de dar una respuesta y Aioros adivinó que pasaba por su mente - No es que esté mal, ¿sabes? Catorce años atrás también habían un par de reglas que se pasaban por alto y no creo que hayan cambiado mucho las cosas.

Le hizo gracia ver a su hermano pequeño portando una armadura que lo hacia ver tres veces más grande y sonrojándose ante la mención de la supuesta muchacha. Aioria asintió, agitando los rizos castaños.

- Es un santo de Plata…- dijo, pasándose los dedos por el cabello - Marín. Se llama Marín.

- ¿Es guapa?

Aioros puso una sonrisa felina en su rostro al ver que el sonrojo de Aioria se volvía imposiblemente más notorio.

- Mucho.

- ¿Y por qué estás aquí todavía?

El menor apretó los puños y frunció los labios. Quería ver a Marín, quería abrazarla, quitarle la máscara aunque se negara, besarla y asegurarle que estaba bien y de vuelta. Pero había pasado catorce años con un peso sobre los hombros que nadie, salvo el santo frente a él, podría quitar completamente. Marín lo hacía más liviano, más fácil de llevar, pero seguía estando allí. Desde ese punto de vista, el único lugar en el que pensaba estar en ese momento era allí, en el noveno templo y con el único que pensaba hablar en un futuro inmediato, era con Aiorios.

- Porque…- Aioros lo interrumpió apenas oyó la primera palabra.

- Hablaremos, Aioria. Lo haremos. Pronto, mañana, pasado. No sé…hablaremos luego - Aioros se oía, de pronto, fatigado y caminaba hacia el interior del templo con pasos pesados - Pero ahora estoy cansado y tú tienes a una linda chica esperando.

- Aioros…

- Aioria…- el mayor imitó el tono molesto del más joven y el eco de su voz grave resonó contra los muros de piedra, haciendo callar al santo de Leo. Aioros lo miró por sobre el hombro, con una sonrisa suave en los labios que contrarrestaba la molestia que se había escuchado en su voz - Sea tu novia un santo de plata o una muchachita de Rodorio…sigue siendo una chica. Y si la haces esperar más tiempo, va a molestarse. Y si se molesta y es tan linda como dices, vamos, tendré que hacer algo para remediarlo.

Aioria se vio en la obligación moral de rodar los ojos. Sonrió a su pesar, viendo como Aioros se alejaba, tranquilo y relajado, como si todo fuese normal. Como si nada atormentase la calma que lo bañaba. Por un momento, quiso tener esa misma serenidad. Ser capaz de conferir a los demás ese sosiego y esa paciencia. Aioria, en cambio, era impulsivo. Veía o escuchaba y luego, reaccionaba y actuaba. Se saltaba completamente esa parte de pensar detenidamente lo que hacía. Y su instinto, en ese momento, lo llamaba a condenar a los verdaderos culpables de aquella época oscura del Santuario. Le pedía, a gritos, exigir respuestas de los principales involucrados. Tenía que morderse la lengua para no hacerlo.

Esa era una de las principales razones por la que siempre miraba y estudiaba a Aioros antes de actuar, incluso siendo un niño pequeño. Porque Aioros, a diferencia de él, no se saltaba la etapa de pensar antes de actuar. Si Aioria era de los que se azotaba contra las puertas hasta abrirlas, Aioros era el que las estudiaba hasta descubrir el mecanismo que las abría con nada más que un ‘click’. Y eso le decía que había algo más. Algún motivo por el que su hermano reaccionaba de una forma tan pasiva, una razón, algo que sabía y él no, que lo hacía actuar de una forma que le parecía inesperada. Por una vez, decidió esperar.

- ¿Mañana? - gritó a nada en concreto. Aioros ya estaba fuera de su vista, pero el eco de los templos siempre era de ayuda en esas situaciones.

- ¡Mañana! - escuchó el eco de la voz de su hermano un momento después y enseguida - ¡Vete ya!

En esta ocasión, Aioria obedeció.

*****

Le tomó dar tres pasos en el templo de Leo para saber que estaba allí. Unos cuantos pasos más bastaron para deshacerse de la armadura. Un poco más de esfuerzo le fue necesario para no apresurarse hasta donde estaba ella, apoyada contra uno de los pilares.
Sonrió al verla separarse del pilar y notar que llevaba la máscara en una mano. Con el rostro descubierto como a él le gustaba, agachando la cabeza con timidez y acomodándose el cabello tras una oreja. Cuando eran ellos, sólo ellos dos, Marín dejaba caer esa apariencia dura y se mostraba frágil y delicada, como cuando la conoció, hace muchos años. Y Aioria hacía a un lado su porte de caballero, el orgullo se le deshacía y le bajaba de los hombros para asentársele en el estomago, con una sensación calida que se extendía al resto de su cuerpo.

El muchacho hizo un gesto, llamándola sin palabras y Marín avanzó hacia él con la mirada aún gacha, hasta que pudo esconder el rostro contra su pecho y rodearle la cintura en un abrazo que pronto fue imitado por Aioria. Sentir los brazos de Aioria rodeándola sin esfuerzo, como si su espalda fuese suficiente para envolverla completa y sentir el susurro de su voz muy cerca del oído, en un ‘Hola’ que le resultó demasiado cotidiano, bastó para que la guerrera se desmoronara.

Aioria sonrió contra el cabello de Marín al sentir las sacudidas de su cuerpo, besó suavemente su sien y murmuró;

- Oye, basta. Estoy bien. Y estoy aquí, contigo. Deja de llorar…tú no lloras.

Por toda respuesta, Marín le dio un golpecito en el pecho con un puño y enseguida, con la misma mano, le rozó el cuello, atrayéndolo cerca, buscándole la boca y besándolo con ansias, siendo aquella la única forma en que podría demostrarle cuánto le alegraba verlo otra vez.

- ¿Y? - preguntó la muchacha una vez se separaron, manteniéndose cerca, escondiendo el rostro en el cuello de Aioria.

- ¿Y qué? - preguntó, a su vez, confuso, el santo de Leo. Respondió lo primero que se le vino a la mente - Besas de maravilla. Pero eso ya lo sabías.

La risa de Marín le resultaba refrescante. La muchacha se separó de él, afirmando las manos en las caderas y fingiendo molestia. Tenía los ojos enrojecidos y la marca de lágrimas secas en las mejillas, pero le sonreían las pupilas.

- ¿Y? - volvió a preguntar Marín - ¿Tu hermano?

- Está vivo - el rostro del griego se suavizó y extendió ligeramente una mano frente a él. Marín hizo lo propio y Aioria, inconciente de que lo hacía, jugaba a chocar sus dedos contra los de la pelirroja, mientras desviaba la mirada - Está bien, quiero decir…Se ve exactamente como lo recuerdo - era una risa grave la que se le escapaba y Marín lo obligó a entrelazar los dedos con los suyos - Pero está vivo.

- No pareces satisfecho.

Aioria hizo una mueca y cuando volvió la mirada hacia la muchacha, sonrió perverso.

- No quiso hablar conmigo - dijo y al mismo tiempo, comenzó a retroceder, arrastrando a Marín - ‘Mañana’ dijo. También dijo ‘pasado’ y ‘no sé’, así que mañana no será.

Marín dudó en contestar.

- Tendrá mucho que pensar - Aioria asintió sin dejar de jalar de ella y arrancándole una risotada.

- Seguramente. Pero no voy a preocuparme en estos momentos. Será mañana, si quiere. O pasado o cuando se le ocurra. Pero haré que me lo diga.

- ¿Ah? ¿Vas a esperar? ¿Tranquilito, sin hacer nada? - Marín sonrió de lado - Algo te ha pasado. No eres el mismo santo de Leo que se fue de aquí.

A Aioria le relampaguearon los ojos. El tono de Marín, la sonrisa de lado y la ceja levantada le insinuaban un desafío. Y Aioria siempre tuvo cierta debilidad por los desafíos.

- ¿Quién dijo que no haría nada mientras tanto?

Marín chilló cuando Aioria la jaló con fuerza y la cargó al interior del templo.

***

El agua tibia le golpeaba suavemente los hombros.

Con los ojos cerrados y el cabello aplastado por el agua, Aioros trataba de ordenar las cosas en su cabeza. Desde que Aioria abandonara su templo, se lo había pasado ideando maneras para decirle la verdad, sin que ésta cayera tan violentamente sobre él. Resopló mientras se daba la vuelta y alzaba el rostro, dejando que la ducha le lavara la cara.

Quizás sería mejor decirle sólo una parte de la verdad. No sabía como podría llegar a reaccionar si se lo contaba todo. Pocos conocían esa verdad y quienes lo hacían, eran sus principales artífices. Shion, por ejemplo, y él mismo. Si le pedían adivinar, talvez ni el maestro de Libra estaba enterado de todo. Kanon lo había descubierto por su cuenta y si Saga no lo hubiese encerrado en Cabo Sunión antes, quién sabe que habría ocurrido. Sin duda, había más gente que merecía saberlo. Para él, tres eran importantes; Saga, Aioria y Shura. A su juicio, los más afectados.

No, no habían sido los únicos. Milo, Afrodita, Deathmask… A la larga, podría nombrarlos a todos. Pero eran esos tres los que más le importaban. Eran ellos a los que temía enfrentar. Los otros…

Los otros podrían enterarse, enfadarse, enfurecerse y arrasar con todo a su paso y a él podría darle exactamente igual. Pero no soportaba la idea de perder a Saga y Aioria, y le dolería no poder recuperar la amistad de Shura.

Tenía fe en que el santo de Capricornio entendería la situación. No sería cosa de aceptarlo de un día al otro, pero comprendería. Incluso, confiaba en que Aioria podría aceptarlo. Ponerse en su lugar y ver, a través de sus ojos, como había ocurrido todo en realidad.

Así, el que le preocupaba más era el gemelo. Y si era completamente sincero, era, de los tres, el que más le importaba. También creía que le costaría menos imaginar su posible reacción. Y por eso Aioros se llenaba de dudas.

Saga era inteligente, podía encontrar sin problemas mil y un razones para contradecirlo. Y peor aún, era terco. Cuando algo se le metía en la cabeza, era necesaria mucha paciencia y mucha, mucha constancia para hacerlo cambiar de parecer. Por equivocado que estuviera. Convencerlo de algo, era una tarea titánica.

Cerró la llave y se ató una toalla a la cintura. Limpió con la mano el vaho del espejo y fijó los ojos en su reflejo. Dejó que las memorias fluyeran libres, como una excusa para fundamentar sus dudas.

Y el recuerdo que se detuvo en su mente fue, precisamente, de la vez que tuvo que convencer al geminiano de que le gustaba. Su reflejo sonrió al recordarlo.

No tendrían más de dieciséis o diecisiete años. Eran unos críos jugando a ser santos de Athena, vistiendo armaduras doradas que si no fuera por ayuda del cosmos, ni siquiera podrían cargar cómodamente. Saga llevaba unas horas recostado en la cama, mirando el techo y frunciendo las cejas como había tomado por costumbre desde que obtuviera su armadura.

Aioros lo miraba de reojo cada tanto, fingiendo que su atención estaba completamente puesta en el libro que leía. Estaban en el cuarto que los gemelos habían usado cuando eran más pequeños, Saga en la cama que había sido suya y Aioros en la que había sido de Kanon. El menor de los gemelos no estaba por ningún lado. De pronto, Saga arrugó la nariz y Aioros enterró la suya en el libro, sabiendo lo que se avecinaba.

- ¿Cómo sabes que te gustan los chicos? - preguntó sin mirarlo y Aioros habría dado lo que fuera porque el libro cobrara vida y tratara de asfixiarlo - Quiero decir, ¿cómo estás seguro de que te gustan los chicos?

Aioros tomó aire y se preguntó si dejar de respirar concientemente sería tan efectivo como que el libro lo asfixiara.

Hace un par de meses, había tenido la genial idea de besar a Saga. Hace tiempo que venía pensando en eso y a esas alturas, sabía que si no lo hacía, no se lo sacaría jamás de la cabeza. Y desde entonces, a pesar de que de vez en vez seguían intercambiando besos a escondidas, Saga continuaba haciendo la misma pregunta. Una y otra vez. A veces era gracioso, que Saga fuera a ratos tan aprensivo con el tema y a ratos se mostrara tan ansioso. Pero tanta duda respecto a sus sentimientos comenzaba a cansarle.

- No me gustan los chicos - respondió contra el libro, haciendo que su voz sonara apagada. Luego alzó el rostro, se sostuvo sobre los codos, miró a Saga con seriedad y repitió lentamente, como quien le habla a un niño que recién comienza a hablar - No.Me.Gustan.Los.Chicos. Me gustas tú.

- Pero…

Aioros gruñó y le arrojó la almohada antes de que pudiese decir algo más. Sin perder tiempo, se pasó a la cama de Saga y trató de inmovilizarlo allí. Forcejearon un momento, hasta que Saga se rindió y Aioros lo aprisionó entre su cuerpo y la cama.

- Me gustas tú - murmuró contra sus labios y luego, lentamente, lo besó - ¿De acuerdo?

Saga tragó con dificultad.

- De acuerdo.

El gemelo no volvió a hacerle esa pregunta. Por supuesto, encontró otras, pero Aioros se las arregló para despejar sus dudas de una u otra forma.
El arquero sacudió la cabeza. Suponía que Saga tampoco aceptaría fácilmente que no era culpable de la rebelión en el Santuario. No importaba que le dijera, esta vez no sería tan sencillo. Eso, si es que Saga se dignaba a escucharlo siquiera.

Al llegar a su cuarto, tomó una decisión absolutamente diferente a la que se había planteado en un principio.

Hablar con Saga de lo que había sucedido catorce años atrás se le aparecía como la mejor forma de alejarlo definitivamente y, no llevaba ni veinticuatro horas con el corazón palpitando y ya lo extrañaba de una forma que se le antojaba poco saludable. No quería ni empezar a imaginarse como habrían sido esos años para Saga, con su natural tendencia a la soledad.

Le parecía más sencillo actuar así, como si todo se hubiese olvidado. Dejar que Saga hiciese las pases consigo mismo y confiar que, una vez lo hubiese logrado, iría por él. Era bueno conocer al gemelo tan bien, por un lado. Tenía la seguridad de que no se quedaría sin darle un punto final definitivo. Por el otro lado, sabía que no sería cosa de un par de días. Y que probablemente, necesitaría ayuda extra. De, por ejemplo, su hermano.

Sólo esperaba que el menor de los gemelos estuviese dispuesto a ayudarle. Y que él mismo tuviese la valentía suficiente para ir, decirle de frente que se había equivocado y esperar que Kanon no se riera en su cara al decirle que necesitaba su ayuda.

*****

Bastó un segundo para que las imágenes se le viniesen a la mente. Un segundo en el que alzó la mirada para buscar a Kanon y tenía, suerte la suya, que toparse con los ojos azules de Aioros. Fue casi nada, una milésima de segundo en la que sus miradas se encontraron. Y ese ‘casi’ significó que se le apretara el pecho, que el estomago le diera vueltas y que recordara todo, con lujo de detalles. Fue un ínfimo instante y se sintió nuevamente en ese salón, usurpando la identidad del Patriarca y enfrentándose a esos mismos ojos. De un momento a otro, el cuarto se le quedó chico, sintiendo que todos los ojos se posaban sobre él. Se sintió asfixiado y lo único que quería era huir. Apenas Shion los despidió, abandonó el salón lo más rápido que pudo y apenas estuvo fuera de la vista de todos, tomó el primer pasadizo que lo llevaría hasta Géminis.

¿El dolor en el pecho? Lo conocía. Culpa, traición; las había vivido ya. ¿La garganta cerrada? También conocía la sensación; frustración, miedo. El ardor en los ojos era poco frecuente, pero no extraño. Extraño le parecía ese calorcito que nacía en algún lugar entre el pecho y el estomago. Un calorcito que nació junto con todo lo demás, luego de toparse con los ojos de Aioros. Una esperanza pequeñísima. ¿Aioros lo buscaba a él? ¿Después de todo lo que había hecho? Por más que quería extinguirla, esa pequeña esperanza latía fuerte.

Golpeó la muralla de piedra con los puños y descansó la frente contra ella, ahogando un sollozo. ¿Cómo podía permitirse siquiera albergar semejante ilusión? ¿Cómo podría simular merecerla? ¿Cómo se podía considerar con el derecho a imaginar que la posibilidad de ser perdonado era real?

Las piernas le fallaron y se dejó resbalar hasta que estuvo de rodillas. Con la garganta contraída, los gemidos morían en su pecho y se transformaban en estertores que le sacudían los hombros.

Se dio la vuelta lentamente y descansó la cabeza contra la piedra fría. Estiró las piernas y con las manos, se cubrió los ojos. Inhaló y exhaló controladamente, en un intento desesperado por tranquilizarse. Necesitaba recuperar el control. Y no halló mejor forma de hacerlo que dejar que los recuerdos fluyeran.

Los primeros, los recuerdos buenos, los recuerdos que ha todos los harían mantenerse en pie, fueron los más dolorosos. No los detuvo, se quitó las manos de los ojos y dejo que desfilaran frente a él. Habría querido olvidarlos. Cada uno de ellos. Habría sido más sencillo si no los recordara claramente.

Entonces, una sonrisa oscura le cruzó los labios y sus ojos se elevaron a la oscuridad que se cernía sobre él, en lo más alto del templo. Los otros, los recuerdos de las atrocidades en las que había participado, las que había provocado y las que él mismo había ordenado, bailaban, allá arriba, en las sombras. Cualquier persona normal, habría dado un brazo por hacer que aquellos recuerdos se borraran para siempre de su memoria. De la memoria colectiva, de ser posible. Pero Saga no era cualquier persona.

Una extraña tranquilidad le llenó el cuerpo. Lo recordaba todo. Kanon azotado contra los barrotes de Cabo Sunión, la desesperación en los ojos de Aioros cuando lo enfrentó para salvar a Athena, el niño llorando a su hermano. Era una paz masoquista la que lo embargaba.

Habría sido injusto que no recordara todo eso. Habría sido injusto para todos los que habían sufrido por su causa y a él, le reconfortaba poder sentir asco de si mismo, culpa por sus actos. Una risa amarga abandonó sus labios. Le parecía ligeramente retorcido encontrar paz en su dolor, pero unos segundos después, le pareció justo. No sentirse responsable lo convertiría en una escoria aún peor. De esta forma, conciente de sus actos, podría esmerarse por hacer las cosas un poco mejor, por mucho que doliera.
Se preguntó si, quizás, ese dolor sería el que le permitiría mantener la cordura.

Pasó horas sentado en aquel rincón del tercer templo, ensimismado, mirando al vacío, haciéndose las mismas preguntas una y otra vez, rememorando hechos pasados varias veces, albergando esa pequeña esperanza que evitaba que todo lo demás se detuviese. Sumido en su miseria, recuperó la tranquilidad. Sin embargo, había algo más. Una duda que de pronto le hizo fruncir el ceño.

Estaba siendo egoísta al pensarlo, pero…Llevaba horas sumido en su aturdimiento depravado y masoquista y Kanon no había venido a sacarlo aún. Cuando vio a Kanon en el templo del Patriarca, vio también una soga a la que asirse. Cuando Kanon hizo ese gesto, como de esconder una sonrisa, para Saga fue como que le tendiera la mano para levantarlo. Su alivio no fue solo por ver a su gemelo vivo, sino porque allí estaba el pilar de su redención. Si no podía hacer las cosas mejor para su hermano, podría olvidarse de arreglar todo lo demás. No valdría nada.

Como gemelos, entre ellos había sólo dos caminos posibles; enfrentarse o ayudarse mutuamente. En el pasado, ya se habían enfrentado lo suficiente. Por la armadura primero, por el control del mundo después. A Saga le parecía que era momento de tomar el otro camino. De volver al otro camino, más bien dicho. Pero, ¿estaría Kanon dispuesto a hacerlo? ¿Qué tal si lo había pensado mejor y había decidido marcharse?

La idea le dio nauseas. Recogió las piernas y con un poco de esfuerzo se puso de pie. Tenía cosquillas en los muslos y los pies no le respondían en un principio. Dio pasos lentos, temblorosos, y se encaminó, inseguro, hacia la salida del templo, esa que daba a Cáncer. Se sentó en los primeros escalones, abrazándose las rodillas y esperó.

Esperó confiando que Kanon aparecería en cualquier minuto.

Alzó los ojos, confirmando que las estrellas brillaban un poco más fuerte esa noche y luego, bajó la mirada. Se detuvo en el templo de Athena primero, en Sagitario luego. Y no quitó los ojos del noveno templo hasta que vio una figura dibujarse en un costado. Se puso de pie cuando la figura alzó ligeramente su cosmos, saludándolo. Saga agitó la cabeza sonriendo, pero enseguida, volvió a la seriedad de siempre.

- Pensé que te habías marchado - su voz fue apenas un murmullo temeroso.

Kanon se encogió de hombros. Había algo en su mirada que lo volvía imponente. Una fuerza que parecía contagiosa. Y Saga quería quedarse cerca un rato para comprobar si era verdad.

- Naah - dijo Kanon y luego - Tengo un par de cosas que hacer aquí.

Fue Kanon el que le pasó un brazo por los hombros y lo obligó a regresar al templo. El que le dijo que tenía un par de cosas que reclamarle y al mismo tiempo, le apretaba el hombro, asegurándole que todo estaría bien. ‘No es tan importante’, le decía ese brazo sobre los hombros, ‘Porque estoy aquí’, le decían los dedos que se cerraban sobre su hombro. ‘Esta vez haremos las cosas bien’, decía la sonrisa tenue en los labios de Kanon. Y Saga se vio, de pronto, con ganas de creerle.

Así que sonrió de vuelta.

TBC

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