May 01, 2016 23:31
Quijote se baja de la moto con el calor abrasador del verano oscureciendo su curtida piel. Tiene la barba despeinada y la mochila y las botas llenas de polvo. Los tejidos acrílicos de su ropa parecen relucir y brillar como el acero de armadura cuando los rayos de sol le deslumbran.
Limpia los cristales de las gafas de sol y dejando tras de sí su vehículo aparcado en la cuneta avanza por los campos, decidido, con su arma y escudo en la mano, dispuesto a librar y ganar su próxima batalla.
Loco, le han llamado. En más de una ocasión y en más de dos.
En más de tres incuso.
Sube por el monte esquivando aliagas y tomillos que rasgan y hieren la piel de uno si se descuida, y eleva la vista.
Ahí están. Sus gigantes. Los molinos. Con sus tres brazos alborotados, girando sin cesar, dispuestos en línea uno tras otro tras uno tras otro hasta donde alcanza la vista y arriba, más arriba aún, una bandada de estorninos agotados buscando salvoconducto donde anidar.
Esos son los inocentes por los que lucha Quijote; sus bellas Dulcineas aladas.
Saca de su mochila el cuaderno y el rotulador y escribe con decisión sin soltar su teléfono móvil con la mano zurda.
Enfoca la cámara, con cuidado, y logra el encuadre adecuado estirando su brazo lo suficiente para captar todos los elementos necesarios: los pájaros, el cuaderno, el molino...él.
Manipula su smartphone, su fiel escudero, con maestría suprema; retocando la foto, aplicando filtros, abriendo la larga ristra de sus redes sociales.
#StopMolinosEólicos
Se puede leer en el cuaderno de su fotografía.
El teléfono vibra y suena, se ilumina con cada like, cada comment, cada retwit, y Quijote sonríe satisfecho y se toma un momento para respirar antes de seguir su camino, son el sol y el viento de cara hasta encontrar su siguiente batalla.