Fandom: Saint Seiya
Pareja/Personajes: DM de Cáncer x Aioria de Leo - Shura de Capricornio x Aioros de Sagitario - Afrodita de Piscis x Milo de Escorpio
Advertencias: ...
PRIMER ACTO: El plan.
Al poner especial atención en sacar con sumo cuidado el pastel que había hecho esa mañana del horno, Afrodita pensó que era momento de inmiscuirse e intervenir.
DeathMask sólo estaba de paso, porque no tenía nada decente para comer en su templo, salvo por ratas, cerveza caliente y un par de cosas en conserva y descomposición. Aunque también tenía un cadáver por allí, pero como no había caído en tanta perversión (Aún. Seh. Aún.) como para cometer canibalismo por voluntad propia, se decidió por ir hasta la doceava casa por si acaso.
En el momento exacto en que el dueño de dicho templo le sirvió una tajada de pastel se arrepintió de inmediato de su decisión.
Era una tarta de cerezas rojas con relleno cremoso. Era demasiado cursi, demasiado dulce, demasiado rosa. Hubiese preferido mil veces, considerándolo mejor, comerse el cadáver de un solo bocado, pero pues… Era, también, bastante tarde como para volver en sus pasos.
-¿Te diste cuenta de eso?
Afrodita apoyó el mentón con delicadeza sobre el dorso de su mano, mientras el aludido arrastraba su plato varios metros más allá, en un gesto silencioso, pero no por ello poco sutil, de desagrado. Arqueó una ceja, sin embargo, para mirar al pescado.
-¿De…?
-De Shura.
-¿De Shura?
-De él… De eso.
Afrodita hablando en clave era algo más común de lo que se pudiese pensar, aunque, para ser sinceros, sólo lo hacía cuando algún hecho en particular era suficientemente atractivo de merecer su atención. Al menos lo suficiente como para desear husmear un poco en el problemilla en cuestión.
Tal como con el caso actual.
Death, por otra parte, era pésimo con las adivinanzas y con las sutilezas de todo tipo en general, pero por cómo estaban las cosas en el santuario desde hacia una semana, lo supo más o menos de inmediato.
Hace un par de días la diosa les había develado un secreto que venía ocultando desde que el resto de los mandamases del olimpo habían decidido devolverle la vida a cada uno de ellos, nuevamente sin preguntarles, ni pedirles primero su opinión.
El secreto, según las propias palabras de la deidad, parecía ser un regalo para la orden completa, pero cuando todos esperaban, mínimo, una remuneración monetaria con una cantidad de ceros decente, se encontraron con que la sorpresa era sólo para un par. En sí, el secreto era el guardián de sagitario.
Sipi, Aioros vivito, coleando, sonriente y sumiendo a Shura en la más cliché y dramática depresión que cualquiera pudiese imaginarse jamás.
Al enterarse de la noticia, en una reunión medianamente informal, lo único que había atinado a hacer el español había sido a darle un duro, pero incómodo apretón de manos a su griego asesinado preferido de todos los tiempos, lo siguiente que había hecho era haber salido prácticamente corriendo a encerrarse en la décima casa zodiacal con la clara intención de no asomar la cabeza de allí nunca, pero nunca más.
Death fue por él dos días después, con un par de cervezas en una mano y unas cuantas películas de dudosa calidad didáctica, como el cangrejo mismo prometía, en la otra.
Se encontró con Shura sentado como niño castigado en el rincón más oscuro de su templo, sangre chorreándole de la cabeza y unos cuantos tumbos en el cuerpo que seguramente terminaron en el suelo.
Aunque, la verdad sea dicha de paso, la sangre que empezaba a secarse y los tumbos eran porque el muy tarado había estado dándose cabezazos contra la pared más cercana. Al menos ese hecho no había tenido peor consecuencia que unas cuantas neuronas perdidas en el proceso, lo cual tampoco importaba tanto cuando las cervezas que traía el crustáceo en la mano se las iba a matar de todas maneras, pero de un modo un tanto más elegante y ciertamente no tan sádico ni sangriento.
Death, por supuesto, intentó sacarlo de su estado (Claro que también de su templo, pero el italiano decidió ir lentamente y paso a paso) por todos los medios posibles y probables que conocía, pero los sobornos, chantajes, chistes, ni amenazas varias sirvieron para llevar a cabo semejante proeza.
Hasta le pidió como cincuenta veces, con palabras más o menos decentes, que dejara el drama para las mujeres, se hiciera hombre y saliera al mundo exterior a enfrentar la realidad y el trasero enorme de Aioros en toda su cara, pero la cabra montés se negó el cuádruple de veces, diciendo siempre que tenía cosas más importantes que atender en el silencio y soledad de su templo.
-¿Cosas más importantes? Como qué, si me permites preguntar, porqué no hemos tenido nada más interesante qué hacer que plantar el culo en nuestros templos desde hace trece putos años.
El capricornio permaneció callado un rato con ese comentario, pero no estaba muy cerca de recapacitar y volvió a responder con terquedad la tontería esa de que tenía cosas más urgentes de las que preocuparse en ese momento, claro que siempre en el interior de su templo.
También agregó que si no entendía sus asuntos, súper secretos, importantes e interesantes, pero desconocidos, entonces podía largarse muy, muy lejos, preferiblemente a la punta del cerro. Aunque el italiano no lo recuerda con exactitud, le pareció que incluso el español hasta le sacó a colación la honorable, pero antigua profesión de la madre muerta a la que nunca conoció. Bah.
Entonces se marchó por la paz en esa ocasión, pero en la actualidad tenía que admitir que extrañaba un tantito a la cabra. El pececillo no servía para compartir cosas sucias, ni que dijera demasiadas malas palabras en la misma oración le permitía el delicado.
Fue por ello que maldijo a su mejor amigo por ser tan endemoniadamente capricornio para sus cosas y porque, con una sola semana transcurrida desde el incidente ese, podía claramente asegurar que el tarado iba a continuar negándose a salir de su templo por los siglos de los siglos de la eternidad.
-¿Qué con eso?-preguntó el crustáceo tras un rato, volviendo a la realidad.
Afrodita volvió a sonreír. De hecho Death era capaz de predecir el momento preciso en que sus labios pintados de rosa pastel se curvaron lentamente hacia arriba, hasta dónde sus facciones se lo permitieron y fue físicamente correcto.
-Estaba pensando-murmuró, con suavidad.
-¿En…?
-En el provecho que podemos sacar de esta situación.
Entonces el pez tuvo que morderse el labio inferior para no arruinar la sorpresa ni el suspenso del momento, le indicó con un dedito a su dorado preferido que se acercara y le susurró despacito.
-Creo que es momento de intervenir, pero de una manera especial, por supuesto.
Al cangrejo esas cosas como que no le gustaban. Aunque no era porque fuese el seguidor más fiel de la creencia del vive y deja vivir, muy por el contrario, sino porque le parecía que entrometerse en este tipo de problemas claramente amorosos era cosa de mujeres chismosas, pero aún así prestó atención a lo que su afeminado amigo tenía por contar, sólo por si daba la casualidad de que sí resultaba provechoso para su podrida persona.
-¿Qué ganamos con eso, según tú, porque dudo que lo digas por la satisfacción personal que te causa ser celestino?
Afrodita rio, suave y casi como que no quiere la cosa.
-Ah, no seas tonto. Claro que tendremos una ganancia, una que sin duda va más allá de la que podemos conseguir arruinando sin querer el preludio de una preciosa relación.
Death, por su parte, seguía sin comprender. Al principio, porque en cuanto pudo notar ese brillo delator en los ojos del pescado y la boca torcida en una sonrisa que rayaba en la perversión, es que se dio por enterado. De todos modos se contagió de la mueca y sonrió de oreja a oreja.
-Oh, pero que malvado eres pececito.
-Justamente, cariño… Si todo sale como lo estoy planeando entonces pronto tendremos de vuelta a Shuris.
DeathMask se inclinó hacia adelante, con una expresión de complicidad, si hasta parecía que había recobrado la esperanza de recuperar a su antiguo compañero de andadas.
-Entonces, cuéntame del plan…
Dita volvió a sonreír y mordiéndose un dedo para contener las ansias, comenzó a explicar.
Al parecer pronto ellos también tendrían su propia tajada del pastel y eso, sin duda, le encantaba.
...Continuará...