casualidad...

Oct 19, 2007 14:00





Imaginemos una casualidad.

Casualidad: suceso imprevisto cuya causa se ignora.

Imaginemos este concepto, imprevisto, en muchos idiomas: casualidad español, casualitat valenciano, hasard francés, chance inglés, zufälligkeit alemán, casus-us latín, tilfældighed  danés…..

Todos los idiomas la conocen. Todas las culturas la experimentan. Nadie escapa a ella. Es una idea universal, que es inherente al ser humano, a la cultura del hombre.

A veces, un segundo cambia tu vida. O un gesto. Quizás con una palabra o una mirada, cambias el curso de un acontecimiento. Y eso es una casualidad. Un acto que te cambia, que cambia  tu destino. Otro día quizás analicemos destino, pero por ahora no…

¿cómo puede una casualidad cambiar nuestras vidas? Seguro que todos nosotros tenemos alguna historia que contar, alguna pequeña anécdota que se nos queda en el fondo de la memoria, y que recordamos en los momentos más extraños o más absurdos. Esas pequeñas casualidades que han cambiado nuestras vidas.

Estaba sentada una tarde de otoño, en uno de esos bancos de madera, viejos, sin barniz ya, donde alguien intentó  dibujar un corazón, y que con el tiempo se ha quedado en una simple muesca agrietada.

Era de esas tardes pre-otoñales, de ésas en las que ves pasar  nietos con sus abuelos y abuelas, de ver como los rayos caen oblicuos, rectos y chocan contra el suelo. Me relajo y me estiro. Hace calor al sol, aquí sentada en este parque. Son las tres de la tarde, y no tengo nada mejor que mirar a lo lejos. Nublar mi vista. Focalizar. Entrecerrar los ojos y rodearme de un espacio vacío y verde, un colchón de ruidos opacos, donde nadie me moleste, y donde sólo se escuchen los rayos amarillos que rebotan en mi cabeza.

Estoy suspendida, en medio de esa llanura verde, de ese manto verde, rodeada de tiempo que no pasa. Medio dormida, tarareando una canción que se estira entre mis dientes….. y escuchando el ritmo del aire. Sopla una brisa suave, y llevo el pelo suelto. Me encanta cuando sopla, fuerte. A veces siento que realmente es un amante furioso que me intenta doblegar. Sentir cada uno de los mechones que se estiran y vuelan, que pelean por enredarse en pequeños nudos, para que no me escape…

Las casualidades nos atacan, así, de improviso. Como el gato de cheshire, con esa sonrisa que nos incita a desviarnos del camino…ummm quizás sí sea un poco como Alicia, siempre esperando.

De hecho, esta tarde sólo preveía estirarme, como un gato, al sol, y rumiar pequeñas ideas que se me habían agolpado en la parte izquierda del cerebro….si, de esas ideas que dejas para después, para cuando estás solito y te sale de improviso la sonrisilla pícara..

De pronto,  siento un golpecito suave, seco, en la pierna. Como temeroso de despertarme. Mirar hacia abajo, y dos grandes ojos marrones, infantiles, agudos e inquisitivos. Un niño. De no más de 3 años.  Las manos de tierra, y los pantalones llenos de barro. Un niño.

Mirar a un niño a los ojos es como darse cuenta de que todos nosotros estamos llenos de vergüenzas, de tristezas, de inquietudes, … es como sentir que sólo ellos son capaces de ver la verdad, y nosotros hemos ido perdiendo esa virtud, ese hábito. Los ojos de un niño pueden dar miedo. Son tranquilos, y no ocultan nada, porque aún no saben nada. Son pequeñas esponjas en proceso de aprendizaje, son ojos curiosos, examinadores. Este niño me hace sentir extraordinariamente incómoda. Intento sonreírle, pero me resulta imposible. Estoy como avergonzada por algo. Quizás porque yo no he podido conservar lo que él tiene, su visión del mundo.

Detrás de todo niño explorador, siempre hay una bofetada materna y un llanto hipado. Esta vez, no es muy distinto.

Y yo, aquí sentada, me siento más avergonzada aún, no por el niño, sino por la sensación de haber perdido algo. De que algo se me ha caído a lo largo de todos estos años.

Cuando la madre recoge a su hijo, observo un gesto extraño, imperceptible…y una media sonrisa. Yo conozco esa cara. Diez años más no cambian tanto. Lo que yo decía de las casualidades. Odio ver a gente con la que he compartido cosas, cuando era pequeña, y que por diferentes circunstancias he dejado de frecuentar.

Esta chica, era una compañera del colegio. Para que nos entendamos, ella era la guapa de la clase, la más popular. Evidentemente, a mi, por no conocerme, no me conocía ni la profesora de lengua.

Sigue siendo guapa, viste bien, y es madre.

Y me da por pensar. Vaya.

No la saludé, ni ella  mi. Hubiera sido estúpido, porque jamás me ha importado qué es lo que han hecho los demás con su vida. Tampoco quiero tener que recitar mis méritos, ni contarle nada  a una extraña, que jamás ha sentido interés alguno por si yo estaba viva o muerta.

Me parece estúpido tener que saludar, falsamente, porque dé la puñetera casualidad de que a su niño le apetezca llenarme la pierna de barro. Lo que pensaba allí suspendida en el banco, es, que quizás si yo hubiera sido como ella, ahora no estaría allí sentada en medio de este colchón verde opaco, relajada, escuchando como caen los rayos de sol y observando a los bichitos. Probablemente llevaría una vida adulta, con responsabilidades, y me habría “realizado” como mujer….. que es una frase que francamente no entiendo, ni entenderé… entonces, ¿qué coño soy, una ameba?

Me vi a mi misma,  y se me dibujó en la parte derecha de la boca una mueca, medio extraña, medio sincera… alo así como una sonrisa escéptica. Y solté una carcajada. Cuando ya sólo los veía de espaldas, y a lo lejos, me di cuenta de que jamás me arrepentiré de nada. Porque creo sinceramente, que cada uno de nosotros somos, en definitiva, el fruto de infinitas casualidades, que se entrecruzan, que chocan, que se retroalimentan y que nos forman, poquito a poco en lo que somos. Porque, ¿qué somos nosotros, sino la casualidad física de una atracción entre dos personas, en un momento y lugar determinado? Yo soy como soy porque la gente que he ido encontrado a mi alrededor me ha ido formando así, me ha retroalimentado y yo a ellos. Así que no puedo decir que soy como soy por mi, sino por todos los demás.

Siempre he pensado eso, que nosotros no somos sólo nosotros, sino lo que los demás nos dan, y lo que nosotros les damos. Los demás nos forman como personas, forman nuestro carácter, nuestra forma de pensar, nos influencian, y nosotros también a ellos. Cada uno de nosotros somos la suma de nuestro alrededor.

Ya dijo un gran sabio, que el mundo es un pañuelo. Yo por mi parte creo que  nuestra ciudad es muy pequeña, y que las casualidades, evidentemente, existen.

la gata de cheshire, ver volar las mariquitas

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