Nov 25, 2007 14:10
Soy el cuervo blanco que apenas se puede distinguir en la claridad del cielo,
la imposible raya en el agua que sólo podrás contemplar por unos instantes,
el punto negro escondido en una inmensidad de luminoso y homogéneo blanco,
aquél que siempre llega tarde en los tiempos en los que todos se adelantaron ya.
Soy la minúscula e insoluble gota de aceite perdida en inmensos océanos de aguas claras,
un renglón torcido en voluminosos y olvidados libros de bella y minuciosa caligrafía,
el apátrida errante, sin pasaporte ni destino, cuya tierra no está ya en ninguna parte,
aquél que perdió su ilusión y su esperanza cuando apenas comenzaba a caminar,
justo en el momento en que más se supone que debería haberlas tenido y disfrutado.
¿Qué puedo hacer si tengo viejas espinas incrustadas en el corazón?
que no se ven porque la piel creció y las cubrió, ocultándolas de ojos extraños y curiosos,
pero que siguen doliendo a veces cuando alguien toca la piel bajo la que se cobijan,
desahuciadas hace siglos por todos los cirujanos, incapaces para siempre de extirparlas.
¿Qué puedo hacer si en toda mi vida sólo fui capaz de aprender a luchar en solitario?
si nadie me enseñó jamás a rendirme, ni siquiera cuando todo está ya perdido,
pero sin puntos de apoyo, para no dañar más aún aquello que ya estuvo destrozado,
y cada instante que transcurre me resulta más difícil tratar de aprender cualquier otra cosa.
No cabe ya esperar nada más del tiempo, porque el viento lo barre todo cada noche,
porque todo se hundió cuando el suelo cedió bajo los cimientos hace ya mucho tiempo,
pero no detendré mis pasos hasta el momento en que me abandonen las fuerzas,
hasta que se apague mi aliento mientras me arrastro por el suelo para seguir adelante.
El viajero sin destino