Título: Cosechando
Fandom: Mafalda (que dios me perdone)
Pairing: Guille + Felipe/Miguelito. O Guille/Felipe/Miguelito. Como prefieran. (Mafalda/Libertad y Manolito/Susanita a un costado.)
Rating: PG.
Advertencia: Soy universitaria en una carrera humanista, y el consumo de yerba -si bien no es lo mío- no me squickea. Pero puede que a alguien más sí. Así que va advertencia.
Nota: ES MALÍSIMO. Lo hice por sacarme las ganas.
Y porque el Chan tiene la culpa (las miro a ustedes, Sole y Nina), y Lira me avivó la cueca. No creo que pueda pulirlo más de lo que ya está.
***
Felipe y Miguel se conservaban calladitos y en silencio, cada uno en un extremo del sofá y sin mirarse. Preguntándose por qué diablos habían sido citados por Guillermo a esa hora, y si el toque de queda iría a agarrarlos o no antes de poder irse.
El sitio les traía malos recuerdos, por curioso que resultara decir algo así de un pisito tan chiquito y acogedor como el departamento de Guille. Y al paso que (no) iba la conversación, quizás cuánto rato más pasaría antes que pudieran zafarse de ahí. El silencio era fatal.
La radio había dejado de pasar música de los Beatles hace un rato ya, sonaba ahora con los acordes ennervantes de Pink Floyd, una de las canciones más experimentales. Guille había decidido dejarla puesta con la vana esperanza de que cambiaran la programación dentro de un rato.
- Llegó carta de Mafalda- dijo luego de un rato, observándolos por sobre el borde de su plantita regalona.- Encontró trabajo de asistente de editor.
- Ah, pobre- suspiró Felipe a modo de respuesta, mirando a nadie en particular:- Eso no se lo desearía a nadie, es una joda tanta rutina.
Siempre tan optimista.
- ¿Lo dices por tí? - inquirió Miguel.
Felipe no le respondió. Uno laburaba donde podía, parecía querer decir. Todos habían lamentado cuando la crísis lo había obligado a dejar las caricaturas y mendigar trabajo en Clarín.
Guille se aclaró la garganta:
- ... De hecho, es una cosa buena- explicó.- Liber tiene sueldo de profe, así no podían seguir.
Ante la mención de Libertad tan cercana al nombre de Mafalda, Miguel miró marcadamente sus zapatos, y Felipe puso una cara más cercana a la resignación que nada. Era bastante impresionante como esos dos tenían la habilidad de poder sentirse atacados hasta por cosas que nada tenían que ver con ellos.
(Tantas cosas en común, huh.)
Hasta reunirlos bajo un mismo techo había sido difícil, desde lo que había ocurrido la última vez que habían pisado ese departamento.
Toque de queda, Sui Generis y yerba. Y una sesión de abrazos demasiado cariñosa. Y unos juramentos de lealtad eterna atorados de humo y suavizados con vino de tetrapack (toda una novedad, esas cajitas).
A la mitad, Guille se había retirado al sofá a mirar el techo y esos dos habían seguido rodando por la alfombra, muertos de risa. Si le hubieran dicho a la mañana siguiente de la cara de horror y la reacción neurótica que iban a poner, jamás les hubiera compartido de su stash.
Había sido algo tremendamente sencillo e inocente en su momento, y se comportaban como si aquello hubiera sido el fin del mundo. Ni que se hubieran puesto a joder esa noche, había pensado Guille al verlos marcharse. Luego cayó en la cuenta de que, quizá ahí radicaba el problema.
No había sido difícil ponerse a examinar un poquito el comportamiento de esos dos. Habían crecido juntos, y de todos modos, tenía la experiencia previa para detectar esas cosas con lo de Mafalda y Libertad. O con lo de Manuel y Susana, para el caso, que pucha que les había costado a esos dos.
(En serio, esta gente tenía que aprender a vivir menos preocupada de lo que esta sociedad triste y amarrada pensara de ellos. Todo el grupito hacía la misma boludez excepto él).
A Guille le daba lo mismo, todos sabían que predicaba (y practicaba) la libertad de amores, pero el resto de los muchachos podía no tomarlo tan bien. De modo que decidió que el empujoncito se los daría él mismo, y se calló lo que había descubierto para beneficio de los involucrados. Porque si Susana se enteraba, se tomaría la molestia de informar a todo el barrio. Casa por casa.
Con toda seriedad, si alguien no hacía algo pronto ese parcito nunca iba a terminar de danzar uno en torno al otro. Si uno se fijaba en las pequeñas pistas -y habían bastantes- llevaban meses metidos en esa tensión rara que ninguno de los demás se explicaba. Ni siquiera Mafalda y Libertad, que estaban por cumplir el año compartiendo departamento (y pieza, y cama) por allá en Europa.
Guille se concentró en meditar al respecto mientras lamía el borde de un papelillo, lo enrollaba a mano. Buena hierba, esta. Cosechada reciencito. Pobre su papá si supiera en qué estaba empleando todo lo que le había enseñado de jardinería.
Encendió el pitillo, aspiró el humo, y exhaló con un suspiro.
- Ustedes- dijo al final- tienen un problema. Y como la gente se entiende hablando, pues vamos a solucionarlo ya.
Si aquello hubiese sido una película porno, se hubiera quitado la playera tras semejante declaración. Y los pantalones. Y, poder del arcoíris mediante, los otros dos le hubieran seguido.
Como así no funcionaban las cosas, Guille se dejó caer en el sofá para arrepatingarse entre ambos, con toda la intención de darles una charla muy, muy larga. O de volarlos lo suficiente para que perdieran las inhibiciones. Lo que sucediera primero.
El reloj dió las ocho de la noche. Al menos ya no se le podían arrancar.