Open Your Eyes Capítulo 1

Feb 01, 2011 22:17



Capítulo 1: The past has found me.

Tomó aire por undécima vez y lo contuvo el mayor tiempo posible. Su corazón insistía en palpitar rápidamente y por más que lo intentaba, no lograba calmarlo.

Se llevó la mano a la frente, en un gesto agobiado, quitándose los cabellos del rostro, y abrió los ojos por segunda vez, clavándolos en el techo de la habitación. Al hacerlo, notó que una par de lágrimas corrían perezosas por sus sienes hasta perderse en las cobijas de su cama. Notó, también, que la vista se le nublaba con lágrimas contenidas; que el cuarto ya no daba vueltas como la primera vez que abrió los ojos, que respirar no le quemaba los pulmones como en las primeras ocasiones. Notó que todo rastro de dolor físico había desaparecido. Notó, con una punzada culpable y dolorosa en el pecho, que estaba vivo una vez más.

Cuando la conciencia llego a él, sin aviso ni advertencias, todos los recuerdos se agolparon en su mente a una velocidad espantosa. Como titulares de prensa que desfilaban contra sus parpados para ponerlo al día de los sucesos que había protagonizado.

Una y otra vez, se negó a aceptar que podía abrir los ojos, que podía respirar. Se repitió, incansable, que era un error. Que no merecía una oportunidad de este tipo. Que no había hecho nada que valiera el que su corazón palpitase de nuevo.

Sintió un nudo en la garganta al percibir el cosmos de Athena abrazándolo, confortándolo, confirmándole que realmente estaba vivo. Dándole fuerzas para enfrentar la realidad. Mezclándose con el calor de su sangre, como si su sangre fuese digna de gozar aquel calor. Nada más alejado de la realidad.

Se apretó los ojos con las palmas, aumentando la presión para detener las lágrimas que amenazaban con huir. Sonrió al mismo tiempo en que dejaba salir un amargo sollozo.
Si lo pensaba con detenimiento, esto era exactamente lo que merecía.

Se merecía el sentir culpa por cada latido, se merecía recordar cada error cometido, reiteradas veces. Definitivamente, se merecía estar vivo y sentirse la peor escoria del universo. Resopló abrumado, pero sin perder la oscura sonrisa que torcía sus labios. Se dijo, con toda la saña que pudo evocar en sus pensamientos, que haber permanecido muerto habría sido demasiado regalo para él. Sin embargo, convencerse de una realidad semejante no hacía menos doloroso el golpeteo incesante dentro de su pecho.

Permaneció recostando unos momentos más, hasta que sintió el cosmos de sus compañeros comenzar a encenderse. Uno a uno, comenzó a identificarlos, imaginándose con que actitud enfrentaría a cada uno de ellos. Su corazón se saltó un latido al llegar a Sagitario. Recordaba cuando, en momentos de soledad y debilidad, jugaba a sentir el cosmos de Aioros en el Santuario, deliberadamente ignorando su responsabilidad en la desaparición de esa presencia tan acogedora. El estomago le dio vueltas al saber que esta vez, su presencia era tan real como las nauseas que le obligaban a apretar los ojos. Se levantó y corrió hacia el baño con movimientos torpes, aferrándose al lavamanos para no caer de rodillas. Abrió la llave y se mojó bruscamente el rostro, respirando rápidamente en un intento por controlar el impulso de vomitar. El pánico llenaba cada una de sus células al imaginarse frente a frente con el arquero. El miedo lo consumía al saber que no podría evitarlo. Vergüenza era lo que sentía por desear hacerlo, aún cuando ese deseo lo escondiera en lo más recóndito de su ser.

Levantó la cabeza y el espejo le devolvió un reflejo que tardó en reconocer como suyo. Los ojos verdes, desesperados y asustados, su boca dejando escapar rápidas y ansiosas respiraciones, su piel luciendo pálida y cubierta con un sudor helado, sus cabellos desordenados enmarcando la imagen. Tocó el espejo con la punta de los dedos, rogando porque todo se desvaneciese al hacerlo. Agachó la cabeza, frustrado, cuando nada ocurrió.

Estaba vivo. Pensaba, respiraba y sentía.

No quería nada de eso.

Sin embargo, se dijo otra vez, era lo que se merecía. Sufrir todo el dolor que había causado, ser humillado y avergonzado, ser culpado y despreciado, ser negado y odiado por quien más había extrañado todos esos años. Alzó la vista otra vez, fijándose nuevamente en su reflejo y salió del baño apresurado, recordando por vez primera que el reflejo ante él debería ser ligeramente diferente.

Entró con pasos temblorosos a la habitación que solía ser de Kanon y la halló vacía. Se descubrió entristecido al no poder correr hasta él y abrazarlo, aun cuando no tendría cómo saber de que forma reaccionaría su gemelo. Lo despreciaría seguramente y él, más que nadie, tendría derecho a hacerlo. Era su sangre y no había dudado un segundo en quitarlo de su camino.

Se sentó sobre su cama, buscándolo concentradamente a través del cosmos y se decepcionó al no lograr dar con él.

¿Quizás Kanon no había sido revivido junto con ellos?

No podía decidir si eso era tremendamente injusto o era como tenía que ser. No sabía si prefería que permaneciese muerto y así, evitar sufrir todo el tormento que a él le llenaba el alma; o que estuviese vivo, para poder disculparse de todo y soportar cada muestra de rencor de su parte.

Escuchó el llamado de Athena con un respingo.

No lograba hacer las pases con su nueva existencia y ya tenía que hacer frente a los compañeros que había manipulado, al hombre que había traicionado y a la Diosa a la que le había arrebatado la vida.

No estaba preparado para eso. Mucho menos lo estaba para calzarse nuevamente la armadura de Géminis.

Suspiró cansado y se levantó, dirigiéndose taciturno hacia el salón del templo, donde podía sentir la armadura vibrar, llamándolo. ¿Por qué lo llamaba? Parecía ansiosa por entrar en contacto con él y Saga no hacía más que pensar en lo indigno que era de ella.
Suspiró con lentitud, casi con burla.

Se había pasado la vida fingiendo frente al resto; podría hacerlo una vez más.

*****

Aioros miraba sus dedos abrir y cerrarse frente a sus ojos, descubriendo que la movilidad volvía a sus miembros después de mucho tiempo. Seguía sintiendo el cuerpo embotado, pero podía sentir el cosquilleo bajo la piel que le indicaba lo vivo que estaba. El golpeteo rítmico en el pecho sólo se lo confirmaba. Se dio vuelta en la cama hasta quedar recostado sobre su estomago y hundió el rostro en la almohada, sonriendo. Sin embargo, el gesto fue momentáneo.

La confusión y la disconformidad manaban a cantaros de los cosmos de sus compañeros. Al parecer, era uno de los pocos que se alegraba de estar de vuelta. Supuso que era comprensible; él había muerto muy temprano en esta guerra, el resto había tenido que sobrevivir y reponerse a cada batalla. A diferencia de los otros, eran sólo un par de recuerdos los que amargaban las imágenes de su vida anterior.
Uno de ellos, se dibujaba en su mente al sentir el desamparo y la angustia emanar del tercer templo; Saga.

Como había sido una constante en su vida, Saga no hacia otra cosa que abarcar sus pensamientos completamente. Era lo primero que se le venía a la mente y lo último que recordaba siempre.

Debería sentir rencor hacia él, desprecio talvez, vergüenza por ser él el destinatario de sus sentimientos más fuertes. Nadie podría comprender que era incapaz de sentir otra cosa que no fuese admiración y amor por aquel hombre, a pesar de todo lo que había sucedido hace años.

Talvez se debía a que, de cierto modo, se sentía tan responsable de la rebelión de Saga como el gemelo debía hacerlo. Tendría que haber sabido que algo andaba mal con el peliazul. Tendría que haberlo detenido antes de que las cosas se pusiesen más feas. Tendría que haberle puesto más atención a sus miedos. Tendría que haber sido lo suficientemente fuerte para enfrentarlo tan pronto descubrió que había usurpado el puesto del patriarca. Y sin embargo, no se había atrevido, confundiendo sus sentimientos con una lealtad hacia el geminiano que resultaba equivocada en semejante contexto.

Lo otro que evitaba que una sonrisa se formara de nuevo en sus labios, era ese cosmos cálido y fuerte que corría alborotado hacia su templo.

Aioria ya no era el muchachito sonriente que había abandonado en el Santuario siendo un niño. A través del cosmos, lo había sentido combatir en numerosas ocasiones y sabía que su hermano pequeño, ese al que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando lo reprendía y se mordía los labios para no demostrarlo, se había transformado en un digno santo de Athena. Sin su ayuda.

Quizás ese habría sido un buen motivo para odiar a Saga; el haber hecho sufrir al pequeño aprendiz de Leo más de la cuenta, acusando a su hermano, a su ídolo, de traidor. Manchando su imagen, haciéndolo renegar de él. Pero, otra vez, sabía que también era responsabilidad suya. De cierto modo, escogió abandonar a Aioria al enfrentarse a Saga al último minuto. Escogió dejarlo solo y a su suerte, curtiendo su carácter a punta de dolor y sufrimiento.

La última vez que lo vio, Aioria tenía seis años. Ahora, debería bordear los veinte y su carácter tenía, por fuerza, que haber cambiado. Conocía al pequeño de ojos relampagueantes que a los seis años lo seguía como su sombra; del santo de Leo no sabía prácticamente nada, salvo que había renegado de él por años. ¿Qué habría de hacer las cosas diferentes ahora? ¿Por qué sería distinto cuando eran extraños uno del otro?

Se levantó cuidadosamente, sintiéndose como un niño aprendiendo a caminar. Con pasos inseguros se acercó al espejo del cuarto y estudió su rostro, tratando de asimilar que su hermano debería parecerse demasiado al reflejo que el espejo le devolvía, excepto por el color de ojos - azules - y el tono del cabello - que su hermano siempre había tenido un poco más claro.

En un arranque de curiosidad, se levantó la camiseta, descubriendo que su cuerpo no se había visto libre de las marcas de su anterior vida. Una cicatriz le cruzaba el torso, prácticamente en toda su extensión, y otras tantas, más pequeñas, la acompañaban. Resopló frustrado; si pretendía tener a Saga de regreso, aquellas cicatrices le harían un flaco favor.

Justo entonces, la puerta de su habitación se abrió con violencia. Ensimismado como había estado en reconocer su propia apariencia, había olvidado que Aioria se dirigía hacia su templo. Y ahora lo tenía a un par de metros, respirando agitado luego de haber corrido hasta allí, luciendo enorme en la armadura dorada que portaba con altivez, lleno de orgullo. Su expresión no era tan brillante como antes, su boca no sonreía con la facilidad de la infancia, pero sus ojos verdes centelleaban con la misma fuerza - tal vez más - con que lo habían hecho de niño.

- Estás vivo - jadeó, con voz lejana y no muy convencido.

Aioros se removió nervioso, pasándose una mano por el cabello castaño, revolviendo aún más los rizos desordenados, pero no dijo nada. No sabía que decir ni que hacer a partir de allí. No pasó por alto, eso si, la forma en que las espesas cejas de Aioria se juntaban sobre su nariz y empuñaba las manos, avanzando lenta y amenazadoramente hacia él.

- No tienes idea de todo lo que he tenido que pasar sin ti - escuchó que reclamaba, sin embargo, no había rencor en su tono de voz. Sonrió suavemente; lo sabía, claro que lo sabía. Jugueteó con las posibilidades mientras la vida se le escapaba en cada respiro - No tenías derecho a abandonarme así.

- Tienes razón… - comenzó a decir Aioros, pero fue interrumpido por un sorpresivo abrazo por parte de su hermano, que le quitó el aire a media frase.

- Te extrañé como no tienes idea - murmuró Aioria contra su pecho.

Sagitario tragó con dificultad, enternecido por la actitud del muchacho, descubriendo al pequeño aprendiz que había dejado solo hace catorce años. Enredó una de sus manos en el cabello alborotado del joven Leo y lo mantuvo allí un momento, contra su pecho, mientras los pequeños espasmos que recorrían a Aioria desaparecían. Minutos después, lo obligó a levantar el rostro, dispuesto a disculparse con su hermano.

- No - dijo Aioria antes de que pudiese abrir la boca - Yo lo lamento. Lamento haber dudado de ti, lamento haberte desconocido como hermano. Me comporté como un idiota y no te merecías nada de eso. ¡Lo siento tanto!

- Te fallé, Aioria. A ti, a los demás - contestó el arquero, apresurándose en terminar al ver al muchacho fruncir el cejo nuevamente - Pero eso poco importa ahora. No voy a pasarme las horas arrepintiéndome de cosas que no van a cambiar - sonrió al ver a Aioria asentir y en la necesidad de darle otro aire a su reencuentro, lo miró divertido antes de agregar - Además, no todo fue tan malo. ¡Mírate! Todo un santo dorado gracias a tu esfuerzo…

- Por testarudo diría yo - murmuró Aioria - Claro, aprendí del mejor.

Aioros entornó los ojos, obviando la alusión a su terquedad y le pellizcó la mejilla, burlón.

- Y me contaron que tienes novia - Aioria resopló.

- Había olvidado cómo era tenerte de hermano.

Las carcajadas de Aioros resonaron en las paredes del cuarto momentos antes de que escucharan el llamado de Athena. Aioros miró a sus espaldas, sólo por reflejo y la sonrisa de Aioria se esfumó al verlo titubear.

- ¿Estarás bien? - preguntó, sospechando de los nervios que su hermano debería estar sintiendo - Quiero decir, Saga y Shura estarán allí.

- No me ayudas, Aioria, gracias - rió nervioso, girando de nuevo hacia él - Pero ya te lo dije; no voy a desperdiciar esta oportunidad, menos por cobarde. Será mejor que nos pongamos en marcha.

Leo lo vio caminar con paso decidido hacia la puerta. Aioros, aún sin vestir su armadura, no era capaz de perder ese porte digno y noble que lo había caracterizado siempre. Esa aura de perfección que lo rodeaba seguía siendo igual de magnética a como la recordaba. Sonrió, deseoso de revivir la etapa en que no eran más que hermanos. Claro, no dejaría pasar las ventajas que tenía a su favor esta vez.

- Sabes que ya tengo veinte años, ¿no es así? - Aioros afirmó sin detener su andar y casi sin prestarle atención - Entonces sabes que soy mayor que tú. Lo que significa…

- Sigues siendo más bajito que yo, Aioria - contestó Aioros, mirándolo por sobre el hombro - Y de todas maneras, sigo siendo el que nació primero. Aún soy el hermano mayor, te guste o no.

Aioria refunfuñó a sus espaldas, pero guardo silencio, confirmándole a Aioros que no tenía argumentos para contradecirlo. Celebró su victoria con una sonrisa que pudo haber pasado desapercibida para el león que ahora le daba alcance, ambos detenidos frente a la armadura de Sagitario que resplandecía majestuosa en medio de la sala principal. Aioros la rodeó, maravillándose con ella como la primera vez que la vio. Cerró los ojos mientras la rozaba con los dedos, uniéndose a ella después de muchos años y en un momento dado, la bañó con su cosmos, haciendo que sus piezas lo cubrieran calzando a la perfección, como si hubiesen sido esculpidas sobre su cuerpo. Abrió los ojos maravillado y sonrió al ver la expresión anonadada en el rostro de su hermano.

- Y creo que coincidimos en que mi armadura es más bonita - terminó de argumentar a su favor, riéndose ante el bufido molesto de Aioria.

- Ya vámonos - lo escuchó gruñir luego de darse la vuelta y Aioros agitó la cabeza. Siempre supo que Aioria sería un digno santo de Leo; el orgullo se le escapaba por los poros ni bien llevaba horas de nacido.

*****

Saga no terminaba por decidirse del todo.

Daba vueltas alrededor de ella como animal acechando a su presa, un animal que nunca estaba lo suficientemente seguro como para saltarle encima. Dio un respingo al escuchar la voz a sus espaldas.

- ¿No piensas ponértela? - la voz suave le hizo dar la vuelta, encontrándose frente a frente con una sonrisa igual de suave - Nos esperan.

El gemelo asintió, pero permaneció inmóvil. Volvió la vista hacia la armadura y de nuevo hacia el santo que pacientemente esperaba a que hiciese algo.

- Mü…- susurró titubeante y bajando la mirada - ¿Crees que esto está bien? - el lemuriano lo miró sin comprender - Que use esta armadura, que me presente ante Athena vistiéndola, ¿te parece correcto?

- Va a tomar tiempo - contestó Mü, apenas sonriendo - Pero hay que acostumbrarse. Empezar todo de nuevo. Nadie puede negarte esa oportunidad.

- ¿Y si yo no quiero tomarla?

- Aldebarán nos espera, Saga.

Saga suspiró en señal de derrota y apretó los ojos al llamar a su armadura, temiendo que por algún motivo, ésta lo rechazara. Soltó el aire de golpe cuando sintió su peso sobre los hombros. Miró a Mü y armándose de valor, siguió a Aries rumbo al templo de Athena.

*****

Cuando Aioros puso un pie en el templo de Athena, todos los cuchicheos murieron al instante. Varios pares de ojos se clavaron en él, a excepción de uno. Varios de los que allí estaban no habían sido más que niños cuando murió y de seguro, ninguno recordaba su apariencia, salvo por los mayores. Aioria le dio un pequeño empujoncito para instarlo a andar y el arquero no dudó en hacerlo.

Avanzó con paso seguro, respondiendo las inclinaciones de cabeza que le daban la bienvenida. Milo le tendió la mano, con sus enormes ojos turquesa pidiéndole silenciosas disculpas por todo lo que había dicho de él. Aioros sonrió rodeándolo en un medio abrazo; Milo era un niño crédulo y demasiado sincero en ese tiempo, no era su culpa haber crecido escuchando del resto que era el peor de los traidores.

Entonces fijó su vista en la reencarnación de Athena, la niña por la que había dado la vida ya era toda una mujer y no dudó en hincarse ante ella, rindiéndole sus respetos. Aioria lo imitó y acto seguido, tomaron sus lugares correspondientes. Sagitario estudió a los demás santos con curiosidad. Se detuvo en Shura unos segundos, notándolo ansioso ante su escrutinio, pero negándose a dirigirle una mirada. Todos estaban allí; todos menos Mü, Aldebarán, los gemelos y el anciano maestro de Libra.

La ansiedad volvió a recorrerle las entrañas a medida que los minutos pasaban. Shion hablaba con Athena en medio de susurros quedos, mientras los otros santos lanzaban incomodas miradas a los alrededores. Podía ver el descontento en varios rostros, molestia en algunos, resignación en otros.

De pronto, y al igual que cuando él y su hermano entraron en la estancia, los cuchicheos murieron. Giró hacia la entrada dudoso, no muy seguro de cual sería su reacción al ver a Saga. Aldebarán y Mü marchaban al frente, y Aioros dio un vistazo a los demás santos antes de fijarse en el gemelo; la mayoría lo miraba con una expresión dura, unos pocos - los menos a decir verdad - lo miraban con algo de lastima. Se topó con los ojos inquisidores de Aioria, casi como si su joven hermano le preguntara si debía sentir resentimiento por el otro griego o no. Entonces, reteniendo el aire en los pulmones, volteó hacia la entrada, donde Saga avanzaba con pasos inseguros y la cabeza gacha. Nada del altivo soldado que había sido su amigo y compañero, nada de la confianza que le inspiraba a tomar las decisiones más difíciles. Sintió que se desmoronaba junto con él.

Lo siguió con los ojos, insistente, esperando que el gemelo se rindiera a su escrutinio y levantara la vista. Necesitaba ver sus ojos, saber que era lo que se escondía en ellos. Podía imaginar su tormento, pero necesitaba comprobarlo y saber que tendría la oportunidad de sacarlo de ese abismo, como tendría que haberlo hecho hace años. Pero Saga se rehusaba a hacerlo. Y lo haría durante toda la reunión.

Momentos después, Libra se sumó a la reunión. Parpadeó sorprendido al verlo con su apariencia rejuvenecida y es que siempre lo había vislumbrado como un ancianito que había vivido demasiado tiempo para continuar vivo. Al menos, eso hacia que su propia apariencia pasara un poco más desapercibida. Cuando Athena comenzó a hablar, toda su sorpresa se transformó en recelo. Dohko no se veía muy contento con el regalo que la diosa les había dado y eso, asentaba dudas en los demás caballeros. Uno que no compartiera la visión de la diosa y varios más se sumarian, sin duda. 'La reunión podría terminar mal de ser así', pensó.

No se había equivocado al deducirlo, pues no pasó demasiado tiempo para que los ánimos comenzaran a encenderse. Deathmask fue el primero en criticar la resolución de Athena, aunque de una forma sutil, como sólo Cáncer podría echar leña a una discusión. Aldebarán, como era de esperarse, criticó de inmediato la actitud del italiano y para su sorpresa, logró que Shura alzara la voz.

Aioros los observó con algo de sorpresa y con algo de admiración. Shura no había cambiado prácticamente en nada; seguía teniendo una actitud firme, hablaba con seguridad y ponía de manifiesto cosas que no todos se habrían atrevido a hacer. Y con un profundo respeto hacia la diosa, afirmando que no había más objetivo en su vida que cumplir sus designios. El arquero se descubrió sonriendo, a pesar de que Capricornio seguía ignorándolo.

Athena hablaba de una tregua en esos momentos y no pudo evitar abrir la boca. Casi como para asegurarse de que tendría tiempo de arreglar ciertas cosas antes de que tuviese que poner su vida en peligro de nuevo.

- ¿Cuánto durará esta tregua? - preguntó, hablando por primera vez ante la diosa.

Ella lo miró con un gesto de profunda apreciación antes de responder.

- Por ordenes de mi padre, ninguno puede intentar hacer algo ni planear nada, por al menos un año. Podrían comenzar a moverse dentro de un año exacto…o dentro de diez.

Aioros sonrió. Un año era mucho más de lo que esperaba necesitar para lograr que Saga se atreviera a estar con él otra vez. La reunión dejó de preocuparle entonces, maquinando de qué modo lograría acercarse al gemelo sin que éste huyera a la primera oportunidad, al menos, hasta que Athena logró que Saga dejara de encontrar muy entretenidas las uñas de su mano y alzara el rostro con tanta brusquedad que podría haber dado un desagradable chasquido.

Podía ver el arrepentimiento en cada una de las cansadas facciones del griego. Sus ojos brillaban con una expresión de eterna tristeza y sus cejas se torcían en un gesto apesadumbrado. Saga parecía a segundos de renunciar a su porte de caballero y derrumbarse ahí mismo sobre sus rodillas, a vista y paciencia de todos.
A pesar de la mortificación del gemelo, éste sostuvo la mira de la muchacha hasta que le sonrió con dulzura.

-…Sal de ahí - alcanzó a escuchar que Athena decía, antes de que todos voltearan a ver a quien le hablaba.

Aioros vio como el rostro de Saga cambió de expresión en cosa de segundos. Pudo ver una extraña mezcla de alivio y aprensión en sus ojos al ver a Kanon allí. Su voz, susurrando el nombre de su hermano, llegó a sus oídos como algo inusitadamente anhelado.

Saga daba un paso dubitativo al frente, para enseguida arrepentirse de ir hasta su gemelo. Kanon le regalo una sonrisa apenas perceptible, pero suficiente para tranquilizar al santo de Géminis y hacerlo desistir de hacer cualquier cosa que los pudiese avergonzar a ambos.

Cuando Aioros puso sus ojos en Kanon, descubrió que el otro lo miraba fijamente. Entrecerró los ojos, sin comprender el proceder del geminiano. Se sostuvieron la mirada un par de segundos, hasta que Kanon afirmó levemente con la cabeza. Aioros se encontró respirando aliviado como respuesta. Fue casi como si Kanon le diese autorización para acercarse a Saga. Es más, Aioros sabía que Kanon era una forma segura de lograr que Saga tuviese el valor de hablarle. Pensó en ir hasta el gemelo más joven, sin embargo, Milo se le acercaba en ese instante, dándole una palmada en la espalda al saludarlo. Sagitario decidió dejarlo para después, justo cuando sintió que alguien le jalaba insistentemente del brazo.

- No me está gustando esto - murmuró Aioria a su lado, con el ceño fruncido.

Tardó un momento en entender a que se refería. Sintió el cosmos alborotado de Dohko antes de verlo salir de la sala, con pasos rápidos y seguros, la cabeza gacha y los puños apretados con fuerza. La sorpresa era palpable en todos y al igual que a su hermano, no le agradaba como se estaban dando las cosas.
Athena no ocultaba su contrariedad y Shion hacia esfuerzos enormes por controlar su enfado.

- Pueden retirarse - medio gruñó, luego de pasado el desconcierto inicial.

Aioros notó que Kanon había desaparecido mucho antes de eso y cuando buscó a Saga, solo fue capaz de distinguir su larga cabellera azulada. Resopló molesto, sin embargo, terminó por decidir darle un tiempo. Después de todo, el gemelo debía estar haciéndose explotar las neuronas pensando en qué debía hacer a partir de entonces. De una u otra forma, confiaba en que Saga hallaría la forma de volver con él. O viceversa. Siempre había sido así; ahora no le quedaba más que cruzar los dedos para que, al menos eso, no hubiese cambiado.

- ¿Piensas quedarte allí toda la noche? - le preguntó Aioria, un par de pasos más adelante. Aioros negó con la cabeza y decidido a contener las ganas de confrontar a Saga, siguió a su hermano en el descenso hasta Sagitario.

TBC

- Cap.2 -

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