Ayer encontré tu nombre en mi diccionario, tantos años buscando, pasando las páginas infinitas, línea tras línea, letra a letra… y sin pensarlo demasiado el libro se abrió y allí estabas tú, escrito en esa maraña de letras confundidas y dispersas.
Ahora sólo tengo que aprender a pronunciarlo, a pronunciarte, escuchar una y otra vez a mi boca llamándote en las noches oscuras, a oscuras, donde las lágrimas se secan a balazos contra la tristeza.
Sólo tengo que querer sentirte, sabiendo que te ocultas en cada pliegue de mis sábanas, en cada costura que delimita mi falda, en los escotes de mis camisetas, en los nudos de mi pelo, como si fuesen tus dedos los que lo enredasen, como si quisieses construir un nido en mi cabeza para allí quedarte.
Y sentir que te quedas y querer que te quedes... que me abraces y me beses. Que te enredes en mis piernas o enredarte con mis brazos. Convertirnos en suspiros y suspirarte en el oído. Y sentir como devoras mis pecados y sentirme pecadora entre tus manos.
Sólo me queda recorrer con mis dedos tu cuerpo y tu rostro, como quien marca los límites de su territorio... recorrerte, cuantas veces sea necesario, hasta que me aprenda tu cuerpo de memoria, hasta que sepa dibujarlo sin mirarte, en la distancia, para garabatearte en el otro lado de mi cama, y tumbarme allí para no dormir, pasarme la noche en vela mirando como descansas, observar tus párpados cerrados tiritando y tu cuerpo en calma.
Sólo tengo que recordar de que color son tus ojos, como era su profundidad, para poder viajar sin billete de vuelta pero con el destino bien definido, un viaje sin retorno a la espiral que marcan tus pupilas, que se abren cuando me miras, una ventana abierta a la esperanza, mi puerta de salida. Sólo tengo que evocar esos momentos en los que me miras para que un escalofrío me recorra por dentro, eliminando los lamentos, provocando suspiros suspendidos, torbellinos desbocados en el centro de mi ombligo.
Sólo tengo que pensar en cómo me hablabas para acordarme de ese dulce contoneo de la lengua entre tus dientes, el suave movimiento de tu boca, que tanto me provoca. Y oír las palabras nuevas que inventamos una noche, esas que sólo nosotros escuchamos, el lenguaje de tus labios y mis manos.
Ahora que ya sé como son tus labios, tus ojos, tus manos, ahora que conozco como hueles, que reconozco el tono de tu voz. Ahora que sé que tu nombre está en mi diccionario, que aprenderé a pronunciarlo. Ahora que sé lo que se siente entre tus brazos y lo que sientes cuando estás a mi lado. Ahora que entendí que tú eres mi salida, mi guarida, la sal de mi vida. Ahora que sé que puedo imaginarte, sólo me queda encontrarte.