baby bang. Parte 2

Sep 17, 2012 00:24

parte 1


Después de lo ocurrido en la pastelería tarda 2 días en volver a salir, los que tarda Nate en cansarse de que no le conteste al teléfono y presentarse en su casa y decirle que coja el abrigo.

Terminan en una cafetería, porque por el olor a alcohol y vomito que desprende el moreno, café y comida es lo que necesita. Dan moja una patata frita en el kétchup de su plato y se la come con desgana, no quiere estar ahí, quiere estar en su casa encerrado y bebiendo hasta quedar inconsciente. Claro que eso no puede decírselo a Nate porque entonces su amigo haría sus maletas y se lo llevaría al Empire para tenerle vigilado. Así que mastica su patata, bebe de su refresco y escucha la eterna perorata de Nate sobre su última cita con Lola y lo mucho que le gusta la joven.

―Voy al baño ―dice cuando se levantan para marcharse.

Nate asiente yendo hacia la puerta y Dan se aleja en dirección al baño para poder mojarse la cara y mentalizarse en lo que va a pasar a continuación. Al salir no va inmediatamente hacia la puerta, sino que se queda en el diminuto pasillo que lleva a los baños y apoya la cabeza contra la pared mientras respira hondo con los ojos cerrados.

―Hola chico del ascensor ―dice una voz jovial haciendo que abra los ojos de golpe.
―Hola ―responde con la voz cansada.

La que le ha hablado es la joven morena con la que se encuentra en el ascensor de la consulta de la doctora Santino.

―Es raro verte tan lejos de la consulta ―se lo dice con una sonrisa y Dan no puede evitar pensar que se ve muy guapa cuando sonríe―. ¿Vienes mucho por aquí? Porque no me suena haberte visto nunca.
―De vez en cuando. ¿Vives por aquí?
―A un par de manzanas.
―Yo también. Qué casualidad.
―Bueno, viven muchas personas en esta zona.
―Ya; pero ¿cuantas de ellas van al mismo loquero?
―Supongo que tienes razón ―reconoce la joven colocándose un mecho de pelo tras la oreja―. Es un poco raro.
―¿El qué?

Ella se cruza de brazos y le mira con perspicacia.

―¿No serás uno de esos pervertidos?
―¿Cómo?
―Tú lo has dicho, vamos al mismo psiquiatra. Y nunca te había visto por aquí. ¿No serás uno de esos chalados que ven a una chica guapa y se cree que tienen una relación y la sigue y luego la mata mientras duerme?

Dan abre los ojos sorprendido y comienza a balbucear y a señalar hacia la puerta, hacia donde Nate está esperando y ella lo único que entiende son palabras sin sentido como “amigo” “comida” y “teléfono”. Al final ella comienza a reír y Dan se da cuenta de que le está tomando el pelo y él sin darse cuenta, se sonroja y se pasa la mano por el pelo avergonzado. Al final extiende la mano hacia ella.

―Soy Dan, por cierto.
―Theressa; pero los que me conocen me dicen Tessa ―responde estrechándole la mano.

Cuando sus manos se chocan un escalofrío recorre todo el cuerpo de Dan, desde la palma de su mano hasta los dedos de su pies; es como un calambre, como si algo dentro de él se estuviera despertando, es una sensación rara que persiste tras soltarla, que le sigue de vuelta a casa mientras camina con Nate y en la que piensa por la noche tumbado en su cama, con la vista puesta en el techo e incapaz de dormir.



―Es un anillo muy bonito.

Dan alza la cabeza y mira a la doctora Santino. Deja caer la mano de su cuello, del anillo con la piedra blanca que lleva meses colgando de su la cadena que no se quita, y con el que lleva toda la sesión jugando sin darse cuenta.

―Gracias.

Ella sonríe amablemente y ve como él se concentra en no volver a coger el anillo, en cómo sus manos se cierran en puños cogiéndose de la tela de los pantalones. Es lo primero que ha dicho que no han sido “sí” y “no” desde que ha entrado.

―¿Puedo verlo?

Espera que se lo quite, que se saque la cadena y se lo tienda para que pueda verlo; pero no es eso lo que Dan hace. En su lugar se inclina hacia delante, mete el pulgar en el anillo y tira de él para enseñárselo, todo lo lejos que la cadena de planta se lo permite. Extiende la mano para cogerlo aunque sus dedos se cierran en el aire cuando Dan se echa hacia atrás automáticamente.

―¿Hace mucho que lo tienes?
―Un par de meses ―responde tras pensarlo unos segundos.
―Parece muy antiguo ¿es una reliquia familiar?
―No…lo… ―Dan carraspea y sigue hablando― lo compre en una pequeña tienda en un callejón cerca de mi casa. Abre pasado por delante un millar de veces de camino a una pequeña cafetería en la que me gusta matar el tiempo; pero nunca había entrado… no creo que nunca hubiera notado que estaba allí.

Y Dan comienza hablar de la pequeña tienda, de la forma en que tintineaban las campanillas de la puerta al abrirse, de los libros antiguos encuadernados en piel y de la forma en la que el polvo parecía cubrirlo todo, del suave aroma a incienso y del teléfono de principios de siglo, del escritorio Luis XVI y de la lámpara de araña del techo con su luz amarillenta y su bamboleo hiponitizante. Le habla sobre el dependiente, con su piel centrina y su nariz huesuda, de lo demacrada que parecía su piel y lo oscuro de su pelo, de cómo no se atrevió a mirarle a los ojos porque parecían tan negros como la misma noche, capaces de devorarle el alma; le habla de su bastón de roble blanco y de su andar pausado. Le cuenta como saco el anillo sin que él se lo pidiera y de la forma en la que supo que tenía que comprarlo, porque parecía estar hecho para él y, aunque pareciera una tontería, sintió que le llamaba.

Ella escucha en silencio su historia, por un momento se siente transportada hasta esa pequeña tienda y juraría que puede oler el incienso y oír las campanillas aun sonando. Es extraño y la deja desconcertada por unos segundos hasta que su cerebro lo borra, convenciéndola de que se lo ha imaginado todo por la forma tan precisa con la que el joven se lo ha descrito.

―¿No te lo pones?
―No.

Lo dice como si fuera una verdad absoluta, como si fuera obvio y ella fuera estúpida por no saberlo.

―¿Por qué no? Lo has comprado así que ¿Por qué no enseñarlo?

Dan no responde, frunce lo labios y niega con la cabeza sin dar más explicaciones.

―No lo llevas en el dedo; pero tampoco lo guardas ¿verdad? ¿Lo llevas siempre encima?
―Sí.
―¿Por qué?

Dan se encoge de hombros no sabe cómo explicarle que lo necesita, que necesita sentirlo aunque sea incapaz de ponérselo. No sabe cómo explicarlo; pero es que aunque supiera no lo haría porque ella no es capaz de entenderlo, porque no puede sentirlo.

Sin darse cuenta ha pasado el tiempo y Dan tiene que marcharse. Ha sido una sesión como cualquier otra y no han hablado de nada importante, han repasado sus paseos como hacen siempre al inicio de la sesión y luego han hablado del anillo. No han hablado de los números que vio en la frente de la mujer de la pastelería, ni de lo que Tessa le hizo sentir, no han hablado de su trabajo ni de su familia… ni de nada que Dan sienta que va a ayudarle a volver a ser una persona normal; pero aun así siente que ha avanzado y que se ha quitado un enorme peso del cuerpo porque le ha dicho algo que no le había contado a nadie, la historia de su anillo y de la tienda que no ha sido capaz de volver a encontrar.

Camina hacia el ascensor más tranquilo que otras veces y sonríe al ver a Tessa entrando tras él.

―¿Qué tal?
―Bien. ¿Y tú?
―Bien.

Es una charla corta y lo que dura la bajada no se dicen nada más, solo se miran de reojo y apartan la mirada cuando ven que el otro les mira. Dan se siente como si volviera a estar St Jude y se cruzara con Serena por los pasillos, pensando frases en su cabeza que no le hicieran quedar mal e incapaz de decirlas, perdiéndose en la forma en la que se mueve su pelo o en sus largas pestañas

Las puertas se abren y él se golpea mentalmente por comportarse como si volviera a ser ese crio indeciso y sin autoestima que no se creía lo bastante bueno para nadie.

”Y no tengo 15 años y no soy un don nadie. Soy un escritor de éxito y puedo hacerlo. Puedo hablar con ella sin parecer un idiota”

Corre tras ella, porque durante su auto charla de motivación ella se ha marchado , y la toca en el brazo para detenerla.

―¿Vas para casa? ―le pregunta y en cuanto lo dice siente que se está comportando como un acosador, porque en serio. Su conversación más larga ha sido en el pasillo de un baño― No es que quiera saber dónde vives ni nada de eso para poder acosarte y mirarte mientras duermes o secuestrar a tu gato para poder entregarlo más tarde y que me invites a un café como recompensa… creo que debería dejar de hablar antes de que llames a la policía.

Ella ríe y pone los ojos en blanco con diversión antes de cogerle del brazo y tirar de él hacia el borde de la acera.

―Lo que había pensado es que querías compartir taxi.
―Entonces has pensado bien.

*~*~*~*~*~*

―El otro día ―le dice Dan mientras guarda la libreta de los paseos en el bolsillo de su chaqueta―. Me sentí bien, como si me hubieran quitado un peso de encima. No sé porque, no es que fuera un secreto lo que le conté ni nada de eso; pero no se lo había dicho a nadie y contárselo a usted… ponerlo en palabras… es como si hubiera tenido un peso y me lo hubieran quitado.
―Es lo que suele pasar cuando hablas las cosas, que parece que se hagan más ligeras, las pesadillas menos aterradoras, los secretos una carga menos pesada… por eso es bueno hablar, para aligerar el peso del alma.
―Esa es una buena frase.
―Gracias.
―Pero no creo que sea tan simple. Hay cosas que se pueden contar, que no importa contarlas porque no son importantes
―Todo es importante. Si lo mantienes en silencio, si te lo callas, es porque para ti lo es.
―Ya, ya… todo eso está muy bien; pero el mundo no funciona así. La gente tiene secretos porque lo necesita, porque hay cosas que no se pueden contar, que la gente no entendería.
―¿Quieres decir tu familia?
―No. El mundo en general ―Dan se pone de pie y comienza a pasearse por la habitación gesticulando con las manos sin parar de hablar―. Si no eres como los demás, no encajas, así que la gente se guarda sus cosas para que no les tachen de locos o excéntricos o incomprendidos o la palabra que quieran usar para no sentirse mal por haber sido desplazados.
―Pero el mundo funciona gracias a ese tipo de personas que no encajan. Son las que hacen que el mundo gire, que cambie y mejore. El primer hombre en hacer fuego posiblemente fuera uno de esos incomprendidos de los que hablas.
―No hablo de eso, sino de los secretos que evitan que termines con una camisa de fuerza o visitando al psiquiatra una vez a la semana.

Lo dice dejándose caer con pesadez en el suelo frente a la estantería y la mujer sabe que por fin se está abriendo, que van a llegar a la raíz de sus problemas, aquí y ahora, y que debe aprovechar el momento porque Dan puede cambiar de opinión y volver a cerrarse.

―No voy a ponerte una camisa de fuera, Daniel.
―No sabe mis secretos, no puede decirlo tan a la ligera.
―Puedo y lo hago. Yo no encierro a mis pacientes. Hablo con ellos, les escucho, les aconsejo y les trato.
―Y les manda deberes ―añade dándole una pequeña sonrisa de lado
―Y les mando deberes ―repite ella sonriéndole.
―No estoy loco ¿de acuerdo?
―No he dicho que lo estés.
―Veo gente que no existe ¿vale? Pero no estoy loco. Les veo y me miran y me siento incomodo porque no dejan de mirarme y vaya a donde vayan están ahí y nunca se van.

Eso no se lo esperaba. Había conjeturado varias teorías respecto al motivo del aislamiento de su paciente; pero las alucinaciones no había sido una de ella.

―¿Por eso tienes miedo de salir?
―¿Cómo no voy a tenerlo si no dejan de mirarme? Vaya a donde vayan están ahí, siempre, cada segundo de cada día. El único lugar en el que estoy a salvo es mi casa y esta consulta. Están en la calle, en el pasillo de mi casa, en la librería, en el metro… ¡no me dejan en paz! Me miran como si supieran algo que yo no, como si esperaran a que de golpe lo supiera.

La doctora se pone de pie y se agacha junto a Daniel, que se abraza las rodillas y esconde la cabeza entre ellas. Le pone la mano en la cabeza y le habla con voz suave y relajada para que se sienta a salvo y se tranquilice.

―Es normal estar asustado de gente que no existe. Lo importante es ser capaz de diferenciar lo que es real de lo que no.
―Les ignoro, de verdad que sí. Finjo que no están cuando camino por la calle, que no se apartan de mi camino cuando voy a atravesarles, que no les veo seguir a la gente… les ignoro pero no se marchan, siempre están ahí ¿Por qué no se van?
―No puedo responderte a eso. Muchos científicos estudian el complejo mecanismo que es la mente humana buscando respuestas a los cientos de preguntas que se plantean y hoy en día, aun no tienen todas las respuestas. Voy a mandarte con un neurólogo ¿de acuerdo? ―se levanta y camina hasta su mesa donde coge su agenda y busca entre las páginas hasta dar con el teléfono que busca y apuntárselo en un papel―. A veces, no siempre, las alucinaciones son un síntoma de algo más grave relacionado con el cerebro. Si es así, lo mejor es saberlo cuanto antes. Me hubiera gustado que esto fuera lo primero que me contaras, Daniel. Que el primer día hubieras entrado por esa puerta y hubieras dicho “Hola, soy Dan y tengo alucinaciones”
―No quiero ir a un manicomio.

Lo dice con voz baja y derrotada, mirándola con ojos suplicantes y abrazado con fuerza a sus rodillas. Eso es lo que más le aterra en el mundo, acabar en un manicomio y ella puede verlo en sus ojos. Por eso le ha costado casi tres meses abrirse y decirle la verdad. Ella suspira y le da el papel que él coge con reticencia.

―Mientras no seas un peligro para ti mismo ni para los demás y mientras seas capaz de distinguir lo que es real de lo que no, no tendrás que hacerlo. Pero te lo advierto si las cosas empeoran puede que no haya otro remedio. En un principio ve a ver el neurólogo y seguiremos desde ahí.



Casi no se cree que lo haya conseguido, que este paseándose por las estanterías que casi se sabe de memoria en busca de algún libro que sea interesante y aun no se haya leído, que este escuchando la música de la radio de fondo, que se pasee entre la poca gente que hay en la librería y finja que todo va bien... en cierta forma eso es lo que siente ahora, que todo va bien.

No sabe por qué decidió venir aquí, de entre todos los sitios a los que podría haber ido; pero le alegra haberlo hecho. Se suponía que debía de ir a algún sitio al que soliera ir antes de las alucinaciones, algún sitio fuera de su zona de confort, de los sitios a los que se obligaba cada día a llegar; podría haber ido a casa de su padre, pero eso habría requerido mucho mas alcohol de lo que se permitía beber a esas horas; podría haber ido al cine o a la editorial para entregar el manuscrito y que no tuviera que ir ningún mensajero o haber quedado con Blair para ir a ver esa exposición de la que no dejaba de hablar; pero al final se decidió por ir a la librería, no sabía porque, pero no se arrepentía de ello.

Pasa el dedo por los títulos y coge de vez en cuando alguno para ver de qué va, la mayoría los devuelve al estante, aunque hay un par que parecen interesantes y que no se decide por cual llevarse.

―Yo cogería “ADN” ―dice la voz de una mujer a su espalda.

Dan cree reconocerla y su corazón comienza a bombear más rápido, es absurdo como aun sin saber que es ella su cuerpo reacciona como si lo fuera, haciendo que le suden las manos. Cuando se da la vuelta comprueba que no se ha equivocado, era Tessa, que le sonríe mientras se sujeta el asa del bolso con la mano derecha.

―”La maquina del tiempo” me decepciono un poco, la verdad ―comenta ella refiriéndose al otro libro que sostiene Dan.
―Pero es un clásico.
―Crea falsas expectativas. Es un clásico así que asumes que tiene que ser increíble y aunque para la época lo fuera, he leído mejores.
―”ADN” entonces ―deja el otro libro en la estantería y se vuelve para seguir hablando con ella― ¿Qué vas a comprarte tú?
―No te rías ―le advierte señalándole acusadoramente con el dedo índice.
―Lo prometo ―Dan se hace una cruz en el pecho sobre el corazón a modo de promesa y ella alza la mano enseñándole la portada del libro que se va a llevar― “Inside” vaya, eso no me lo esperaba. ¿Estas segura de que quieres leerlo?
―No solo voy a leerlo, sino que vas a firmármelo, señor escritor famoso.
―Pues tengo que advertirte que es una sátira ¿vale? Esta todo muy exagerado y me tome algunas licencias con los personajes así que no todo ocurrió y la gente en la que están basados no es tan mala y yo no soy tan capullo y…
―Tranquilo, Dan. Ya sé que es un libro, no voy a creerme todo lo que lea, prefiero conocer a la gente en persona antes de formarme opiniones.
―Soy mucho mejor escritor ahora de lo que lo era cuando empecé esa novela. Solo para que quede claro ―le dice mientras se colocan en la cola para pagar―. El libro que estoy escribiendo ahora es muchísimo mejor y no tiene nada que ver.
―¿De qué va? ―le pregunta ella mientras coge la bolsa de plástico que le tiene el dependiente― ¿Puedes hablar de ello o es secreto?
―Sí, sí puedo hablar de ello ―dice sacando un billete de veinte de la cartera―; pero no se lo puedes decir a nadie o mi editor me matara.
―No diré nada, palabra de chica scout ―le dice alzando la mano derecha mientras sala a la calle―. Y como pago por contármelo te invito a un café ¿Qué me dices?

Dan ve por el rabillo del ojo a un hombre de unos treinta años, tiene el pelo negro y una perilla de malo de película, lleva un traje negro y una camisa blanca, no parece más que uno de los yuppies de Wall Street, excepto que no lo es, que no es una persona real, que no está allí y que Dan es el único que puede verle. Eso le hace ponerse nervioso y mirar a su alrededor.

―Claro ―murmura sin dejar de mirar a un lado y a otro.

Tessa comienza a llevarle entre la gente. Pasan por una esquina, allí hay una mujer, es regordeta y tiene el pelo rizado y rojo. En la puerta de un colegio hay un niño, rubio que sostiene una pelota entre las manos. Sentado en un banco un anciano calvo que sostiene unas gafas en la punta de la nariz. Todos se giran al verle, ninguno está allí realmente.

La cafetería es una de esas pequeñas y familiares con uno de esos molinillos para triturar los granes de café y con una maquina que no se parece en nada a las modernas de Starbucks a las que está acostumbrado. Deja que Tessa busque una mesa libre mientras él se acerca a la barra para pedir los cafés. Es una excusa para estar unos segundos a solas y recuperarse del pequeño paseo que ha dado y para el que no estaba preparado. SI hubiera sido sensato le hubiera dicho a Tessa de posponer el café, de dejarlo para otro día, uno en el que él se hubiera mentalizado de ir a un sitio extraño; pero es Tessa y quiere gustarle, porque ella le gusta, puede que sea la primera persona desde lo de Blair que le guste y no quiere fastidiarla, no quiere darle plantón por tener alucinaciones ni que ella piense que es un borracho por ir con la petaca a todas partes. Así que se acerca a la barre y pide los cafés, él suyo con un chorrito de whisky, y vuelve a la acogedora mesa desde la que ella le observa.

―Antes que nada ―dice ella rebuscando en su bolso y sacando un bolígrafo―. Fírmame el libro.

Dan sonríe y coge el boli con bastante vergüenza, habrá firmado cientos de ejemplares; pero le da reparo que sea ella la que se lo pida. Lo hace rápido y ella sonríe al leer la dedicatoria antes de guardarlo.

―Ahora cuéntame sobre tu nuevo libro. ¿Es una secuela?
―No por Dios, no. Ya cabree a demasiada gente en ese. Me costó bastante que las cosas volvieran a la normalidad y no creo que soportaran una segunda parte. No tiene nada que ver con ellos… ni siquiera con esa época… es en la época victoriana en Virginia, ¿sabes el término Steampunk?
―Es eso del retrofuturismo ¿no? Lo de qué hubiera pasado si no hubiéramos seguido la evolución del diesel o algo así.
―Sí, muchos androides movidos por mecanismos y no con circuitos… Yo ni siquiera sabía lo que era hasta que mi editor me dijo que mi idea parecía Steampunk. Tuve que buscarlo en la wikipedia ―añade con una pequeña risa― Yo no lo categorizaría como eso; pero según Ted, mi nuevo editor, eso es lo que parece. La verdad es que yo creo que es mas novela fantástica ¿sabes?
―No me lo digas ―dice ella poniendo la mano sobre su brazo para cortarle―, Vampiros.
―No exactamente ―le ve poner los ojos en blanco y se apresura a añadir―.Trata sobre una chica, Charlotte, es la única hija de una familia de ocho miembros. Su madre murió por el ataque de un animal hace varios años y su familia no es la típica. A los ojos de todo el mundo es la perfecta familia de la alta sociedad de la época, tienen terrenos, jornaleros, criados, se encargan a la exportación de café, todos los varones son o han sido soldados en algún momento de su vida… todo muy normal.

Tessa le escucha con atención bebiendo cada poco de su taza de café.

―Pero no es lo que parece ―Dan se reclina sobre la mesa para crear dramatismo y ella le imita sin darse cuenta―. Su familia es la protectora de la tierra, se encargan de que nada malvado vaya por ahí. Vampiros, hombres lobo, sucubus… no importa, si descubren alguno en su territorio se encargan de ellos. Hay una reliquia en la familia que pasa de madres a hijas, porque las mujeres son las que perpetuán la estirpe y pasan las tradiciones. Es un anillo, uno que no las permite morir por causas sobrenaturales. Si un vampiro las mata, por ejemplo, les hace volver a la vida. Entonces Charlotte muere y cuando resucita algo ha cambiado, ya no se siente ella misma, es como si fuera otra persona, comienza a olvidar cosas, a encontrarse en lugares a los que no recuerda haber ido... y entonces ocurre la primera muerte.
―¿Lo ha hecho ella?
―No lo sé ―responde echándose hacia atrás
―¿Cómo que no lo sabes? ¿Aun no lo has pensado?

Dan le da un trago a su café mientras piensa en cómo contestar sin parecer un bicho raro.

―Tengo clara la historia en mi cabeza, sé lo que les pasa a todos los personajes, lo que fueron y lo que acabaran siendo, sé lo que les gustaba comer y los recuerdos más valiosos de su infancia; pero la historia en si… va surgiendo sobre la marcha.

Ella asiente con la cabeza como si le entendiera y en sus ojos puede ver que es así, es como si supiera de lo que habla aunque no sé imagina como es que ella puede saberlo cuando ni él es capaz de hacerlo.

parte 3

Master Post

fandom: gossip girl, fandom: supernatural, big bang, crossover, fics

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