He estado pensando... Sí, bueno, no es algo que yo acostumbre a hacer demasiado a menudo, pero esta noche tenía tiempo libre y me he dicho. ¿Qué puñetas? Vamos a utilizar el cerebro, aunque sea un par de horas. Y, aunque temía que no fuera a servirme para nada, he sacado en claro algo (además de un horroroso olor a serrín quemado en mi habitación):
Voy a colgar los dos capítulos de "Historias de Hogwarts" que están relacionados con Percy.
Puesto que estoy ocupada con sus viñetas, meter estas dos historias vendrá de perlas, así que aquí os las dejo. Tan nuevas como el primer día... ¡Ay! Y me falta tan poco para llegar al capítulo de "Historias..." que le dedicaré a él...
Buenos, besos y hasta pronto.
La noche fue larga. Desde que recibió la noticia de que su padre había resultado herido de gravedad, el tiempo transcurrió lento para Charlie Weasley.
Primero el viaje hasta San Mungo, de chimenea en chimenea, maldiciendo a la red flú cuando los nervios le podían. Después, el llanto incesante de su madre, que parecía estar segura de lo peor, a pesar de que todos intentaban tranquilizarla. El semblante serio de Bill, que no se cansaba de negar con la cabeza, y la tardanza de Percy, que aún no había llegado al hospital y no estaba dispuesto a hacerlo.
Luego, las horas de espera en los fríos pasillos del sanatorio, consolando a mamá y tranquilizando a Bill. Maldiciendo a Percy...
La perorata de los médicos. Papá estaba bien, aún grave, pero parecía que se iba a recuperar. El abrazo de mamá cuando decidió irse a descansar, y el gesto triste de Bill, que luchaba por controlar las lágrimas de alivio. Él cuidaría de papá esa mañana. Charlie debía ir a dormir, pero no podía. Tenía cosas que hacer.
Durante toda la noche, no había podido dejar de pensar en Percy. Sabía que sus hermanos más pequeños esperaban noticias en Grimmauld Place, y que mamá los tranquilizaría. Sabía que Bill estaba sentado junto a la cama de papá, aprovechando su soledad para derramar todas las lágrimas que había contenido durante la angustiosa espera en los pasillos. Y sabía cómo estaba él, tranquilo y nervioso al mismo tiempo, sin querer imaginarse lo que hubiera podido pasar si su padre no fuera un hombre fuerte.
Sabía que todos los Weasley estaban preocupados. Menos Percy.
El fuego le quemaba la sangre cuando decidió ir al Callejón Dragón. Se sentía poseído por una furia similar a la que dominaba a los dragones que él solía cuidar, y era consciente de lo que podría llegar a hacer en aquel estado, pero alguien tenía que ocuparse de darle una lección a ese maldito cretino que tenía por hermano.
Ninguno de los otros podría hacerlo. Mamá aún esperaba cosas buenas de Percy; le partía el corazón saber que uno de sus hijos se había escapado de su ala protectora y no podría regañarle. Bill siempre se lo callaba todo, incluido su propio dolor. Fred y George eran demasiado impetuosos para hacer frente a aquel problema. Y Ron y Ginny sólo eran dos niños; Percy no los escucharía. Él era Charlie; quizá tuviera mal carácter en ocasiones, quizá fuera incapaz de controlarse cuando estaba demasiado irritado, pero era el único que podría hablar con Percy. En otro tiempo, papá se hubiera encargado de él, pero ya no podía. Y no sólo porque estuviera convaleciente en una habitación de hospital, sino porque hacía mucho tiempo que había dejado de tener el respeto de su propio hijo. Y, Percy lo sabía, ese hecho era el único que podía borrar la sonrisa de la cara de su progenitor.
Sus pisadas resonaron con fuerza en las calles empedradas que, a esa hora tan temprana, permanecían casi desiertas. Vio el pequeño apartamento, ubicado sobre la tienda de túnicas de madame Malkin, y apretó el paso, ansioso por llegar cuanto antes.
Subió las sinuosas escaleras de dos en dos. Una bruja de pelo blanco y aspecto desaliñado lo observó con desdén, antes de cerrar la puerta de su casa. Charlie golpeó con ímpetu el portón de roble del apartamento de Percy. Un segundo después, se encontró con el rostro serio y frío de su hermano, ya vestido para trabajar.
Charlie apretó los puños, molesto por la actitud de Percy, que seguía con su rutina como si nada hubiera ocurrido. Quizá, hubiera algo diferente en el joven esa mañana, como el aspecto cansado y las ojeras oscuras perfilando sus ojos, pero Charlie no lo notó.
Antes de que Percy pudiera decir nada, estaba en el suelo, con un hilillo de sangre manando de su labio. Charlie lo miraba desde arriba, respirando agitadamente bajo el umbral de la puerta, sabiendo que había cometido un error al actuar de esa manera. Pero el fuego había sido más fuerte que la sensatez, y ya no había marcha atrás.
Percy bajó la cabeza un momento. Se llevó un dedo al labio lastimado y se puso en pie. Lentamente, con elegancia, como si no le diera importancia al curioso saludo de su hermano mayor. Por algún motivo, Charlie se sintió algo más tranquilo; tal vez, porque Percy parecía incapaz de mirarlo a los ojos.
-¿Está bien?
Charlie contuvo la respiración. Se dejó caer contra la pared, liberando el aire de sus pulmones. Él tampoco podía mirar a Percy. De repente, aquel joven parecía haberse convertido en el niño pequeño que le pedía protección contra los gemelos, cada vez que se veía incapaz de defenderse de ellos por su cuenta.
Afirmó con la cabeza. Percy se irguió entonces, estirándose la ropa y lanzándose un hechizo curativo a sí mismo, con una destreza envidiable.
-¿Irás? -Preguntó Charlie en un hilo de voz, conociendo la respuesta de antemano.
Percy no se molestó en contestar. Pasó junto a su hermano mayor con la cabeza alta y, sin mirar atrás, habló con su acostumbrado tono educado.
-¿Podrías cerrar la puerta cuando te vayas, Charles?
Charlie sólo afirmó con la cabeza. Un segundo después, Percy había desaparecido, y el domador de dragones supo que, por unos segundos, los Weasley habían vuelto a ser una familia completa.
Sentada en el alféizar de la ventana, con una taza de chocolate caliente entre las manos, Penélope podría pasar horas sin hacer otra cosa que no fuera contemplar las estrellas.
Esa noche, el cielo está completamente despejado, y la joven no puede evitar recordar sus años en Hogwarts, cuando se refugiaba en la Torre de Astronomía para reflexionar y disfrutar del bello espectáculo que le proporcionaba el firmamento. Penélope tiene la vista fija en la luna. Aunque todo es tranquilidad en su pequeña casita a las afueras de Londres, el ambiente está enrarecido, como si algo grande y terrible se estuviera aproximando. Era una sensación extraña la que embargaba el corazón de la joven, produciendo pensamientos que no lograba apartar de su mente por más absurdos que le parecieran. Tal era así, que ni siquiera había podido dormir, a pesar de la hora tan tardía y del cansancio que se acumulaba en sus huesos después de todo un día de estudios y entrevistas.
De pronto, alguien llamó a la puerta, sobresaltándola al instante. Al principio, la joven sintió un leve temor, pero sólo conocía una persona que tocara con aquella suavidad, golpeteando la férrea madera tres veces seguidas, haciendo pausas relativamente largas entre cada llamada.
Percy.
A pesar de tener la certeza de que era él, Penélope tuvo un momento de duda. Percy jamás iría a su casa a esas horas. Aunque la joven le insistiera para que pasaran alguna noche juntos, su novio solía retirarse temprano, comportándose como el perfecto caballero al que Penélope quisiera destripar, por idiota. Así pues, había dos posibilidades: o no era Percy, en cuyo caso debía estar preparada; o era él y traía noticias realmente malas. De otro modo, jamás la hubiera molestado.
En cualquier caso, la bruja se puso en pie para atender la llamada, cubriendo sus hombros desnudos con un bonito chal de color ocre. En cuanto abrió la puerta, Penélope tuvo la certeza de que algo horrible había pasado.
El rostro de Percy, normalmente altivo e inexpresivo, reflejaba una serie de sentimientos que rara vez Penélope le había visto. Había miedo, furia, incomprensión y arrepentimiento. El joven Weasley procuraba disimular todos ellos, pero no le resultaba fácil en absoluto. En cuanto vio a su novia, pareció derrumbarse y se arrojó a sus brazos, aferrándose tan fuerte a ella que Penélope creyó que algo le había ocurrido a su familia. Recordaba cierta noche, unos cuantos meses antes, cuando recibió una lechuza de Percy, pidiéndole que acudiera a su casa. La noche en que Arthur Weasley fue atacado y estuvo al borde de la muerte. La noche que Percy había pasado en absoluto silencio, apretando su mano de cuando en cuando y procurando ser fuerte sin casi conseguirlo.
-Penny...
El nombre resonó en sus oídos y le atravesó el corazón como un puñal. La joven logró cerrar la puerta y arrastró a su novio hasta el sofá, ofreciéndole consuelo y dejando las preguntas para luego. Percy... El chico que llevaba varios años jugando a ser un hombre, y que siempre terminaba sobrepasado por los acontecimientos. El joven que luchaba con tanto ímpetu por dominar sus emociones que, cuando explotaba, era incapaz de controlarse. El hombre orgulloso y ambicioso que ahora permanecía aferrado a su cuello con todas sus ganas, musitando su nombre de vez en cuando. Sin llorar, pero sufriendo como muy pocas veces Penélope, Penny, le había visto sufrir.
-¿Qué pasa, Percy? -La joven se animó a hablar luego de unos cuantos minutos, después de sentir cómo él se tranquilizaba.
-Ha vuelto, Penny.
Ella lo miró sin terminar de entender lo que quería decirle. En el fondo, sabía a quién se refería, pero no podía creerlo. No debía ser verdad.
-¿Quién?
Habló casi con temor, sin querer oír la respuesta que él iba a darle. Percy se aclaró la voz, mesándose el cabello con nerviosismo, sin soltarla ni un segundo. La miraba con tal intensidad, que Penny no recordó ni un solo momento en que él la hubiera mirado así. Por primera vez desde que comenzaron su relación, los ojos del joven reflejaban el profundo cariño que sentía por ella. El temor a perderla para siempre.
-Él... -La voz de Percy apenas fue un susurro -Quién-No-Debe-Ser-Nombrado.
Penélope contuvo la respiración. No podía ser cierto. No... Él no... Debía ser un error. Fudge se había pasado meses negado su regreso, y ellos le habían creído. No podía ser verdad.
-Ha... Ha estado esta noche en el Ministerio -Percy siguió hablando. Sonaba ronco, incrédulo. Aterrado -Hay unos cuantos mortífagos detenidos y... Mis hermanos estuvieron allí, Penny.
-¿Qué?
La joven se puso en pie, sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Eran demasiadas noticias desagradables en muy poco tiempo y, por un segundo, temió que las cosas fueran mucho peor de lo que parecían ser.
-Creo que están bien...
-¿Crees que estás bien? -Penny elevó la voz, señalando acusadoramente a su novio con el dedo -En este momento vas a ir a San Mungo o dónde quiera que estén tus hermanos, y te vas a asegurar de que no les ha pasado nada.
Percy no se movió. De pronto, parecía haberse hecho mucho más pequeño y permanecía acurrucado en un rincón del sillón, respirando agitadamente, hundido ante la única persona con la que podía mostrarse derrotado.
-¡Percy! ¿A qué estás esperando?
Ella no necesitaba oír la voz de su novio para saber que no iría a ningún sitio. Orgulloso y altivo Weasley... Dos de las peores cualidades de Percy, que solían salir a la luz en los peores momentos. Dos cualidades que sacaban de quicio a Penny, hasta el extremo de llevarla a plantearse una ruptura que nunca llegaba. Quería demasiado las otras cosas de Percy como para dejarlo.
-No puedo ir, Penny.
-¿Cómo que no? Es evidente que hemos estado completamente equivocados este tiempo. Lo que debes hacer ahora es reconocer tu error y reconciliarte con tu familia...
-¿Sabes lo que harán? -Percy se levantó. Tenía los puños apretados y el rostro enrojecido. Penny no necesitaba ver más para saber que, otra vez, había triunfado el orgullo -Se reirán de mí. Todos. Me echarán en cara que haya tenido los ojos cerrados y me... -Cayó un segundo, como si pretendiera ordenar sus pensamientos- Tú sabes lo mal que lo pasé por culpa de las constantes burlas de Fred y George. Estoy seguro de que ahora será peor.
-Pero. ¿Qué tonterías estás diciendo? -Penny abrió mucho los ojos, sin dar crédito a lo que estaba escuchando -¿Qué importa todo eso, Percy? Quién-No-Debe-Ser-Nombrado ha vuelto. ¿Te imaginas lo que ocurrirá a partir de ahora? ¡Por Merlín, Percival Weasley! ¡A estas horas, tus hermanos podrían estar muertos!
Percy tomó asiento de nuevo, y durante unos minutos no dijo ni hizo nada. Simplemente estaba ahí, con el rostro oculto tras las manos, pensando en un futuro que le atormentaba. En su familia, en todos los desprecios que les había hecho, en lo mal que se había portado con ellos. Porque, aunque en cierta forma Percy los culpara a ellos de la distancia que los separaba, el joven era consciente de que él era el mayor responsable de todo. El que se había avergonzado de sus hermanos. El que había renegado de ellos. El que había acusado a sus padres de ser unos traidores. Él, y sólo él, era culpable de la soledad que se había instaurado en su vida. Por darle prioridad a su trabajo en el Ministerio, por no querer ver la realidad cuando la tenía frente a sus ojos.
-Percy -Penny habló con mucha más suavidad, arrodillándose frente a él y acariciándole el rostro -Sabes que ellos te aceptarán. Tal vez, sea duro al principio, pero las cosas pueden volver a ser como antes... ¿Acaso no los has echado de menos? Las historias de Bill sobre su trabajo en las Pirámides. Las risotadas de Charlie cuando tu madre se mostraba preocupada por una nueva quemadura provocada por un dragón. La dulzura de tu hermanita, incluso cuando fruncía el ceño. La incomprensión de Ron, cuando pasabas el día estudiando. ¡Las bromas de los gemelos, Merlín! -Percy sonrió tristemente, y Penny pensó que lo tenía en el bote -Bueno. Eso no, pero. ¿Y tus padres, Percy?
El joven se tensó. Penny tenía razón. Los había extrañado, pero ya era tarde. No podía regresar con el rabo entre las piernas. Él no había nacido para pedir perdón. Tal vez, si tenía un poco de suerte, podría conservar su trabajo en el Ministerio (incluso si Fudge se retiraba) para seguir fingiendo que no le importaba. Después de todo, él sólo era Percy.
-Será mejor que me vaya, sólo vine a advertirte -Percy había recuperado su gesto arrogante y se dirigía a la salida procurando no mirar a Penny, sabiendo que sólo ella podía obligarle a cambiar de idea.
-Percy...
-Ten cuidado, por favor.
Y, sin darle siquiera un beso de despedida, Percy cerró la puerta tras de sí. Penélope la observó durante unos segundos, hasta que se vio en la necesidad de respirar. Sólo entonces fue plenamente consciente de que el mundo era un lugar un poco peor, y sintió miedo. Por ella y por el estúpido de Percy. A pesar de todo, el joven no se había dado cuenta de todo lo que podía perder si seguía con esa actitud, pero Penny sabía que no podía hacer nada para ayudarlo a cambiar. Así era él.
Percy.