Sep 13, 2007 01:25
Cuando cae el sol, no importa si la noche está nublada o si luce una espléndida luna, los búhos salen a merodear por el bosque, revoloteando entre los árboles a la búsqueda de una presa fácil con la que satisfacer su pertinaz apetito que, en ocasiones, puede ser tan intenso que les llega a quemar la garganta.
En su continuo ir y venir esquivando las ramas en las que a veces se posan, los búhos van tomando las bayas que encuentran en los arbustos, cuyo jugo mezclado con la oscuridad y la creciente frustración por las presas que no se consiguen a lo largo de la noche, les va infundiendo valor, haciendo que arriesguen cada vez más en sus ataques contra cualquier presa, y que sus acciones sean más y más osadas y temerarias. Algunos de ellos, hipnotizados por la oscuridad que los envuelve, incluso llegan a olvidar su propia dignidad, llevando a cabo alocados ataques contra presas imposibles, destinados de antemano al fracaso, pero sin que les importe apenas el ridículo al que se exponen frente al resto de habitantes de la noche.
Mientras tanto, los ratones de campo, resguardados durante el día del tórrido sol, salen al abrigo de la noche para buscar también su alimento. Estos ratones son seres sumamente inteligentes y ágiles, capaces con sus certeras maniobras de esquivar los ataques de los búhos y otras rapaces que intentan atraparlos. Algunos incluso, sabiéndose atractivas presas para esas aves, desarrollan una extraña habilidad para conseguir que los búhos más incautos den con sus huesos contra el suelo o contra alguna roca cada vez que intentan capturarlos, mientras ellos disfrutan del temerario y cruel espectáculo. Sin embargo, la suerte no les acompaña por siempre, y el tiempo les hace perder agilidad y reflejos para esquivar esos ataques, por lo que terminan cayendo en las garras de la más despiadada de estas aves, como si la rueda del karma quisiese devolverles el daño causado durante sus correrías.
Los ratones de campo tienen en su gran mayoría un aguzado olfato que les permite distinguir cuales son los más jugosos y nutritivos frutos, aunque su aspecto exterior no lo delate de forma clara. No obstante, algunos de ellos parecen olvidar lo que su olfato les insinúa para dejarse llevar por el aspecto exterior de los frutos, buscando sólo aquellos que resultan más brillantes y atractivos a la vista. Cuando los prueban descubren con asombro que su sabor no era el esperado e incluso que pueden resultarles amargos, por lo que abandonan esos mordisqueados frutos en medio del bosque, decepcionados por su falsa promesa de agradables sabores y por su torpe elección. Otros ratones cometen la torpeza de tomar las mismas bayas que toman sus enemigos los búhos, sufriendo de esta manera efectos análogos a los que se observan sobre las aves. En esos casos, los ratones pasan a exponerse de forma temeraria frente a los ataques de las rapaces, sin tomar apenas precauciones frente a éstos por lo que, indefectiblemente, terminarán cayendo en las garras de alguno de los cazadores de la noche, con el agravante de que además serán repudiados por el resto de sus congéneres por la temeridad e imprudencia de su comportamiento.
Las reglas de la naturaleza y de la noche son así, y todos los que deciden adentrarse en el oscuro bosque una vez que lo ha abandonado el sol, deben aceptarlas para integrarse en ese ambiente o pasar a ser unos meros espectadores de todo lo que acontece a su alrededor.
El viajero sin destino.