Polvo y cenizas

Apr 17, 2010 14:21



El crujido de la hojarasca bajo sus pies y el lejano sonido de una lechuza cortan el silencio sepulcral de la noche. Con paso cansado va adentrándose más en el oscuro cementerio, dejando tras él hileras de tumbas adornadas con magistrales ángeles esculpidos o grandes cruces de mármol. El fulgor del viento ondea su negra gabardina y esparce en el aire su oscura melena mientras continua su camino sigiloso por el sendero de piedra.  La lejana luz de una farola parpadeante recortaba su esbelta figura en la oscuridad y la silueta de unas flores  robadas de una tumba agitándose en su mano. Dirigió sus pasos a través de los sombríos panteones adentrándose en el corazón del campo santo.

Salió del camino marcado y cruzó con paso lento el césped mojado. Bajo uno árboles de aspecto centenario había escondidas sepulturas de siglos atrás. La maleza se había hecho dueña y señora de aquel escondido lugar, enredándose entre las antiguas lápidas y profanando viejos ataúdes.

El hombre se internó entre las zarzas y la mala hierba con un destino fijado: una tumba bajo el amparo de uno de los ancestrales árboles. Las fuertes raíces habían conseguido internarse dentro del ataúd que había quedado expuesto con el paso de los años. El hombre alargó su blanca mano y se deshizo de las zarzas que adornaban la pequeña cruz apolillada. Cuando se libró de todas, limpió con la lengua el reguero de sangre que las espinas habían creado al perforar su piel. Después, quitó con la palma el polvo acumulado en una pequeña chapa de metal sujetada a la cruz.

Con un suspiro dejó caer dos rosas sobre la mancillada sepultura y se sentó en el húmedo y mullido suelo. Elevó la vista hasta el cielo en busca de la luna, de alguna estrella; pero el cielo estaba cubierto por un espeso manto de nubes.

-¿Esto es lo que me espera? ¿Oscuridad y soledad para toda la eternidad? -la voz del vampiro era suave y aterciopelada, sensual. Dirigió la mirada hasta la tumba, como si esperase una respuesta.

Entonces suspiró, frotándose la nuca con una mano como si ésta estuviese entumecida y dolorida.

-¿Sabes Elizabeth? No vale la pena, tenías razón. La inmortalidad carece de ventajas -hizo una pausa. Fijó sus brumosos ojos en un punto inexacto de la oscuridad-. Al principio te aferras a ella creyendo que encontraste la forma de burlar a la muerte. Te acostumbras a huir del sol y a venerar a la noche. La parte que al principio creíste más dura se convierte en el mejor momento de la noche desde que oyes por primera vez  el salvaje latido de un corazón y la sangre caliente empieza a agolparse en tu garganta. Después  te vuelves consciente del magnetismo sexual que te otorga esta condición con las mujeres, y comienzas a explotarlo.  Debo admitirlo, Beth, esta vida me parecía perfecta.

Se calló y volvió a posar su mirada sobre los restos de la chica. En sus ojos se dibujaba la figura del tormento y la culpabilidad y sus facciones no hacían más que amplificar esas emociones.  Se tumbó en la hierba mirando cómo el cielo comenzaba a teñirse de brochazos morados antes de cerrar los ojos. Entonces volvió a hablar.

-Pero llega un momento en el que cambiarías todo eso por volver a tener un corazón bombeando en tu propio pecho, por sentir de nuevo el tacto del sol sobre tu piel. Con el paso de las décadas te das cuenta que lo único que tienes es el hambre, la caza, la lujuria y la sangre. Esa es toda nuestra vida -abrió los ojos con parsimonia. El morado del cielo comenzaba a mezclarse con la suavidad del rosa-. Cada nuevo día la noche nos reclama, obligándonos a salir a matar, a emborracharnos con la sangre que brota del cuello de una joven mientras la aferramos contra nosotros como si fuese nuestro más precioso tesoro, ocultando nuestra cara entre su espesa melena manchada de sangre.

Se detuvo y posó la mano sobre el frío ataúd, acariciándolo con cariño. A sus oídos comenzaba a llegar el sonido de los motores de una ciudad que empezaba a despertar.

-No me odies por todo esto, querida Elizabeth, por favor -suplicó-. Cuando pasan las décadas te das cuenta de que tú no tienes control sobre tus acciones, la sed de sangre trabaja por ti, doblegando tu voluntad sin ni siquiera darte cuenta. Entonces es, con el paso del tiempo, cuando descubres que si le otorgas a la bestia sedienta tanta sangre como exige deja al descubierto una exigua esencia humana que te muestra la deplorable vida que llevas.

>>Con ella también llega la soledad y la dolorosa verdad de que en el fondo eres débil por sucumbir una y otra vez. Miras a tu alrededor y te das cuenta que todo lo que una vez amaste murió bajo las órdenes del tiempo, que sientes la imperiosa necesidad de sentir la calidez del sol; pues todo lo que conservas en la memoria no son más que malas reproducciones alejadas de la realidad. Pero todo esto termina cuando en tu olfato golpea el olor a sangre y corres desesperado hacia tu presa, no por hambre, si no para acallar esa maldita voz que tan sólo trae sufrimiento.

La claridad iba haciendo presencia en el campo santo. No lo suficiente como para que los rayos atravesasen la coraza de nubes, pero si lo bastante como para que su instinto de supervivencia lo instase a huir de allí.

-Pero hoy se acabó, querida Beth. La llamada de la noche ya no es suficiente,  ya no hay razones para querer seguir adelante. Estoy cansado, muy cansado -su voz dejó salir ese tono que recuerda a épocas pasadas y lejanas, a decadentes castillos y lastimeras melodías-.  Ya no quiero sentir dentro de mí la lucha entre la bestia y el humano por conseguir adueñarse de mi voluntad, de mi alma - carraspeó y su voz se volvió una extraña mezcla de felicidad, miedo y dolor-. Hoy se terminará todo. No estoy seguro de poder ir a reunirme contigo, incluso dudo que aceptases mi compañía.  Pero aún así estoy feliz, porque hoy seré libre -hizo énfasis en la última frase con algo parecido a un tono triunfal.

Alcanzó una de las flores y la besó antes de volver a depositarla mientras susurraba “te quiero”. Después, con un ágil movimiento, se incorporó dispuesto a salir de aquel armazón vegetal que estaba retrasando su libertad interponiéndose en el camino del sol. Se detuvo mirando al cielo antes de dar el último paso. Aún no era propiamente de día, el sol estaba aún débil y somnoliento, pero decidió que no quería esperar más. Ya había aguardado demasiados siglos.

Salió a encontrarse con su purgatorio con los brazos extendidos y una sonrisa en los labios que mostraba sus afilados colmillos. Al principio no eran más que pequeños ardores, pero pronto se convirtieron en despiadadas llamas ávidas por consumir su cuerpo. Él no se quejó del dolor, tan sólo se limitó a apretar su mandíbula y a dejar resbalar dos lágrimas de sangre por sus mejillas antes de que todo terminase.

Las cenizas no tardaron en expandirse por la mano del viento. Como prueba de su existencia no quedaba más que un pequeño círculo chamuscado en el suelo que el tiempo no tardaría en borrar porque, el tiempo,  volvía a existir para él. O al menos para lo que quedaba de él.

vampiros, original

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