Capítulo 1: Molestando al enemigo
Despierta molesto. Es lunes. Odia los lunes porque significa que faltan cinco días para poder disfrutar del fin de semana nuevamente… y lo odiaba más aún porque se había acostado hacía unas horas.
Santana lo había llamado de madrugada diciendo que tenía algunos inconvenientes que solucionar.
“Inconvenientes que solucionar” tiene un solo significado para ellos, e involucra una cama, muchos jadeos, gemidos y sábanas revueltas.
Así que no solo está medio dormido sino con un cansancio que lo asesina lentamente y empeora su, de por sí, terrible mal humor.
Apaga el despertador. Su idea era tirarlo por la ventana, pero luego tendría que ir a comprarse otro y la verdad que no le sobraba el dinero para gastarlo de esa manera. Se sorprende a sí mismo al poder razonar de esa manera habiendo dormido solo dos horas.
Se levanta con desgano y con pocas energías, debía darse una ducha rápida y vestirse enseguida para poder llegar en horario a la escuela. Como si esa fuese una de sus prioridades. La verdad no le importa. Pero se había prometido cambiar, o por lo menos intentar aparentar que había cambiado. Trataba de moderar sus impulsos y no actuar tan violentamente. Y todo era por la niña que Quinn llevaba en su vientre y que en unos pocos meses nacería.
Estaba haciendo un enorme esfuerzo desde hacía unas semanas -el tema sexo era algo aparte, no penaba dejar de acostarse con Santana, o con quien se le cruzara en el camino. Va a ser padre, eso no significa que vaya a meterse para cura- su cambio era en sus actitudes: menos violencia, menos agresiones, menos abusos y menos insultos…
Para su desgracia -y para la de su “cambio de actitud”- descubre que el agua estaba helada, el calefón se había roto durante la noche así que no le quedó más opción que congelarse bajo el agua de la ducha mientras cada insulto que se le ocurre cae de sus labios. Cuando la fría tortura acaba, hace otro desagradable descubrimiento: sus pantalones preferidos habían quedado debajo de la cama, por lo cual su madre no los había lavado, y obviamente él no hacia esas cosas de mujeres, como lavar la ropa, planchar o cocinar. Por eso, esa mañana se tuvo que ir con lo primero que encontró en su guardarropa - un pantalón de jean, una musculosa blanca y una camisa con estampado escocés blanca y roja - por completo arrugado, y sin desayunar. Porque, se repite, los hombres no lavan, no planchan y no cocinan
Cruza las puertas del colegio como siempre, con ese aire de superioridad que lo caracteriza. Es uno de los chicos populares y eso le da la impunidad de hacer lo que quiera, por ejemplo, dirigirse a la enfermería para poder dormir lo que no había dormido en su cama. Tendría que haberse quedado, pero eso significaba aburrirse tremendamente todo el día y faltar a ese juramento que se había hecho, era mejor descansar un poco y luego ver que hacer hasta que se hiciera la hora para el entrenamiento de football. Ir a clases, aún, no estaba entre sus grandes propuestas de mejorar como persona para ser un buen padre. La verdad no le veía utilidad alguna a pasarse horas mirando a un idiota que había desperdiciado su vida aprendiendo cosas que luego enseñaría a sus alumnos y estos no lo aplicarían en su jodida vida. Sentiría lástima por sus profesores sino le causaran tanta gracia.
Saluda a algunos de sus compañeros de equipo con palmadas en los hombros. Pierde algunos minutos hablando con uno de ellos sobre la fiesta que están organizando para el fin de semana que entra. Siente un escalofrío molesto, como si algo atravesara su nuca de una manera dolorosa. Ladea su rostro sabiendo que es lo que va a hallar. Los ojos oscuros de quien hasta hacía unos días era su mejor amigo lo están taladrando con un odio que lo hace sentir culpable. Vuelve a prestar atención a lo que su compañero de equipo trata de decirle, mientras aleja su mente de ese sentimiento parecido al autodesprecio que lo carcome por dentro.
Se despide con un choque de manos y confirma su presencia en los entrenamientos más tarde. Por más que le duela el cuerpo necesita desahogarse un poco más, cansarse hasta que su cerebro esté tan agotado que no pueda pensar en nada más que el dolor en los músculos le provoque.
Dobla a la izquierda en el pasillo y cuando va a dirigirse hacia la enfermería ve algo que no le gusta mucho. Quinn… junto a uno de los objetivos de sus burlas. Los mira extrañado durante unos segundos. Sabe que la chica no se lleva bien con… ¿el chico? No, la verdad que Hummel no puede ser catalogado como un chico. Con la princesita… Quinn no se lleva bien con la princesita y que estén hablando tan jovialmente en el pasillo del colegio, frente a todo el mundo, le genera mala espina.
Cuando los ve despedirse con un beso en la mejilla se sorprende ¿Desde cuando la ex chica popular y snob anda en amistad con uno de los muchachos (será bueno por esta única vez y lo llamará de esa manera) más perdedores de la historia de McKinley?
Eso no era algo bueno. Y fue peor aún cuando la chica rubia parece haber olvidado algo y corre unos metros hasta el casillero de donde “la princesita” está tomando algunos libros. Los ve intercambiar unas palabras, al parecer nada importante porque les toma solo unos segundos, luego escucha un “nos vemos más tarde” por parte de la muchacha, y allí sí que se siente por completo obligado a averiguar que está sucediendo, porque tiene que estar acercándose el fin del mundo si Quinn y Hummel están haciendo algo juntos. Es verdad que no tienen que preocuparse porque el chico quiera algo con la cheerio… están hablando del homosexual más homosexual que haya pisado el colegio, y diría que de la ciudad, el estado, el país - y de la faz de la tierra si lo apuraran un poco. Pero le dará el beneficio de la duda al joven. Ahora solo quiere saber que es lo que el chico se trae entre manos con la madre de su hija.
Va a acercarse a Hummel para acorralarlo contra el locker y asustarlo un poco, es algo que adora hacer con cualquiera, pero le causa más adrenalina y desafío hacérselo a él. Porque puede sentir el miedo del chico en cada uno de sus movimientos, puede saber el grado exacto en que el terror le atenaza los nervios, pero él siempre le planta cara… y eso lo hace divertido y diferente a todos los pobres idiota que molesta…
Pero ve como su ilusión de molestarlo se diluye cuando Mercedes, la Beyonce Knowles del coro, se cruza en el camino y al grito de “faltan tres minutos para que toque la campana” se lleva a la rastra al chico Hummel, mientras este no deja de quejarse porque se le arruga la camisa y casi se le cae el sombrero terriblemente gay que estaba usando.
Pero Puck sabe que las cosas no van a quedar así, por lo menos no si de él depende. Necesita saber que están planeando esos dos. Y eso no abandona su mente ni siquiera cuando llega a la enfermería y se acuesta a dormir con la estúpida y usada excusa de que le dolía la cabeza y necesitaba descansar. Aún recuerda la cara de reprobación que le dio la princesita cuando le aconsejó hacer eso a Finn cuando este se hallaba por completo agotado.
Kurt era un chico tonto, siempre tratando de hacer lo correcto, tenía buenas notas, era amable, no negaba ayuda a nadie… y era un completo perdedor. Noah no llegaba a comprender porque alguien querría ser de esa forma. Pero ahora, estaba demasiado cabreado con el chico, así que mejor dejar de hacerse malasangre y pensar en otras cosas más placenteras… como la cita con Santana que tenía en la noche.
Si, era mucho mejor pensar en ello.
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Era el final de las clases, la campana que acababa de despertarlo así se lo indicaba. Se sentía como nuevo. Esa siesta reparadora era algo mágico, remedio para todos los males. Pero eso que lo molesta en ese instante no se había solucionado. Está en la obligación de ver que es lo que está sucediendo… Quinn no está siendo muy bien vista desde que se supo lo del embarazo, y a decir verdad, todos habían perdido un poco de su reputación al haber elegido quedarse en el coro en vez de realizar sus tareas ya sea en el equipo de football o en el de porristas.
Pero juntarse y entablar una amistad con uno de los idiotas perdedores del colegio es algo muy distinto. Aún no se lo perdona a Finn. La cantidad de veces que había dejado de lado a sus viejos y verdaderos amigos del equipo de football por ayudar a los estúpidos del coro - él formaba parte del club Glee, pero no era un perdedor, que quede bien claro - eran demasiadas y eso era imperdonable.
Se dirige a la cafetería en seguida. La primera en recibirlo es Santana quien le da uno de esos besos que le incendian el cuerpo por lo caliente que lo hacen sentir. Esa chica es puro fuego y él lo aprovecha, no lo une a ella más que un deseo físico. Se complementan medianamente bien, y eso es algo difícil de encontrar… ella le había dejado bien claro que él no era alguien confiable para tener un compromiso a futuro, pero el sexo es demasiado bueno como para dejarlo de lado así como así, y ninguno tiene intención de acabar con esa parte de la relación
Protagonizan una de sus tantas escenas en la cafetería, varias veces los sancionaron por esas “muestras obscenas” según la profesora Sylvester y el director Figgins… pero él no es la mejor muestra de obediencia, así que no le interesa lo que vayan a decirle. Siente las manos de Santana acariciarlo por debajo de la camisa, pero sobre la remera que lleva puesta, y si les dan unos minutos más, los van a expulsar por exhibicionistas. Siente como luego de una pequeña mordida en los labios ella se aleja para luego decirle al oído que guarde las energías para el encuentro de la noche.
Sonríe de manera confiada, pero ese gesto solo le dura unos segundos, exactamente los que tarda en ver como Quinn está sentada al lado del chico más gay de todo Lima hablando en susurros. Tenía que detenerlo… y ya.
Se acerca al par de manera sigilosa, rodea al chico, para quedar justo al costado de este, y sin previo aviso, estrella su mano contra la mesa haciendo que la extraña parejita se sobresaltara. Quinn fue la primera en recuperarse, mientras Hummel trataba de esconder el sonrojo de sus mejillas debido al grito que había emitido y había llamado la atención de todos los estudiantes.
-¿Quién rayos te crees, idiota?- la voz de Quinn lo vuelve a la realidad. Se había quedado impresionado por el terrible “alarido” del “chico” -si, entre comillas porque seguía dudando de que Kurt fuera un chico- y casi pierde la audición.
-Solo pasaba a saludar, Quinn…- desliza con una sonrisa tranquila, pero le pone ese toque de sarcasmo característico en él cuando está molesto.
-Ya lo hiciste, Puck, ahora vete- le exige la chica casi escupiendo con desdén su apodo.
-No, yo no saludé a nadie todavía…- desliza con un tono dulce, pero obviamente sarcástico-¿Verdad Hummel?-
-No tengo tiempo para perder contigo, Puckerman- se siente insultado por el tono con el que el chico escupe su apellido. Lo dice con ese tono de superioridad que le provocan ganas de arrastrarlo y lanzarlo al contenedor de basura más cercano.
-¿La princesita tiene mucha tarea hoy?- ve el sonrojo de furia que el apodo le provoca y solo sonríe con algo parecido al triunfo.
-No, Puckerman… solo las tareas que debo cumplir… pero como tú te la pasas perdiendo el tiempo en nada, mis obligaciones deben parecer mucha tarea-
-¿Me estas llamando vago?- pregunta mientras se acerca un paso al otro chico e impone su altura a la fuerza, demostrando que ese comentario le había causado desagrado.
-No, nunca usaría una palabra tan despectiva como esa… pero tu apatía constante, casi rayando con la desidia es demasiado evidente como para no notarla, y la verdad es que tengo temor a que sea contagiosa- le contesta el chico con un tono de superioridad que le hace hervir la sangre por la ira que le provoca.
Avanza un paso más, viendo como Hummel cae sentado en la silla al golpear la parte de atrás de sus rodillas contra esta y perder el balance. No hace nada por tratar de recoger el sombrero que se había caído. Ve el terror en los clarísimos ojos del joven y eso lo impulsa a actuar.
-Lo que quieras decírmelo, dilo de una manera que lo entienda…- desliza con la furia bullendo en su sangre. Odia ese tono altanero, y que él se crea superior. O en realidad le molesta que lo haya puesto en ridículo frente a Quinn y quiere hacérselo pagar.
-No esperaba más del pequeño cerebro que albergas en tu rapada cabeza… hasta un Homo Habilis tenía más capacidad craneal que tú-
¿Acaso lo había llamado “homo”? ¿Este niño que rayos se creía? ¿Lo estaba acusando de homosexual? Esta tarde no iba a salvarse de la golpiza que se merecía. Muchas veces lo había dejado pasar. Hummel era su compañero del club Glee, así que por lo menos trataba de no ser tan violento… pero esta tarde no iba a salvarlo nadie.
Pero tiene que hacer algo que calme el ansia de sangre que corre por sus venas, así que solo toma la lata de soda dietética que estaba sobre la mesa y sin que pasara un segundo hace que la bebida comience a caer sobre el cabello del chico, quien trata de ponerse de pie, pero él no lo deja. Apoya su mano libre sobre el hombro de Hummel para mantenerlo quieto en el lugar hasta que todo el líquido transparente deja de caer del envase. Sacude la lata hasta que la última gota se desliza fuera de ella.
Levanta su vista viendo como todos los presentes en la cafetería estás pendientes de lo que sucede con ellos.
Luego baja la vista hasta el humillado chico que no emite una palabra.
¿Dónde está su superioridad en este momento? ¿Dónde está su maldita forma de ser ahora, cuando debe confrontarlo?
Lo ve apretar los puños y mantener a raya las lágrimas que inundan sus ojos. Casi le da lástima. Si fuese una chica - que Hummel lo parece, pero no lo es- le daría un enorme abrazo, lo confortaría y de seguro lo llevaría a la cama… como siempre que hace eso con las chicas, como lo hizo con Quinn hace unos meses.
Se siente más aliviado, más tranquilo…
No escucha los insultos que la porrista rubia le está profiriendo, solo puede ver como el séquito de chicas que el homosexual tiene como amigas llega y tratan de convencerlo que abandone la cafetería y las deje ayudarlo a limpiarse un poco el desastre en que él lo convirtió.
Sale con aire triunfante de allí, escuchando la risa de todos los presentes. No puede evitar sentirse tan bien como antes, como cuando era Noah Puckerman, el runningback del equipo de football, y todos anhelaban ser como él. Escucha todos y cada uno de los halagos y felicitaciones que le dan por los pasillos. Sabe que las burlas al chico raro seguirán por un buen tiempo, él hizo la parte de su trabajo… pero a decir verdad no está satisfecho, nunca supo lo que Hummel y Quinn estaban planeando. Así que no le queda más opción que averiguarlo por si mismo.
TBC
Espero que les guste, por ahora llevo dos capítulos escritos y la verdad que lo que tengo planeado me gusta mucho. Espero que sea de su agrado. Como habrán visto, la historia empezará lenta... digamos que sería desde el 1x13 en adelante (no tomemos en cuenta el 1x14 que fue genial y el de hoy será más genial todavía XD).