La semana pasada terminé por fin Sangre de tinta, así que ya estoy aquí con la reseña correspondiente. Soy una mujer feliz porque al fin he recuperado un buen ritmo de lectura y estoy avanzando rápidamente, juas. Pronto empezaré a engrosar de nuevo la sección literaria del blog.
Título original: Tintenblut (Sangre de tinta, 672 pags.)
Autor: Cornelia Funke
Editorial: Siruela, 2005
Idioma original: Alemán (traducción de Rosa Pilar Blanco)
Tras un año vagabundeando, con Corazón de tinta a buen recaudo, en busca de alguien capaz de devolverlo al hogar, Dedo Polvoriento y Farid encuentran a un lector que asegura ser capaz de construir un camino de palabras que devuelva al tragafuegos a la historia de la que salió. Sin embargo, sus intenciones no eran tan nobles como parecían y, aunque envía de vuelta a Dedo Polvoriento, traiciona a Farid, dejándolo atrapado en el mundo real, a merced de los malvados Basta y Mortola, que buscan venganza por la muerte de Capricornio. Solo y desesperado, Farid acude a las únicas personas capaces de ayudarlo: Lengua de Brujo y su familia. Pero es Meggie quien lo recibe y escucha su historia. La joven Meggie, que, tras un año recopilando las historias de su madre sobre el Mundo de Tinta, está más que ansiosa por verlo también con sus propios ojos…
Como ya comenté el otro día, Sangre de tinta es una novela que me encanta y me cansa a partes iguales. En realidad, los fragmentos que me gustan me gustan mucho, más incluso que su predecesora. Pero hay otros que se hacen bastante densos y que pueden llegar a romper el ritmo narrativo; a veces daba incluso la impresión de que a la propia autora se le habían atragantado ligeramente. Y no estoy segura de hasta qué punto todo lo que se incluye era necesario, o podría haberse podado un poco por ser más bien paja.
El argumento está muy bien desarrollado y, aunque avanza despacio, la concatenación de los hechos es buena y no peca de arbitrariedad en ningún momento. Sangre de tinta es uno de esos casos especiales en los que las coincidencias que se producen en la trama se sienten de verdad como una acción del destino, en vez de chirriar en el conjunto, como ocurre con los deus ex machina sacados de ninguna parte. De esta forma, que Orfeo estuviera ya bajo las órdenes de Basta y Mortola cuando Dedo Polvoriento y Farid acuden a él es una coincidencia nefasta pero entendible, porque todos estaban a la caza de un buen lector. Igual que el hecho de que la historia de Fenoglio tuviera un hueco reservado para Mo entre sus páginas. Todo ello son muestras de un estupendo sistema de construcción argumental, en el que las piezas encajan sin necesidad de forzar nada.
Entonces, ¿cuál es el problema de la novela? En un primer momento, creí que quizá se debiera a algo personal, por culpa del cambio de género, ya que la fantasía épica tradicional no me motiva demasiado. Pero he pensado mucho en ello y al final me di cuenta de que una de sus mayores carencias es la falta total de acción real. La historia está compuesta en su mayoría por escenas en las que los personajes conversan o se desplazan de un lado a otro; pero, de algún modo, pocas veces tienes la sensación de que está pasando algo verdaderamente relevante. Y, siempre que hay un momento de acción (el incendio en el Molino, la batalla de Cósimo, la trifulca final contra los hombres de Cabeza de Víbora…), se narra desde fuera o de forma tangencial, por alguien que está ahí pero no está en primera línea. A Funke no se le da demasiado bien escribir escenas de acción, y eso puede llegar a convertirse en un problema cuando estás ambientando tu historia en un mundo en guerra y tu novela es un tocho de casi 700 páginas. En Corazón de tinta también pasamos por esto, pero la falta de epicidad allí se sentía de forma diferente, porque estaba ambientada en el mundo real. Sangre de tinta se sumerge de lleno en la fantasía épica, y eso cambia las reglas del juego. Le ha faltado gancho y emoción.
Otro de los aspectos que ha hecho mella en la historia es su tendencia a la reiteración. Había pasajes que se hacían demasiado repetitivos. E, indirectamente, ahí entra uno de los recursos narrativos que ha usado Funke: explicar el Mundo de Tinta no desde los ojos de alguien que descubre, sino desde los de alguien que ya lo sabe todo. Darle a Fenoglio ese rol era inevitable, por ser el autor de ese mundo, y además resultaba muy interesante por las propias peculiaridades del personaje. Pero tener a Meggie haciendo una tesis doctoral sobre el Mundo de Tinta cada vez que veía una piedra era bastante agotador. Que un encuentro con un pájaro desemboque en dos páginas de monólogo mental sobre el background de ese mundo es muy innecesario. La información hay que dosificarla, a veces no hace falta explicarle al lector hasta el aspecto más ínfimo, porque eso transmite un regodeo del autor en su propia obra que puede llegar a sobresaturar. Por muy orgulloso que estés de lo que has creado, hay ocasiones en las que el exceso de información, más que ayudar a la ambientación y la inmersión, las entorpece. Y, desde luego, hay otras formas más ligeras y naturales de poner al lector en situación que a base de parrafadas interminables.
A todo esto se suma que Funke parecía tener dificultades para narrar con la misma habilidad desde los distintos POV que eligió. En Corazón de tinta tuvimos cuatro narradores (Meggie, Elinor, Dedo Polvoriento y Farid), muy bien diferenciados y caracterizados. Pero, en Sangre de tinta, se sube a siete y se aumenta la diversificación, intercalándolos con más frecuencia. Y, mientras que Dedo Polvoriento y Fenoglio se convirtieron en los narradores fuertes y sus pasajes brillaron de pura maestría, los POV de Farid y sobre todo de Meggie cayeron en picado. Ésta fue la principal razón de que la calidad de la novela pareciera oscilar de forma preocupante, porque se pasaba de un capítulo magistral desde los ojos de Dedo Polvoriento (ha sido mi favorito, lo admito), a uno desde los ojos de Meggie que se hacía pesadísimo. Su perspectiva se sentía demasiado simplista y plana en comparación con la complejidad mental de los demás.
Pero estos dos recursos literarios (la forma de presentar el mundo y los POVs), a pesar de haberse convertido en un problema por momentos, también ofrecen otra lectura que merece la pena tener en cuenta y que los revaloriza. En primer lugar, ese afán de Meggie por explicar hasta el detalle más absurdo del mundo que tanto le apasiona se puede considerar un reflejo del fanatismo que a veces presentamos los fans, ávidos de información sobre las cosas que nos gustan. Cuando alguien está en pleno hype, hasta la talla de zapatos de su protagonista favorito le parece un dato importantísimo, y eso es innegable. En una novela donde la metaficción es el eje principal, no sería de extrañar que ésa fuera la intención de la autora. Por otro lado, Funke controla de una manera fantástica el narrador equisciente y es capaz de meterse en la piel del personaje que narre con una habilidad maravillosa. Cada uno permanece siempre fiel a su esencia y su personalidad. De modo que el hecho de que los POV de Meggie sean los más pesados o insulsos puede deberse también a una decisión deliberada de la autora por transmitir esa sensación con respecto al personaje.
"-¿Su mismo aspecto? ¡Has perdido el juicio! -susurró Meggie-. ¡Por completo!
Pero esa apreciación no impresionó lo más mínimo a Fenoglio.
-Bueno, ¿y qué? ¡Todos los escritores están locos!"
(pag. 260)
Sea como sea, al final el resultado es el que es, por desgracia. La apuesta fue buena, pero eso no impidió que afectara negativamente a la experiencia de lectura. También es verdad que para mí ésta era una relectura, y quizá haya tenido menos paciencia con estos temas por culpa de eso. Pero recuerdo que la primera vez que lo leí también me pasó algo parecido. Sangre de tinta fue uno de los pocos libros que me incitó a saltarme cosas y curiosear capítulos posteriores, no por impaciencia y emoción, sino por desinterés.
Dejando esto a un lado, la joya indiscutible de la novela son los personajes. La gran mayoría de ellos son geniales, los secundarios son muy correctos y cumplen muy bien su misión (Violante y Roxana han sido mis favoritas) y creo que Cabeza de Víbora será un buen villano, aunque aquí aún no lo hayamos visto demasiado. Capricornio y Basta nunca me llegaron a seducir (tiene gracia que Fenoglio los considerase obras maestras, cuando en realidad palidecían tanto frente a los personajes creados por la propia Funke). De hecho, Basta me ha hartado muchísimo a lo largo de esta novela; ese tipo de villanos que explican con pelos y señales todo lo que han hecho, hacen y van a hacer, cuando tienen acorralado al bueno de turno, me pone de los nervios. Funke se ha reído bastante del tema, burlándose del tópico desde dentro, y fue muy de agradecer, porque Basta en sí ya era muy insoportable. Mortola me ha parecido mucho más interesante, y tengo ganas de ver lo que da de sí Pífano en Muerte de tinta, que ya no me acuerdo.
Haber contado con los POV de Resa y de Mo ha merecido mucho la pena, porque, aunque no narran mucho, ha sido genial meterse en su piel. Sobre todo en el caso de Mo, tan importante para la trama. Él no había narrado nunca hasta ahora; en Corazón de tinta siempre veíamos las diferentes facetas de él que nos transmitían todos los demás, pero nunca tuvimos acceso a su cabeza. Ahora, con el aliciente de Arrendajo, ha sido fascinante. Funke se las ingenió para narrar su transformación de una forma muy interesante, disfruté mucho de esos pasajes. Aunque también lamenté que el final de la novela se precipitara de esa forma y no le diera cancha a Mo para explorar los últimos sucesos de los que fue protagonista. Una pena, porque el proceso de integración en el Mundo de Tinta (y su propio desarrollo como personaje) quedó un poco cojo por culpa de eso.
Otro personaje cuya evolución adoré fue Fenoglio. Él ha sido, en cierto modo, una de las mayores estrellas de Sangre de tinta, más por su complejidad y su desarrollo que por su papel en los acontecimientos (que tampoco es desdeñable, sea dicho de paso). Son fantásticos sus aires, su prepotencia, su megalomanía y, en cierto modo, su descenso a los infiernos. Porque su grado de "locura" va aumentando poco a poco a lo largo de la novela, hasta que pierde por completo el sentido común. Fenoglio, el escritor atrapado dentro de su propia obra, es un personaje tan atractivo porque encarna en sí mismo muchos conceptos interesantes y una de las grandes temáticas de toda la saga, que comentaré después: ¿a quién pertenecen y quién controla las historias escritas en los libros? Él ve el Mundo de Tinta como un producto de su pluma, y eso hace que trate a todos, tanto personajes como al mismo mundo en el que está, con un paternalismo muy acusado. Para Fenoglio todo es un juego, un cuento, una cosa que está a su disposición. Por eso, el golpe que se lleva contra la realidad es aún más duro y su trauma aún más grande. Fenoglio es uno de los pocos personajes "detestables" (y lo pongo entre comillas, porque sus acciones y su forma de pensar son muy cuestionables, pero no es una mala persona en el fondo) que me han enamorado con su carisma, a pesar de todo. Leer sus POV, con esos desvaríos constantes, era una gozada.
"-(...) Mi abuelo también lo hace. Les corta el pelo al cero a la juglaresas y a las que viven en el bosque. Dice que por las noches se convierten en búhos y gritan delante de las ventanas hasta que yaces muerto en la cama.
-¡No me mires así! -susurró Fenoglio a Meggie-. Yo no he inventado a ese engendro de Satanás."
(pag. 270)
Pero, en cuestión de megalómanos, Orfeo gana por goleada. Estaba temiendo un poco su aparición, pero reconozco que al final he disfrutado sus intervenciones, porque los años le han dado una nueva perspectiva al personaje que no terminé de captar la primera vez. Orfeo representa un tipo de persona que yo también he sido en parte y que supongo que todos los fan llevamos dentro, más o menos enterrada en nuestra alma. Su forma de pensar y su caracterización en general se me han hecho más interesantes de lo que recordaba. Fenoglio y él terminaron representando las dos caras de la misma moneda, en una lucha encubierta que sobrepasaba la ficción: la lucha por hacerse con el control de la historia. Pero repito, eso lo comentaré con más detalles después.
Elinor me ha encantado por el simple hecho de ser Elinor, y es que sus POV siguen siendo los más divertidos de leer, gracias a ese humor y ese carácter tan peculiar. He lamentado mucho que su papel en Sangre de tinta fuera tan marginal, pero al menos se encargaba de hacer amenos los "vistazos" que echaba Funke al mundo real; porque, aun siendo necesarios, con todo lo que estaba pasando en el Mundo de Tinta, casi estorbaban. Junto a ella y Fenoglio, quien más ha brillado ha sido Dedo Polvoriento, y no por simple carisma, sino por verdadera calidad. Se nota que la propia Funke tiene debilidad por el personaje, porque su construcción y desarrollo están tratados con bastante mimo, y su tridimensionalidad es una de las mejor trabajadas. Era muy fácil empatizar con él y con todo lo que estaba sintiendo al volver por fin a casa y reencontrar a sus seres queridos. Sus relaciones con los demás también están muy bien armadas, y era prácticamente el único que me despertaba interés por lo que hacía o por lo que podía ocurrirle. En general, ha sido uno de los mejores personajes de la novela.
En el lado negativo tengo que meter a Meggie y Farid. Farid es un personaje que me gustó en Corazón de tinta, pero que en las dos novelas posteriores se me fue haciendo cada vez más insoportable. Ojo, no digo que esté mal construido, en absoluto. Como todos los demás, tiene una personalidad muy bien definida y se ciñe a ella. Incluso se pueden percibir en él ciertos rasgos que lo identifican con la cultura de la que proviene. Pero, simplemente, su obsesión por Dedo Polvoriento se me hacía cargante y a veces incluso un poco exagerada. No sé hasta qué punto está justificada esa actitud. Me recordaba a las culturas clásicas, en las que se consideraba que las únicas relaciones de amistad y amor verdadero eran las que se daban entre los hombres, porque eran los humanos que estaban al mismo nivel (las mujeres eran más bien una especie de ganado con el que reproducirse o para satisfacer necesidades físicas). Ahí es donde más se ha notado el choque cultural entre Meggie y él, a pesar de que Funke ha sido muy sutil al plantearlo y se ha ahorrado mucha crudeza. Por muy "enamorado" que esté Farid de Meggie, Dedo Polvoriento siempre sigue estando por delante de ella en su corazón. Incluso en algún momento se da a entender que es casi más una distracción de los celos que siente de Dedo Polvoriento y Roxana (que, todo sea dicho de paso, a Farid se le hace incomprensible, como si no le entrara en la cabeza que Dedo Polvoriento pudiera preferir a su mujer antes que a él). Ese ofuscamiento/egoísmo posesivo del muchacho me resultaba desagradable. Y que el Farid/Meggie nunca me gustara lo más mínimo tampoco ayudó a hacer más llevadero el personaje.
Con Meggie el problema que he tenido ha sido más bien personal, porque me cuesta mucho conectar con la estupidez que endosan a los adolescentes en las novelas. Me pasó lo mismo en Harry Potter y la Orden del Fénix, donde detesté a Harry con toda mi alma y más. Meggie peca un poco de lo mismo en Sangre de tinta, y buena parte de sus razonamientos o decisiones se me hacían muy idiotas, irracionales o irreflexivos. Sin embargo, como ocurre con Farid, eso no tiene por qué ser malo. Es la impaciencia de la juventud, la sensación de que te puedes comer el mundo y que, de alguna forma, eres invulnerable. Me dio mucha pena al final, cuando empezó a quedar patente que ella invierte más en Farid de lo que Farid invierte en ella, demasiado ciego con el asunto de Dedo Polvoriento como para ver más allá de sus narices. Y ella demasiado enamorada como para pensar en consecuencias. Pero, de todas formas, no he sido capaz de encontrar en Meggie ese encanto especial que tenía en Corazón de tinta, y creo que su papel en la historia se ha ido diluyendo más y más hasta convertirla en una simple pieza en manos de los auténticos protagonistas.
"-¡Por los clavos de Cristo, todos callan como peces! -rugió Elinor-. ¡Hemos de hacer algo para traer de vuelta a esa mema! (...) A lo mejor podíamos escribir algo nosotros, algo similar a esto: Érase una vez una mujer gruñona, de mediana edad, llamada Elinor, que sólo amaba sus libros hasta que un buen día se mudaron a vivir a su casa su sobrina con su marido y su hija. A Elinor le gustaba, pero un buen día la hija partió a un viaje estúpido, muy estúpido, y Elinor juró que regalaría todos los libros a cambio del regreso de la niña. Los guardó todos en enormes cajas y, al llegar al último, Meggie volvía a pasearse por... ¡Dios santo, no me mires con tanta compasión!"
(pag. 133)
Junto con los personajes, el gran valor de la novela está en las temáticas que trata. Hay un envoltorio exterior propio de la fantasía épica, con una sociedad de corte medieval y todas las connotaciones que eso implica: el contraste entre la monarquía y la plebe, el poder y la violencia, las consecuencias de la ambición, el limbo legal en el que viven los juglares y el resto de miembros del Pueblo Variopinto, la subyugación de las mujeres (aunque eso no impide que tengamos personajes femeninos muy recios y fuertes, desde la propia Violante a Ortiga, la curandera)… Incluso se sigue dando vueltas en torno al valor de la palabra, sea escrita o hablada, contraponiendo a Balbulus y Tadeo con Fenoglio y su amor por las canciones de los juglares.
Pero, por debajo de esa capa externa, corre toda una sublectura mucho mayor, de la que no fui realmente consciente en su momento y que ahora me ha parecido maravillosa: la metaficción. Toda Sangre de tinta es pura metaficción (y Funke la lleva hasta el límite reproduciendo en la historia de Fenoglio y Mo el mismo proceso que siguió ella misma al crear a Mo, adoptando como modelo a Brendan Fraser). Es una alegoría gigantesca sobre el arte de escribir, el arte de leer y la vida que respiran las historias en sí mismas. Fenoglio nos hace reflexionar con frecuencia sobre cómo ha evolucionado el mundo que él creó tanto tiempo atrás, creciendo y desarrollándose, tomando sus propias decisiones, sin responder ya más a la pluma de su creador. Es muy revelador que, por mucho que escriba Fenoglio, sólo pueda hacerlo realidad contando con un lector, porque las historias están para ser leídas, sólo cobran vida cuando alguien las lee; de modo que el poder no pertenece al escritor, sino a los lectores. Ellos son los que, con sus sentimientos, alimentan los mundos encerrados en los libros. Y, cada vez que Fenoglio se quejaba de que su historia ya no le obedecía y estaba fuera de control, no podía evitar pensar que el Mundo de Tinta guardaba parte del alma de todas las personas que en algún momento de su vida habían leído la novela y soñado con ella, igual que Orfeo.
Otro gran detalle con respecto a esto es la obsesión que tiene Fenoglio con identificar a los personajes que se cruza, preguntándose constantemente si a éste o aquél los creó él o no. El caso más interesante es el de Violante y Cósimo. Fenoglio está tan orgulloso de Cósimo que está dispuesto a traerlo de entre los muertos; pero, cuando le pregunta por él a Violante, se decepciona al comprobar que en el fondo era un imbécil. Su gran creación estaba hueca (como estará literalmente después el nuevo Cósimo que crean él y Meggie) y, sin embargo, la fuerza, la personalidad y la profundidad de Violante quedan muy patentes para el lector, hasta que Fenoglio reconoce no haberla creado. El concepto de Violante quizá salió de su mano, pero Violante la mujer no es una de sus criaturas, se ha construido a sí misma sirviéndose de la vida que insuflaron en la novela todos los lectores por cuyas manos pasó. ¿Quizá algún lector sintió curiosidad por ese personaje secundario que sólo aparecía de pasada? ¿Quizá imaginó cómo podría haber sido, le dio alma inconscientemente y Violante la adoptó? A veces, los personajes de una historia adquieren cuerpo y complejidad gracias al tiempo que invierten los fans a pensar en ellos e imaginarles aventuras propias. Me parece fascinante.
El empeño de Fenoglio por recuperar el control y hacer que la historia baile al compás que él quiera marcar transmitió también una valiosa lección: el control absoluto es imposible, hay que saber cuándo hacerse a un lado y dejar que la historia crezca y se desarrolle a su ritmo. No sé si sería la intención de Funke, pero me pareció un mensaje hacia los escritores, recordándoles que no se puede proteger las obras con tanto celo, hay que dejarlas respirar. Dicho de otro modo, hay que dejarle espacio al fandom; porque, aunque tú hayas escrito la novela, ésta es para ellos y ellos son los que le darán vida.
"-¡Y yo qué sé! -repuso Fenoglio, irritado; no quería que le recordasen a Mortimer-. ¡Bueno, al menos no pueden culparme a mí de ese desastre! -gruñó-. Yo no tengo la culpa de que todos se entrometan en mi historia como si fuera un frutal al que basta podar para que dé fruto.
-¿Podar? -gorjeó Cuarzo Rosa-. Ellos añaden cosas. Tu historia crece, ¡está degenerando hasta convertirse en auténtica mala hierba! Y no precisamente bella, si quieres saberlo."
(pag. 354)
Sin embargo, al mismo tiempo que critica el carácter posesivo de Fenoglio, también critica el de Orfeo, que representa a ese tipo de fan cuyo fanatismo sobrepasa los límites y le lleva a creerse el dueño absoluto de la historia. El fandom está plagado de gente así, y cada vez más: lectores (o espectadores) que se creen más listos que los propios creadores, más preparados o más aptos para hacer las cosas mejor. ¿Cuánta gente piensa (cuántas veces lo hemos pensado nosotros mismos) que habría podido hacer un trabajo mucho mejor que el del autor de turno? Gente cuya obsesión la ha empujado a memorizar en plan enciclopédico cada minúsculo detalle de su obra favorita, que reinterpreta hasta la última coma y que está convencida de que conoce ese mundo mejor que la propia persona que lo creó… Hay un momento en el que Elinor comenta que Orfeo posiblemente sea el mejor lector del mundo, porque lee con una enorme pasión; y eso es lo que caracteriza a los fans, la línea que separa a un amante de la literatura de un apasionado de la literatura. Con esa pasión, Orfeo hace salir y entrar a cualquier personaje de su obra, conoce todos los caminos que hay entre las letras, pero vive frustrado porque nunca consigue lo que de verdad desea más que nada: entrar él mismo.
Esa pasión también es la que utiliza Orfeo para justificar su prepotencia. Es ese tipo de fanficker tan enamorado de una obra que asume como afrentas personales las decisiones del autor que no le gustan y se empeña en reescribir las cosas como él considera oportuno. No para enriquecerlas, sino para poseerlas, hacerlas suyas. El "pecado" de Orfeo nunca fue simplemente escribir fanfics, como pensaba yo, sino pretender tomar el control del Mundo de Tinta. Y ahí, Funke le da el mismo palo que al propio Fenoglio. Por muy seguro que estés de que tus decisiones van a ser las mejores para dirigir ese mundo, la historia no te pertenece. No necesita tu dirección ni tus órdenes, la historia se pertenece a sí misma y pertenece al mundo. Ya seas el autor o el fan más acérrimo sobre la faz de la Tierra, el control que tienes derecho a ejercer es el mismo: ninguno.
Toda esta guerra de voluntades que se desarrolla de fondo a lo largo de la novela me ha encantado y ha supuesto el mayor atractivo para mí. También me ha hecho sentir liberada; agradezco mucho a Funke que haya valorado la influencia que los lectores y fans tenemos sobre los libros, ya sea releyéndolos hasta la saciedad, debatiendo, maquinando o incluso escribiendo historietas. En el pasado, Orfeo me pareció una crítica muy dura y brutal a los escritores de fics y me afectó muchísimo. Hizo que me replanteara muchas cosas. Pero ahora lo veo desde otra perspectiva y creo que, sin el fandom detrás, las historias no adquirirían esa vida ni crecerían de esa forma, como lo hace constantemente el Mundo de Tinta. Nuestro trabajo también es valioso y necesario. Sigo pensando que tal vez Funke no sienta excesiva simpatía hacia los fanfickers, pero creo que el quid de la cuestión está en tener claro cuál es tu papel. Puedes aportar tu granito de arena al desarrollo de un mundo, sin necesidad de convertirte en un talibán, reclamar ese mundo para ti o querer imponer tus decisiones personales a las de otros o a las del propio autor. Para empezar, sin ese escritor, la historia que tanto amas no existiría. Está bien no estar de acuerdo en todo y criticar los detalles que te parezcan deficientes, porque eso también enriquece; pero nunca se puede perder el respeto al autor o creernos más que él. Hay que mantener el equilibrio.
"-(...) A fuer de sinceros -dijo a Meggie en voz baja-, creo que él valora en demasía su talento. ¿Qué es lo que ha creado el tal Orfeo? Se limitó a encadenar de manera distinta mis palabras, eso es todo. Sin embargo, admito que me pica la curiosidad. Se precisa una tremenda megalomanía para llamarse Orfeo, y la megalomanía es un rasgo de carácter muy interesante."
(pag. 631)
No quiero cerrar sin decir un par de cosas sobre otro tema cuyo tratamiento me ha gustado especialmente: el amor. Sangre de tinta no es una novela romántica (la saga entera no lo es), pero por eso mismo me ha resultado refrescante la forma en que presenta Funke el amor en general, no sólo el romántico. En sus relaciones, no hay sentimientos absolutos. Igual que da flexibilidad a la historia, se la da también al corazón de los personajes. Por ejemplo: para Dedo Polvoriento, Roxana es la mujer de su vida y todos los sabemos, pero eso no impide que quiera muchísimo a Farid y siga guardando fuertes sentimientos hacia Resa. La propia Roxana, a pesar de que el amor de su vida siempre ha sido Dedo Polvoriento, no tuvo reparos en casarse con otro hombre al que también amaba cuando él desapareció y formar una nueva familia. Si en Corazón de tinta ya se comentó que Mo había intentado rehacer su vida varias veces y había tenido algunas novias (que no llegaron a cuajar), aquí el concepto se refuerza. Tenemos además el intenso amor que siente Elinor hacia los Folchart, y el amor paternofilial que une a Meggie y Mo, o a Farid y Dedo Polvoriento, que da solidez a sus relaciones hasta otorgarles el mismo valor o más que cualquier otra relación romántica. Pero también tenemos el amor de Brianna, que Roxana describió de forma tan bonita: Ama tanto a su padre que no le dirige la palabra, empañado por tantos años de dolor, miedo y resentimiento. Y, por último, el primer amor adolescente que comparten Meggie y Farid, todavía torpe, confuso e imperfecto, cuyo desenlace vemos en Muerte de tinta. Es curioso que, aun cubiertos por una sombra de drama tan intensa, ninguno de estos amores se sienta melodramático. Funke les supo imprimir un carácter muy realista y auténtico.
Ahora sí, hasta aquí hemos llegado. Siempre está bien hacer la reseña, porque ayuda a hacer un balance más objetivo sobre la obra que el sentimiento que te deja nada más terminar. En definitiva, incluso con sus defectos, Sangre de tinta es una estupenda novela, muy recomendable para los amantes de la literatura por todo el poso que arrastra. Sólo voy a ponerle un último pero: tiene un lenguaje demasiado culto, que a veces se torna hasta relamido. En ocasiones es difícil de leer. Pero eso no es culpa de Funke, sino de la traducción. Y, con todo, supongo que es preferible un exceso de formalidad que de vulgaridad.
Ahora estoy leyendo El cementerio de barcos, de Paolo Bacigalupi, y lo estoy de-vo-ran-do. Me encanta el trabajo de este hombre, aunque tampoco sea perfecto. Me resulta muy ameno, ya voy casi por la mitad. Además, la ci-fi de Bacigalupi se siente como una ventana directa al futuro real. Y cercano. Así que es doblemente interesante.
La semana que viene os contaré qué tal. Y después, a terminar con el Mundo deTinta.