Tres viñetas más. De todo un poco.

Nov 24, 2007 23:08

Estoy totalmente traumatizada. Ayer, pobre de mí, me senté tranquilamente a comer con el telediario puesto, cuando escuché una noticia que todavía no logro asimilar. No tiene nada que ver con los políticos, ni con el cambio climático, ni con ninguna desgracia de esas que son tan habituales. No, señores, no. Tiene que ver con Estados Unidos y Barrio Sésamo. Suena raro, lo sé, pero la noticia es rara de por sí.

Yo he crecido con Barrio Sésamo. Soy de las que se preguntan por qué coño Espinete estaba todo el día en bolas y se ponía el pijama para ir a dormir. También soy de las que sólo saben contar hasta 12, gracias al PinBall y al conde Draco. En ocasiones, incluso me pregunto que relación existe exactamente entre Epi y Blas, y creo firmemente que son algo más que amigos. Pero ese no es el punto. Barrio Sésamo tenía muchas cosas buenas. Entretenía y a mí me encantaba. Estaba casi enamorada de Coco y de Trake, el monstruo de las galletas, y por eso, ahora no puedo dejar de pensar en lo que dicen los americanos.

Barrio Sésamo no es un programa para niños. Sí. Habéis leído bien. Porque Barrio Sésamo tiene cosas muy, pero que muy malas. Por ejemplo, convierte a los niños en homosexuales (por eso que os decía yo de Epi y Blas), hay espectáculo zoofílico (mira tú, que crimen tiene que la Gallina Caponata juegue con los niños), alienta la monstruosidad (¿? Debe ser por el pobre Trake, con lo que yo lo quiero), y favorece las ralaciones extramatrimoniales (ahí sí que no sé que decir). Bueno, eso y muchas cosas más. Y aquí, es cuando yo digo:

¡Qué es Barrio Sésamo, joder! ¡Barrio Sésamo! ¿Se puede decir algo más? Si es que a este Bush y a sus amigos se les va la perola. Menos mal que no le queda mucho tiempo de gobierno. ¡qué es Barrio Sésamo, joder!

Y una vez utilizado este espacio como psiquiatra, voy a lo que iba. Las viñetas. Tengo dos de Petunia y una de Neville. Por aquí os las dejo. Ojalá podáis disfrutarlas después de lo que acabo de decir. Un saludo.

Pd: ¡Qué es Barrio Sésamo, joder!

PETUNIA

Tema: #25 - Labios

¿Vernon te ha besado ya, Tuney?


-¿Qué trola les has soltado a tus amigas para que piensen que aún necesitas clases de dibujo?

Martin estaba sentado frente a ella, junto a la chimenea, realizando algunos trazos discontinuos en una hoja de su misterioso bloc. Petunia estaba concentrada en los deberes de matemáticas. Ninguno de los dos había hablado mucho esa tarde. Hacía mucho frío y ambos estaban como amodorrados. Un rato antes, había empezado a nevar, y Rose Evans les había llevado una taza de té y unas pastas de chocolate. Petunia se sentía muy a gusto en compañía del chico. Desde que se reconciliaran, Martin se mostraba muy afable y tranquilo, y no habían vuelto a discutir. Era genial poder compartir el silencio con él. Aunque Lawrence no fuese capaz de permanecer mucho tiempo callado cuando estaban juntos. Por algún motivo, se ponía un tanto nervioso.

-Les he enseñado mis bocetos para el nuevo trabajo, y han comprobado que son un auténtico desastre.

-¿Lo son?

-Lo parecen, al menos.

Martin sonrió y, estirando los brazos todo lo que pudo, se acercó a ella y se sentó en la silla de enfrente. Petunia alzó la vista y se encontró con aquellos ojos verdes observándola fijamente.

-¿Qué haces?

-Te miro.

-¿Por qué?

-Porque me apetece hacerlo. ¿Te molesta?

Petunia negó con la cabeza. Se había puesto colorada. Martin esbozó una de sus sonrisas de hiena y le arrebató el lápiz de la mano, corrigiendo un error en sus deberes.

-¡Oh, pequeña Tuney! ¿Qué va a ser de ti, si no sabes despejar correctamente la incógnita de una ecuación?

-Además de ser bueno dibujando. ¿Se te dan bien las mates?

-No mucho, la verdad, pero es que tú eres realmente patética. Y, francamente, empezabas a darme un poco de pena.

Petunia le dio un codazo entre las costillas. Martin rió suavemente y se alejó de ella, temeroso de un nuevo ataque.

-Eres idiota, Lawrence.

-Gracias. Siempre es bueno saberlo.

Petunia frunció el ceño. Algunas veces, Martin sabía ser molesto, aunque últimamente sólo se mostrara juguetón, sin verdaderas ganas de ofender a nadie.

-¿Sabe ya Dursley que no se te dan bien las matemáticas?

-¿A qué viene eso? -Petunia entornó los ojos, un poco confundida.

-Bueno. Dursley afirma que os vais a casar muy pronto, y supongo que querrá una mujer que sepa llevar las cuentas de la casa. Aunque, conociéndolo, y con lo tacaño que es, dudo que te deje meter las narices entre sus facturas y demás.

Petunia torció el gesto. Martin solía burlarse de su noviazgo con Vernon. Unas veces con más amarguras que otras, pero siempre en tono irónico, alegre. Petunia acostumbraba a fingir indignación, aunque nunca se sentía realmente enfadada. Había descubierto que no podía enfadarse con ese chico aunque quisiera.

-¿Y? Mejor para mí. Una cosa menos por la que preocuparme.

-¡Oh! ¿Y cómo piensas conseguir el dinero para tus chucherías?

Martin estaba muy picajoso esa tarde. Petunia soltó un bufido, resignada ya a no poder seguir con sus estudios. Al parecer, Lawrence tenía ganas de charla.

-Muy fácil. Pidiéndoselo. Además. ¿A ti que te importa?

-Bueno. Si algún día me caso, yo sí que dejaré que mi esposa enrede en mis facturas y controle el dinero. Ya sabes.

Le guiñó un ojo. Petunia se ruborizó aún más, sin saber muy bien a dónde les llevaría aquella extraña conversación. La indirecta de Martin había sido demasiado obvia y, aunque pareciera estar bromeando, tenía un brillo de genuina seriedad en la mirada.

-Pues espero que tu mujer no sea muy caprichosa, o terminará arruinándote -Espetó ella, orgullosa de salir del paso con cierta dignidad.

-También es verdad -Martin volvió a estirar los brazos y recuperó su lugar junto a Petunia -¿Puedo hacerte una pregunta... íntima?

Petunia se encogió de hombros. Se la haría de todos modos.

-¿Dursley te ha metido ya la lengua hasta la garganta?

Petunia abrió desmesuradamente los ojos, dio un respingo y se atragantó con su propia saliva. Martin rió alegremente. Era evidente que había esperado que reaccionara de esa manera. ¡El muy cabrón!

-¿Qué...?

-¡Oh, tienes razón! Seré un poco más sutil. Una buena chica conservadora como tú no debería escuchar cosas como esa -Martin se pasó los dedos por la ropa con aire distraído y, seguidamente, la fulminó con sus cautivadores ojos verdes -¿Vernon te ha besado?

Petunia parpadeó. ¿Aquello estaba pasando de verdad? ¡Pero si ella nunca hablaba de esas cosas con nadie! Ni siquiera con sus amigas. ¿Qué demonios se creía Martin que estaba haciendo?

-¿A ti que te importa?

-Me preocupa el pobre Dursley -Martin fingió inocencia, sin dejar de mirarla fijamente, acercándose un poco más a ella. Petunia ni siquiera pudo moverse -Si no te ha besado aún, debe sentirse muy frustrado. ¿Sabes?

Petunia negó con la cabeza. Estaba roja como un tomate. Lo sabía. La cara le ardía y podía escuchar los latidos de su corazón, mientras Martin alzaba una mano y, con delicadeza, la posaba en su barbilla. Era la primera vez que alguien la tocaba de una forma tan íntima, y a ella se le olvidó que necesitaba respirar para seguir viviendo.

-Con esos labios tan bonitos que tienes -Martin chasqueó la lengua, desviando la mirada hasta su boca -Bueno, son un poco pálidos, y tienes la fea costumbre de fruncirlos hasta que parecen una horrorosa línea recta, pero... Si sólo sonrieras un poco más. Y son tan suaves.

Petunia no supo en qué momento él había empezado a tocarle ahí, justo en sus finos y poco agraciados labios. A ella nunca le habían gustado demasiado, pero por primera vez los sintió especiales, mientras Martin los acariciaba y contemplaba con veneración.

-¿Puedo?

-¿Qué puedes?

-Hacerlo.

-¿Qué?

-Esto.

Y lo hizo. Sin esperar respuesta. Sólo porque a él le apetecía y había conseguido dejar a Petunia paralizada y sin palabras. Muy despacio, apartó su mano y se inclinó hacia ella, con los ojos cerrados y el gesto decidido.

La besó.

Apenas un roce, sí, pero la besó. Su primer beso.

Petunia abrió los ojos mucho más que antes y todo su cuero se puso en tensión. Se sintió un poco asustada, hasta que descubrió que aquello no estaba mal y se relajó, aferrándose con algo de timidez al cuello de Martin. Fue lo único que él necesitó para agarrarla por la cintura y solicitar permiso para llevar ese beso un poco más allá.

Petunia sintió la suave humedad en sus labios y los abrió un poquito, con algo de temor. Enseguida sintió que su cuerpo se convulsionaba y su mente se quedó en blanco. Cerró los ojos. Era genial. No había otra forma de describirlo. Maravilloso.

¿Cuántas veces había soñado con su primer beso? Muchísimas. ¿Cuántas de sus expectativas se habían cumplido? Casi todas. Quizá, nunca había imaginado que su primer beso sería con alguien como Martin, en el mismísimo salón de su casa, mientras estudiaba matemáticas. No sonaba romántico, pero había sido fabuloso y, cuando Lawrence se separó de ella, sonriéndole con la mirada, supo que nunca volvería a sentir lo mismo cuando un chico la besara. Aquel momento quedaría guardado en su memoria para siempre.

-Sabes a té -Le susurró Martin al oído, rozando su mejilla con las yemas de los dedos.

Petunia alzó una ceja. ¿Té? No sabía si escuchar aquello después de lo que había pasado era o no apropiado.

-No -Musitó ella, recuperando un poco el control sobre sí misma.

-Sí que sabes a té -Insistió Martin, sin dejar de sonreír.

-No, Lawrence. Vernon no me ha besado todavía. Y me alegro de que no lo hiciera.

Martin se quedó serio y, por primera vez, le llegó a él el turno de sonrojarse. Petunia se alegró por ello. Ya estaba bien de que él siempre terminara avergonzándola a ella; por primera vez, le había ganado la partida, aunque él no pareció afectado por eso. De hecho, soltó una alegre carcajada y, de un salto atlético, volvió a su lugar junto a la chimenea.

-Será mejor que intentes despejar las puñeteras incógnitas. Yo estaré aquí, dibujando a una futura cateada.

Petunia sólo sonrió. Se sentía demasiado abrumada para hacer otra cosa y, sin duda alguna, suspendería las matemáticas. ¿Qué podía ella hacer?

Tema: #27 - Deseo

De secretos y amantes.


-Ha sido genial. Karl es tan... dulce.

Sophie y Heather suspiran. Martha sonríe, haciéndose la interesante, y se recuesta en la cama, junto a Petunia. Su amiga permanece extrañamente silenciosa esa tarde, y que le crezcan unos cuernos enormes si no averigua lo que le ocurre esa tarde.

-Entonces... ¿Vais a repetir?

-¡Oh, joder, sí! Lo antes posible.

Sophie y Heather ríen, dando saltos nerviosos. Sin previo aviso se abalanzan sobre Martha y le aprietan las mejillas y le dan fuertes abrazos de oso. La chica intenta resistirse durante unos segundos, pero no le queda más remedio que dejarse hacer. Petunia se levanta, con una sonrisa misteriosa en el rostro, y se sienta en el alfeizar de la ventana.

-Estás muy callada, Petunia. ¿No tienes nada que contarnos?

Martha ha decidido lanzarse de una vez. Procura que su mirada sea lo suficientemente perturbadora como para que Petunia confiese en ese mismo momento, pero no está segura de lograrlo. Al menos Evans no parece demasiado afectada.

-¿Yo? ¿Qué queréis que os cuente yo?

-No sé... ¿Vernon y tú no...?

Sophie hace una mueca de desagrado, pero no dice nada. Por el contrario, la mira con interés, esperando su respuesta.

-Lleváis muchos meses juntos, no sería nada raro.

-De hecho, lo extraño sería que no te haya metido mano aún.

Silencio. Petunia se siente un poco acorralada. Realmente no tiene muchas cosas que contarles. Al menos, relacionadas con Vernon Dursley.

-Bueno -Dice, segura de que esa será la única forma de que la dejen en paz sin tener que confesar la verdad -Nos hemos dado un par de magreos, pero nada más.

-¿Segura?

-Te garantizo que sí, que estoy segura.

Martha parece decepcionada. Aunque, pensándolo bien, Dursley es de los que van por ahí diciendo que a la novia había que respetarla hasta el matrimonio. Estupideces, sí, pero es que Vernon no era precisamente como Karl. Ni como Karl ni como ningún otro chico que hubiera conocido.

-¿No tenéis pensado...?

-A Vernon no le gusta hablar de eso.

Y, para ser sincera consigo misma, a Petunia tampoco. La idea de tener sexo con Vernon no le atraía demasiado. No después de Martin y su tarde apasionada en casa de sus tíos. De hecho, todavía no entendía qué pintaba ella al lado de ese chico, cuando lo único que le apetecía era estar con otra persona. Quizá, porque con Vernon todo era mucho más fácil. Porque ella siempre había creído querer lo que él podía ofrecerle. Sí, tal vez por eso, y porque Martin era menos... Dursley. Lo cual estaba muy bien. Realmente bien.

-Pues no sabéis lo que os perdéis. Porque cuando Karl...

Y Martha prosiguió con aquellos vergonzosos detalles sobre su primera relación sexual con su novio Karl. Petunia no creía que todo fuera tan bonito como ella afirmaba. Para ella, al menos, aquella primera vez fue un auténtico desastre. Y para Martin también, por supuesto.

Sus tíos habían tenido que volver a viajar a Londres. Últimamente lo hacían con bastante regularidad, y Martin prefería quedarse en casa, supuestamente para estudiar. La realidad era que aprovechaba para llevar a Petunia allí y pasarse las tardes tirados sobre la alfombra, frente a la chimenea, morreándose hasta quedarse sin aliento.

Petunia no sabía cómo había ocurrido. Sólo que, de pronto, se había sorprendido a sí misma acariciando osadamente a Martin sobre el pantalón, y que él había gruñido en respuesta, mirándole con confusión y los ojos plagados de deseo.

-¿Quieres que...? -Había dicho él, con voz temblorosa, apartándose unos centímetros.

-¿Tú ya has...? -Martin negó con la cabeza, un poco apenado. Y pensar que iba dándoselas de amante experimentado. Petunia había sonreído y lo atrajo hacia su cuerpo para besarlo -Yo tampoco.

-Podríamos...

-Sí. Podríamos.

Era curioso como Martin perdía la capacidad para decir una sola frase coherente (y completa). Después de aquella breve pero intensa conversación, habían vuelto a besarse, mientras sus manos trazaban caricias osadas y la ropa desaparecía por completo. Y, aunque ninguno de los dos hubiera hecho eso antes, ambos parecían saber perfectamente en qué terminaría todo.

-Deberíamos usar una cosa de esas -Gruñó él, entre las piernas femeninas, a punto de explotar.

-Por una vez, no pasará nada.

Martin había dudado. A pesar de todo, él también sabía ser responsable. Pero Petunia había estado decidida y él se había dejado llevar, internándose en su cuerpo torpe y profundamente. Y había dolido. ¡Joder, sí había dolido! Martha era una mentirosa. La primera vez era una mierda, porque nadie hubiera podido tener más cuidado que Martin, y ella había sentido cómo si la partieran por la mitad. Aunque, para ser justos, luego había mejorado un poco. No hubo placer, al menos para ella, pero al final no había sido tan malo y, al menos, Martin lo había disfrutado. Fue evidente cuando soltó un gemido ronco y se desplomó sobre ella, abrumado por lo que acababa de sentir.

-¡Joder! -Había dicho, antes de volver a besarla. Con más calma, tiernamente -¿Te ha dolido?

Petunia no se había movido, y Martin entendió esa respuesta. La acurrucó contra su pecho, aún tumbados sobre la alfombra, y la acarició hasta que ambos estuvieron demasiado aletargados como para seguir allí sin quedarse dormidos. Martin la había llevado a casa, le había dicho que estaba deseando volver a verla, y se había ido.

Después, pasaron un mes sin tocarse. Petunia estaba paranoica. Hasta que no tuvo el periodo de nuevo, estuvo segura de que estaba embarazada. Martin casi era burlón algunas veces, instándole a tranquilizarse. Había jurado que no la dejaría tirada. En broma, sí, pero Petunia lo había creído. Él afirmaba que sólo eran tonterías porque la nueva experiencia la asustaba, y debió ser así, porque en cuanto descubrió que sus temores eran estúpidos, se arrojó sobre el cuello de Martin y se lo comió vivo en el asiento trasero del coche del señor Lawrence. Y, después de esa vez, hubo más. Muchas más.

Habían descubierto algo que les gustaba a ambos y que ninguno podía controlar. Petunia lo deseaba aunque Martin no estuviera junto a ella y, esa tarde, mientras escucha hablar a sus amigas, no puede dejar de pensar en él. En su pelo negro y lacio, su cuerpo huesudo, sus labios sensuales y sus ojos vivaces y provocadores. Y decide que tiene que irse. Porque lo necesita y no puede esperar más.

Se marcha sin muchas explicaciones. Heather y Martha la miran con extrañeza, pero Sophie, su buena amiga Sophie, parece comprender algo más que las demás. Nunca relacionado con Martin. Nadie podría relacionarla con Martin. Nunca.

Va directa a su casa. Y es una lástima que los Lawrence estén ahí, porque, aunque ella de la impresión de ser una buena chica, Martin la vuelve loca. Y se muere por entrar directamente a la vivienda, quitarse la ropa y tirarse encima de él esté donde esté. Es una locura, pero el deseo suele perturbar su razón.

Le abre su tía. Es una mujer amable, amante de la música clásica. Suena El lago de los cisnes, inundando todos los rincones de la casa. A Petunia eso se le antoja terriblemente romántico y sube las escaleras con decisión, hasta su cuarto. Él está dibujando, como siempre, y cuando escucha el ruido de una puerta al cerrarse, a penas puede reaccionar. Petunia ya está junto a él, los brazos enredados en su cuello, besándolo con ansia, como si estuviera sedienta de él. Porque realmente lo estaba. Y él no tarda en responder, gratamente sorprendido.

-Mis tíos... -Acierta a decir, en un instante de claridad mental.

-No nos oirán. No haremos mucho ruido.

Y procuran dominarse, pero no es fácil. Afortunadamente, la música está muy alta. Petunia sabe que, irremediablemente se excitará cada vez que escuche alguna pieza musical de Tchaikovsky. Pero no le importa, porque esa tarde todo es realmente genial. No siente ninguna envidia de Karl, Martha y su genial primera vez. Y no piensa en Vernon ni un segundo. No es fácil hacerlo mientras está tumbada junto a Martin, acariciando sus huesudas caderas y escuchando los acompasados latidos de su corazón.

-Eres una depravada -Gruñe él, una vez recuperada la capacidad de respirar -Me siento violado.

-Cállate, por favor.

Él sonríe, besándola con calma. Él siempre parece estar tranquilo. Petunia a veces se siente como si realmente fuera una depravada. Cuando el deseo la vence, le cuesta un gran trabajo reconocerse a sí misma.

-Algún día, tendré que dibujarte desnuda. Estás preciosa.

La sugerencia le suena a broma, así que sonríe, ignorando que él habla en serio. Lo ve un segundo después, cuando él le dedica una de sus sonrisas de hiena.

-No hablas en serio. ¿Verdad?

-Tú sabes que siempre hablo en serio. Quiero pintarte desnuda.

-Estás loco. ¡Si ni siquiera me dejas ver tus dibujos!

-Serán todos tuyos si me dejas hacerlo.

-Ni lo sueñes. Y no me chantajes.

-No es chantaje. Es un trato -Martin se incorpora, muy serio -Te doy mi palabra.

Petunia permanece callada. Ese cabrón está como una chota. Sin duda.

-¿Tú quién te piensas que soy?

-Mi novia no, eso está claro -Martin frunce el ceño -Eres mi mejor amiga especial. Y los mejores amigos especiales se hacen favores los unos a los otros.

-Sí. Pero no se pintan desnudos.

-Y tan poco deberían follar, pero -Le susurra esas palabras y Petunia enrojece. ¡Cabrón! -Vamos, Tuney. Sólo será para nosotros dos. Nadie tiene que ver el cuadro. Sólo nosotros.

-¿Cuadro? -Petunia frunce el ceño. Verse a sí misma en un cuadro de verdad no suena mal. ¿Pero desnuda?

-¡Claro que sí! No esperarías otra cosa. ¿Verdad? Sería un trabajo serio. Quiero que poses para mí hasta que lo termine.

Lo pensó un momento. ¡Un cuadro! Se sentía halagada. Pero desnuda.

-Me da vergüenza, Martin.

-No debería. Estarás preciosa, seguro.

Pero no logró convencerla. Era pronto. Petunia podía ser muchas cosas cuando perdía la cabeza, pero no estaba tan loca como para exponerse de esa forma. No todavía, al menos.

NEVILLE

Tema: #24 - Reloj

Augusta Longbottom siempre ha estado muy apegada a las viejas tradiciones.


La tradición mágica decía que, al cumplir diecisiete años, cada joven mago debía recibir un reloj como obsequio. Augusta Longbottom, como buena sangre pura que era, estaba realmente apegada a aquellas tradiciones y, aquella tarde de julio, había pedido a Neville que la acompañara al despacho de la mansión familiar. Su único nieto la había mirado con temor y desconfianza, como casi siempre, pero no había dudado ni un segundo en seguir sus instrucciones.

Augusta lo observó detenidamente. El chico había crecido mucho. Era tan alto como el pobre Frank, aunque algo más robusto y desgarbado que aquel. Sus facciones parecían haberse endurecido y su mirada era mucho más serena y firme, incluso cuando se enfrentaba a ella. Augusta sabía que había sido muy dura con el chico. Desde niño, no había dejado de compararlo con sus padres. Había necesitado muchos años para comprender que Neville no era ni Frank ni Alice. Tenía muchas cosas de ellos, sí, pero no era igual a ninguno de los dos. Y eso no estaba mal, porque Neville era único y Augusta estaba aprendiendo a quererlo y respetarlo por sí mismo.

Empezó a mirar a Neville con otros ojos cuando ocurrió todo aquello del Ministerio de Magia. Cualquier otra anciana bruja se hubiera sentido horrorizada, pero Augusta se sintió orgullosa de su nieto por primera vez. Había demostrado ser un chico valiente, alguien dispuesto a luchar por sus ideales. Un buen Gryffindor. La parte de organizar grupos de lucha clandestinos y enfrentarse a la mismísima directora de Hogwarts, era algo secundario. Después de todo, Augusta no soportaba a Dolores Umbridge. Que Neville hubiera sido capaz de enfrentarse a ella, era simplemente maravilloso.

Augusta había comprendido que Neville se estaba convirtiendo en un hombre. Lejos habían quedado los tiempos en que pensaba de él que sería un squib. Le horrorizaba saberlo solo e indefenso porque, en cierta forma, lo estaba desde que tenía apenas unos meses de vida. Augusta nunca había querido pensar en lo que ocurriría con Neville cuando ella tuviera que abandonar el mundo de los vivos. Con sus padres internados en San Mungo, incapacitados por completo, el chico debería aprender a defenderse solo. Por eso, había sido tan dura. Por eso, se sentía tan satisfecha. Porque miraba a Neville y, aunque era muy joven, lo creía capaz de salir adelante sin ayuda. Cuando terminara su andadura en Hogwarts y abriera sus ojos al mundo real, Augusta casi podría respirar tranquila.

-Feliz cumpleaños, Neville -Dijo con gravedad. El día estaba llegando a su fin, y la mueca de alivio que surcó el rostro del joven no le pasó inadvertida. Augusta había sido cruel una vez más, esperando hasta el último momento para felicitarle, pero había merecido la pena.

-Gracias, abuela.

-A partir de hoy, eres un mago adulto -Augusta habló con gravedad, consciente de la importancia de aquel momento -No creo necesario repetirte todas las cosas que espero de ti. Sabes perfectamente que debes mantener bien alto el nombre de nuestra familia, honrar la memoria de tus padres y servir a la comunidad con honor y fortaleza.

A Augusta, su discurso le pareció vacío y, a juzgar por su expresión, Neville no pareció satisfecho. El chico esperaba algo menos formal, y la anciana se sintió molesta. Ella no lo había planeado así. Quería sonar solemne pero afectuosa, y había fracaso estrepitosamente.

-Están vivos -Gruñó el chico por lo bajo. A Augusta le costó entender lo que quería decir -Mis padres. Están vivos. No tengo que honrar su memoria. Tengo que honrarles a ellos.

Augusta no dijo nada. ¿Qué podría decir, cuando el chico tenía tanta razón? Durante años, había hablado de Frank y Alice como si estuvieran muertos. Cuando iban a verlos, los trataba como si fueran auténticos desconocidos, y eso le dolía a Neville. Jamás lo había dicho abiertamente hasta ese día, y Augusta se sintió culpable por infringirle aquel daño al chico. Un daño que no había merecido ni Neville, ni sus padres, ni ella misma, pero que había sido necesario. No era fácil enfrentar la situación de su pobre Frank y la desdichada Alice. Para una madre, era insoportable ver a un hijo en aquellas circunstancias. Para Neville, debió ser absolutamente horrible.

-Por supuesto, Neville. Por supuesto.

El chico cabeceó y pareció relajarse un segundo. Augusta siguió observándolo. Sus facciones se habían vuelto duras al hablar de sus padres. Un hombre. Su nieto era un hombre. Ella podía sentirse orgullosa. Sí. Neville era fuerte.

-Este reloj fue de tu padre -Augusta mostró el elegante objeto con decisión. Era una pieza sencilla, con una cadena plateada y la esfera brillante. Austera y muy hermosa -Pertenece a la familia desde hace generaciones y ahora te corresponde el honor de conservarlo. Desgraciadamente, a tu padre ya no le sirve de mucho.

Durante un segundo, Augusta temió que Neville fuera a rechazarlo. Frank estaba vivo, y la costumbre decía que un mago solo podía heredar el reloj familiar cuando su padre fallecía. Pero la situación del brujo era excepcional, y la anciana esperaba que su nieto comprendiera.

-Muchas gracias, abuela -Finalmente, Neville estiró la mano y aceptó el presente. Curiosamente, se le veía emocionado y Augusta sonrió cálidamente -Cuidaré bien de él.

-Sé que lo harás, hijo. Sé que lo harás.

Palmeó su espalda. Neville se puso en pie y la miró con indecisión, dudando entre marcharse o quedarse allí, esperando a que ella añadiera algo más. Finalmente, echó a andar hacia la puerta, pero no llegó a salir. De forma impulsiva, como si se tratara de un niño pequeño, dio dos largas zancadas hacia Augusta y se aferró a su cuello, regalándose el abrazo que llevaba todo el día necesitando. Augusta retuvo el aire en los pulmones, dispuesta a recriminarle su actitud, pero. ¿Qué demonios? Era el cumpleaños de Neville y ella también necesitaba despedirse del niño que un día fue, así que lo abrazó con inusitada fuerza y permanecieron así hasta que, demasiado turbado, Neville se retiró, el reloj de su padre apretado entre sus dedos, y con la felicidad titilando en la mirada. Había sido uno de los mejores cumpleaños de su vida.

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