Título: Introduciendo a...¿La lanzadora oficial de sillas?
Fandom: LMF!R!OP.
Claim: Tripulación del Manicomio Lamb+Nahiara.
Advertencias: Hm... Hay un spoiler, de hecho. La cuestión es que el spoiler no trae consigo todos los "pequeños" spoilers que debería, porque no hay nada explicado.
Notas: El OoC y la pateticidad ya estaban advertidos u.u. Ah, por cierto... Lo de los Mensajeros me lo inventé :DU.
Por una vez, todo marchaba bien. Los planetas posiblemente se habían alineado en una ocasión tan especial, y el poder de este fenómeno había dotado al grupo de locos de la discreción y capacidad necesaria para cumplir su actual misión. O eso quería pensar un temeroso D mientras esperaba en el barco, rogando a los cielos que todo saliera como debía, a que los tripulantes volvieran de su misión.
Desde luego, la convivencia diaria con aquellas personas creaba un sentimiento de pesimismo y miedo constante en el calamar, logrando enceguecerlo de una verdad. A pesar de todos los desastres y problemas que ellos ocasionaban, no había nadie mejor para hacer su trabajo. Si se controlaban mínimamente, podían hacer una misión en paz, y no arruinar nada hasta tener la información necesaria. Luego de eso, probablemente terminaran destruyendo algo.
Era típico, después de todo. Los problemas no solían surgir mientras trabajaban, sino en los descansos. Pero eso no calmaría el constante temor de D.
La noche era el momento propicio para “investigar”. No sólo la oscuridad era el refugio perfecto, sino que con ella venía la informalidad, y muchas veces también una muy útil borrachera. Útil para ellos, desde luego. Tal vez por eso estaban sentados en aquella taberna, llamando la atención de cualquier persona sobria que hubiera allí -es decir, de nadie- por el gran grupo que formaban.
-¿Cuánto más tendremos que estar aquí? -preguntó un aburrido Hawk.
-Bastante. Estamos trabajando, hombre, no molestes -respondió Lluvia.
-Además, tenemos que esperar a los personajes que enviamos. Ya sabes… -agregó Kmiya, sin ser muy específica con sus palabras por si alguien los estaba oyendo.
-Oh, ¿enserio estamos trabajando? -Charlotte levantó la vista, que hasta ese momento se había mantenido fija en un libro de cocina. Evidentemente, pensaba que ellos estaban allí por diversión.
-Pues claro, sino este lugar ya estaría destruido -dijo Ligabiss, soltando una risita.
Ambas capitanas miraron feo a todo el grupo. Les habían explicado exactamente qué estaban haciendo allí antes, pero evidentemente no les habían prestado demasiada atención. Claro, la que había hablado en realidad era Kmiya, a quien casi todos encontraban fácil de ignorar.
Lluvia suspiró, e intentó repetir lo que habían dicho al principio, esperando recibir más atención que su Co-Co, quien en aquel momento revivía su trauma y deseaba tener un rincón azul cerca.
-Estamos aquí por aquellas personas que tenemos en frente -murmuró la menor de las capitanas, procurando que sólo su grupo la oyera. Todos menos la navegante, que había prestado atención, se voltearon discretamente a ver a su “presa”. Eran tres hombres que vestían un uniforme blanco que nunca habían visto, muy diferente al de la Marina-. Son mensajeros del Gobierno. Cuando hay información demasiado importante para ser dicha por un Den Den Mushi, dado el peligro de las intercepciones, se les confía oralmente a alguno de estos hombres. Siempre van en grupo, para despistar, y dos de ellos llevan mensajes falsos, por lo que si son atrapados, nunca se sabría quién dice la verdad, en caso de que pretendan contar algo.
Milagrosamente, todos escucharon tan atentamente como pudieron a la explicación. Kmiya sólo se sintió más ofendida por eso.
-¿Y entonces como vamos a…? -comenzó a preguntar Richelle.
-No buscamos averiguar el mensaje. Es completamente imposible interceptarlo, porque ni siquiera ellos saben cuál es el verdadero. La información que llevan no es directa, contiene palabras claves que sólo el destinatario comprendería. Es un sistema demasiado complejo -intervino la capitana traumada, pero esta vez sí la escucharon-. Aún así, gente como ellos se mueve en ambientes muy… prometedores. Tienen montones de secretos que no se relacionan con su trabajo, y un poco de alcohol es suficiente para suelten algunos. Además, escuchar esto es lo más útil que podemos hacer mientras esperamos a nuestros infiltrados. Debemos estar quietos y no causar problemas.
Todos sintieron que el ambiente se volvía más aburrido que antes. La mala suerte que recaía en aquella tripulación podía causar desastres hasta en las situaciones más calmas. Por eso, cuando Kmiya decía “debemos estar quietos”, era algo demasiado literal para sus gustos.
-No se quejen. Podríamos ser nosotros los infiltrados, de no ser por el escándalo que armaron cuando dijimos que sólo cuatro podrían ir. Ahora espero que estén contentos, porque ninguno fue.
Eso sólo causó que más frustración los embargara a todos. Deberían tener más en cuenta aquel error para las siguientes misiones, aunque ambas capitanas ya les habían advertido que organizarían turnos para próximos casos similares.
Lo extraño fue que, luego de aquellas palabras, un curioso silencio se cernió entre ellos. Pocos andaban atentos al grupo que debían escuchar; los demás sólo veían las moscas pasar, o prestaban más atención a aquella cancioncita que se escuchaba al fondo de la taberna, viniendo de una mesa escondida entre las sombras. D, de haber podido estar allí en ese momento, probablemente habría creído que eso era un milagro.
Pasó un buen rato en el que estuvieron de esa manera. Ambas capitanas tomaban notas ocasionalmente de comentarios reveladores que a los Mensajeros se les escapaban, sin que se dieran cuenta de su importancia. Pero la mayoría de lo que decían eran puras incoherencias sin utilidad, o información que ellos ya habían conseguido mucho tiempo atrás.
Fueron palabras casuales, pero enfermizas, las que provocaron el desastre.
-…El Gobierno aplastará la piratería. Vencer a Shirohige en la guerra será sólo el primer paso para ello -dijo uno de los hombres de blanco. Su frase era apenas distinguible por la borrachera, pero el tono altanero en su voz era claro-. Le demostraremos al mundo que los piratas no viven más que de sueños, y en algún punto tendrán que despertar. El Gobierno es la realidad -Luego de aquellas palabras, soltó una risa estruendosa, que se hizo oír sobre cualquier sonido que hubiera en aquel lugar.
Los revolucionarios miraron a la mesa de en frente con hastío, como si en ella hubiera un niño pequeño diciendo puras idioteces. Las afirmaciones habían sido tan planas que no merecían siquiera un poco de odio. Y cualquier sentimiento se veía aplacado por el dato, pequeño, casi sutil, que se había colado entre el discurso del idiota. Guerra. Para quienes tenían sus sentidos despiertos, ese detalle no pasaría desapercibido.
Pero antes de que pudieran siquiera terminar de procesar la información, un estruendo mayor interrumpió cualquier pensamiento. Cuando se voltearon a ver la fuente del mismo, se encontraron con el Mensajero que había hablado tirado en el piso, completamente noqueado, y con una silla extra caída a su lado. Tardaron en comprender lo sucedido, y cuando lo hicieron, buscaron con su mirada a quien había arrojado el objeto.
No tardaron en hallarla, parada en un rincón oscuro de la taberna. Era una muchacha de cabello castaño oscuro y lacio, levemente despeinado, que cubría parte de su rostro crispado por la ira. No era demasiado alta, y probablemente fuese también bastante joven. De no ser por los evidentes signos de que ella había sido la culpable, nadie habría sospechado.
-Todos son muy ruidosos aquí, pero ¡Tú te pasas! -exclamó la joven, molesta-. ¿Y a mí que mierda me importan tus planes de acabar con la piratería? ¡No tenías que gritarlos! Yo no ando interrumpiéndote a ti o a tus intentos de pensamientos, ¿o sí?
Los hombres la observaron con sorpresa, que en pocos segundos se volvió furia. Parecía que estaban por abalanzarse sobre ella en cualquier momento.
Ciertos locos intercambiaron una mirada cómplice en ese instante, y Lluvia, Kmiya, Hawk y Ligabiss se levantaron de su mesa y se apresuraron a defender a la muchacha, antes de que algo ocurriera.
-Está borracha, nada más. No sabe lo que hace -dijo la mayor de las capitanas, con una voz apaciguadora, aún sabiendo que lo que decía no era del todo cierto.
-No vale la pena molestarse con ella -agregó la navegante, con un tono aún más conciliador y convincente que el de Kmi.
Ambas estaban paradas frente a la joven y a los otros dos revolucionarios. Mientras estos últimos la arrastraban discretamente fuera de la taberna, llevándose sus cosas con ella.
Ya afuera, ambos se permitieron reírse de toda esa situación.
-Buen tiro -dijo Lluvia, divertida.
-Excelente forma de callarlos.
La lanzadora de sillas los miró arqueando una ceja.
-Gracias, supongo -contestó, observándolos expectante.
-Lo dejarán pasar ahora, porque apenas pueden coordinar sus movimientos para pararse -agregó la Co-Co-. Aunque me hubiera gustado hacer eso a mí. Esos tipos son unos imbéciles.
-Sólo me molestó que interrumpieran mis pensamientos. Terminé olvidando lo que estaba planeando.
Los revolucionarios que no se habían levantado de la mesa antes, aparecieron en la puerta.
-Ya no vale la pena quedarse -comentó Richelle, quien estaba siendo cargada por Bansheed-. Esos hombres apenas pueden hablar de algo coherente a estas alturas. Deberíamos volver al barco y comentarle a D… Ah, hola. ¿Cómo te llamas? -preguntó la sirena, interrumpiéndose a mitad de su frase.
-Eh… Nahiara.
-¿Tú estabas cantando antes? -interrogó Bans, sacando un girasol de madera de su bolsillo, pues volvía a tener las manos libres ya que Hawk había regresado a su trabajo de cargar a cierta enfermera.
-¿Me oíste? -La muchacha se veía confundida entre tanto extraño hablando, no como si la conocieran de toda la vida, pero sí como si fueran a volver a charlar pronto.
La carpintera le entregó la flor a Nahiara, sonriente. En ese preciso instante, Ligabiss y Kmiya salían de la taberna, y ambas capitanas intercambiaban una mirada significativa.
-Nahiara, ¿se te da bien la música, entonces?
-Un poco, supongo -respondió.
-Y, ¿tienes alma revolucionaria? -preguntaron las Co-Co al unísono, mientras los demás locos sonreían misteriosamente.