Es irónico que el momento de nuestra despedida
sea ahora,
no hace ocho años en aquél pastizal,
no hace quince en aquél aeropuerto,
sino, ahora.
Quizá, quizá sólo estoy malentendiendo,
mas sé que no es así.
De conocerle,
le odiarías.
De conocerme,
me odiarías.
Hay tantos cambios y tú eres uno de ellos,
aún si un día fuiste mi otra mitad,
el ritmo de mi corazón,
el mapa a un mejor lugar...
Fuiste todo y, a veces, me gusta pensar
que también lo fui.
Es difícil hacerlo en donde sólo hay recuerdos de lágrimas y vacíos.
Era tan niña, no es que lo dejara de ser pero era tan niña
y me lastimaste más de lo que me percaté.
Y eso estuvo bien, ¿sabes?
De otra manera esta no sería mi historia, ni tampoco hoy estaría de pie.
Sí, aún duele, muchas cosas, pero también hay más.
Hay sol.
Un sol que no me pertenece y eso está bien.
Ya tuve a la luna y la contemplé perecer,
con una gran parte de mí.
¿Aún llevas eso de mí?
El primer beso en las bancas de ajedrez.
El primer abrazo tras el fatidíco anuncio.
La primera pelea.
¡Oh! Tal vez eso era un anuncio de que no podíamos ser iguales,
ya no más.
Tú eras mi mundo y te dije adiós,
quedando vacía por muchos años
hasta que decidí que no más.
Sí, también se sufre, pero... pero los atardeceres,
el mar, sus abrazos, Melbourne, mi risa, los gatos...
No te seguí a la tumba y sé
cuánto me odias por ello, por ello y por no pedirte perdón.
No, sí me tienes, a una parte de mí,
es sólo que es mucha vida y no puedo evitar avanzar.
Avanzar a otras tierras, a otros brazos, a otros conocimientos, a otros pesares...
Estoy avanzando, tal y como no te gustaría que lo hiciera.
Estoy avanzando.