Título: Fuego Conmemorado
Autora:
oldenuf2nb Clasificación: NC-17
Resumen: Uno cree que el otro está muerto, lo 'vio morir' y se fue justo antes de que un vampiro lo salvara, por lo que ha estado sufriendo su muerte todo este tiempo. Finalmente, el que es vampiro decide que es tiempo de que se vuelvan a ver. Final feliz, EWE.
Epílogo.
Scorpius Malfoy estaba sentado en el escritorio que alguna vez fue de su padre, revisaba las páginas de finanzas del Diario El Profeta para ver cuál de sus acciones iba adelante y cuál detrás. Había sido una semana larga y él seguía en mangas de camisa, con la corbata floja y el saco abandonado en una silla cercana. El fuego de la chimenea crepitaba acogedoramente otorgándole a la habitación una calidez dorada, pero a Scorpius la habitación siempre le había resultado cálida, siempre acogedora. Cuando niño, había jugado debajo de este escritorio alrededor de las piernas de su padre; aquí había aprendido sus primeras lecciones, mucho antes de ir a Hogwarts, acostado frente al fuego mientras su padre trabajaba hasta entrada la noche sentado en el mismo lugar en donde él estaba sentado ahora. Suspiró y cerró el periódico, lo dobló limpiamente, su mirada recayó en una foto enmarcada que estaba en la esquina del enorme escritorio y la sujetó estudiando las imágenes con expresión suave.
Su padre se veía pálido en la fotografía, pensó mientras observaba el rostro retraído y cansado. Esa foto había sido tomada cuando Scorpius tenía cuatro años y ahora sabía la tragedia personal que había sido la causa de del agotamiento que se veía en esos rasgos aristocráticos. Pero mientras miraba la foto mágica y las figuras en ella se movían, recordó una vez más el motivo por el que mantenía la foto en su escritorio. Las manos con que Draco Malfoy solía acariciar la cabeza rubia de su hijo pequeño eran gentiles y el beso que le daba en la sien con los ojos cerrados, demostraba el amor que profesaba por su hijo mucho más que mil palabras, y todo ello a pesar del dolor personal que lo embargaba. Scorpius observó una vez más a su padre besarlo y suspiró suavemente.
Extrañaba a su padre, en ocasiones lo extrañaba demasiado. Y con frecuencia se culpaba a sí mismo por su ausencia.
Cuarenta y tres años antes Draco Malfoy había ido a Estados Unidos a insistencia de su hijo para ayudar con un caso al Ministerio de allá. En ese momento le había parecido muy importante y Scorpius había pensado que si su padre podía dejar atrás algunos recuerdos dolorosos, quizá podría encontrar, si no felicidad, cuando menos paz interior. Tiempo atrás su padre había sido Auror, antes de que una herida lo obligara a retirarse, y su habilidad había resultado invaluable para resolver el caso de un Vampiro enloquecido que había estado intentando instalarse como el nuevo Señor Tenebroso. Cuando salió a la luz evidencia de que alguien había encontrado la legendaria varita de Harry Potter y que la estaba utilizando, Scorpius había estado seguro de que su padre necesitaba ir, necesitaba estar allá, necesitaba ser parte de la solución. Necesitaba enterrar sus propios fantasmas.
Scorpius nunca había juzgado a su padre. Le dolió cuando su madre le dijo que su padre le había sido infiel, pero no por los motivos que ella había creído. A Scorpius no le importaba que su padre hubiera tenido una aventura con un hombre. Ni siquiera le importaba que el amante en cuestión hubiera sido un gran héroe de guerra. Al igual que a muchos niños, lo que le había molestado era que se hubiera trastocado su sentido de permanencia y seguridad. Pero Draco le había demostrado todos los días hasta que se subió a un avión para ir a Estados Unidos e incluso después, que sin importar con quién compartiera la cama, era Scorpius a quien adoraba, a Scorpius a quien amaba.
Se sorprendió cuando su padre le llamó de Estados Unidos para decirle que ‘había conocido a alguien’ y que quería ver a donde llegaba la relación. La Mansión le había ofrecido poco consuelo a Draco desde que su esposa se enteró de su aventura. Scorpius amaba a su madre, pero no dejaba de ver sus defectos. Sabía que era una arpía miserable, así que no podía objetar que su padre aprovechara la oportunidad de ser feliz cuando ésta se le presentó. Es que simplemente no había esperado que se mantuviera alejado de forma permanente.
En un movimiento sorprendente, Draco le había pasado a Scorpius las riendas del Conglomerado Malfoy cuatro años después de mudarse a Estados Unidos. Se comportó bastante misterioso con respecto a su nuevo amante.; le contó a Scorpius que era un mago Inglés, pero nada más. Se mantuvo en contacto para ofrecerle consejo y orientación, pero se retiró completamente de los negocios alegando que estaba ‘comenzando de nuevo’ y que confiaba en que Scorpius cuidaría de su abuela y de los asuntos familiares. Tenía un apartado postal en el Sur de Carolina en donde podía enviarle correspondencia y durante años se había mantenido en contacto con su padre vía celular, pero entonces, de pronto, Draco simplemente desapareció.
Scorpius contrató investigadores privados. Incluso viajó a Estado Unidos para buscar a su padre, pero éste había desaparecido por completo. Vencido y desolado, se convenció de que su padre había sufrido un final trágico en manos de su amante y se culpaba por ello.
Pero entonces pasó algo inusual.
Su abuela, que extrañaba terriblemente a su hijo y que con los años se había vuelto frágil, recibió una carta. Estaba sentado con ella en el desayunador cuando llegó el correo. Vio cómo palidecía su rostro cuando un elfo doméstico le entregó una misiva sobre una bandeja plateada.
“Abuela,” le preguntó solícito. “¿Estás bien?”
Ella lo miró a los ojos y asintió suntuosamente para luego abandonar la habitación, pero se veía tan afectada que la siguió poco después.
No podría olvidar lo que vio al encontrarla en el tiempo que le quedara de vida. Estaba sentada en una silla blanca Reina Anne ante la chimenea, sonreía a pesar de las lágrimas silenciosas que corrían por sus mejillas. Se dirigió a ella rápidamente y se arrodilló a sus pies tocándole una muñeca con la mano.
“Abuela, ¿te sientes mal?”
Ella lo miró a los ojos con los suyos brillando por las lágrimas. “Oh, no, cariño,” susurró. “Estoy mucho mejor de lo que he estado en... mucho tiempo.”suspiró entrecortadamente y exhaló lentamente.
“Entonces, ¿qué pasa?” le preguntó acariciándole suavemente la muñeca.
Los ojos de ella se volvieron cálidos. “He recibido una nota de tu padre.”
Scorpius contuvo el aliento bruscamente. En ese momento su padre había sido dado por muerto desde hacía casi quince años. Fijó la mirada en el tieso pergamino blanco que todavía tenía en la otra mano.
“¿Puedo?” preguntó suavemente y ella le entregó la carta entusiasmada.
Ahí, con una letra que reconoció inmediatamente, estaba escrito:
“Aquellos que aman no mueren; quizá se trasladan de este mundo perecedero al mundo de la existencia eterna.” El Profeta Mohammad.
Y abajo había más;
Descansa en paz, querida. No me llores, pues estoy contigo y te amaré por siempre.
No tenía firma, pero no necesitaba tenerla.
Scorpius enterró la nota junto con Narcissa cuando ésta murió poco tiempo después.
Y es que aunque le había alegrado la tranquilidad que la nota le dio a su abuela, Scorpius se sintió dolido y molesto por la misma. Habían pasado años, años desde que habían tenido noticias de su padre, todos creían que estaba muerto y cuando finalmente se puso en contacto, lo hizo por medio de una nota con dos o tres líneas garabateadas a su madre hablando sobre ‘el amor eterno’ o alguna tontería por el estilo, pero nada más. No había querido sentirse desairado; Narcissa no estaba bien de salud y esa notita no había abandonado sus manos durante sus últimos días, pero él sintió como si su padre le hubiera dado una bofeteada. ¿Él no era lo suficientemente importante como para que su padre lo contactara también? ¿Y en dónde estaba? Era evidente que había encontrado una pasión abrasadora con ese amante misterioso. Tan abrasadora que lo había hecho olvidarse de sus responsabilidades, de su familia... Scorpius no se había querido sentir herido, pero así había sido. Tan herido que durante las dos décadas siguientes trató de convencerse que no le importaba si su padre vivía o moría.
Pero había alcanzado cierto nivel de entendimiento ahora que contaba con sesenta y tantos años.
Cuando se casó con su esposa Araminth, hizo lo que creyó que tenía que hacer por la herencia Malfoy y se casó con una bruja sangre pura de buena familia. Su madre estuvo encantada y a Scorpius la chica le gustaba lo suficiente. Era alguien fácil de sobrellevar, alegre y no muy exigente. Él se encontraba tan ocupado dirigiendo un conglomerado multi nacional, que el romance no formaba parte de su vida. Él tenía casi cuarenta años y ella unos veinticinco, pero a pesar de la diferencia de edades, se encariñó mucho con ella. Le dio cuatro hijos, tres niños y una niña y fue precisamente el nacimiento de esa niña preciosa, Narcissa Marie, la que le hizo cuestionarse su frío coraje hacia su padre.
Draco lo había amado; Scorpius lo sabía, estaba tan seguro de ello como de que el sol saldría por la mañana. Lo adoró, construyó su vida en base a él. Scorpius sabía que sus padres no eran felices juntos y que el centro de la existencia de Draco después de la muerte de Potter había sido él. Entonces, ¿qué clase de amor tendría que haber encontrado para que dejara atrás sus obligaciones, su familia y a su hijo? Era evidente que era algo avasallador; algo profundo. Algo completamente diferente pero al mismo tiempo tan profundo como lo que él sentía por Narcissa Marie, y su coraje hacia su padre comenzó a desvanecerse hasta que sólo fue un recuerdo y lo que le quedó fue un dolor sordo en el corazón, junto al lugar en donde su padre había habitado alguna vez. A los sesenta y cinco años podía decir con sinceridad que le deseaba lo mejor a su padre. Ahora debería tener noventa y tantos años, pero si seguía vivo, esperaba que fuera feliz con la vida que había escogido.
Dejó la foto nuevamente en la esquina de su escritorio y se levantó con cuidado, deteniéndose para estirar la espalda antes de cruzar la habitación hacia uno de los dos sillones de respaldo alto que había frente a la chimenea. Tenía una copa de brandy esperándolo sobre la mesita. Antes se sentarse en el sillón tomó la copa y la sostuvo un momento en la mano antes de darle un sorbo, disfrutó cómo le quemaba todo el camino hasta el estómago. Araminth no se encontraba esa tarde en la Mansión, había ido a una especie de reunión de brujas por el solsticio y hacía mucho que los niños ya no vivían en la enorme casa. Se quitó los zapatos y estiró los pies hacia la chimenea, suspiró profundamente tomando otro sorbo del licor. Dios, estaba cansado...
No se dio cuenta cuando se quedó dormido, y no estaba seguro de haberse despertado de verdad cuando abrió los ojos y se encontró observando las pesadas cortinas de terciopelo al otro lado de la habitación. Eran de un profundo verde cazador, un recuerdo de los tiempos de su abuelo Lucius, y si era sincero, nunca le habían gustado mucho. Pero en este momento se veían más oscuras al centro. Casi negras, como si hubiera una sombra ahí, en el centro. Scorpius parpadeó cuando la sombra se separó de los pesados cortinajes y dio un paso hacia la luz.
Sabía que debería estar espantado, pero las sensaciones neblinosas que sentía, como si estuviera en medio de un sueño, lo volvieron más curioso que temeroso. La figura, que parecía flotar, se acercó aún más para detenerse a escaso metro y medio de él, seguía cubierta parcialmente por las sombras, pero era evidente que era la figura de un hombre alto, delgado y encapuchado, pues su rostro se perdía en las sombras. Sintiéndose todavía sorprendentemente tranquilo e indiferente, Scorpius observó levantarse las manos pálidas, de dedos largos y como con cuidado bajaron la capa dejando al descubierto el rostro ligeramente anguloso.
“¿Padre?” jadeó enderezándose. En cuanto dijo esto, se percató de que efectivamente debía estar soñando. El rostro que miraba en ese momento no era diferente al rostro de su padre cuando lo dejó aquella noche tantos años atrás en la Terminal Internacional de Heathrow. No, se corrigió, disfrutando la vista de Draco Malfoy sonriéndole gentilmente; nunca había visto a su padre así, cuando menos no en persona. Quizá en fotos, pero incluso entonces...
El nacimiento de su cabello ya no estaba tan atrás, y un trozo del mismo cabello rubio platino le caía sobre la frente. No tenía arrugas y sus ojos eran claros, fue entonces que Scorpius supo que nunca se había visto tan bien en vida como en ese sueño. Parpadeó para contener las lágrimas una vez que se hubo convencido de que estaba dormido, pero al mismo tiempo se sentía feliz de poder ver a Draco.
“Hola, hijo,” dijo Draco suavemente dando otro paso hacia la luz.
“Dios,” logró decir Scorpius un poco sofocado. “Te ves... estás... ¡eres muy joven!”
Draco ser rió, reforzando así la convicción de Scorpius de que estaba soñando. La risa de Draco nunca había sido tan relajada ni tan libre. Sus ojos grises se suavizaron mientras estudiaba a su hijo.
“Y afortunadamente, tú pareces haber logrado evitar la calvicie Malfoy.” Continuó estudiándolo, como si estuviera hambriento de él. “Eres un hombre distinguido, hijo mío. Con el cabello intacto.”
Scorpius siguió mirándolo fijamente mientras su padre se sentaba elegantemente en el sillón opuesto cruzando las piernas largas. Sorprendido por lo vívido del sueño, estudió los pantalones de lana negros y las estilizadas botas de piel. Incluso le pareció ver todavía nieve derritiéndose sobre ellas y se maravilló ante el poder del subconsciente. Observó a su padre acomodarse el abrigo sobre el regazo, pudo apreciar cómo el fuego de la chimenea brillaba sobre el anillo grabado que seguía llevando en la mano derecha. El anillo grabado de los Malfoy; nunca había visto la mano de su padre sin él.
“Estoy seguro de que tienes preguntas,” dijo Draco cuando se hubo acomodado. “No puedo responder muchas de ellas. Tan sólo espero que no estés muy... enojado conmigo.” Estudió el rostro de Scorpius casi con ansiedad.
“Lo estuve,” admitió Scorpius. “Durante mucho tiempo. Pero ahora...”
“El tiempo lo cura todo,” lo ayudó Draco con voz suave.
“Y te da perspectiva,” añadió. “Tuve hijos, ¿lo sabías?”
Draco sonrió ligeramente. “Me sentí honrado de que le pusieras mi nombre al más grande,” dijo. “Y de que a la niña le hayas puesto el de mi madre.”
Ahora fue el turno de Scorpius de sonreír. “Es la luz de mi vida.”
“Como tú lo fuiste de la mía,” murmuró Draco estudiando todavía el rostro de Scorpius. “Y todavía lo eres. Espero que nunca lo hayas dudado.”
“Te confieso que tuve mis... dudas.” Los ojos de Draco se oscurecieron. “Pero entonces nació Narcissa Marie y... me di cuenta de algo.”
“¿De qué te diste cuenta?” le preguntó gentilmente Draco.
“Nunca antes había amado así a nadie,” admitió con franqueza. “No me sabía capaz de amar así. Entonces me di cuenta de que tú sentiste por mí lo mismo que yo sentía en ese momento.” Draco asintió, sus ojos de pronto adquirieron un brillo misterioso. “Y que, quienquiera que fuera ese amor misterioso que encontraste, debió haber sido alguien muy especial o si no, tú nunca habrías...” Scorpius se interrumpió.
“Lo era,” dijo Draco fervientemente. “Lo es. Nunca los habría dejado ni a ti ni a mi madre si no lo hubiera sido.” Hizo una pausa. “Y nunca te habría dejado si no hubiera sentido que ya estabas listo.”
Scorpius frunció el ceño ligeramente. “No creo haberlo estado...” comenzó, pero Draco sacudió la cabeza.
“Hijo, lo estabas,” dijo comprensivo. “Tú eras más hombre a los veintidós años que yo a los treinta y cinco. Mucho más seguro de tu lugar en el mundo, más a cargo de los negocios. Más a cargo de tu propia vida.” Se detuvo todavía sonriendo ligeramente. “Estabas listo Scorpius, o no me habría marchado.”
Scorpius miró fijamente los ojos claros de su padre, esa cara sorprendentemente joven. “Esto es un sueño, ¿verdad?” preguntó de pronto. Draco ladeó la cabeza.
“¿Lo es?”
“Es la única explicación que hay para que te veas treinta años más joven que yo.”
La sonrió de Draco se hizo más ancha. “No es la única explicación, pero ciertamente es la más racional.”
“Hace un rato estaba pensando en ti,” continuó Scorpius. “Estaba mirando la foto que tenías sobre el escritorio...”
Draco miró sobre su hombro el portarretrato de plata y cuando volvió a voltear, sus ojos estaban llenos de nostalgia. “Sí. Me encantaba esa foto. Me sigue encantando.” Sus ojos recorrieron cuidadosamente el rostro de Scorpius. “Y te amo a ti, hijo. Con todo mi corazón.”
Scorpius parpadeó rápidamente cuando sintió que los ojos se le comenzaban a llenar de lágrimas. “Te he extrañado, señor.”
Draco lo estudió como si quisiera memorizar sus rasgos. “Y yo a ti. Creo que debería sentirme culpable por dejarte, por aprovechar la oportunidad de ser feliz cuando se me presentó.” Se detuvo. “Pero espero que entenderás cuando digo que no es así. No puedo. Estaba demasiado perdido, Scorpius, era miserable. Durante mucho tiempo...”
“Lo sé,” dijo Scorpius rápidamente, luego se detuvo. “¿Entonces, sigues con él?”
La sonrisa que invadió el rostro de Draco fue brillante y lo único que pudo hacer Scorpius fue mirarlo fijamente. Incluso él podía ver la belleza en su rostro. “Y seguiremos juntos,” dijo con firmeza. “Hasta el final de los tiempos.”
“¿Tanto?” lo bromeó, pero Draco tenía la apariencia de saber las respuestas a preguntas no hechas cuando inclinó la cabeza suntuosamente.
“Tanto así. Ahora debo marcharme.” Entonces se puso de pie con un movimiento fluido de una belleza casi sobrenatural y Scorpius intentó pararse también. “No,” dijo Draco suavemente indicándole con una mano que permaneciera sentado. “No te muevas, Scorpius. No necesitas levantarte.”
“Deseo abrazarte, señor,” dijo Scorpius sintiéndose alarmado cuando una neblina gris apareció en los costados de su visión. Parpadeó mientras Draco sonreía con pesar.
“Uno no puede abrazar un sueño, hijo,” murmuró. Scorpius quería ignorarlo, quería pararse, pero de pronto sintió cómo la cabeza se le desmadejaba y cómo iba perdiendo la visión.
“¿Vol... volveré a verte?” logró preguntar, la voz le llegó adormilada a sus oídos.
“Cualquier cosa es posible,” murmuró Draco, cuya voz llegó distante a los oídos de Scorpius. “Pero recuerda una cosa, te amo, Scorpius. Siempre te amaré. Y estoy muy orgulloso del hombre en que te has convertido..”
“Yo... también te... amo, señor...” su voz se fue apagando poco a poco antes de que se quedara dormido.
**
Él estaba esperando junto a las puertas ornamentadas, sus hombros anchos enfundados en terciopelo negro, su cabello negro y despeinado se veía azul bajo la luz de la luna. Draco se acercó a él en silencio, pero el otro lo sintió y se volvió hacia él con los brazos abiertos. Draco se dejó abrazar feliz recargando la frente en la quijada fuerte.
“¿Cómo está?” su voz profunda resonó en la oscuridad.
“Maravillosamente,” contestó Draco con nostalgia. “Es un buen hombre.”
“Por supuesto,” fue la respuesta. “Mira a su padre.”
Draco se hizo un poco para atrás para mirar el rostro que había escogido sobre la vida misma; miró esos ojos verdes, casi negros bajo la luz de la luna y lo estudió cuidadosamente. “Prefiero verte a ti.”
Un hoyuelo apareció en el costado izquierdo de su boca y Draco lo acarició gentilmente con la punta de sus dedos.
“¿Te alegra haber venido a verlo?” preguntó Harry suavemente extendiendo la mano sobre la espalda de Draco, acercándolo hacia sí. Draco tragó con dificultad, pero asintió.
“Necesitaba hacerlo,” contestó. “Utilicé un hechizo. Quizá nunca esté seguro de que no fue un sueño.”
Harry asintió ligeramente. “Fue algo prudente.”Draco se encogió de hombros, pero Harry sabía que estaba de acuerdo en el fondo.
“¿Estás seguro de que no quieres...?”
“No,” contestó Harry suavemente, interrumpiéndolo. Draco lo miró a los ojos. “Es mejor así, amor. Ya han hecho sus vidas, siguieron adelante. Sólo les causaría dolor.”
Draco no estaba seguro de estar de acuerdo, pero no dijo nada. “¿Estás listo entonces?” preguntó y Harry asintió.
“Nunca he visto París,” admitió suavemente. Draco sonrió.
“Entonces, tendré el enorme placer de mostrártelo.”
Harry lo acercó más hacia su cuerpo y su mano comenzó a viajar hacia el trasero de Draco acunándolo por encima de la ropa. “Siento un enorme placer por cualquier cosa que quieras mostrarme.”
Draco puso los ojos en blanco y alejó su brazo de golpe, pero su sonrisa se hizo más amplia. “Puedes hacerlo mejor, Potter,” lo regañó. “Tienes noventa y un años. Actúa de acuerdo a tu edad.”
“Nunca,” sonrió Harry con el rostro joven radiante. “Y bien, Malfoy, ¿París?”
Draco asintió con ojos ardientes. “París.”
Harry se inclinó para capturar los labios de Draco en un beso que tuvo mucho sentimiento a pesar de ser breve, luego acunó la cabeza rubia en su cuello y dio un paso. Desaparecieron en medio de la neblina con un ‘pop’ suave.
**
Scorpius se despertó sobresaltado con un ligero ronquido, no estaba seguro qué era lo que lo había perturbado, se descubrió sentado todavía en el sillón frente al fuego moribundo. No tenía idea qué hora era, pero sentía que había estado durmiendo durante horas. Se pasó una mano por el cabello blanco mientras fragmentos de un sueño extraordinario comenzaron a llenar su mente.
Había platicado con su padre. Se detuvo mirando la chimenea. Una plática increíble. Y la apariencia de su padre había sido... maravillosa. Feliz. Joven. Y le había dicho a Scorpius lo que necesitaba escuchar; que lo amaba. Que lo extrañaba. Que estaba orgulloso de él. Ese recuerdo produjo una sonrisa nostálgica en el rostro lleno de arrugas.
Scorpius sacudió la cabeza desconcertado, inclinándose en el sillón. “Es hora de dormir, viejo,” murmuró para sí. “Te estás volviendo soñador en la vejez.” Apoyó las manos en los brazos del sillón y ya estaba listo para pararse cuando sus ojos vieron algo que descansaba sobre la mesita junto a su copa de brandy. Se quedó inmóvil mirando fijamente el objeto.
Era un anillo.
Y no cualquier anillo, sino un anillo de platino y enrollado dentro había lo que parecía ser una foto.
Scorpius sintió que el corazón le golpeaba las costillas. Conocía ese anillo, lo habría reconocido en cualquier lugar, con sus serpientes entrelazadas sobre unos lirios grabados en la superficie brillante. Era el anillo grabado de los Malfoy, el que su padre nunca se quitaba de la mano. ¿Cómo...?
Lo tomó con mano temblorosa, tenía miedo de tocarlo, estaba seguro de que el platino se sentiría como hielo sobre su piel. Pero no fue así. Estaba caliente por el fuego, y casi parecía palpitar como si tuviera vida propia. Scorpius miró el sello de la familia un buen rato, luego sacó la foto del anillo antes de ponerse el mismo en el tercer dedo de la mano derecha. Le quedó perfectamente.
Parpadeó para desvanecer la humedad misteriosa de sus ojos, luego desenrolló lentamente la fotografía y la miró con ojos cada vez más abiertos; se llevó una mano al corazón mientras la observaba.
Era la foto de dos hombres jóvenes; uno de cabello oscuro, el otro de cabello rubio, le sonreían a la cámara, estaban abrazados. Mientras la observaba, el hombre de cabello negro, de lentes redondos, cabello despeinado y la famosa cicatriz en forma de relámpago se inclinó para capturar los labios del hombre rubio en un beso rápido, éste se rió y le regresó el beso antes de voltear la cabeza para sonreír. Se veían tan jóvenes, tan felices. Tan... libres.
Scorpius observó una y otra y otra vez la escena mientras se iba formando lentamente una sonrisa en sus labios.
Finalmente aquí está el Epílogo de esta maravillosa historia. ¡Que lo disfruten!