Vemos la maldad en los otros porque conocemos la maldad a través de nuestro comportamiento. Nunca perdonamos a los que nos hieren porque pensamos que nosotros nunca seríamos perdonados. Le decimos al prójimo la verdad dolorosa porque queremos esconderla de nosotros mismos. Nos refugiamos en el orgullo para que nadie pueda ver nuestra fragilidad. Por eso, siempre que estés juzgando a tu hermano, sé consciente de que eres tú quien está sentado en el banco de los acusados.
(Okakura Kakuso, El libro del té, 1904).