¡Madre mía! ¡Cuánto tiempo sin pasarme por el LJ! Entre unas cosas y otras, hace siglos que no actualizo por aquí, y voy con un retraso que no veas. Tanto es así, que en FF.net ya he terminado las viñetas de Tuney, y aquí aún me quedan cinco por colgar. Pero eso tiene solución.
Aquí tenéis el final de la historia. No os aburráis mucho y gracias por haber leído. Besazos.
Fandom: Harry Potter
Personaje/Pareja/Trío: Petunia Dursley
Tema: #7 - Mordaza
Cuando quieres tomar una buena decisión pero los demás no te lo permiten.
-Te odio.
Petunia sólo sonríe y le besa delicadamente los labios, recostándose a su lado. Ve a Martin cerrar los ojos y se pregunta en qué estará pensando. Ya no lo conoce tan bien como antes. Ese Martin, el hombre sobre el que se recuesta y al que acaricia con aire ausente, es un completo misterio para ella, aunque sí hay algunas cosas que sabe de él. Como que ahora es mucho más fuerte que antes y que su cuerpo no es absolutamente huesudo. O que con los años se ha vuelto muy silencioso y apenas gruñe cuando llega al orgasmo. O que ya no la mira a los ojos cuando hacen el amor, sino que parece avergonzado y ansioso por acabar con esa situación, aunque le falten fuerzas para hacerlo. O que aún ama a su esposa y adora a su hija. Eso último por encima de todas las cosas.
Petunia también cierra los ojos. Ese día de primavera se cumplen dos meses desde que empezaron a acostarse otra vez. La nieve desapareció de las montañas varias semanas atrás y los campos comenzaban a florecer, llenando el ambiente de aromas suaves, colores llamativos y mucho romanticismo. Petunia recuerda con nostalgia aquel día de febrero en casa de Martin y sonríe. Había insistido tanto en volver con él, que al pobre se le habían acabado las excusas para rechazarla.
Petunia se fue acercando a él al mismo tiempo que su relación con Vernon se iba deteriorando. Quizá, su estancia en Privet Drive los mantuvo más unidos que los propios sentimientos. Petunia tenía la sensación de que lejos de Inglaterra nada tenía sentido para ella. Su vida junto a Vernon menos que nada. Sentía que allí no tenía que fingir que todo iba bien, que quería a su marido y era feliz. Y no es que las cosas no le fueran bien, no es que una parte de sí misma no apreciara a Vernon -era el padre de su hijo, después de todo- pero Petunia se había dado cuenta de que no era feliz y no estaba dispuesta a conformarse. Ya no más. No ahora que se había dado cuenta de que tenía una oportunidad de recuperar un pasado que nunca debió perder.
Su relación con Martin también la hace sentir avergonzada. Ella es mujer recta, de costumbres arraigadas y moralidad conservadora. Saberse infiel la incomoda, aunque los besos robados a Martin la hacen sentir mucho mejor. Eso y el hecho de ser consciente de que ya no tiene que dar cuentas a nadie. Quizá le deba alguna explicación a Vernon, quizá deba sentarse con Dudley para hablar con él largo y tendido, pero no quiere que ninguno de los dos sigan siendo una prioridad en su existencia. Dudley ya es lo suficientemente mayor y Vernon... Bueno, Vernon podrá arreglárselas solo, como siempre ha hecho. Y ella quiere estar junto a Martin, porque ahora que han vuelto no piensa dejarlo escapar.
No fue fácil convencerlo. Él pasó mucho tiempo excusándose en el matrimonio de Petunia, en Sarah y, algunas veces, en sus sentimientos hacia Emma. Había dejado bien claro que, pese a todo, ella fue la mujer de su vida. Casi había sido hiriente cada vez que insistía en que jamás querría a Petunia como la quiso a ella, pero no importaba. Petunia podía aceptarlo. Hacía muchos años que había asumido que Martin tendría una vida lejos de ella, y se alegraba de que hubiera sido feliz junto a alguien que mereciera la pena. Aunque a veces dolía ese amor de Martin por su difunta esposa, Petunia podía soportarlo. De la misma forma que le repetía a Martin que su matrimonio sólo era asunto suyo, alegando que todo aquello no eran impedimentos verdaderos. Incluso se esforzaba por acercarse a Sarah, a pesar de que la niña la observaba con hostilidad mal disimulada.
Algunas veces, a Petunia le cuesta reconocerse a sí misma. Ella no es de esa clase de personas. Ella nunca había buscado la cercanía de un hombre y, sin embargo, prácticamente había obligado a Martin a estar a su lado. Aunque, a juzgar por el brillo de su mirada, no era algo que le desagradara. Petunia puede sentir la desconfianza de él, su cautela a la hora de relacionarse, su lejanía espiritual. Él no le ha dicho que la quiere, aunque para ser justos, ella tampoco lo ha hecho. Y lo quiere. Quizá de una forma diferente a la de su juventud, pero sólo con él está plenamente a gusto, sólo con él se siente llena, completa. Tal vez por eso le molesta tanto que ella no la mire a los ojos, y se niegue a hablar de sentimientos, y se levante apresuradamente después de hacer el amor, masculle unas palabras de disculpa y desaparezca de su vida.
Petunia recuerda la nueva primera vez entre ellos. Sus momentos favoritos para ir a visitarlo era cuando Dudley tenía partido, y esa tarde no tardó ni diez minutos en cruzar la calle y presentarse en la puerta del hombre. Él la miró con cansancio, acostumbrado a su constante presencia, y la dejó entrar con resignación. Hablaron un rato sobre Dudley, incluso sobre Sarah, hasta que Petunia se acercó a él y le besó. Él no se retiró. Sólo suspiró y la agarró de la cintura, rindiéndose.
-Vas a matarme, Tuney -Le susurró al oído, inclinándose para besarla en el cuello.
-Moriremos juntos -Respondió ella, antes de aferrarse a su cuerpo y obligarlo a recostarse en el sofá.
Después, la pasión estalló y Petunia no fue capaz de recordar ni una sola vez en la que el hombre hubiera sido tan brusco como aquella. Fue casi brutal, besándola con desesperación, como si temiera que fuera a escaparse de sus brazos. Ambos se habían mostrado ansiosos, sedientos y salvajes, y ninguno quiso pensar en las consecuencias. No hasta que terminaron y un Martin casi abatido le pidió que se fuera a casa.
A partir de ese día los encuentros fueron cada vez menos esporádicos. Martin ya casi no se resistía y ella estaba consiguiendo ganarse su confianza. Lentamente pero con paso firme. Su relación secreta se parecía mucho a la que mantuvieron de adolescentes y él se negaba a dejarse llevar, pero Petunia estaba dispuesta a romper las últimas barreras. Estaba harta de escuchar esas palabras, Te odio, cada vez que se separaban.
Por eso, ese día está más decidida que nunca a cambiar su vida para siempre. Siente la respiración acompasada de Martin junto a ella y teme que se haya quedado dormido, pero sabe que no es así. Él está tenso, preocupado por que alguien los descubra, aún cuando no tiene nada que perder. Es Petunia la que tiene más motivos para sentirse nerviosa, pero no lo está. Simplemente, ya no le importa. No mientras esté con él.
-Martin. Voy a hablar con Vernon.
Suena decidida y él no tarda en abrir los ojos y mirarla con sorpresa, sin creerla. Se limita a sonreír con ironía, pasándole un brazo por la espalda.
-Estoy hablando en serio. Voy a decirle lo que ocurre.
-Claro, Tuney. -Martin chasquea la lengua y se pone en pie, alejándose de ella. No está tan contento como Petunia supuso que estaría, y se siente decepcionada -¿Y qué piensas decirle? ¿Acaso tienes idea de lo que eso supondría?
-Voy a decirle la verdad, y sé perfectamente lo que pasará.
-¿Lo sabes?
-Vernon me dejará. Posiblemente Dudley se enfade, pero lo superará. Ya casi es un hombre.
-¿Y tú? -Martin entorna los ojos, comenzando a vestirse -¿Qué harás tú?
-¿Yo? Estar contigo.
-¡Oh!
Martin se da media vuelta y clava sus ojos en la ventana que da a la calle. Todo está tranquilo ahí fuera y el abotona su camisa lentamente, sin decir una palabra. Y Petunia siente miedo, porque sabe que él no es el mismo adolescente del pasado y no sabe lo que ocurrirá a continuación. Martin ya no la necesita tanto antes, ya no está dispuesto a luchar por ella o a humillarse, y Petunia casi tiene la certeza de que aquella breve aventura sólo había sido eso para él. Una aventura.
Sus temores se confirman segundos después, cuando él da media vuelta y la mira con frialdad.
-¿Quién ha dicho que yo quiera estar contigo?
Petunia deja de respirar. Martin no deja de mirarla con esa intensidad arrebatadora que solía robarle la razón, y se siente totalmente aterrada.
-¿No quieres? -Musita apenas, levantándose también con las sábanas enredadas en su cuerpo larguirucho.
-No se trata de si quiero o no, Petunia. Tú no tienes valor para hacer eso que dices.
-Estoy decidida.
-No. Estás confundida.
-¡No estoy confundida!
-Alejada de tu hogar, con un futuro incierto, atrapada en este lugar, lejos de tu gente, de tu mundo -Martin suspira -¿Qué pasaría si mañana tu sobrino apareciera en la puerta y te dijera que todos los problemas están solucionados? Yo te lo diré. Volverías a Inglaterra, con tu marido y tu hijo, a tu encantadora casita residencial, con tus vecinas cotillas y tu imagen de mujer casada perfecta y dichosa.
-No, Martin...
-Sabes que sí, Tuney. Hace años también estabas dispuesta a estar conmigo y terminaste con Vernon. ¿Por qué tendría que ser diferente ahora?
-Porque ahora tengo claro lo que quiero.
Martin niega con la cabeza sin creerla y consulta la hora.
-Será mejor que te vayas. Sarah está apunto de llegar.
-No me has contestado, Martin -Petunia se acerca a él y le coge el rostro con fuerza, dispuesta a obtener su respuesta -Si tú quieres, me quedaré contigo.
-Eres tú la que tienes que querer, no yo.
-¡Yo quiero!
-¡No, Petunia! Tú crees que quieres, pero eres una cobarde. Siempre lo has sido. Los eras cuando fuiste incapaz de hablar con tus padres sobre tus sentimientos, o cuando te alejaste de Lily sin intentar comprenderla o cuando abandonaste a ese chico, Harry, al otro lado del océano -Martin agacha la cabeza, ligeramente entristecido -Y cuando me dejaste a mí.
-¡Lo hice por ti! No quería que Vernon volviera a hacerte daño. ¿Es que no lo entiendes?
-Pudiste quedarte conmigo, Tuney. No quisiste, así que no intentes auto convencerte de que hiciste lo mejor. Hiciste lo más fácil.
Petunia se muerde el labio inferior y cierra los ojos un instante. Martin tiene toda la razón, aunque de verdad que está dispuesta a quedarse con él. Ahora sí.
-Creo que estamos bien así, Tuney. Tú con tu familia y yo con la mía. Estos encuentros no están mal, debo reconocerlo, pero no llegaríamos a nada más juntos. Es demasiado complicado. Tenemos hijos. Yo no quiero tener que enfrentarme a Sarah por ti.
-Podría hacer que ella me aprecie.
-No podrás -Martin vuelve a suspirar y coge las manos que ella aún mantiene en su rostro, besándolas con suavidad -Es igual que su madre, y Emma te... Bueno, a ella no le caías bien.
-Sarah ni siquiera me conoce. Se acostumbraría.
-No puedo obligarla a hacerlo -Martin se aleja de ella otra vez -Es lo más importante para mí. Jamás haría algo que pudiera lastimarla, y estar contigo le haría mucho daño.
-Ella no tiene que decidir esas cosas, Martin. No puedes dejar que controle tu vida de esa forma.
Él no dice nada. La contempla silencioso, pensativo, y saca unas sábanas limpias del armario.
-Tiene ocho años, Petunia, ella no me controla, pero cualquier decisión que yo tome nos afecta a los dos. Es demasiado pequeña para defenderse sola. ¿No lo entiendes?
Petunia lo entiende perfectamente. Si Martin tuviera que elegir entre ella y su hija, la respuesta estaría demasiado clara.
-Podríamos hablarle. Yo...
-Podríamos hablarle el día en que sienta que estás conmigo. Hasta entonces, esto es todo lo que tendremos. Y ahora haz el favor de vestirte y marcharte o tendré que ponerte una mordaza para que dejes de decir estupideces. Estamos demasiado mayores para esa clase de sueños imposibles.
Petunia cabeza y se da por vencida. Entiende a Martin, su desconfianza, pero duele que no la tome en serio, sobre todo porque, ahora sí, está realmente dispuesta a dejarlo todo por él.
Tema: #13 - Hablar
Dos personas que no se conocen pero tienen un importante nexo en común, tienen una breve conversación.
El verano era muy agradable a los pies de las montañas. Los días no eran extremadamente calurosos y por las noches solía hacer la temperatura adecuada para dar paseos por los alrededores del pueblo. Eso era, quizá, una de las cosas que más le gustaban a Martin de su nueva vida: los veranos. Además, ahora estaba de vacaciones y tenía mucho tiempo para estar con Sarah, para pintar y, ante todo, para pensar. Normalmente era Petunia, su querida Tuney la que invadía la mayor parte de sus pensamientos.
Eran amantes. En ningún momento quiso negarlo, pero al principio no se sintió del todo cómodo con esa relación. Sabía por experiencia que confiar en una persona como Petunia era muy peligroso. Ella podía prometerte la luna, mirándote a los ojos y siendo totalmente sincera, para abandonarte al segundo siguiente como si nada hubiera ocurrido. Por eso, Martin procuraba disfrutar de las ocasiones en que lograban hacer el amor o charlar estúpidamente en la cama, y por eso siempre se despedía de ella con un adiós, esperando que al día siguiente no regresara a su lado. Y no era cómodo, pero al menos no dolía tanto como dolió el pasado, porque había aprendido a no esperar nada y, por ello, no tenía motivos para sentirse decepcionado.
No obstante, en algunas ocasiones había creído a Petunia. Ella había comentado varias veces que estaba dispuesta a dejar a Vernon sólo si él quería estar a su lado, pero nunca había dado el paso definitivo. Martin se mostraba escéptico y Tuney no parecía tener el valor suficiente para cumplir su palabra, así que seguía inmersa en su matrimonio, fingiendo que todo iba bien, aunque su mirada fuera cada vez más amarga y su comportamiento con Vernon más distante. Martin ignoraba si Dursley se había dado cuenta de eso, pero él si lo había hecho. Había visto a Petunia caminar junto a él sin mirarle, recibirlo en la casa sin besarle o hablar con él sin decirle nada en absoluto. Era evidente que ella no quería estar donde estaba, pero no sólo no se iba, sino que organizaba reuniones en familia, aparentando cosas que no eran reales.
Como el del fin de semana. Martin sabía que habían ido un poco más al norte, a un pequeño pueblo de las montañas de difícil acceso que era famoso por una vieja mina de oro en desuso desde hacía muchísimos años. Martin los había visto marchar y le pareció ver algo de culposa resignación en los ojos de Petunia, pero no había hecho nada. Ni siquiera estaba enfadado, sólo un poco harto de esa situación.
Había decidido dedicar el día a terminar el último retrato de Sarah. Puesto que ya no necesitaba que su hija hiciese de modelo para él, la dejó marcharse con sus amigos del colegio. Cuando volviera, no sólo estaría hambrienta. También cansada y sucia, después de jugar en el barro y de pelearse con otros chicos del pueblo. Siempre era así, y a Martin le alegraba comprobar que su hijita estaba llena de vida. Sarah siempre había sido una niña muy nerviosa, muy parecida a su madre en todas las cosas, incluida su antipatía hacia Petunia. Emma la había odiado sin saber muy bien por qué -quizá, simplemente porque le hizo daño al hombre al que amaba- y Sarah afirmaba no soportar su carácter. No le parecía que fuera realmente sincera cuando intentaba ser amable con ella -y Petunia lo intentaba muy a menudo- y a Martin le hacía mucha gracia la perspicacia de Sarah: si Tuney no quisiera acercarse a él, Sarah jamás hubiera sido santo de su devoción.
Martin colocó el lienzo frente a él y lo observó cuidadosamente. La luz de aquella mañana era perfecta para el trabajo. El dibujo estaba casi terminado. Únicamente quería captar con total realismo la mirada de Sarah, y eso era algo que no le resultaba sencillo. Sarah era una niña complicada, como un día lo fuera su madre, y sus ojos estaban cargados de un montón de sentimientos a pesar de su corta edad. Decidido, Martin extendió los brazos y se volvió hacia sus pinturas, que estaban perfectamente colocadas a su derecha, sobre una mesita plegable de madera. No había dado la primera pincelada cuando vio a aquel chico rondando la casa de Petunia. Entornó los ojos y lo observó detenidamente.
Era joven, muy joven. Tenía el pelo negro totalmente despeinado y cierto aire despistado que a Martin le resultó familiar. Su ropa se veía muy nueva, como recién comprada, y usaba gafas. Y tenía los ojos verdes, similares a los de otra persona que conoció brevemente en su pasado pero que no le pasó desapercibida.
El joven llamó a la puerta en repetidas ocasiones, para terminar alejándose de la casa con aire resignado. Era como si esperara no encontrar a nadie allí. Quizá, en ese momento estaba pensando que no querían abrirle la puerta y Martin se sintió apenado. Por eso, decidió hablar.
-¡Ey, chico! ¿Buscas a los... Murray?
Le costó más trabajo del que esperaba pronunciar ese apellido. El resto de vecinos los conocían por ese apelativo, pero para Martin nunca habían dejado de ser los Dursley. Más concretamente, para él Paula Murray aún seguía siendo Tuney Evans.
-No están -Continuó, dejando el pincel en su lugar y acercándose al chico amistosamente -Fueron al norte. Creo que pasarán todo el fin de semana fuera.
-¡Oh, vaya! -El chico miró a su alrededor, como si no supiera muy bien qué hacer, y se metió las manos en los bolsillos -Esperaba poder hablar con ellos.
-Se marcharon esta mañana. No debían saber que vendrías. No es que reciban muchas visitas.
-Ya, bueno -El chico carraspeó y a Martin le pareció ver algo amargo en su expresión -Digamos que quería darles una sorpresa, pero el viaje ha sido en vano.
-No me digas que has venido desde Inglaterra -Martin no necesitaba oír la respuesta. Creía saber quién era el chico y, además, se le notaba que era inglés a la legua.
-Sí... En realidad, sí.
-Ya decía yo -Martin extendió una mano hacia él, que el chico estrechó con algo de turbación -Martin Lawrence. Como supondrás, soy vecino de los Murray.
-Harry Potter.
-¡Oh, Harry! -Martin palmeó amistosamente los hombros del chico, que parecía realmente confundido -Eres el sobrino de Petunia. ¿Me equivoco?
-¿Petunia? -Harry entornó los ojos, sin saber muy bien hasta que punto era normal que ese hombre conociera el verdadero nombre de su tía. Los de la Orden le habían explicado detalladamente en qué circunstancias habían dejado a los Dursley en aquel rinconcito del planeta, y estaba seguro de que ese hombre no debería haber sido consciente de su verdadera identidad -Ella... Es... Paula.
-¡Oh, claro! -Martin rió suavemente -Digamos que yo conocí a los Dursley mucho antes de que tuvieran que convertirse en los Murray.
-¿En serio?
-Yo también soy inglés y, casualmente, fui vecino de tu tía cuando éramos jóvenes. ¿No es una coincidencia que tuvieran que venir a esconderse justamente aquí, frente a mi casa?
-Sí. Supongo.
-¿Te gustaría tomar algo? -Martin señaló una silla con aire cordial y Harry, aunque no muy convencido, tomó asiento -¿Una cerveza?
-Yo... Debería marcharme. Podría volver luego.
-Hay un buen hotel en el pueblo. Si le dices a Steven que vas de mi parte, te hará un buen precio -Martin le guiñó un ojo y, a pesar de que Harry no le había respondido, abrió la pequeña nevera que tenía a un lado y le lanzó un bote de cerveza helada al chico, que lo cogió en el aire demostrando unos excelentes reflejos -Aunque, si quieres, podría acompañarte hasta la mina. Tus tíos estarán allí.
-Creo que iré yo solo, no hace falta que se moleste.
-No sería ninguna molestia, en serio -Martin se sentó frente a él -Me alegra conocerte. Aún recuerdo muchas cosas sobre tu madre, a pesar de que nunca tuvimos mucho contacto.
-¿En serio?
Era evidente que a Harry le extrañaba que Martin le estuviera hablando de esa forma y de esa persona. Era el primer muggle, a parte de sus tíos, que daba muestras de haber conocido a Lily Evans.
-Bueno, yo llegué al pueblo siendo bastante mayor, y para entonces tu madre ya estaba en ese internado. Apenas la vi durante las Navidades y los veranos, pero era bastante divertida. Y debo añadir, aquí entre nosotros, que tu tía le tenía bastante inquina. -Martin torció el gesto -Ella se moriría antes de reconocerlo, pero estaba muy celosa.
-¿Celosa ella? ¿De mi madre?
-No te asombres tanto -Martin rió suavemente. Aunque el chico estaba aturdido, él se alegraba de tenerlo allí. En los últimos tiempos había pensado en él muchas veces. Creía saber que Petunia no lo había tratado muy bien en su infancia. Nunca hablaba de él con cariño y aún había un toque amargo en su mirada cuando hablaban de Lily. No, Petunia Evans no había cambiado tanto en esos años y, en cierta forma, era un gran signo de inmadurez por su parte -Ella siempre decía que tu madre era especial. Con rabia, sí, lo decía. Aunque te crió. ¿Cierto?
-Es una forma de decirlo -Masculló Harry, más para sí que para su extraño acompañante.
-Supongo que no sería fácil, especialmente con Vernon cerca. Sigue siendo igual de cretino que antes.
-No podría estar más de acuerdo.
Martin rió y Harry lo imitó, quizá no con tantas ganas, pero sí empezando a sentirse cómodo con la compañía.
-Debo suponer que ya es hora de que los Dursley vuelvan a casa -Dijo Martin al cabo de unos segundos -Petunia me contó que estabas en problemas. Si ahora has venido aquí, significa que esos problemas ya no existen -Harry cabeceó sin saber muy bien qué decir -Me alegra que así sea.
-Gracias.
Se quedaron en silencio. No se conocían en absoluto, pero podían averiguar muchas cosas el uno del otro con solo observarse. Martin no veía cariño alguno de Harry hacia sus tíos, así que suponía que Petunia había sido tan mezquina con el chico como él se había temido. Y a Harry le parecía reconocer algo de afecto en los ojos de ese hombre cada vez que hablaba de su tía, algo que no dejaba de extrañarle. ¿Quién podría sentir cariño por una persona tan cruel e hipócrita como Petunia Dursley?
-Creo que tendría que irme. Cuanto antes los encuentre, antes podré volver a casa.
-Claro. No pretendía entretenerte -Martin se puso en pie cuando Harry hizo lo propio, y le estrechó la mano con fuerza -Suerte.
Harry cabeceó. Definitivamente, la iba a necesitar.
Tema: #11 - Quebrar
Cosas que a Martin Lawrence no le pillan por sorpresa.
No podía creerse que él estuviera allí. Podía escuchar los gruñidos de Vernon a su derecha, podía ver a Dudley cabizbajo y silencioso a su izquierda, y ella se sentía perdida, como en otro mundo. Ni siquiera estaba segura de si le alegraba o no ver a Harry. No lo apreciaba demasiado, cierto, pero el hecho de verlo sano y salvo le dejaba bastante tranquila, aunque no sabía si era porque significaba que todos estarían bien, o si porque el propio Harry estaba bien. La cuestión era que el chico estaba allí, frente a ellos y de una pieza, y eso sólo podía significar una cosa.
-Entonces -Decía un muy molesto Vernon -Ese tipejo... Voldemort. ¿Está muerto?
-Sí -Harry sonaba impaciente. Hacía mucho tiempo que había crecido, pero Petunia escuchó la voz de un hombre y, entonces sí, fue consciente de que él realmente estaba allí -Podéis regresar a Privet Drive cuando queráis.
-¿Podemos? -Gruñó Vernon, señalando a Harry con un dedo -No esperaréis tú y esos anormales que yo pague los billetes de avión. Ellos nos trajeron, ellos deben devolvernos allí.
-Supongo que la Orden podrá arreglarlo...
-¿Supones? -Vernon alzó la voz y se puso rojo. Dudley miró a su padre, y parecía curiosamente hastiado con su actitud -¡Exijo que lo hagáis! ¡Quiero los billetes ahora! ¡Faltaría más!
-No hace falta gritar. ¿Sabes? -A Petunia le sorprendió esa respuesta. De hecho, le hizo gracia. Definitivamente, Harry ya no era el mismo de antes, y eso turbó a Vernon, que no supo que decir durante un momento -Te he dicho que lo arreglaremos y lo haremos, pero creo que el lunes es muy precipitado. Tendréis que esperar unos días más.
-¿Esperar? -Vociferó Vernon, y sus gritos resonaron más allá de las montañas -¿Aquí? Mira, maldito inútil anormal. Tengo un trabajo que atender en Inglaterra. No puedo seguir perdiendo mi tiempo aquí, mientras tu gente juega a la guerra y...
-Mi gente te salvó el culo, así que deja de hablar así de ellos.
Esa vez sí, Vernon enmudeció. Harry no había sacado la varita, pero había tal determinación en su voz que su tío se dio cuenta de que era mejor no provocarle. El chico estaba siendo muy paciente, pero comenzaba a tener la mandíbula un poco tensa, así que Vernon se dio media vuelta, se cargó su mochila al hombro y caminó airadamente hacia el coche.
-Vámonos. Tenemos que preparar el equipaje.
Pero nadie le siguió, ni siquiera cuando cerró con fuerza el maletero y se metió en el vehículo. Petunia aún estaba como paralizada y Dudley miraba a Harry con un creciente interés, sin el temor y el desprecio de los viejos tiempos.
-¿Tú mataste a ese... Voldemort? -Inquirió, curioso y sencillo, afable y casi cálido. A Harry le sorprendió, pero no a Petunia, que ya había visto el cambio progresivo experimentado por su hijo.
-Más o menos.
-Entonces. ¿Todo ha terminado?
-No lo sé, Dudley. Quiero creer que sí.
-Bien.
Y Dudley echó a andar hacia el coche sin hacer o decir nada más. Petunia lo observó, intentando averiguar en qué estaba pensando, y luego se giró hacia Harry, que parecía estar esperando algo.
-Así que ya podemos volver a Privet Drive -Suspiró largamente la mujer -¿Vendrás con nosotros?
Harry sólo alzó una ceja y miró a Petunia como si le hubieran crecido cuernos.
-No. Creo que no -Ella chasqueó la lengua y se dispuso a seguir a su marido y a su hijo. Pero antes sintió la necesidad de decirle algo más a su sobrino -Me alegra que no te hayan matado.
-Bueno. Yo también me alegro, en realidad -Harry sonrió tristemente y su tía agitó la cabeza.
-¿Vas a quedarte en la casa hasta que volvamos?
-No. Me voy a Inglaterra lo antes posible.
-¡Oh, bien! -Petunia siguió andando, pero volvió a detenerse -De todas formas, ven a cenar. Tenemos algunas cosas de las que hablar.
-¿Por qué has tenido que invitarlo?
-Teníamos cosas que decirnos, Vernon.
-¿Y por qué lo has dejado a solas con Dudley?
Petunia no respondió. Miró por la ventana y vio a Harry y a su hijo sentados en el porche de la casa. Llevaban mucho tiempo allí y no sólo no se habían peleado, sino que parecían hablar civilizadamente.
-No sé si me creerás, Harry -Decía Dudley con los ojos clavados en la nada. No tenía valor para enfrentarse a la mirada de su primo -Pero me alegra un montón que no te haya pasado nada.
-Gracias -Dijo él sencillamente, sorprendido porque, por primera vez en su vida, Dudley estaba demostrando ser capaz de decir dos frases con sentido seguidas -Tú tienes buena pinta. Las cosas no te van mal. ¿No?
-No... Bueno, he adelgazado. ¿Sabes? -Dudley sonrió, abochornado, y se pasó una mano por el pelo -El profesor Lawrence me ha ayudado mucho. Vive ahí enfrente.
-¡Oh! Hablé con él esta mañana. Parece agradable.
-Lo es. Gracias a él entré en el equipo de fútbol del colegio. Dicen que no soy del todo malo y a mí me gusta.
-¿Fútbol? Pensé que te iba más el boxeo, ya sabes.
Dudley se puso totalmente rojo y, aunque Harry sólo pretendió hacer una broma, su primo se lo tomó muy en serio.
-Mira, Harry. Cuando esas cosas me atacaron -Carraspeó, nervioso, y agitó la cabeza, como si pretendiera borrar esos recuerdos de su mente -Vi cosas que... Yo no sabía que era así. ¿Sabes?
-¿Así?
-Un gordo cabrón inútil y macarra.
-¡Oh! -Harry suspiró y sonrió, cabeceando y mostrando su conformidad.
-Yo... Yo me porté muy mal contigo. ¿Sabes? Y, aún así, me salvaste. Y ni siquiera de he dado las gracias por eso.
-Bueno, Dudley. Aunque fueras un gordo cabrón, inútil y macarra, no merecías que los dementores te quitaran tu alma.
-Ya -Dudley también sonrió y, de pronto, pareció como si le hubieran quitado un gran peso de encima -Gracias de todas formas.
Se quedaron en silencio. Harry miró de reojo a su primo, cabizbajo y avergonzado, y le palmeó la espalda amistosamente.
-Lo importante es saber cambiar a tiempo, y creo que tú lo has hecho. Se necesita mucho valor para hacerlo.
-No es como si me hubiera quedado otra solución, después de verle las orejas al lobo -Dudley rió y se incorporó un poco. Pareció meditar algo durante unos segundos y terminó por mirar a Harry -No quiero volver a Privet Drive.
-¿Qué?
-Me gusta vivir aquí. Tengo amigos nuevos y estoy pensando en aprender alguna profesión. Me gusta la mecánica.
-Pero, Dudley. Tu hogar está allí.
-El hogar de Dudley Dursley, sí. Pero el de Jake Murray está aquí y, francamente, me gusta más ser Jake que ser Dudley.
Harry parpadeó, asombrado por aquella revelación. Su primo parecía realmente preocupado y, por primera vez, se dio cuenta de que también tenía un cerebro dentro de su enorme y -antes- oronda cabezota.
-Si no quieres volver, díselo a tus padres. Tendrían que entender.
-¿Entender? Papá está obcecado con la idea de volver, y mamá está tan rara que a veces pienso que está enferma.
-¿Enferma?
-Ya no es la de antes, Harry. Y no sé que le pasa, pero algunas veces me gusta. Quizá ella tampoco quiera volver.
-Ella adora su vida en Privet Drive, igual que tu padre. Claro que quiere volver.
-No sé -Dudley frunció el ceño e, inconscientemente, miró hacia la casa del profesor Lawrence -Es raro. Es como si ya no le gustaran las cosas que solían gustarle.
-De todas formas, tienes que pensar en lo que tú quieres, Big-D.
Dudley cabeceó, dándole silenciosamente la razón. Harry no tenía ni idea de lo que iba a hacer su primo, pero sería lo correcto. Curiosamente no tenía dudas respecto a eso.
-Papá. ¿Me estás escuchando?
Martin salió de su ensimismamiento y miró a Sarah. La niña tenía el ceño fruncido y las manos en las caderas, signo inequívoco de que no estaba de muy buen humor. El hombre supuso que llevaba un buen rato hablándole sin obtener respuesta. Si había algo que Sarah odiaba, era ser ignorada.
-¿Qué me decías?
-Que me voy a dormir. Ya estoy cansada de ensayar. Dudo que pudiera hacerlo mejor por esta noche.
-Está bien. Hasta mañana.
A pesar del enfado, Sarah se acercó y le besó la mejilla. Y aunque era muy pequeña aún, se quedó mirando fijamente la casa de los Murray. Se mordió el labio un segundo, como meditando que hacer, y terminó por sentarse al lado de su padre.
-¿Por qué te interesa tanto esa mujer, papá? ¿Acaso te gusta?
Martin apretó ligeramente los dientes, pero no dio más señales de verse afectado por el comentario que, a pesar de los esfuerzos de la niña, no tenía nada de inocente. Era molesto que Sarah acostumbrara a darse cuenta de las cosas que pasaban a su alrededor, especialmente en momento como ese.
-A mí no me gusta demasiado, aunque Jake puede ser amable algunas veces.
-No es una mala persona, Sarah.
-Entonces. ¿Por qué estás tan... triste?
Martin la miró con suspicacia. Definitivamente no esperaba tanta suspicacia por parte de la pequeña. Porque sí, aunque tratara de convencerse de que nada le unía a Petunia, le ponía melancólico pensar que nunca podría estar tan cerca de ella como le gustaría.
-No estoy triste, Sarah.
-Yo creo que sí lo estás. Ya no bromeas tanto como antes y te ríes muy pocas veces...
-Los adultos no podemos estar haciendo bromas todo el rato, cariño, pero eso no significa que estemos deprimidos -Martin sonrió y, sin previo aviso, abrazó a su hija y le hizo unas cuantas cosquillas en la tripa -Además. ¿Cómo iba a estar alguien triste teniendo a alguien como tú para hacerle sonreír?
Si Sarah se dio por vencida, Martin no lo notó. La niña rió con ganas unos minutos, luchando por liberarse de las garras paternas, y después le abrazó con fuerza. No. Martin no había podido engañarla.
-No me importa que te guste alguien, papá. Pero odio que no estés contento por su culpa.
-No tienes que preocuparte por mí, Sarah. Sólo deberías pensar en divertirte y en el próximo recital de piano que, por cierto, es dentro de una semana.
-¡Pero si he estado toda la tarde ensayando! ¡Y tú no me has hecho ningún caso!
Martin rió, la abrazó nuevamente y la dejó ir.
-¿Tú no estabas muerta de sueño?
Sarah se encogió de hombros y subió a su habitación sin casi hacer ruido. Martin observó el piano unos segundos y llegó a la conclusión de que si Petunia quería marcharse, la pérdida no sería tan grande. Él tenía a su pequeña hija, y ella era lo único que realmente necesitaba para sobrevivir.
Justo en ese momento, alguien golpeó la puerta con suavidad. Martin se sorprendió al ver a Petunia allí. Ni siquiera la había visto llegar, así que no pudo disimular una mirada de turbación.
-Harry está aquí -Dijo sin más, entrando a la casa tal vez demasiado rápido.
-Ya lo sé. He conocido a tu sobrino esta tarde. Es un chico muy agradable.
Petunia parpadeó pero no dijo nada. Se paseó silenciosa por el vestíbulo, y cuando miró a Martin parecía angustiada por algún motivo.
-Ya podemos volver a casa.
-Lo suponía. Estaréis contentos.
-Bueno... -Petunia se mordió el labio inferior y se frotó las manos, nerviosa -En realidad Dudley quiere quedarse.
-¿En serio?
-Hemos estado discutiendo. ¿Sabes? Bueno, Vernon y Dudders han discutido. Yo sólo me he quedado ahí, callada.
-Tu marido debía estar realmente enfadado. Quedarse a vivir aquí no estaba en sus planes -Martin pronunció la palabra marido con tanta malicia como en su día empleara para hablar del cerdo con bigote.
-Culpa a mi sobrino. ¿Sabes? Cree que le ha comido la cabeza a Dudley o algo así.
-Tu hijo ya es mayorcito para tomar sus propias decisiones. Y, para serte sincero, mantenerse alejado de Vernon, incluso de ti, le hará mucho bien.
-No digas eso. Queremos a Dudley.
-Y gracias a ese amor ahora debe esforzarse el doble para encontrarse a sí mismo -Martin chasqueó la lengua, desdeñoso, y entró al salón. Se notaba agresivo y no le importaba. Sabía perfectamente lo que Petunia iba a decirle y eso le irritaba muchísimo.
-Sólo queríamos protegerlo...
-E hicisteis de él un inútil. Tu sobrino tiene suerte al no haber recibido el mismo trato que él.
-No tienes derecho a hablarme así, Martin -Petunia alzó un dedo, pasmada y casi furiosa. Definitivamente esa no era la conversación que esperaba mantener con ese hombre. Le dolió verlo tan desconfiado, tan amargado y abatido -Nuestra forma de educar a Dudley no te incumbe y, en cuanto a Harry. ¿Qué es lo que te ha dicho?
-No es lo que él me ha dicho, sino lo que no me ha dicho -Martin suspiró profundamente e intentó poner sus pensamientos en orden, cosa que no le resultó muy sencilla -No siente ningún aprecio por ti, Petunia. Y no sé lo que le habrás hecho, pero al menos debía sentir algo de cariño. Lo criaste desde pequeño. ¿Tan... despreciable fuiste con él? Porque yo apenas pasé unos años en casa de mis tíos y nunca pude pagarles todo lo que hicieron por mí.
-Te lo repito, Martin. No es asunto tuyo. Tú no estabas allí. Éramos Vernon y yo los que teníamos que tomar las decisiones.
-Yo no estuve allí porque tú me echaste a patadas -Siseó muy bajito, temiendo que Sarah pudiera oírlos. Petunia escuchó la acusación y dio un paso atrás, algo intimidada por esa figura masculina emanante de dolor. -Podría haber sido diferente.
-Lo siento -Dijo ella sencillamente, obligándose a mantener los ojos abiertos y fijos en él. Así, pudo verlo encogerse levemente, controlando sus emociones para, a continuación, mirarla acusadoramente.
-Vas a hacerlo otra vez. ¿Verdad?
-Martin, yo...
-Te aseguro que no me sorprende -Martin rió amargamente, paseando por la estancia como un animal enjaulado -Lo esperaba desde el primer día. Nunca creí ninguna de tus promesas. Ni por un segundo.
-Lo siento, Martin. Entiende...
-No hay nada que entender, Tuney. Llevo todo el día sabiendo como acabaría esto, desde que vi aparecer a tu sobrino. Sólo vete. No lo hagas más difícil.
-¿Y si esta vez no quiero irme? ¿Y si prefiero quedarme aquí con Dudley? Y contigo...
-Pero no lo harás, así que déjame en paz de una puta vez.
Petunia llenó sus pulmones de aire y retrocedió. Se moría de ganas por quedarse. Quería abrazar a Martin y decirle que lo quería muchísimo y que no volvería a dejarlo nunca, pero no era fácil. Él ni siquiera quiso escucharla. Tal vez, si hubiera intentado convencerla todo habría sido más sencillo para todos, pero no. Martin se había rendido y ella sabía perfectamente lo que debía hacer, aunque no fuera realmente lo que quería. Aunque tuviera que dejar atrás tantas cosas amadas e inolvidables.