parte 2 ―Hoy te ves contento. ¿Ha pasado algo?
Dan sonríe y asiente con la cabeza.
―El otro día tuve una cita.
―Eso es genial, Dan.
―Bueno, no era una cita-cita. Nos encontramos y fuimos a tomar café; pero fue genial. Hacía tiempo que no salía a tomar algo con alguien que no fuera Nate o Serena o Blair
―¿Y qué tal fue?
―Bien, ya sabe. Estuvimos hablando de libros y de cine. Le hable de mi nueva novela y parecía interesada.
―Me alegro mucho. ¿Puedo preguntar cómo se llama?
―Tessa. Se llama Tessa y es… es genial.
―Me alegro mucho por ti ―le dice con una sonrisa sincera―. Tengo los resultados de la prueba que hicimos el otro día
Hablan sobre la prueba y sobre lo que significa, sobre cómo va a seguir el tratamiento a partir de ahora, le explica sobre la nueva medicación y los nuevos ejercicios que debe empezar a hacer. Le pregunta sobre la gente que ve y Dan se esfuerza en contestar y no quedarse callado. Al final se le va todo el buen humor con el que había entrado.
Está cogiendo las llaves de la encimera cuando oye los pasos corriendo y el ruido de unas ruedas en el pasillo. Abre la puerta con curiosidad mientras se pone la chaqueta y ve como pasa ante él una camilla, con un cuerpo en ella tapado con una sabana, siendo arrastrada por dos camilleros. Al final del pasillo puede oír al viejo Trickland llorando desconsolado en los brazos de su hija Monic.
―¿Hank? ―le pregunta su hijo que camina tras los camilleros― ¿Qué ha pasado?
Él le mira con cansancio, tienes los ojos rojizos y aguados, como si quisiera llorar pero no se lo permitiera a si mismo.
―Es mamá ―responde él deteniendo su paso―. Se desvaneció mientras Monic y ella lavaban los platos.
Dan asiente sin saber que decir y deja que él otro se marche tras los paramédicos al hospital. La señora Trickland ha muerto, la amable ancianita que siempre les daba manzanas de caramelo a su hermana y a él, ha muerto. Intenta pensar en la última vez que la vio, no parecía que fuera nada mal con ella, estaba tan feliz y contenta como siempre mientras volvía del mercado y le prometía unas galletas caseras. También recuerdas los números que vio sobre su frente y que cada vez ve más y más, esos números y esas imágenes que le vienen en flashes.
Retrocede y se mete en su piso, siente que le falta el aire, que no puede respirar, se tira de la ropa para quitársela porque siente que le asfixia y se tiene que sujetar a la encimera para poder andar porque siente que las piernas no serán capaces de soportarle. Las manos le tiemblan cuando coge el teléfono y llama a la doctora Santino.
―¿Dan? ¿Pasa algo? ―le pregunta al otro lado de la línea.
―No puedo… no puedo respirar… ―dice como puede sintiendo que cada vez le falta mas y mas el aire― no puedo…
―Dan escúchame, tranquilízate. Quiero que te sientes y que cierres los ojos. Concéntrate en mi voz, Dan. ¿Lo estas haciendo? Concéntrate en mi voz, olvida lo que te rodea y escucha mi voz. Inspira y expira. Inspira y expira.
Dan hace lo que le pide, se sienta en una banqueta y cierra los ojos, pensando solo en la voz relajante de su terapeuta, tomando aire y expulsándolo lentamente, una y otra vez hasta que puede volver a respirar con normalidad.
―Gracias doctora ―le dice con la voz algo ronca cuando vuelve a poder respirar con normalidad.
―¿Va todo bien, Dan? ¿Qué ha pasado?
―No podía respirar ―carraspea un poco y luego sigue hablando―, la ropa me ahogaba, mi vista se ponía nublosa… ha sido una pesadilla. Como lo que me pasaba al principio pero peor.
―Por lo que describes, acabas de tener un ataque de pánico.
―Nunca habían sido así.
―Lo importante es que lo has superado. Hablaremos de ello cuando vengas a la consulta mas tarde.
―No. No voy a ir. No voy a salir de casa. No.
―Dan…
―¡No! ―le grita y casi mientras lo hace ya se está arrepintiendo de ello. Ella solo quiere ayudarle. Respira hondo y vuelve a hablar, esta vez con un tono más normal―. No voy a ir. Me voy a quedar aquí y no voy a ir.
―Entonces iré yo.
―No. Usted… usted no va a venir. Se va a quedar en su consulta y se va a olvidar de que soy su paciente. Se acabo, he terminado con esto de la terapia.
Luego cuelga el teléfono y lo lanza contra el sofá. Ve la chaqueta que se acaba de quitar a unos metros de donde está y se acerca a ella a gatas, rebusca en el bolsillo interior de la chaqueta mientras los dedos le siguen temblando y saca la petaca que siempre lleva encima. La vacía de un trago, sin hacer ninguna muesca por el fuerte sabor. Es irónico, antes no era capaz ni de tomar tres tragos de whisky antes de quitarse los zapatos y bailar Madona, lo sabe, le ha pasado; y ahora vacía la petaca de petaca de un trago sin darse cuenta. Sin ponerse en pie siempre arrastrándose por el apartamento hasta la estantería de los licores.
Su padre escondía allí las bebidas cuando su hermana y él eran más jóvenes. Parecía creer que no lo sabían, que en el armarito de abajo, detrás de los discos de vinilo de “Johnny Thunders and the Heartbreakers” y “Blondie”, su padre guardaba una botella de coñac y una de ginebra. Ahora, años después de que su padre se fuera a vivir con Lily y el loft se convirtiera en suyo, ese sigue siendo el escondite de alcohol. La diferencia es que donde antes había dos botellas ahora hay media docena.
Dan mete la mano y saca la primera botella que ve, Coñac. Le da un trago y se deja caer tumbado sobre el suelo.
Alguien le despierta horas después, es la doctora Santino, arrodilla a su lado y zarandeándole para que despierte. Dan se lleva la mano a los ojos y se protege de la luz de la bombilla, tan brillante y molesta que le dan ganas de romperla. Alguien le coge del brazo, y tira de él para que se incorpore, al abrir los ojos ve a su padre, preocupado y algo decepcionado.
―¿Estas bien, hijo?
―Sí… no te preocupes.
Siente la boca pastosa y que a su cerebro le cuesta procesar palabras. No mira a su padre a la cara, tiene miedo de hacerlo y ver los números que decidirán su destino, no se siente con fuerza de sobrellevarlo, ni ahora ni nunca.
―Gracias por haber venido tan rápido señor Humphrey
―No ha sido nada ―responde incorporándose―. Os dejare para que habláis.
Rufus se despide de su hijo con un apretón en el hombro y sale del loft. El sonido de la puerta al cerrarse es como el de una bola de demolición para dar, demasiado fuerte, demasiado molesto. Se pone de pie tambaleante y camina hacia el sofá haciendo girar la cabeza y haciendo crujir las vertebras del cuello.
―Veo que te has montado una pequeña fiesta.
Mira a su alrededor y se encoge de brazos intentando no parecer todo lo avergonzado que se siente por las botellas vacías que hay en el suelo. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, acabar con todo el alcohol de la casa y caer dormido en cualquier parte; desde los primeros días de la terapia, en aquellos primeros días en que no podía salir a la calle y se odiaba un poco por su debilidad.
―Si bueno… usted también bebería si hubiera matado a alguien ―responde tumbándose y cubriéndose los ojos con el antebrazo.
―¿De qué hablas?
―He estado viendo estos números y sabia que le tocaba a la señora Trickland y no dice nada y está muerta y yo lo sabia así que la he matado porque no se lo dije y…
―Dan ―le corta la doctora Santino poniendo la mano sobre su pierna―, más despacio. Empecemos por el principio ¿vale? ¿Qué números?
―Son unos… unos números flotando en la frente de la gente ―dice quitando el brazo y moviendo el dedo unos centímetros por encima de su cabeza―. Son como, no sé, como de humo rojizo. No se los veo a todo el mundo, a veces sí y a veces no. A la gente a la que soy más cercano se lo he visto a todos. Al principio eran solo los números ¿sabe? Una rareza mas, me dije, no pasa nada, me dije, ignóralos como haces con las personas. Así que lo hice, los ignore como si no estuvieran ―Dan se incorpora y empieza a mover mucho las manos con nerviosismo―; pero entonces empezaron los flashes en mi cabeza y de repente lo sabía todo de esa persona, su nombre, su edad y lo mas importante como y cuando iban a morir. Sé que parece una locura pero le juro que es cierto.
―Dan, escúchame. Es importante que comprendas que no puedes saber de que morirán las personas y que la muerte de la señora Trickland no es culpa tuya. ¿Es una casualidad que acertaras en el día de su muerte? Sí, una horrible casualidad; pero nada más que eso.
―Usted no lo entiende, sabía que estaría fregando los platos con su hija y eso, ¡Eso es lo que pasó! Lo sabía y no hice nada.
―El futuro de las personas no está escrito en piedra, Daniel. Podemos cambiarlo no estamos destinados a morir de una forma u otra, como tampoco lo estamos a tener un trabajo en concreto o a enamorarnos de alguien en especial. Tus alucinaciones se acercaran tanto a la verdad como tú les dejes.
―Solo lo dice porque no ve lo que yo veo ―responde pasando la mano por el pelo―. Sé que lo que veo es lo que ocurrirá, de la misma manera en que se que es martes o que es de día, simplemente lo sé. Por eso sé que Nate morirá con 82 años, en su cama mientras duerme, junto a su esposa el 23 de Abril y que Serena lo hará dando a luz a su segundo hijo con 33 años, un niño que será lo último que vea y al que llamara Patrick antes de cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Lo sé, porque en la ultima cena lo vi, les mire a los ojos y lo supe, supe que eso será lo que pase.
―¿Por eso no has visto a tu padre en semanas?
―¿Cómo voy a mirarle a la cara después de saber lo que sé? ¿Sabes lo que es saber cómo morirá tu padre y verlo cada vez que le miras? Porque yo sí. Sufrirá un infarto mientras pasea por la calle pocos días después de Navidad, será enfrente de una cafetería y llevará una camisa azul y unos pantalones negros, un abrigo gris, una bufanda y unos guantes azul marino.
Ella suspira y se mantiene en silencio, no hay nada que pueda decir para que él deje de culparse por lo ocurrido, que nada le hará dejar de pensar en que lo que ve es el futuro; y lo sabe, por la mirada de derrota de Dan, por cómo se deja caer hasta volver a quedarse tumbado sobre el sofá. No hay nada que pueda decir así que se queda en silencio haciéndole compañía.
*~*~*~*~*~*
Después de su ataque del otro día las cosas vuelven a ir mejor mejorando un poco cada día. No esta tan bien como estaba; pero es un comienzo. Se obliga a ir a la consulta, llama a su padre, sale a comer con Tessa y escriba trozos de su nueva novela, eso lo hace mucho, porque cada vez ve la historia más clara en su mente, mas detalles, mas sucesos, algunas cosas las escribe y otras no, algunas se las cuenta a Tessa y otras se asusta un poco cuando le vienen a la cabeza, porque son cosas que no cree que debería saber de sus personajes, cosas en las que ni siquiera debería pensar porque no tienen nada que ver con la historia, como que la joven sobre la que escribe tenía un caballo llamado Storm al que solía cantar por las noches.
Conforme pasan los días las cosas parecen ir cada vez mejor, sigue habiendo números, cada vez más, y la gente que no existe sigue estando allí; pero no se siente tan desolado y asustado como al principio, por primera vez en mucho tiempo piensa que puede que lo consiga, que algún día se despertara y todo volverá a ser como antes.
Dan ha invitado a Tessa a cenar a su casa. Después de días de pensarlo, de pequeñas mini-citas improvisadas a la salida de la consulta y cuando se encontraban por casualidad, de largas conversaciones por teléfono por fin se ha armado de valor y la ha invitado a cenar. Lo único que pidió es que no fuera nada excesivo, y como él tampoco tenía demasiadas ganas de estar rodeado de seres invisibles durante todo el tiempo que durase la cena, decidió que su casa era el sitio perfecto; una peli, un poco de pasta casera y algo de música, la cita perfecta.
Todo había ido bien, él no se había tirado la comida encima y ella se había reído con sus chistes durante toda la cena; comentaron la película mientras la veían e hicieron una pequeña pelea de cojines cuando Dan criticó una escena concreta y ella le pego en respuesta iniciando la batalla. Al final terminaron en la azotea de su edificio, sentados en unas tumbonas que Vanessa y él subieron hacia años, en aquella breve época en la que ella se intereso por la astronomía y se pasaban horas allí intentando ver las estrellas; tapados con una manta y con un par de botellines de cerveza, mientras hablaban de todo y de nada.
―¿Y por qué vas a la consulta? ―le pregunto ella bebiendo de su cerveza.
―Mi padre y mi editor me obligan ―responde sin entrar en detalles, incomodo por la pregunta e intentando evitar su mirada.
―¿Y qué es lo que te hace tan terrible?
Dan niega sin responder y le da un largo trago a su bebida.
―Yo soy adicta al trabajo.
―¿Y eso es malo?
―Puede parecer que no; pero me aísla de los que me rodean y hace que no tenga muy en cuenta sus opiniones. La palabra ”Perra desalmada” pasan por la cabeza de más de uno ―acaba con una pequeña sonrisa mientras apoya la cabeza contra el respaldo.
―No parece gran cosa.
―¿Por qué vas tu listillo? Venga, dímelo para que pueda yo decir que lo tuyo tampoco es gran cosa.
―Mejor que no ―responde notando como se sonroja, no quiere que Tessa piensa que está loco y sabe que eso es lo que hará cuando oiga el motivo de sus visitas al psiquiatra.
―Venga, dímelo ―le ruega agarrándose a su brazo―. No puede ser tan malo y yo ya te he contado lo mío.
―No, no ―dice negando con la cabeza para darle énfasis―. Confía en mí no quieres saberlo.
―Por fa ―le ruega poniendo ojitos cuando Dan por fin se gira para mirarla.
Dan suspira y echa la cabeza hacia atrás, fijando la mirada en las pocas estrellas que se pueden a traves de toda la contaminación. Solo ha hecho falta un ”por fa” para que no se pueda resistir a darle lo que pide.
―Yo… veo cosas
―¿Cosas?
―Sí… bueno no… gente mas bien.
―Gente ―repite ella, él asiente con la cabeza. Ahora que lo ha dicho en voz se siente ridículo, no debería haber dicho nada, Ahora Tessa se pondrá en pie, saldrá por la puerta y nunca más volverá a verla; y lo peor es que no podrá reprochárselo― ¿Y qué quieren?
―¿Cómo que qué quieren?
Que haga preguntas al respecto le descoloca por unos segundos, sobre todo por el tono de interés que tiene su voz y que no se esperaba oír.
―Sí, ¿Qué quieren? ¿Por qué tú y no otro? ¿No se lo has preguntado? ―Dan niega con la cabeza― A lo mejor te han elegido por algo.
―Son alucinaciones, no hacen esas cosas.
―¿Cómo sabes que son alucinaciones?
―Porque son personas que no están allí. ¿Qué mas van a ser sino?
―Que tu hayas decidido que lo sean no significa que sea así. A lo mejor son seres inteligentes que viven en otro plano de existencia. A lo mejor saben que eres más especial de lo que crees, a lo mejor es por eso por lo que puedes verles
―¿Ahora soy el niño del sexto sentido?
―A lo mejor. No lo sé… solo digo que porque el resto del mundo no pueda verles no significa que no estén ahí y sean alucinaciones. La gente no lo sabe todo
―¿Así que crees que son fantasmas?
―¿Por qué no?
―No hablas en serio?
―Claro que si ¿no crees en fantasmas Dan?
―No
―¿Por qué?
―Porque si existieran alguien los habría visto.
―A lo mejor lo han hecho y han pensado que nadie les creería, que les tomarían por locos. Todos los días hay decenas de noticias que no se pueden explicar, asesinatos, robos misteriosos… a lo mejor alguno de ellos ha sido cometido por un fantasma o un espíritu o cualquier otro ser sobrenatural
Dan la mira sin saber que decir, ve en sus ojos que cree en todo lo que está diciendo y se siente tonto al no creerlo él también, como si algo dentro de él le dijera que es cierto, que esa es la explicación a todo lo que le pasa; pero luego está la otra voz, la voz racional de su cerebro que calla a la otra, la que le dice que es absurdo, que la imaginación está muy bien para sus libros; pero que debe ser realista sobre el mundo que le rodea.
―¿Así que crees que son fantasmas?
―No he dicho que lo sean. Solo te he preguntado si habías hablado con ellos.
―¿Y qué les diría? ”Hola, señor fantasma/alucinación ¿Por qué me sigue usted y sus amiguitos espeluznantes”
―Yo quitaría la parte de espeluznante ―contesta guiñándole un ojo con complicidad―. Pero sí, básicamente eso. ¿Qué puedes perder? En el peor de los casos no te contestara y seguirás como al principio.
―O lo hará y me meteré en el primero autobús que vaya al manicomio sin hacer paradas intermedias.
Ella ríe al oír su última declaración y él no tarda mucho en unirse ¿Cómo no hacerlo? La risa de Tessa, tan sincera y divertida, es contagiosa. Están allí, en sus sillas que parece que en cualquier momento se romperán, pasando frio y con una docena de botellines de cerveza a sus pies, riéndose; y Dan lo hace, la besa. Besa esos labios rojizos en los que lleva días pensando y pone las manos frías sobre sus mejillas sonrojadas por las bajas temperaturas. Durante unos segundos ella no responde, se queda quieta y sin reaccionar, Dan se siente algo defraudado, gritándose a si mismo que se ha imaginado todas aquellas señales y ella no está interesada en él; pero entonces ella le devuelve el beso y es como si flotara. Durante unos minutos todo es perfecto hasta que ella se separa de golpe y se pone de pie, Dan la mira confuso y se levanta; pero ella niega con la cabeza mientras masculle maldiciones y se aleja de allí corriendo. Dan la sigue, corre tras ella; pero es en vano, cuando abre la puerta que conecta con el edificio y se asoma por el hueco de las escaleras ella ya no está allí, es como si se hubiera desvanecido en el aire.
*~*~*~*~*~*
Cuando se sienta en el sofá de la consulta esta decaído. Después de que Tessa se marchara corriendo de su cita no ha sabido nada de ella, la ha llamado, la ha buscado en los sitios en los que solía encontrarla y nada, no había manera de dar con ella, incluso se había quedado sentado en un banco frente a su pastelería favorita durante horas sin verla. La consulta había sido su última esperanza para verla, para preguntarle que paso y por qué huyo. Había esperado verla antes de que entrara a su sesión, como habían pasado otras veces; pero había sido inútil ella no había aparecido.
―¿Qué pasa? Te ves triste.
―Es Tessa.
―La chica con la que sales. ¿no?
―Sí.
―¿Habéis discutido?
―No… bueno, no lo sé ―responde alzando la vista de sus manos para centrarla en ella―. No hemos discutido pero se marcho.
―A veces los hombres hacéis cosas sin daros cuenta que nos molestan. Y nos molesta aun más que no sepáis lo que habéis hecho. Porque no me cuentas que paso, puedo darte algún consejo.
―Quedamos para cenar. Vino a casa y comimos tallarines, vimos una peli y subimos a la azotea del edificio. Estábamos hablando y todo iba bien y cuando nos besamos ella se puso de pie y se marchó. La he estado llamando pero no lo coge. He venido hoy un poco antes para verla antes de que entrara a su sesión y tampoco
―¿Su sesión? ―le corta la doctora Santino echándose un poco hacia delante― ¿Es paciente mío?
―¿Suyo? No ―responde Dan negando con la cabeza―. Ella va al final del pasillo ¿El doctor Clarson? Creo que ese es el nombre que he visto en la puerta.
―¿estas seguro?
―Sí, claro. Hablamos antes de entrar y sale a la vez que yo. Solemos compartir taxi.
―¿Cuándo fue la primera vez que la viste?
―¿A qué viene esto?
La doctora Santino se pasa la lengua por los labios antes de empezar a hablar, no le gusta lo que Dan le está contando y no sabe como decirle a la conclusión que ha llegado, sabe que será como abrir la exclusa de una presa, que todo saldrá de golpe y destruyéndolo todo a su paso.
―El doctor Clarson es psicólogo infantil, Dan. Trabaja con niños con autismo o TDA. No trata a adultos.
―Pero yo… yo la vi… ella… ella me dijo que venía a consulta… me… ¿me ha mentido?
―Clarissa me ha dicho que a veces te ve hablando solo antes de la sesiones. Me preocupaba un poco que empezaras a interactuar con tus alucinaciones; pero…
―¡No! ―Dan lo grita poniéndose de pie y la señala acusadoramente con el dedo―. No lo diga. Ella no es uno de esos seres. Es real. ¿Me escucha? ¡Real!
―Dan, está bien, no pasa nada. Muchos pacientes con desordenes como los tuyos no pueden distinguir lo que es real de lo que no.
―¡Yo lo hago! Se cuales son alucinaciones y cuáles no. Y se lo digo, Tessa es real, no me la he inventado y se lo demostrare.
Sale de allí dándole un portazo sin detenerse cuando oye a la doctora Santino llamándole, sin esperar al ascensor si quiera. Tessa es real y la encontrará para demostrarlo.
Esta desesperado.
Ha buscado a Tessa por todas partes y ya no sabe donde más mirar. La ha llamado por teléfono, ha ido a todos los sitios a los que han ido juntos, se la ha descrito a todos los empleados que ha encontrado y ninguno de ellos sabia a quien se estaba refiriendo; ni siquiera en su edificio, o el que ella dijo que era aquella noche en la que la acompaño hasta la puerta, saben de quien habla. Incluso ha intentado buscarla en facebook sin conseguir nada. Cada vez se desespera mas porque cada vez es más probable que la doctora tuviera razón y Tessa no exista realmente, que haya sido otra de sus alucinaciones, una que no ha sabido reconocer, una que le ha engañado. Y si ella ha podido que le dice que otras cosas que pensaba que eran reales lo eran en realidad
Esta desesperado y enfadado y asustado a partes iguales y solo quiere que todo acabe de una vez
*~*~*~*~*~*
Nada más abrir los ojos sabe donde esta, ha pasado demasiado tiempo allí como para no saberlo. Cuando se sienta y mira a su alrededor lo confirma, es la azotea de su edificio. Se conoce cada centímetro del hormigón, cada grieta en la pared, que ladrillos están sueltos del pequeño muro que la rodea… cuando su madre se fue solía ir mucho por allí, no soportaba ser el único de su familia que se diera cuenta de que ella no pensaba volver, no podía mirar a sus padre a los ojos y ver la forma en la que se engañaba pensando lo contrario, ni la forma en la que los ojos de Jenny se humedecían cuando colgaba el teléfono después de hablar con ella, cuando le preguntaba cuándo volvería y ella respondía que ”aun no cariño; pero pronto”. Tan bien se resguardo allí cuando Serena y él rompieron aquella vez, cuando se sentaba durante horas contra el frio muro con un cuaderno en blanco y el bolígrafo entre los dedos, cuando intentaba escribir algo sin llegar a nada. Allí fue donde subió con Milo la primera noche que le tuvo en casa, cuando rompió a llorar en plena noche y se vio incapaz de despertar a Georgina, se había pasado horas con él allí arriba, sentado en una vieja tumbona hasta que el amanecer les encontró.
Sabe donde esta; pero no como ha llegado allí ni porque se siente así, tan ligero, tan despejado, tan feliz y tranquilo como no lo ha estado en años.
―Hola, Dan
Se gira para buscar al dueño de la voz y le encuentra sentado sobre un cómodo sofá que Dan sabe nunca ha estado allí. Se le queda mirando unos segundos antes de reconocerle, es el anticuario, el dueño de aquella pequeña tienda en la que encontró su anillo; instintivamente se lleva las manos al cuello, a la cadena de la que cuelga; pero no está allí. El hombre al ver su movimiento alza la mano derecha para que Dan vea lo que está buscando.
―¿Buscas esto?
―¿Cómo… como lo ha hecho? ¿Cómo me lo ha quitado?
―Bueno, Daniel, no puedo quitarte algo que me pertenece.
―¿De qué está hablando? Es mío, usted me lo vendió.
―Te lo cedí.
―Pague por él.
―Detalles, detalles ―añade el hombre haciendo un movimiento con la mano, diciéndole que no tiene importancia.
―¿Quién es usted?
―Directo al grano ¿eh? Me gusta. He elegido bien.
―¿Elegido?
Dan no sabe quién es ese hombre ni como ha llegado allí, ni porque está con él; pero cada vez que habla se siente mas y mas confundido.
―¿Qué es lo último que recuerdas? ―le pregunta el mayor haciendo girar su bastón sobre las piernas.
―¿Lo ultimo? ―repite Dan frunciendo el ceño― Estaba en la calle, saliendo de la consulta de la doctora Santino, salí corriendo y…
No recuerda que hizo después. Recuerda oír el trafico y el murmullo que se forma cuando hay mucha gente hablando a la vez, recuerda que llovía y que iba a cruzar la calle y luego… luego no recuerda nada más.
―¿Por qué no está lloviendo? ―pregunta Dan al darse cuenta de ese detalle, lo último que recuerda es que parecía estar diluviando; pero al mirar a su alrededor el suelo está seco.
―¿Quieres que lo haga?
―¿Acaso controlas el tiempo?
―Aquí sí. Estos son mis dominios, yo hago que llueva o nieve, que sea de día o de noche, verano, invierno… es lo que quiero que sea.
―Ya ―comenta con escepticismo―. Tus dominios, sí claro.
El hombre sonríe y se pone de pie, da un paso hacia él y Dan retrocede uno, así hasta que la espalda de Dan choca contra el pequeño muro que hace barandilla y el desconocido le pone la mano en el hombro.
Un segundo después ya no están en la azotea de Brooklyn sino en la habitación de un hospital. Dan mira a su alrededor con rapidez y se aleja del hombre al que no conoce y que ha sido de trasladarle de un lugar a otro
―¿Qué has…? ¿Cómo has…?
El sonríe y camina hacia una cama de la que Dan no se ha percatado. Allí en la cama esta él, tumbado con los ojos cerrados y tubos y cables conectados por todas partes. Se acerca con cautela y alarga la mano para tocar su pierna, no llega a hacerlo, cierra el puño y la aleja antes de llegar a tocarse.
―Tuviste un accidente ―le explica el otro―. Cruzaste la calle y te atropelló un coche.
―¿Estoy muerto? ―es más una afirmación que una pregunta; sabe que debe estarlo pero necesita oírlo― ¿Eres La Muerte?
―Sí lo soy y no, no estás muerto, te estás proyectando astralmente.
Dan alza la cabeza y le mira con inquietud, si es la muerte para que otra cosa iba a estar allí.
―Te he estado observando Dan.
―Ya, eres La Muerte, nos observas a todos, por eso nadie escapa de ti.
―No, no observo a todo el mundo; para eso están mis parcas, para recoger las almas de los que dejan este mundo.
―Entonces debería sentirme honrado ¿no?
―No se suponía que nos conoceríamos así. Debió ser hace tiempo, cuando no fueras más que un crio.
―¿He vivido más de la cuenta?
―No se trata de eso. No vas a morir vas a convertirte en mi.
―¿Te has vuelto loco? ¿Cómo narices voy a ser La Muerte? Pero si ni siquiera puedo matar una araña como diablos voy a matar a nadie.
―No me estas escuchando, para eso están las Parcas. Tú, yo, somos los que equilibramos la balanza de la vida. Por eso has estado viendo esas imágenes en la cama, esa es la lista que ellas reciben para estar allí, junto a esas personas, cuando les llegue la hora, para ayudarles a cruzar al otro lado. Debí haberte conocido hace años y habértelo explicado entonces, cuando no fueras más que un niño ingenuo y tu mente estuviera libre de prejuicios. En este momento ya lo sabrías todo, cuando llegara el momento de trasmitirte el conocimiento tú ya habrías aceptado la verdad.
―¿Qué verdad?
―Que eres La Muerte y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
―No lo entiendo. ¿Cómo voy a ser lo yo si ya lo eres tú?
―Este cuerpo esta muriéndose, no puede soportar mi esencia, mis conocimientos… se está marchitando día tras día porque no está hecho para mí.
―¿Y el mío sí? ―le pregunta escéptico.
―Sí. Tu cuerpo y tu mente son los únicos capaces de mantenerlo.
Dan se pasa la mano por el pelo mientas intentan poner en orden sus pensamientos. Todo es tan ridículo, ¿él La Muerte? Es absurdo. No tiene nada de especial, no es nada extraordinario, no se ve capaz de manejar una responsabilidad tan alta.
―¿Cómo sabias que era yo?
―El anillo ―responde alzando la mano para que lo vea―. La mayor parte de mi esencia esta en él y te ha elegido. Por eso te viste arrastrado hasta aquella tiendecita aquel día, por eso no has sido capaz de ponértelo y sin embargo has sido incapaz de alejarte de él. Es el anillo que sabe que no estabas preparado y tu alma reconociendo la parte que le falta.
Todo es una locura; pero tiene que ser verdad, porque él no tiene una imaginación tan desarrollada como para que toda esta absurda historia haya sido de él.
―Los números que veo…
―Es la fecha de la muerte de la gente.
―Y los flashes es que se cómo van a morir ¿no?
―Así es.
―¿No se puede apagar?
―Cuando aceptes el anillo y lo que el conlleva, adquirirás todos los conocimientos del universo y controlaras todo tu poder.
―¿Y si no lo quiero? ¿Y si no quiero ser La Muerte?
―Debes entender una cosa. La Muerte debe existir para equilibrar la vida. Cogí este cuerpo porque el tuyo no estaba preparado. Si te niegas a convertirte en lo que estas destinado a ser tendré que esperar a que se vuelva a presentar otra oportunidad. Cogeré un cuerpo tras otro, agotándoles y quebrándoles con un poder que es demasiado para ellos hasta que vuelva a tener la oportunidad de conseguir un cuerpo. Han pasado cuatrocientos cincuenta y siete años entre el último cuerpo adecuado y tú. Tú puedes ser La Muerte durante milenios antes de, si lo deseas, transferírselo a otro, mientras que uno inadecuado solo sirve por un par de años antes de tener que desecharlo. ¿Qué harás Dan? ¿Dejaras que mueran cientos de personas para que tú puedas vivir unos pocos años más?
―No ―responde bajito, sabe que no puede hacer eso, dejar que toda esa gente muera por su egoísmo―. Las… personas que he estado viendo ―le pregunta intentado mirarle a los ojos― ¿También tienen que ver con esto?
―Son las parcas. Tú las ves porque las gobiernas y ella te observan porque saben quién eres.
―¿Por qué no me dijeron nada?
―No era su deber. Estaban allí para vigilar a sus encargos y tú te cruzaste en sus caminos. Decirte la verdad era cosa mía, como estoy haciendo y abrir tu mente, de Tessa.
Al oír el nombre alza la cabeza tan rápido que de tener huesos estos habrían crujido.
―¿Tessa? ¿Ella es una…?
―¿Una parca? Sí. Es mi mano derecha, la primera parca humana de la creación. Cuando Dios expulsó a Adán y Eva del paraíso condenándoles a la mortalidad, la cree para cosechar sus almas y las de sus descendientes.
Dan deja de oírle porque lo que le está diciendo es más importante que eso. Tessa, su Tessa, es una de ellos, de esas parcas, y todo el rato ha sabido lo que pasaba con él y nunca se lo había dicho, nunca había sido sincera con él y lo peor, es que había hecho que se enamorara de ella, había dejado que se hiciera ilusiones de algo que no podía ser. Ella lo había sabido todo ese tiempo y él se había comportado con un tonto iluso.
―Terminemos con esto ―dice derrotado, solo quiere que le de el anillo y poder dormir o emborracharse y perder el conocimiento, lo que primero consiga hacer.
El otro alza la mano que lleva el anillo por encima del cuerpo inconsciente de Dan hasta tocar su proyección astral y pone la mano cerrada en un puño contra su pecho, luego coge la otra y pone la palma abierta sobre la frente de su cuerpo. Aun sin estar dentro de su cuerpo siente la fría y huesuda mano contra su piel. El hombre comienza a recitar unas palabras, una simple frase que no es capaz de comprender y luego miles, millones de imágenes atraviesan el cerebro de Dan haciendo que cierre los ojos y se presione las manos contra la cabeza. Duele y duele mucho, tanto que quiere morirse, lo cual es irónico pensando que lo que esta es convirtiéndose en ella.
Cuando todo acaba y abre los ojos se siente diferente y a la vez igual, se siente poderoso y sabio; pero también cansado y dolorido. En su cabeza hay miles de recuerdos, miles de vidas, el conocimiento de todo lo que el hombre conoce y de las cosas que están fuera de su alcance, sabe la verdad sobre Dios y sobre las cosas que pensó que solo existían en el mundo de las pesadillas.
―Gracias ―dice una voz que antes había parecido poderosa y que ahora solo suena agradecida.
Frente a él está el hombre que antes fue La Muerte, le mira con agradecimiento y en sus ojos se refleja el cansancio que esta mas allá del cuerpo, el cansancio que ha llegado al alma. Dan asiente en silencio y dos personas aparecen a su espalda. Un hombre y una mujer. El hombre se adelanta y al pasar por su lado inclina la cabeza en señal de reconocimiento y respeto.
―Ven. Yo seré tu guía
Dan espera a que los dos se desvanecen de la habitación antes de hablar.
―¿No vas a decir nada?
―No sé qué quieres que diga ―responde Tessa de pie tras él―. Solo hago lo que me mandan hacer.
―¿También que me enamorara de ti? ―le pregunta yendo directamente al grano mientras se gira para verla.
―No, eso no debería haber pasado.
―Pero pasó. Dime, Tess ¿Qué creías que ocurriría?
―No lo sé; pero no eso. Tampoco esperaba encontrarme a un joven guapo y divertido, ni terminar enamorándome de él; pero eso también pasó.
―Por eso huiste ¿no? ―le pregunta caminando hacia ella hasta que esta tan cerca que Dan presiona su frente contra la de ella.
―Eres mi jefe ―responde ella en un susurro―. Mi creador. No está bien.
―No me importa.
―Estoy asustada y eso no me pasa con facilidad.
―Nunca has sentido esto ―ella niega con la cabeza y él la abraza de la cintura―. No sabes qué hacer después. No pasa nada tenemos toda la eternidad para averiguarlo
Cuando Sam levanta la vista del pedestal y mira a su alrededor no ve lo que espera. No hay ningún hombre de piel centrina, ningún traje negro, ningún bastón; solo un hombre joven, puede que incluso menor que él, con unos vaqueros desteñidos y una camisa a cuadros. Si no fuera un cazador experimentado, ni se hubiera memorizado cada paso del ritual de invocación unas mil veces antes de hacerlo, pensaría que algo ha salido mal, porque ese joven ante él no es la persona a la que espera.
―¿Quién eres?
Dan pone los ojos en blanco y se cruza de brazos con cansancio. Tiene cosas mejores que hacer que estar allí delante de Sam Winchester jugando a las veinte preguntas, como ir a Roma con Tessa, a cenar en el Coliseo.
―Tú deberías saberlo, Samuel, después de todo has sido tú el que ha llamado. El Cuarto Jinete, el Destructor de Mundos, el que no hace distinciones entre ancianos y niños, mujeres y hombres, ricos o pobres y bla, bla, bla. Soy La Muerte. ¿Quieres algo o solo querías que me pasara a saludar con mi nuevo cuerpo?
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