Hola!
Justita, justita; pero he llegado.
Os presento mi fic para el
baby_bang_es, que me ha costado esfuerzo, sudor y lagrimas porque pense que no lo acababa.
Llevo meses dandole vueltas a esta idea, mucho antes de animarme a participar en el baby bang, tenia escenas pensadas y dialogos que tenia que poener; pero unirlo todo y montar el fic ha sido dificil. Habia veces en que pensaba que no pasaria de cierto punto y me desmoronaba; pero al final, aqui esta
Titulo: The things i can see
Fandom: Crossover || Gossip Girl/Supernatural
Rating: pg-13
Pareja(s): Dan/Tessa
Adevertencias: Ninguna realmente, sólo que se situa tras la publicacion de Inside y tras la ultima temporada de Supernatural
Número de palabras: 14.633
Resumen: Dan esta asustado, ve cosas que nadie mas ve, gente que no esta ahi, que le miran, que le siguen... no sabe que le pasa ni porqué. Todo su mundo se esta viniendo abajo. Y entonces la conoce.
La sala en la que esta no es como se la había estado imaginando, mas del estilo del doctor Solomon que a la doctora Melfi. Si aun hablara con Vanessa sobre esas cosas, le habría dicho que Los Soprano es una buena serie; pero que él no es Tony y sus neuras le acercan más a Paul Vitty de lo que quiere reconocer. El despacho es una sala de estar luminosa situada en un ático de la Cuarta Avenida que parece completamente fuera de lugar. Esta sentado en un cómodo sofá beige que a Dan le recuerda al que tiene en su loft, claro que al suyo lo recogieron de la acera y no cree que ese en el que está sentado ahora lo hayan conseguido igual. La doctora le mira desde un sillón orejero azul oscuro parecido al que tenían sus abuelos en Long Island antes de mudarse a Miami, el sofá favorito de su abuelo, desde el que les contaba cuentos a Jenny y a él de pequeños. De fondo suena música clásica, no sabe cual exactamente porque nunca ha tenido demasiado oído musical para los clásicos, nunca será capaz de distinguir una pieza de Beethoven de una de Mozart, le gustaría poder hacerlo, pero tiene que conformarse con saber si le gusta o no. La doctora Santino, la siquiatra a la que le hacen visitar, le mira con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en el reposabrazos, con un simple block de notas negro sobre las rodillas, preparada para empezar a escribir en cuanto Dan comience a hablar. Esta tranquila y la envidia por ello, porque ella está ahí quieta y relajada mientras que él está nervioso y ansioso, desesperado por salir de allí, las manos le sudan, los pies se mueven inquietos y, por primera vez en todo lo que recuerda de vida, no tiene nada que decir, está demasiado asustado por decir algo que no deba y acabar en una institución mental con una camisa de fuerza y comiendo gelatina de lima con una pajita.
―Daniel -le llama ella cruzándose las manos sobre el bloc―. No tienes que estar nervioso. Tampoco tienes que hablar si no quieres, aunque me gustaría que lo hicieras porque quiero ayudarte y no podre hacerlo si no me dices lo que te ocurre.
Dan la escucha, tiene una voz suave y un tono moderado, de esos que te hacen sentir seguro y a salvo, el que tienen las personas de confianza. Abre la boca para hablar; pero la cierra sin que ningún sonido salga de ella. Se cruza de brazos en una postura defensiva y se echa para atrás en el sofá, como si quisiera hundirse en el. Ella le sonríe y espera unos segundos más antes de volver a hablar.
―¿Tienes hermanos, Dan?
Él la mira confuso sin saber a dónde quiere ir a parar con esa pregunta, aunque parece lo bastante inocente como para no contener significados ocultos.
―Una… una hermana, Jenny. Vive en Londres.
―¿Estáis muy unidos?
―Sí… bueno… ―Dan se pasa la mano por el pelo y se lo alborota― ahora no hablamos mucho; pero antes… antes lo estábamos. Siempre podíamos contárnoslo todo ¿sabe?
―No es fácil mantenerse unidos cuando estáis en diferentes países. La distancia enfría las relaciones.
―Ya nos habíamos distanciado antes de que se fuera.
―¿Qué pasó?
―Disculpe ―le interrumpe inclinándose hacia adelante, hasta apoyar los codos sobre las rodillas― ¿Por qué hablamos de Jenny? ¿Qué tiene que ver con mi problema, con el que yo esté aquí?
―No lo sé, Dan, no me has contado porque estás aquí. Puede que la relación con tu hermana tenga algo que ver o puede que no ―Dan vuelve a recostarse y se tira de los puños de la camisa. Ella nota su actitud defensiva y sigue hablando, la experiencia le dice que si los pacientes se sienten intimidados le costara más poder ayudarles―. Sólo quiero que veas que podemos hablar de cualquier cosa que quieras. No tiene porque ser el motivo por el que estas aquí. Puede ser trabajo, familia, tu último sueño o la última película que hayas visto. Puedes hablarme de lo que quieras y yo te escuchare hasta que estés preparado para hablar. Así que ¿Qué me dices? ¿Hablamos un poco mas de Jenny?
Dan se rasca la barbilla y empieza a hablar de su hermana. Durante la media hora que le resta de sesión le habla de ella, del Upper East Side, de Constance y como influenciaron a su hermana, haciendo que pasara de ser la dulce e inocente Jenny a una joven que no reconocía. Le habla de Blair y de cómo su hermana se moría por pertenecer a su exclusivo grupo; le habla de la fiesta de pijamas en la que termino colándose en un bar, sobre el falso novio que hizo pensar a todos que tenia y cuando decidió que su padre y él no eran lo suficientemente buenos para ella y se marcho de casa, de lo dolido que se sintió por ello; lo traicionado cuando descubrió lo suyo con Nate o lo avergonzado al ver la forma en la que había estado tratado a Eric los últimos meses; como al final la vio seguir su sueño y se sintió orgulloso por lo que estaba consiguiendo por si misma. No recuerda haberlo hablado nunca con nadie y se siente liberado como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
―Se nos ha acabado el tiempo Daniel; pero voy a hacer un último comentario. Ni tú ni tu padre tenéis la culpa de las decisiones que ha tomado tu hermana. Te he estado escuchando, viendo la forma en la que hablas de ella y sé que la quieres y que te culpas de algunas de sus decisiones, preguntándote si podrías haber dicho o hecho algo que pudiera haber evitado algunas de las cosas que le han sucedido. No deberías hacerlo. Esas cosas que hizo las hizo porque quiso, nadie la obligo, podría haber elegido no hacerlas pero las hizo. No puedes culparte por ello, déjale que tome la responsabilidad de sus acciones, de las buenas y de las malas. Nos vemos la semana que viene
Dan asiente con la cabeza y se pone de pie. Es fácil decir que no es culpa suya las decisiones que Jenny tomo; pero a lo mejor si no hubiera estado tan enamorado de Serena o tan metido en sus problemas podría haber visto las señales y haber evitado alguna de ellas. Recoge el abrigo del perchero y se lo pone mientras se despide de la mujer. Camina con paso rápido hasta la recepción, una simple mesa con un ordenador y una mujer en su treintena que no deja de sonreírle. Golpea la mesa con nerviosismo mientras le confirman su próxima cita y tiene que contenerse para no salir corriendo hacia el ascensor y ponerse a pulsar el botón como loco. Aun así cuando se la confirma anda hacia el fondo del pasillo con paso rápido y lo presiona una y otra vez, como si por haberlo fuera a conseguir que llegara más rápido. A su lado se coloca una joven morena y de piel pálida, un poco más baja que él. No le presta mucha atención hasta que no se mete dentro del ascensor y se permite suspirar tranquilo, después de sacar una petaca del bolsillo interior de su chaqueta y darle un largo trago para calmar los nervios. Es entonces cuando la ve, cuando está cerrando la petaca y la nota mirándole por el rabillo del ojo.
―Ansiedad ―explica Dan sin saber porque tiene la necesidad de excusarse ante una desconocida.
―Seguro que son las cinco en alguna parte ―responde ella con una pequeña sonrisa
―Seguro que sí. Soy Dan.
―Tessa.
Las puertas del ascensor se abren y cada uno camina hacia un lado, ella perdiéndose entre la multitud y él parando un taxi que le devuelva a la seguridad de su hogar. Dice la dirección y cierra los ojos en el asiento trasero y ni una sola vez en todo lo que dura su viaje los abre, no se ve capaz de hacerlo.
―He visto a tu padre fuera. ¿Ha pasado algo? ―le pregunta la doctora cuando Dan se sienta frente a ella.
―No. Quería asegurarse de que viniera.
―Porque te saltaste la cita de la semana pasada.
―Escucho el mensaje en el contestador
―Puedo preguntar por qué no viniste
Dan se encoje de hombros sin responder. Para él tiene sentido porque no vino; peor no cree que sus razones vayan a convencer a nadie más, mucho menos a conseguir que la terapia acabe antes. No puede decirle la verdad así que da la misma información imprecisa que le dio a su padre, la que le da últimamente a todo el mundo cuando cancela los planes en el último momento.
―Me surgió algo a última hora ―responde dando golpecitos rítmicos con los dedos en el reposabrazos.
La doctora le mira fijamente y Daniel no es capaz de aguatarle la mirada.
―Voy a hacerte una pregunta Dan y me gustaría que me respondieras con sinceridad. ¿Quieres venir a terapia? ¿Sí o no?
El moreno no responde, tampoco la mira, se queda con los ojos fijos en los dedos de su mano derecho y que golpean el reposabrazos uno tras otro, viendo como la tela acolchada se hunde con cada golpe y luego se recupera.
―Es una pregunta sencilla ―insiste ella cruzándose las manos sobre el block de notas que descansa como de costumbre sobre sus rodillas―. ¿Quieres mi ayuda o no? Solo quiero una respuesta sincera. No hay una respuesta errónea, no me enfadare si me dices que no. No me importara, de verdad. Solo te pido que no te mientas a ti mismo. ¿Quieres o no?
―Sí ―es un murmuro y Dan no está seguro de que le haya oído; peor lo ha hecho y le sonríe en consecuencia.
―Entonces vas a tener que comprometerte con la terapia porque esta es la quinta sesión que deberíamos haber hecho y has faltado a tres ¿De acuerdo?
―Sí.
―Dan, mírame.
El joven alza la cabeza y asiente con la cabeza.
―De acuerdo. Dices que quieres mi ayuda y yo te ayudare en todo lo que pueda, quiero que cuando termine la terapia sientas que has solucionado todos tus problemas, que cada vez que una sesión acabe sientas que estamos un poco más cerca de conseguirlo. No te voy a mentir, no va a ser fácil, habrá días en que querrás dejarlo, salir por esa puerta y no volver más, habrá días fáciles y días en que parecerá que en vez de avanzar hemos retrocedido. Todo eso es normal, no quiero que te desanimes cuando encontremos un bache, porque esos obstáculos son los que nos harán trabajar más duro y cuando los superemos nos darán una mayor satisfacción. Y lo más importante de todo es que no estás solo, no vas a recorrer solo este camino porque yo voy a estar a tu lado con cada paso que demos. Y el primer paso en nuestro camino es nuestro primer obstáculo a superar tienes que decirme por qué estás aquí.
Dan respira hondo y aparta la mirada, se muerde los labios y se siente incapaz de hablar. No sabe por dónde empezar, no sabe que debería contar y que no, que es lo que ella necesita escuchar para ayudarle y que hará que le pongan el cartel de loco.
Ella le mira en silencio como si con hacerlo pudiera leerle la mente, casi es como si lo hiciera porque Daniel es transparente, en su cara se refleja todo lo que siente, angustia, miedo, desconcierto, duda… Puede ver por la forma en la que sus ojos inquietos se mueven sin centrarse en nada que está seleccionando la información que le quiere dar. No es lo que ella le ha pedido que le diga, pero es un comienzo, nunca espero que se lo contara todo la primera vez que preguntara.
―Porque no empezamos con algo más sencillo ―le dice intentando que se relaje―. ¿Por qué no viniste a la última sesión?
Había estado escribiendo en el portátil toda el día. Llevaba toda la semana con esa historia en la cabeza, teniendo pequeños flashes sobre una chica y su vida, y al final esa mañana por fin se había decidido a escribirlo. Había estado tan clara en su cabeza todo lo que sucedía con Charlotte y su familia, que sus dedos parecía que se movían solos por el teclado del ordenador.
La radio sonaba de fondo, mas para que hiciera ruido que porque realmente la estuviera escuchando, una botella de agua medio vacía estaba a su lado derecho y una bolsa de patatas abierta y olvidada en el izquierdo. Tan concentrado estaba que casi se cayó de la silla cuando sonó la alarma del móvil anunciándole que era hora de la sesión.
Soltó el aire despacio y guardo el archivo antes de cerrar el ordenador. Se quedó allí sentado unos minutos, con la vista fija en la pantalla negra y respirando de forma pausada, intentando controlar su respiración y no comenzar a hiperventilar por la ansiedad que sentía de sólo pensar que iba a tener que salir.
Le costó 10 minutos y un largo trago de whisky llegar hasta la puerta. Diez minutos llenos de frases que parecían sacadas de un libro de autoayuda con cosas como “puedo hacerlo” “yo controlo mi vida” y “primero un paso y luego otro”. Al final consiguió abrir la puerta y salir al pasillo. El principio siempre era lo más difícil, conseguir salir del edificio se había convertido en una Odisea que no siempre conseguía superar; pero hoy parecía que lo estaba haciendo.
Entonces fue cuando se abrieron las puertas del ascensor y vio a la señora Jackson, la anciana que vivía al otro lado del pasillo, arrastrando el carro de la compra que siempre solía llevar con ella; sonrió a Dan con amabilidad cuando le vio pero él no pudo corresponderla, tenía la mirada fija en el hombre tras ella, en el desconocido de sesenta y tantos años con entradas y regordete que le devolvía en silencio la mirada. Trago con fuerza y sintió como toda la seguridad que había tenido escapaba de él con el color de su cara. Retrocedió un par de pasos antes de girarse y correr hacia la puerta del loft ante la confusa mirada de la anciana. Le temblaban tanto las manos que tuvo que probar varias veces antes de ser capaz de meter la llave en la cerradura y conseguir abrir la puerta. La cerro de un portazo y se dejo caer al suelo, con la mano aun en el picaporte, la espalda contra la madera y la respiración descontrolada.
―Daniel, corazón ¿Estas bien? ―oye la voz preocupada de la señora Jackson desde el otro lado de la puerta.
―Perfectamente ―miente mientras cierra los ojos― Me… me deje el fuego encendido.
Suelta el picaporte y rebusca en el bolsillo del abrigo hasta dar con la petaca de emergencia, la que últimamente siempre lleva encima, y le da un largo trago esperando con ello calmar los nervios. Es inútil. No puede levantarse de donde esta porque sus piernas no le responden y su corazón late tan fuerte que retumba contra sus oídos.
Cierra los ojos y vuelve a beber. Llegados a este punto solo le queda intentar olvidarse del mundo y rezar porque el día acabe lo antes posible
―¿Dan? ―le pregunta la doctora Santino al ver que se ha perdido en sus recuerdos.
―No podía salir de casa ―responde con la voz monótona y casi en un susurro―. Lo intente, de verdad que sí; pero no… no pude llegar a la calle. Normalmente consigo salir del edificio; pero a veces… a veces ni siquiera soy capaz de llegar al ascensor.
―¿Te pasa muy a menudo? Me refiero a tener miedo a salir.
―Todos los días ―le dice centrándose por fin en ella―. Todos y cada uno de los días.
―¿Desde cuándo te pasa? Por la forma en la que hablas asumo que no es algo reciente.
―No sé… un par de meses.
―¿Cómo te sientes cuando te pasa?
―Es como si el corazón se me fuera a salir por la boca, me pitan los oídos, me falta el aire ―Dan se lo explica sin parar de gesticular―, me cuesta dar un paso tras otro…
―Un ataque de pánico
―Supongo que se le puede llamar así.
―No pasa nada, Dan. Hay mucha gente que siente eso y a muchos de ellos ese miedo, esos ataques les impiden salir de sus casas. Que tú seas capaz de conseguirlo, que te enfrentes a ello y no dejes que te gane es una cosa muy difícil de conseguir.
―Pero no venzo siempre.
―Pero sigues intentándolo. Eso es lo que te diferencia del agorafóbico que ni siquiera es capaz de acercarse a la ventana de su casa y deja que sus miedos le paralicen. Hace falta mucho valor para hacerlo. Vamos a hacer una cosa, este ―dice arrancando un trozo de papel de su cuaderno y escribiendo en el algo antes de tendérselo― es mi número de teléfono, la próxima vez que tengamos una sesión y no seas capaz de venir quiero que me llames, si ves que te paralizas frente a la puerta, quiero que me llames. No importa la hora que sea, tú llámame. Es más fácil que podamos hacer algo al respecto ahora que aun te ves con fuerza para luchar, que no te has desanimado. ¿Lo harás?
Dan recoge el papel y lo mira unos segundos en silencio antes de doblarlo y asentir en silencio con la cabeza.
―¿Recuerdas como empezó?
Dan levanta la mirada del suelo y se pasa la lengua por los labios. Ha reconocido que a veces no puede salir de casa; pero el resto… ser agorafóbico no tiene nada malo, mucha gente lo es, reconocer que ves a gente que no está ahí, que ves cosas que sabes que no son reales aunque cada fibra de tu ser te diga que lo son… para eso no está preparado y no cree que nunca pueda estarlo. Así que abre la boca y miente.
―No lo recuerdo.
―Está bien ―ella sabe que miente, lo ve por la forma en la que ha dejado escapar todo el aire de su cuerpo antes de contestar, por la forma en la que se cruza de brazos y la mira fijamente a los ojos, como si eso bastara para engañarla.
Podría intentar un acercamiento directo, decirle que sabe que la ha mentido y que eso no era lo que habían acordado; pero eso sería antiproducente, Dan está empezando a abrirse y si se le enfrenta es probable que se cierra y vuelvan a la casilla de salida.
―Se acerca el final de la sesión, así que voy a darte unos deberes. Son pequeñas cosas que me gustaría que fueras haciendo. ¿Vale?
―Lo intentare.
―Pero tienes que intentarlo de verdad ―La doctora le ve asintiendo y prosigue―. Quiero que cada día salgas de casa. No me importa a donde vayas ni el tiempo que estés allí. Solo quiero que salgas de tu casa, que bajes a la calle y cruces el portal de tu casa. Puede ser para ir a comprar el pan o el periódico o tomarte un café, puedes quedarte sentado en los escalones si quieres o ir al cine. Lo importante es que salgas todos los días y que me apuntes en un papel lo que has hecho desde que te has decidido a salir de casa hasta que lo consigues. Quiero que apuntes lo que haces, lo que piensas, como te sientes, los pasos que has dado cuando has salido, lo que has hecho… cualquier cosa que se te ocurra y la semana que viene lo estudiaremos juntos.
Dan asiente con la cabeza y no dice nada. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Qué no puede hacerlo? ¿Qué le pide demasiado? ¿Qué ha cambiado de opinión y ya no quiere su ayuda? Sabe que podría hacerlo, dejarlo pasar, dejar de venir, quedarse encerrando en su casa por los días que le quedan de vida viviendo a base de comida para llevar y haciendo la compra por internet y sin volver a relacionarse con ningún ser humano que no fuera su padre, Lily, su hermana y Ted, el chico de la editorial tan simpático que escucha toda sus neurosis sin quejarse. Podría hacerlo, total ¿Cuál era la esperanza de vida del varón americano? ¿entre los 77 y los 80 años? Le quedaban al menos otros cincuenta años… sabe solo con pensarlo que es imposible, le gusta demasiado el café del Starbucks como para sobrevivir sin el mas de 3 días. Así que tendrá que hacer lo que ya hace, rellenar su petaca, meterse las manos en los bolsillos y salir a la calle fingiendo que no ve a todas esas personas que en realidad no están allí y rezando a la deidad que quiera escucharle para que no le dé un ataque de pánico que le convierta en el video más visto de youtube.
―Recuerda tus deberes, Daniel.
*~*~*~*~*~*
No hace frio, no en comparación con el que ha estado haciendo los últimos días; pero hace viento y eso hace que sea peor porque el frio se cuela por las mangas del abrigo y te corta la piel, mueve las hojas caídas del suelo y remueve el polvo del suelo haciendo que se te meta en los ojos. Dan odia este tipo de días. Si no fuera por sus “deberes” se quedaría en casa sin molestarse en salir, pediría una pizza y vería una peli; pero tiene que salir, prometió que lo haría y si hay algo que su padre le ha enseñado es a mantener su palabra por encima de todo. No tiene que estar mucho tiempo fuera, solo unos minutos. Hoy no va a ir muy lejos, comprar el pan y volver a casa.
Se coge de las solapas del abrigo con fuera mientras anda con la cabeza gacha, esquiva a la gente viendo sus pies y mira por el rabillo del ojo de vez en cuando para asegurarse de que no se ha pasado la puerta de entrada de la pequeña pastelería a la que le gusta ir. Es un sitio pequeño, familiar que hay a un par de calles de su apartamento de Brooklyn, tiene uno de esos toldos antiguos de rayas blancas y rojas que ahora se agita con fuerza por el viento, en el escaparate hay un montón de tartas y cupcackes decorados y cuando se abre la puerta suena una pequeña campanilla, que Dan siempre recuerda que haya estado ahí, y te envuelve el olor a pan recién hecho. Alza la cabeza al entrar y sonríe a la señora Moretti, la que ahora dirige el negocio familiar.
―Hola, Danny ―le dice antes de volver a terminar de empaquetar la caja de cupcakes con la que esta.
Danny… nadie le llama así, solo la señora Moretti. Lo hace desde que era un pequeño flacucho que devoraba las galletas que su madre le compraba cuando la acompañaba a por el pan.
Mira por la vitrina mientras espera a que la mujer a la que están atendiendo acabe de pagar. Está decidiendo si comprar o no unas cuantas pastas y pasarse por donde su padre y Lily para tomar un café. Está seguro de que a su padre le encantaría si lo hiciera, hace tiempo que no va por allí, desde aquel día en el que intento tomar el metro y vio a todas personas que no deberían estar ahí y termino vomitando en medio de la calle.
“Podría coger un taxi” piensa para si mismo. Sí, lo hará, comprara unas pastas y cruzara el puente.
Está decidido a hacerlo; pero entonces la mujer frente a él se gira y Dan lo ve, son unos números flotando en su frente formados con humo rojizo, 17102012. Se le queda mirando mientras se va sin ser capaz de respirar. Compra el pan en silencio y sale de la tienda intentando no salir corriendo. Las pastas y la visita a su padre tendrán que ser otro día.
parte 2 Master Post