Jan 05, 2009 19:12
Las grandes historias de amor casi nunca terminan bien, y esa es la premisa de la que deben partir todas las que se precien de serlo. Da igual que hablemos de amor entre amantes, de amor entre hermanos o entre padres e hijos. No importa que sean historias que se extienden a lo largo de capítulos que parecían no tener fin o de esas otras que apenas llegaron más allá del prólogo, que siempre dejaron al lector con la sensación de no haber tenido tiempo ni de alcanzar las páginas centrales. Una vez que el dedo ha recorrido el índice, no existe nadie en este mundo que pueda atreverse a hacer ni una miserable sinopsis. Y puede qu la culpa deba recaer sobre esa persona que apenas puede seguir una novela gráfica y se embarca en un tratado de filosofía de novecientas páginas, no sabría decirlo. Pero en realidad la resposabilidad suele atribuírsele al clásico antagonista, aunque, ¿habría tenido un bonito desenlace el romance entre Othelo y Desdémona de no ser por la malvada intervención de Yago? Me permito dudarlo, como me permito reconocer mi obsesión con Othelo y hasta me atrevo a decir que si lo de Romeo y su Julieta se fue a la mierda es porque a los estúpidos no se les debería permitir enamorarse.
Sin embargo hay tantos tipos de amor, y algunos son de una naturaleza tan nefasta , que a veces me parece terrorífico que sea este un sentimiento al alcance de cualquiera.
Me pregunté si me querías tantas veces que ahora es como cuando repites una palabra hasta que pierde el sentido. Es más una cuestión retórica, una de las que no necesitan respuesta, no por ser esta ya conocida por ambas partes si no porque para mí nunca podría ser satisfactoria, independientemente de cuál obtuviera.
Fueron tantas y tan largas las noches sin dormir, tan parecidos los días de llantos que nunca terminaban, que ahora sólo me siento como una persona que libró mil batallas para descubrir al fin que la guerra está muy lejos de terminar. Y no me interesa ganarla, ya no. Estoy agotada, destruida, estoy medio muerta. Cada día sólo trae consigo una lucha extenuante que no me siento con fuerzas de seguir. Las paredes se me caen encima y no me dejn respirar. Sólo hay silencios y gritos. Silencios que parten cada habitación. Gritos que me parten por la mitad. Insultos que inundan casi cada recuerdo desde que me alcanza la memoria. Reproches, desprecio, culpa. Deseos, promesas que juran que mañana será mejor, que el mes que viene la tranquilidad mecerá las cortinas y la calma hará del nuestro un hogar. Que no habrá más lágrimas en la almohada hasta que el sueño llegue y se lleve otro día de pesadilla, en esta locura que vivo con los puños apretados y la cabeza tan alta como sé.
La mayoría de los días solo quiero que no estés. Que haya silencio. Solamente silencio, y no el que me invento por debajo de la música demasiado alta. La mayoría de los días solo quiero tener paz, que estés lejos. No sentirme culpable cuando me devoran unos sentimientos que no puedo controlar, porque tú los has puesto en mí. Tú y tus constantes mordiscos a mi amor propio, a mi confianza, a mis ganas de levantarme de la cama, de hacer cosas. De ser, por qué no, como son los demás. Los que no viven con el miedo a cerrar la puerta y que se los traguen la apatía y el dolor.
Da igual que hablemos de amor entre amantes, de amor entre hermanos o entre padres e hijos. Las grandes historias de amor casi nunca terminan bien.
la vida apesta