{viñeta: visible} (original: shadowplay)
personajes. aris brittong, erin judmeingtuchiffton.
notas. medio-spoiler. la canción es de jaguares/caifanes y la letra no se cuenta.
palabras. 1154.
(para
bitteregobox)
Aris se estira, bosteza y decide que es hora de trasladar sus maletas a su habitación. Sí, mejor, antes de que empiece a pensar que quedan bien en plena estancia. Ya luego se encargará de localizar a su hermana para pedirle direcciones de sitios donde encuentras cosas (sí, ha olvidado el nombre y, oh, bestia, es que ella nunca ha sido de esas personas que recuerdan todo, que tienen memoria fotográfica) para remodelar tu casa. Porque a esa casa le hace falta un toque de Aris.
Se agacha para tomar las maletas y siente un frío repentino por toda su espalda. Siente el sudor en su cuello y parpadea, quedándose en esa posición. Sonríe y traga, porque no puede hacer nada más; ve unos pies al lado de ella que antes no había visto y trata de guardar la calma. Hace mucho que no le pasaba eso. Hace mucho que había pensado que tal vez, sóooooooolo tal vez, había perdido el don. Pero no. Al parecer no.
(si no fuera por que te ví una vez
juraría que no existe la paz)
Aris no toma la maleta y se endereza, mirando fijamente a la puerta. Como si ésta fuera importante y no el alma que a su lado estaba. Como si fuera vital seguir viéndola. Y no tenía miedo. Aris nunca tenía miedo y nunca lo tendría, porque tenía práctica. Desde pequeña lo había sabido. De hecho desde pequeña lo había visto. No a alguien, sino a ellos. A todos ellos. Jugaba con ellos, se reía un rato y pasaba buenos momentos a espaldas de sus padres. Nunca se dieron cuenta. Casualidad.
(si no fuera por que te ví una vez
ya hubiera cruzado al mundo espiritual)
Estaba segura de que si, en esos tiempos, su madre la hubiera visto jugar con la nada, le habría entrado pánico. Una, tenía una hija loca. Dos, la casa estaba embrujada. Tres, eran duendes. Y no, joder, no, porque Aris Madre no era creyente de nada. Su padre tal vez y su hermana grande Manda igual, pero Aris Madre no. Nones.
Él la mira, ella puede sentirlo. Y de hecho puede verlo. Poco, pero lo ve. Está vestido a la antigua, con uno de esos trajes antiguos propios de los antiguos tiempos de la antigüedad, ja, ja. Y su peinado es normal. Joven. Entre veintipocos y treintamuchos. Se inclina más a los veintitrés. Como ella, heeeey. Pero obviamente viejo. En el alma, es decir. Literalmente.
-Puedo verte.
(si no fuera por que te ví una vez
desearía no volver a surgir)
Él se sobresalta. Aris puede verlo bien ahora, pues él se para frente a ella (traspasando su maleta, también, no hay que dejar ese dato fuera) y se acerca a su cara, haciendo que ella se haga un poco hacia atrás y no precisamente por miedo, sino porque su cara es blanca del verbo blanca del color del piso de hormigón que hay fuera de su casa. No, mentira, ése color es el gris. Bueno, puede poner de ejemplo el blanco de la crema. O de las nubes, pero las nubes a veces son grises y no, entonces no. Como la crema, entonces. Como la leche, siendo más precisos.
-¿Cómo?
Aris sonríe y lo traspasa, sintiendo un frío más frío que el de Alaska (y no es que haya estado ahí antes, es que simplemente con lógica es fácil de deducir), tomando su maleta y dándose media vuelta para subir por las escaleras. Él la sigue, ella puede sentirlo. Porque hace frío. La temperatura ha descendido y están en pleno mayo.
(si no fuera por que te ví una vez
mi desamparo total, estructura final)
Deja sus maletas en lo que ahora es su nuevo cuarto y se encoge de hombros, metiendo ropa en unos cajones. Él la sigue a donde va, la mira, trata de intimidarla, le hace preguntas (¿cómo me ves? Dímelo. Contéstame, por favor. ¿Por favor?), trata de tomar sus cosas pero ella se las quita antes de que él pueda establecer control sobre la materia y ella sonríe, sin dirigirle alguna mirada, porque sabe que no debe establecer contacto con ninguna alma, porque no es su trabajo, y ya. No es bueno. Nunca ha sido bueno.
(si no fuera por que te ví una vez
tendría mis ojos clavados en un a pared)
Pero se arrepiente de haberle confesado que lo puede ver en la noche, porque, para empezar, la habitación está helada. Para seguir, ella no se siente a gusto viendo una sombra proyectada contra la pared. Y para terminar, él no deja de hacer ruido. Hurga sus pertenencias, su ropa, su maquillaje. Y hace ruido. Ella se desespera, pero no le va a decir nada, porque no es su trabajo, ¿cierto? Cierto. Él no lo hace a propósito. Lo hace porque es así, porque hace mucho tiempo que nadie habita en su casa y, claro, también podría ser porque
(si no fuera por que te ví una vez
mi corazón escondido, temeroso de ser)
nadie más lo ha visto en los anteriores... ¿qué podrían ser? ¿Quinientos años? Podría ser.
Ella enciende la luz de su lamparita, se talla los ojos y él se da la vuelta, mirándola con atención. Aris frunce los labios y el entrecejo, se frota la cara con las manos y se recuerda a sí misma que hago esto porque mañana trabajo, no porque quiera establecer contacto con él, ¿de acuerdo, subconsciente? Gracias.
-No sé cómo. -se frota la nariz con la palma de su mano y siente los párpados cerrársele. -Desde pequeña puedo ver almas que ya no son personas. ¿Fantasmas, espectros? Si me das el lujo de denigrarte y llamarte como cosa, claro. A menos que me digas tu nombre.
Él, blanco hasta las orbes de sus ojos, sonríe. Y a Aris le parece ver su lengua entre sus dientes, pero se dice que no, que qué tonta, seguramente.
-Erin. Mi apellido es largo, no tienes que añadirlo. Porque ahora ya no se añade, ¿no? En estos tiempos ya nadie añade al principio el señor ni añade al final el apellido. No te preocupes por ello.
Aris frunce los labios. No quiere decir nada más.
-¿Vas a dejarme dormir ya?
Erin frunce el entrecejo.
-¿No quieres saber cuánta edad tengo?
(invoco tu esencia
y dale presencia a lo invisible)
Ella se contiene, por Jesús y María que se contiene, pero quiere saberlo. De pronto le han entrado las ganas. Y se ríe con el sólo pensar que tal vez él puede controlar sus emociones. Pero no, no cree eso posible. Sólo lo cree idiota.
-Bien, dime tu edad.
Él ensancha una sonrisa a medias y se sienta a su lado.
-Mil doscientos cincuenta y tres.
Aris de pronto no respira. ¿Qué? ¿Le está tomando el pelo? ¿Mil doscientos cincuenta? ¿Más tres? ¿Es que le está tomando una broma? No puede haber vivido en pena todo ese...
-¿No has descansado desde ese entonces?
(dale un espacio en tu mundo mortal)
Se reprime a sí misma por haberse permitido el preguntarle eso, porque ahora sabe que no va a poder dormir. No porque él no se calle y se explaaaaaaaaye, sino porque se va a interesar cada vez más y más. Y, aparte, sabe que a la mañana va a despertarse tarde y va a ir como puede al trabajo. Llegando tal vez su jefe se apiade de ella y la deje en paz, pero tal vez y no. Aunque tal vez...
-Verás...
Tal vez no vaya a trabajar.
(hazme visible en tu mundo mortal )
Cosa que es demasiado probable.