Volvemos al vicio

Dec 13, 2007 23:26



Agua que no has de beber, déjala correr

(O lo que pudo haber sido pero no será)

A Lily solía gustarle el color verde porque era esperanza. Estaba contenta de que sus ojos fueran verdes, como los guantes de lana que le regaló Remus por su decimoséptimo cumpleaños o los zapatos de los domingos.

Los árboles son verdes y la hierba es verde; los ojos de su padre son verdes, también. Cuando su cabeza apenas levantaba un metro del suelo y su voz sonaba ridículamente aflautada, asociaba ese color con todo lo bonito e inocente, con la felicidad de su niñez y los buenos recuerdos que todavía a día de hoy guarda.

- Venga ya, Evans. El rojo le patea el culo a ese remilgado del verde. - decía Sirius siempre que salía a colación el tema.

Porque el verde se asocia a Slytherin y el rojo es Gryffindor, y se supone que el verde es frívolo y calculador y el rojo abrasante y llamativo, como el valor. Pero ella recuerda muchas cosas que podrían desmontar esa teoría. Cosas que no va a contarle a Sirius ni a Peter, ni siquiera a los ojos sinceros de Remus o los grandes y oscuros de James.

Cosas como las tardes en la parte trasera del parque que solía frecuentar con cierto niño (y al pensar niño una sonrisa suele iluminar su cara) de pelo negro e ideas extrañas. Uno que hablaba sobre palos de madera que conseguirían transformar a su horrible tía abuela Constance en una insignificante hormiga, escobas que vuelan en vez de barrer y escudos con serpientes (a veces, también, de leones que no son los reyes de la selva “para nada, Lily, para nada”).

- ¿Y podré yo volar también, Severus? - preguntaba cuando él se sentaba junto a ella en el columpio de frío hierro y balanceaban sus pies.

La respuesta siempre era la misma, pero a Lily le encantaba oírla. Le encanta aún el sólo pensar en ella (en esos columpios, esa hierba fresca, la inocencia y sus pies pequeños intentando alcanzar el suelo).

- Siempre que quieras.

Hacían cosas como ésas, a veces. Hablar del mundo mágico y de cómo sería caminar descalzo sobre la nieve de ese tal Hogsmeade, lanzar alocadas teorías sobre los caramelos de Zonko. Planearon cientos de veces, miles, la forma en la que iban a escabullirse por los pasillos hasta llegar a las cocinas para atiborrarse de chocolate. Ella incluso sabía las cosas que iba a preguntarles a los elfos, que por aquel entonces imaginaba altos e imponentes, semi humanos y con orejas acabadas en punta.

Pero sus tardes preferidas solían ser las de los domingos, cuando conseguía que Petunia les dejara el comedor. Severus se quitaba los zapatos manchados de barro para subir al sofá blanco y grande que había delante de la televisión y ella solía preparar palomitas que casi siempre se le quemaban en el microondas.

- Hoy no me apetece mucho ver a Mary Poppins - le informaba él, una mano en su barbilla y la otra en el mando a distancia. Por supuesto, la ceja alzada.

- Vale. - contestaba con una sonrisa suficiente (la típica con la que nacen las niñas de once años, solo que salpicada de pecas que Pet solía admirar. Ese tipo de sonrisas suficientes que te hacen creer en unicornios y arco iris, y hasta en la hora del té por la mañanas, con las muñecas de tu habitación) mientras sacaba Merlín el encantador de su funda.

- Bien.

Solía contar los minutos que tardaba en explotar.

- Esta pécula es una tontería. Merlín no estaba chiflado, como éste, ni siquiera era metamórfago. - Uno, dos, tres, cuatro. - No me gusta. - Se cruzaba de brazos. Cinco. - Pon Mary Poppins.

Reía.

- Vale.

Por eso y por muchas otras cosas más, cuando Lily ve una figura larga y negra que se recorta frente al sol del horizonte, en los terrenos, se pregunta por qué el verde no puede ser valiente, también. Si nadie nunca le ha preguntado si quería seguir siendo verde o prefería quedarse en el gris neutro; tal vez se decantara por el azul cielo si le diesen la oportunidad, claro y brillante, cristalino y puro.

- ¿Qué pasa, pelirroja?

Severus y ella se aguantan la mirada. Sus ojos siguen siendo negros y su túnica todavía lleva una serpiente plateada (no ha desaparecido desde la última vez que la vio); los pies siguen siendo pequeños y la voz baja y suave, como la de aquel niño que se presentó un día en su jardín para decirle que no importaba que fuera muggle cuando ella ni siquiera sabía qué significaba aquella palabra tan rara.

Pero ya nada es lo mismo. Él camina al lado de mucha otra gente (gente a la que le gusta decir sangresucia y que no cree que la palabra muggle sea insignificante) y ella está sentada junto a Sirius, que le insta con la mirada para que le conteste.

El lago brilla bajo la luz del sol de abril y Lily ya no recuerda cual fue la última vez que bajó hasta las cocinas para comer chocolate.

- Nada importante, sólo… ¿sabes dónde guarda James su capa? Porque me apetece ir a Zonko.

Sirius sonríe.

A Lily le gustaría que Severus sonriera también.

Y ahora lo de siempre, ya sabéis. Feedback para regalarme un Dean, escupirme o echarme sal y quemarme después. No necesariamente de uno en uno y no necesariamente en ese orden.

lily potter

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