Desde que, en 2010, decidí lanzarme al género de la ciencia-ficción, he ido viendo y leyendo bastantes cosas. Algunas más interesantes, otras más visionarias, aunque (por lo general) todas muy perturbadoras. Sin embargo, tenía en mi lista la mítica triada de clasicazos como una gran cuenta pendiente: Fahrenheit 451, Un mundo feliz y 1984. Mi hermano me regaló Fahrenheit para mi penúltimo cumpleaños y hace unas semanas os puse por aquí unas fotitos de la fantástica edición de 1984 que no pude resistirme a comprar por más tiempo. Pero la que se llevó los honores de abrir la veta fue Un mundo feliz, cuya linda portadita vi un día en los estantes de libros del Carrefour y comenzó a llamarme a gritos. Ansiosa por volver a leer algo en papel (toda mi colección física sigue en Toledo), lo cogí con mucho entusiasmo en cuanto me terminé Metro 2033. Y, aunque lo acabé hace ya varias semanas, me ha costado reunir el ánimo suficiente para publicar la review. De hecho, todavía persiste esa sensación de: "¿por qué demonios decidí especializarme en esto?". Pero bueno, vayamos por partes:
Título original: Brave New World (Un mundo feliz, 255 pag.)
Autor: Aldous Huxley
Editorial: Debolsillo, 2013
Idioma original: Inglés (traducción de Ramón Hernández)
En un futuro hipotético en el que se ha alcanzado la completa estabilidad social, los seres humanos son fabricados en serie en laboratorios como cualquier otro producto, seleccionados y condicionados para que se comporten de una forma determinada durante toda su vida ("amor a su inevitable destino social"), prefabricando sus gustos y odios mediante hipnopedia. La religión, el concepto de familia, las relaciones personales exclusivas, el arte y la cultura en general han sido suprimidas, y la gente vive con el único objetivo de divertirse y conseguir satisfacciones inmediatas, basadas en una vida sexual libre y promiscua ("todo el mundo pertenece a todo el mundo") y el constante consumo de "soma", la droga definitiva que hace olvidar todos los problemas o sentimientos negativos. Más libertades y menos compromisos emocionales evitan las emociones fuertes o demasiado intensas, que conducen a la inestabilidad...
Viéndola con la perspectiva del tiempo, Un mundo feliz me ha parecido una novela espeluznantemente cercana. Es difícil de explicar. Por un lado, puedo decir que me ha encantado; pero, al mismo tiempo, me ha horrorizado profundamente. Pocos libros han logrado dejarme en ese estado, la verdad. Al terminarla, me quedó una terrible sensación de opresión y depresión, emociones muy fuertes que sólo se pueden asociar con la buena (quizá fantástica) literatura. No todos los autores consiguen remover tanto el corazón y el estómago de los lectores, por lo que puedo decir que Huxley cumplió lo que se proponía y me hizo sentir todo aquello que quería trasmitir. Por desgracia, el resultado es una de las novelas más perturbadoras que he leído en mi vida.
Teniendo eso en cuenta, es duro hablar de sus factores positivos y negativos. Siendo completamente objetiva, diré que es una novela absorbente, sencilla y corta, aunque los primeros capítulos se hacen algo densos. Huxley expone sus premisas de forma clara y concisa, va al grano, no pierde el tiempo teorizando en exceso de forma abstracta; y, en cuanto se coge el ritmo, la lectura se torna ágil y agradable. Todo lo "agradable" que puede ser, dadas las circunstancias. Y realmente te remueve por dentro. Te remueve hasta decir basta, lo que, técnicamente, la convierte en un gran clásico de la literatura. No obstante, no se salva de contar con pequeñas, pero terriblemente convenientes, incoherencias, en las que se sustenta el avance de la trama. Eso le resta un poco de credibilidad, aunque desearía que también hubiese sido capaz de mitigar el efecto devastador de la trama (cosa que se mantiene firme a pesar de todo). No sé si se le puede echar esto en cara, pero el planteamiento es tan desolador y pesimista, tan cruel incluso, que la valoración objetiva que se puede hacer de la novela termina enturbiándose un poco por el rechazo y la repugnancia. Era necesario, desde luego. Un mundo feliz no tendría ni la mitad del valor que tiene si no provocara esas sensaciones. Pero el final es como una patada en la boca del estómago; el espectáculo se vuelve tan grotesco, tan insoportable, que, al leer la última frase y cerrar el libro, sólo tienes ganas de prenderle fuego y tirarlo por la ventana.
Gran parte de su efecto revulsivo proviene, por supuesto, de los temas que trata. Un mundo feliz es una especie de guía especulativa de todo lo que Huxley pronosticaba para la sociedad futura, de modo que podría considerársela una tesis de autor. Plantea un desarrollo tecnológico agresivo que, sin embargo, debe ser coartado en cuanto se alcanza la estabilidad, para que no destruya lo ya creado. La fabricación de humanos en serie, la hipnopedia y el condicionamiento son presentadas como herramientas clave para alcanzar la paz y la felicidad mundiales, a pesar de que reduzcan a las personas a poco más que robots. Una cultura del consumo exacerbado, que mantenga estable la economía; un uso generalizado de narcóticos y promiscuidad sexual, que mantenga siempre aletargada y satisfecha a la población; una sobresaturación sensual constante que distraiga a la gente, para que no pierda tiempo pensando… Y, en definitiva, toda una serie de mecanismos que anulen la individualidad, que integren en masas, que acaben con exclusivismos y emociones fuertes y que alejen a la población de la soledad, que puede incitar a la reflexión. En ese mundo, es vital que las personas no piensen. Y hay momentos, desgraciadamente demasiado frecuentes, en los que resulta imposible no establecer paralelismos con la sociedad en la que estamos viviendo hoy en día.
¿Pensáis que no es para tanto? El miedo al silencio, que se llena con ruido constante, con actividad constante, como si las personas tuvieran terror a quedarse a solas con sus propios pensamientos. La ansiedad por estar conectado a algo, a cualquier red social, a miles de amigos a los que apenas conoces, sólo por integrarse en la masa. El sistema educativo cada vez más y más deficiente, embruteciendo poco a poco a la sociedad para que se los pueda manipular con más facilidad, para que piensen como el Gobierno quiere que piensen. Los políticos mintiendo abiertamente con todo el descaro del mundo y la gente tragándose sus patrañas a boca abierta sin filtro ninguno, como si fuesen dogmas de fe. Patrones que se repiten una y otra vez sólo porque algún individuo lo dijo así hace 20, 50, 100 años, aunque cada uno los defiende como si hubiesen salido de sí mismos y fuesen el súmmum de la innovación y el progresismo. Tantísimos matrimonios o parejas que se van a tomar por culo, porque les interesa mucho más su pequeño mundo de satisfacciones individuales que cualquier cosa que puedan construir entre los dos. El egoísmo, el egocentrismo, los caprichos, el consumismo, el infantilismo emocional, el rechazo a asumir compromisos, obligaciones, responsabilidades, esfuerzos, la intolerancia al dolor, la incapacidad de encajar las contrariedades... Y dos calles más allá vive una familia que sólo puede comer una vez al día o que vive de la caridad, pero yo no puedo esperar 20 minutos hasta la hora de comer y me inflo a chuches porque tengo hambre AHORA; y el padre de Fulanito trabaja 12 horas al día en un trabajo de mierda en el que le pagan una miseria que apenas da para vivir, pero yo me pongo histérico porque mis papis han osado regalarme una tablet nisu de 60 pavos en vez de Ipad de 500; y, andando por la calle, me encuentro a dos niñatos gilipollas dando una paliza a un mendigo o a una muchacha y sólo se me ocurre grabarlo con el móvil y subirlo al Facebook, en vez de llamar a la policía. De verdad... es como si alguien de las altas esferas hubiese cogido este libro hace varias décadas y hubiese puesto en marcha el engranaje social para llevarlo a cabo, igual que Verne inspiró el viaje a la Luna. El "mundo feliz" parece estar acechando a la vuelta de la esquina.
Siento ser tan pesimista, pero es lo que inspira esta novela. El horror de ver que estamos ya a medio camino y la impotencia ante lo que nos podría esperar. En los años 30, se proyectaban estas cosas como un futuro lejano, a varios siglos de distancia; y, en menos de 100 años, casi se nos ha venido encima. Huxley también advierte de las consecuencias y de los sacrificios. Para alcanzar ese estado de perfección, habría que renunciar al arte, a la literatura, a la belleza, a la cultura, a las ideologías, a la religión, a todo lo que hay de sobrenatural en el ser humano y provoque sentimientos… en definitiva, al alma. No existirían los vínculos familiares ni existiría el amor. No tendríamos nada propio, ni siquiera emociones. No habría libertad real, siempre esclavizados por las drogas y los vicios que embotan el espíritu, viviendo la vida para la que hemos sido condicionados. Con mente de niño eternamente, sin sueños ni ilusiones. Ése sería el precio de la "felicidad" y él nos grita esos peligros a la cara con la crudeza del relato. Pero, como suele suceder (reyes del consumismo a los que les importa un pito el despilfarro, magnates del petróleo que bloquean el desarrollo de energías limpias para mantenerse en sus tronos, visionarios de los transgénicos que destruyen la tierra sin escrúpulos para hacerse de oro), parece que a la gente le interesan más los resultados inmediatos que las consecuencias profundas a largo plazo. Eso es lo que hay de genial y de horrible en la ciencia-ficción, una ventana a la cara más inhumana de los hombres. Y, cuando se trata de ci-fi social, y además plantea una utopía, el efecto es mil veces peor. Prefiero un futuro más parecido a la distópica Metro 2033, donde, a pesar de todo, los humanos siguen siendo humanos, antes que esta horripilante felicidad de plástico.
Podría hablar un poco de los personajes, pero creo que no lo haré, por una vez. Una de las razones por las que Un mundo feliz entra tan fácilmente es porque todos estos temas están encarnados en los propios personajes, así que hay muy poca filosofía abstracta. Son ellos, a través de sus acciones, sus pensamientos y su forma de sentir, quienes te guían por ese mundo. Sin entrar en detalles que podrían arruinar la lectura, sólo haré una mención especial para John, que representa lo que podrían ser nuestros ojos y nuestro corazón, moviéndose por el mundo feliz. El cariño que se le coge a ese pobre hombre es difícil de describir y hay un momento concreto, durante su discusión con el interventor mundial, en el que sentí un fuerte deseo de proyectarme a través de él para poder gritarle un par de verdades a la cara a Mustafá Mond. Qué disputa tan desaprovechada, Dios santo... pero en parte es lógico, porque John no deja de ser un chaval tan inocente e ingenuo como los demás, a su manera. Eso sólo logra aumentar aún más la frustración del lector, que es la pura intención subliminal de Huxley a lo largo de toda la maldita novela.
Después de John, el mejor de todos, sin duda, es Bernard; tan lleno de luces y sombras, tan fácil de compadecer y detestar al mismo tiempo. Antes de la aparición de John, él lleva el peso protagónico de una forma bastante interesante, porque Huxley no oculta sus defectos y me gusta cuando los autores nos presentan protagonistas que no sabemos muy bien si amar u odiar. Algo parecido me pasó con Lenina, aunque ella sí que consiguió irritarme de verdad conforme avanzaba la novela; más que nada, porque veía todo el tiempo reflejarse en ella actitudes muy propias del mundo actual, y me enervaba ese constante recordatorio de que el "mundo feliz" no está tan lejos como cabría esperar. Sea como sea, todos son muy, muy interesantes, personajes bastante sólidos y coherentes. La mejor trayectoria personal, para mí, es la de Bernard, pero todos sirven bien a sus respectivos propósitos.
Por último, a parte de esas pequeñas incoherencias que mencioné al principio, la estructura es ordenada y equilibrada, con un buen ritmo que se pone en marcha a partir del cuarto capítulo. No os dejéis engañar por la densidad de los tres primeros, hay que seguir para engancharse. Y te enganchas, vaya que sí. Muy a tu pesar, te enganchas. Y me veo en la obligación de recomendarla, no sólo por ser un clasicazo, sino por lo mucho que te hace pensar. Igual que con Metro 2033, no es necesario ser fan del género para "disfrutar" esta novela. Eso sí, leedla con conocimiento de causa. Es devastadora, repito. Y tardas mucho tiempo en ir recuperándote de la paranoia de ver el mundo feliz reflejado en cada noticia, en cada anuncio, en cada chorrada de la tele o de la vida diaria. Si fuese profesora de literatura, pondría este libro como lectura obligatoria a mis alumnos, a ver si despertaban con este mazazo de realidad. Pero me da miedo pensar que las generaciones que vienen por detrás tal vez se mostrarían impasibles ante el mensaje. Eso sí que es terrorífico.
Al final, me quedé tan mal después de Un mundo feliz, que tuve que cambiar rápidamente de registro y leer algo totalmente distinto. Como dice mi hermano: las utopías hay que leerlas con cuidado. Así que estoy temiendo el momento de retomar la susodicha triada mítica. De momento, he devorado Silas Marner y estoy terminando El canto del cuco, que no podían ser más diferentes a esta cosa. Con éste último creo que me he recuperado lo suficiente como para volver a la carga, así que quizá empiece 1984 cuando lo acabe. Veremos cómo estoy de ánimos.