Apócrifo II- Stanley- Un pacto de silencio

Apr 25, 2008 01:01


El proyecto de "Te diré mi nombre" continúa: lento pero seguro. Y como prueba de ello aquí viene un apócrifo más.

Como siempre hay que reconocerle el mérito a Mordaz quien recargó su tinta azúl, se hizo con un saco de puntos y final y venció su reciente alergia al ordenador sólo para betearme. Besazos pantera!!

Advertencias para exploradores novatos: Este capítulo forma parte algo mucho más grande llamado "Te diré mi nombre" así que si os atrevéis os invito a leer toda la historia (bsca en el link de la derecha)

Y sin más preámbulos... !ahí vamos!


Apócrifo II- Stanley- Un pacto de silencio

"Le gusta al frió monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias." Friedrich Nietzsche

Por tercera vez escribió la misma línea: "Durante el día Las Vegas Bulevar se confunde con el desierto que rodea la ciudad". Una simple frase, tinta negra sobre un fondo de papel. Muchos significados y ninguno que mereciera la pena. Con gesto irritado tachó las palabras, apretando tan fuerte el bolígrafo que arañó la madera de la barra del bar.

Bajó la cabeza con frustración, dejándose acunar por el zumbido de conversaciones y ecos de risas esporádicas que rompían con la monotonía. Después, casi con timidez, levantó la mirada. Ojos verdosos que vagaban por el espacio intentando hallar la inspiración. Sólo encontró las sombras de historias mil veces repetidas; hombres acompañados por su bebida o parejas que aún creían en el eterno romance. Nada le que le catapultara a lo que fue una vez.

"La futura promesa de la novela americana". Stanley estaba seguro de que su madre todavía conservaba todos aquellos recortes de periódico que le prometían éxito y prestigio. Crítica y público coincidieron en señalarle como un genio tardío de la literatura, cuando con casi 40 años y la resignación de no ser más que un empleado anónimo de una gran multinacional, publicó su primera obra. Un deshogo poético y satírico del mundo que le rodeaba.

Todo aquello que conocía se tambaleó. Dejó de ser aquel oficinista que aprovechaba la hora de la comida para escribir, para ahora relacionarse con la elite intelectual del país. La fama hizo que sus opiniones parecieran más acertadas, que sus comentarios rebosaran ingenio, que lo que antes le parecía sencillo y cotidiano se volviera tosco y vergonzoso. Un escritor de éxito no podía confesar que nunca se atrevió a pedir un aumento de sueldo a su jefe, que su vida se había movido por la inercia de pasar de la universidad de económicas a una agencia de seguros, que él nunca mandó sus escritos a las editoriales.

Lo que antes había sido una afición se estaba transformando en una imposición. Quizás por eso se obsesionó con una segunda novela, aquella que consolidaría su talento y disipara la sensación fracaso que se cernía sobre él cada vez que tachaba un párrafo más. Se refugió en la bebida y en la soledad. Huyó de su ciudad, buscando aquel anonimato asfixiante de su anterior vida. Abandonó el afecto cálido de su familia, de ella, su gran amor, hasta que no fue más que una silueta oscura y nerviosa que buscaba las fuentes de luz para poder escribir. Intentaba confundirse con las sombras y en eso se estaba convirtiendo. Lo único que atestiguaba su existencia en aquel rincón de la barra era el servilletero y un cenicero lleno de colillas.

La voz de Misha le rescató de sus recuerdos:

- ¡El pequeño Segal! Empezaba a creer que nos habías olvidado.

Fue entonces cuando se fijó en la pareja que acababa de entrar al bar. Stanley intuía a la mujer extremadamente delgada entre el humo de tabaco y la ancha espalda de Misha. Otro tinte de pelo, la misma elegancia en sus movimientos. Su inconfundible forma de andar; haciendo resonar sus tacones sobre la tarima. El sonido "me hace sentir acompañada" le confesó hace demasiado tiempo

Se la presentó un viejo amor al que sólo recordaba en los días luminosos. Fue una mala idea el irse a vivir al desierto. Quizás por eso se refugiaba en las penumbras de "La Plaza Roja", para huir de la claridad cegadora. Sin embargo el pasado siempre termina alcanzándole, ya sea en forma de su mejor novela expuesta en el escaparate de unos grandes almacenes o de una mujer que le recordara lo que una vez fue, antes, mucho antes de aquella carta de una editorial a la que jamás envió sus escritos.

Se miraron como si fueran extraños, pero la forma con la que ella desvió la mirada, casi con indiferencia, le confirmó que no se confundía de mujer. Iba acompañada por aquel chaval que quería se cantante country cuando todavía no tenía la voz rota por la vida. Desde su apartado rincón de la barra casi podía sentir cómo ella se enredaba en torno a él, seduciéndole. Las caricias distraídas sobre el antebrazo, su forma de inclinarse hacia él, sonriéndole, prestándole toda su atención Seguramente susurrándole halagos y mentiras. Sonsacándole su historia.

La escena era cotidiana, inocente. Dos jóvenes que coquetean en un bar pero para Stanley era como ser espectador de una vida pasada en la que una mujer surgida de la nada prometía hacer todos sus sueños realidad a cambio de una sola noche que se transformaron en tres años de cigarrillos compartidos entre sábanas revueltas y cuadernos llenos de historias. Juntos se embriagaron de la fama y la fortuna hasta que ella decidió abandonarlo

La conciencia quemó casi tanto como cuando se despertaba en su buhardilla a medio día, la cama deshecha y el cuerpo exigiendo una copa para aplacar el dolor. Tomada la decisión se puso en pié y comenzó a acercarse, sin escuchar el estrépito de su taburete al caer. Ignorando la voz distorsionada de Misha que parecía estar acusándole de malgastar servilletas, seguido de un preocupado "¿Te encuentras bien?". Con pasos vacilantes fue acercándose hacia la pareja; deseando advertir al chico, alejarle de ella y pedirle que corriera hasta que la aparentemente frágil desconocida no fuera más que el recuerdo de una extraña anécdota.

Se movía como en un sueño. El bar no era más que un borrón amorfo en el que sólo destacaba la chica rubia y su acompañante, aquel al que iba a salvar. Pero toda su resolución se licuó cuando ella se volvió hacia él, mirándole como si esta vez sí le hubiera reconocido. La sonrisa que le dedicó era omnisciente, sabía que no se atrevería a hablar. Stanley se quedó en mitad de la sala. Las piernas paralizadas, las manos temblorosas, el miedo gritando en su mente. Pero supo que su silencio sería recompensado. Tambaleante regresó a su oscuro rincón. Sacó una pluma Parker negra con dibujos plateados del bolsillo de su camisa, regalo de aquel viejo amor cuando leyó su primer borrador. Ahogó los remordimientos con un trago de cerveza .Cogió una servilleta en blanco y escribió:

"Durante el día Las Vegas Bulevar se confunde con el desierto que rodea la ciudad, pero al caer la noche una marea viva de perdedores, soñadores e intuiciones de buena fortuna despiertan para hacer de Las Vegas ese lugar mágico que nunca duerme."

Depositó con cuidado la pluma a su lado y sonrió. Ya tenía su historia.




En la siguiente entrega volvemos a la trama principal.

originales, historia

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