[original] este será nuestro año | femslash | petit_croissant

Jan 05, 2009 02:11

Fandom: Original
Advertencias: NC17 (para estar seguros al menos) wtfme? || femslash || lime || adulto/menor
Título: Este será nuestro año.
Palabras: 2497.
Comunidad: petit_croissant
Reto: 17. Año nuevo, vida nueva
Resumen: Anna pasa un año nuevo como cualquier otro, en un lugar colmado, sola. No tiene a nadie a quien saludar, si está allí es porque no tiene otro lugar donde estar. Anna fuma y espera, pero no sabe qué hasta que lo encuentra.
Notas: Beteado por waddi_wassi (thanks bb!). Aclaración: 'pitada' vendría a corresponder a 'calada' para las españolas. En otro asunto, no sé de donde salió esto, pero supongo que tengo que admitir que me gusta. Also, encontrarle un título ha sido la muerte, y le pertenece a "This will be our year" de Pablo (no preguntar, yo solo escuchaba fanmix cuando me la encontré y dije, por qué no?)


Anna pisa la colilla con el taco de su zapato y mira el cielo. Las luces empiezan a brillar poco a poco, iluminando su rostro y su sonrisa opaca. El eco de los estallidos suena a música, contrario al ruido en el interior del local. Recoge sus cabellos una vez más en una coleta, rebeldes y molestos se empecinan en interrumpir su vista. Aún así, no mueve un pelo con ademán de entrar y las voces de quienes se encuentran en el interior, copas de más, risas eléctricas se hacen más cercanas a medida que la medianoche se acerca.

Disgustada con la vida, se queda allí mientras el cielo explota en colores, mientras las felicidades sin intención recorren los labios de uno en uno. Vuelve a prender otro cigarrillo. No tiene a nadie a quien saludar, si está allí es porque no tiene otro lugar donde estar.

Una voz la distrae. Baja la vista del cielo para centrarla en unos ojos excesivamente pintados, de un verde tan resplandeciente como los fuegos sobre sus cabezas y con un brillo que sabe a pecado.

-¿Tienes fuego? -repite con voz demasiado infantil, y ella asiente, entregando el encendedor a la joven que la observa. Una sonrisa se dibuja en sus labios y Anna pita de su cigarro mientras espera. Cuando la chica termina, le devuelve el encendedor, pero contrario a lo esperado, no se marcha. Se recuesta sobre la misma pared en la que ella lleva demasiados minutos y observa el cielo. La sonrisa aún dibujada en sus labios. -Feliz año. -agrega luego de unos momentos. Anna no responde, simplemente mira el cielo. Los fuegos artificiales repentinamente le suenan más sinceros.

**

Despierta sin tener muy claro donde está. Hay un evidente martillar de bombos en su cabeza y teme preguntarse si tan temprano ha llegado carnaval. Envuelve su cabeza con su almohada, demasiado suave, demasiado fresca, pero simplemente le urge evitar la luz y el ruido. Intenta recordar qué ha pasado, qué día es y donde está. Pero todo parece un torbellino de colores. Sabe que no está en su casa, eso puede saberlo por la luz en su rostro, las sábanas demasiado perfumadas y la comodidad de una cama que no es suya. También sabe que no sería la primera vez, preocuparse por ello no es algo que haga ya.

Le toma varios minutos entender que ha terminado noche buena, que el cielo se ha caído sobre la tierra en los festejos y que obviamente esta apretando su cuerpo con toda la fuerza del mundo, imposibilitándole moverse. Anna siente que bien podría morirse en aquel instante y el mundo no se enteraría.

Recién entonces recuerda. Son pequeños flashes. Una sonrisa, un trago, luces de colores por todos lados y una sonrisa inocente y jovial que le sacude de arriba abajo. El estomago se le revuelve y la cabeza golpea en su interior. Son unos ojos verdes los que la miran desde la noche, un maquillaje corrido. Manos que se entrelazan casi por error. Los recuerdos la marean más que su propia resaca. Manos, labios, besos. Cigarros por el suelo, risas y tropiezos. Una ropa menos, una mano más. Torpes. Golpea su cabeza contra la cama, incapaz de creer que esto está pasando a ella.

Finalmente, todo está en su mente. Recuerda el suave reír de la niña contra su oído, el rozar de sus labios contra su mandíbula al alejarse y su mirada cómplice. El ‘un trago por el año’ que inició todo resuena en su cabeza como alarma de auto. Recuerda el caminar de una mano por su pierna, la mirada perdida y necesitada. Recuerda el impulso. La niña entre ella y la pared y su pierna entre las de ella. Recuerda la saliva y el calor. Los besos, y las manos por su remera. Sobre todo recuerda el ‘ven conmigo’ suplicante y erótico.

Quita las sábanas de sobre su cuerpo. Aquello no puede ser posible, sabe que si fuera capaz de sonrojarse, toda una gama de rojos se desplazaría por su cuerpo. Recuerda las manos, el impulso, la corrida escaleras dentro y los besos robados en lujuria. La necesidad, el deseo carcomiéndole por dentro, bullicioso, ardiente. Recuerda los ojos suplicantes, lo prohibido, lo que ni siquiera se atreve a recordar. Recuerda tenerla entre sus manos, pequeña, delicada y simplemente perfecta, y le asusta saber que más allá de sus recuerdos aún la cree así. Es nuevo, es nuevo y dulce y entre las nauseas y el calor renaciente existe una capa de saciedad y placer que desconoce. Es algo que no ha conocido nunca. Algo que no se compara a ninguna noche que haya pasado con algún desconocido.

Su cabeza se niega a aceptar que se trate de una ella, pero su cuerpo opina todo lo contrario. Es como si los recuerdos se agolparan en su cuerpo, reviviendo cada segundo. Una especie de iluminación pasada, mezclada con olor a alcohol, nauseas y jaquecas. Recuerda caer en la cama, de estar arriba pasar abajo. Recuerda no saber donde estaba su ropa y dejar de cuestionarlo entre manos habilidosas. Sentirse pequeña, única, hundirse en la cama. Piel contra piel, manos juguetonas, guías, maestras. Más pequeñas, pero ciertamente más experimentadas. Recuerda gritos, gemidos, y palabras que ni siquiera tienen sentido.

Cierra los ojos, la almohada cayendo a su lado, sobre todo recuerda preguntar su nombre y no escuchar respuesta. Solamente la mirada plácida de fuegos verdes que le observan. Luego la nada. Respira con dificultad, la cabeza calmando poco a poco, las imágenes disolviéndose en negro en su mente. Se mueve y encuentra su mano entre sus piernas, el calor subiendo a sus mejillas tan rápido como se ha evaporado del resto de su cuerpo.

Inconsciente de sus acciones, queriendo pegar su cabeza contra algo y realmente morir allí, suspira. La risa lo invade todo entonces. Es juguetona, dulce, libre y ella no puede más que abrir los ojos aterrada. Esto supera los límites de sus acciones. En la puerta, con solo una remera demasiado escotada le observa su compañera de la noche anterior. No supera el metro cincuenta, los ojos le brillan y la risa fluye de sus pequeños labios algo hinchados. Tiene el maquillaje corrido pero no parece preocupada por ello, y así, sin los adornos ni las luces de la noche, Anna no puede rogar otra cosa más que sea mayor de lo que aparenta.

-Buenos días, -sonríe la niña, sus ojos clavados en Anna. Su mirada la cohíbe y avergonzada nota que está desnuda y aún no ha quitado su mano del interior de su pierna. Se siente tonta, perdida, por que es una chiquilla quien tiene el control, la que le hace sentir así. Se tapa inmediatamente con las sabanas, como si un resorte activara sus acciones y no sonríe. No puede. Miles de preguntas resuenan en su nombre, recuerdos, pesadillas, miedos, y sueños. Se ahoga en palabras que no puede decir y espera. -Creí nunca despertarías. -la niña se acerca a ella, y Anna intenta alejarse instintivamente. La pared no se lo permite y lo próximo que siente es un dedo de la muchacha deslizándose suavemente por su labio. Sabe a chocolate, a hogar, a suaves besos. Cuando quiere notar, ha cerrado los ojos, empujado la cabeza hacia atrás y la mano libre de la muchacha empieza a bajar las sábanas otra vez. -El desayuno está listo.

La mano se retira antes de llegar a su pecho, el dedo en sus labios desaparece y la risa vuelve a resonar en la habitación. Anna abre los ojos sorprendida, completamente desorientada de la situación y se limita a asentir a la extraña.

**

La cocina está demasiado lejos de la habitación, escaleras abajo y la casa resulta demasiado grande para estar habitada solo por la niña. La muchacha sin embargo no parece incómoda por nada del mundo, y sonríe, como si verle en una de sus remeras le proveyera de alguna satisfacción personal.

-¿Vives sola? -pregunta lo más delicadamente posible mientras se sienta en el mostrador. Sabe la respuesta, una niña como aquella no debería ser capaz de mantener un sitio como aquel. No presta atención al desayuno delante de ella puesto que espera ansiosamente la respuesta de la joven.
-No. -No agrega nada más al respecto, y sirve unas tostadas y un par de café con leche. -Espero que te guste, no era como que pudiera preguntarte que querías.

Se encoje de hombros y siente como la remera se levanta, demasiado chica para ella. El día es calido, como todos los primeros de enero y aquello no le molesta. No tanto como el sentirse totalmente vulnerable ante alguien que por poco podría ser su hija. Toma la taza entre sus manos y la observa, la niña sonríe, y cuando se inclina hacia delante, el escote se abre más de lo apropiado. Anna cierra los ojos y baja la cabeza.

-¿Te sientes bien? -una mano de la niña se posa sobre su barbilla y sus ojos angelicales le observan preocupada. Anna asiente, conmovida. Nunca nadie le ha mirado así. -Quizás deberías descansar…
-No. No. Estoy bien. -su voz le suena más seca, brusca, y la chica parece inmune a ello. Su mano está ahora en su mejilla y su sonrisa empieza a dibujarse nuevamente en sus labios.
-No habría ningún problema, enserio. -Insiste, y su agarre desaparece. Se sienta frente a ella y toma su propia taza. -Puedes descansar todo lo que quieras.
-¿Haces esto seguido? -La pregunta escapa de los labios de Anna antes que pueda evitarla. La niña le mira curiosa, y supone que primero debería haber preguntado su nombre. -Traer… -aclara su garganta para poder especificar lo que quiere decir, -extraños a tu casa. Como yo.

La risa es clara, sincera. Deja la taza sobre el mostrador y la mira divertida. Anna siente temblar sus piernas y sabe que esa reacción no es suya y obedece más a las imágenes en su mente que a la situación en la que está. Que ambas apenas lleven ropa no parece ayudar mucho a sus motivos.

-No. Hay muchos locos sueltos, -ríe y Anna levanta una ceja escéptica. La chica se inclina hacia ella, manos apoyándose en el mostrador, remera levantándose hasta su vientre y nariz contra la suya. -Me enseñaron que no debo hablar con extraños, Anna. Tú no eres una extraña.

Sus bocas están entrelazadas antes de que pueda evitarlo y realmente no está muy segura de querer hacerlo. Ha sido una extraña del mundo demasiado tiempo, tanto que ya ni se conoce a si misma. La niña, esta niña, con sus maneras, su risa, su lengua la lleva a lugares donde nunca ha estado, que jamás ha conocido.

-¿Cómo te llamas? -Es lo primero que logra preguntar una vez separadas y la respiración volviendo a sus pulmones.
-Eva. -Por supuesto, no podía ser de otra forma. Abrió los labios para hacer una nueva pregunta pero sus palabras se quedaron estancadas ante la mueca de la joven. -Tengo diecisiete, si eso ibas a preguntar.

El numero resuena en su cabeza Una. Dos. Tres veces. Quizás cuatro. Tal vez veinte. La sonrisa no disminuye en los labios de Eva, al contrario, parece divertirle el conflicto que se mueve en sus adentros.

-Esta es la casa de mis padres… quienes no estarán hasta dentro de dos semanas. -Agrega antes de que el pánico corra por la mente de Anna. -Puedes marcharte si es demasiada información.

El rostro de la joven pierde su vida luego de la afirmación, sus ojos se apagan y sus manos caen a un lado de su cuerpo sin fuerza. A Anna el corazón le da un vuelco, incapaz de entender por qué, incapaz de entender sus pensamientos siquiera, camina hasta a ella y la toma en brazos. Eva se apoya, pasando sus pequeños brazos por su cintura.

-Necesito pensar, -admite Anna, sus años le pesan más de lo que jamás le pesó la soledad. Pasa sus manos por los cabellos enmarañados de la niña y levanta su rostro para encontrarse con sus ojos.
-No eres la primera, -la voz de Eva suena a pena, pero Anna no la interrumpe. -Pero nunca aquí… nunca…
-Necesito pensar, -repite sin saber que más decir ante el silencio reinante. Entonces se inclina y la besa.

Es suave. No corre la urgencia, ni la necesidad, no hay manos, ni alcohol, solo el eco de una noche que parece un sueño y que vibra en cada movimiento. Tiene el rostro de la niña entre sus manos y puede sentir sus lágrimas en su piel. ‘Quédate’ susurra ella entre sus labios y Anna tiembla. ‘Quédate,’ ruega. ‘Quédate,’ suplica. La calla y cuando sus manos bajan a su cintura, la niña salta sobre ella. Golpean contra la pared del impulso, pero no importa, las piernas de Eva se enrollan en su cuerpo y su lengua busca caminos inexplorados en su boca. ‘Quédate,’ implora y su mano levanta la camisa.

-Dios. -el suspiro escapa a sus labios. Intoxicada. Extasiada. Vulnerable. ‘Quédate,’ y suena a orden en el lóbulo de su oreja, en la comisura de sus labios, en la base de su cuello. ‘Quédate,’ y es incapaz de negarse.

**

Cuando abre los ojos es de noche y no está sola. La cabeza ya no duele, y no puede evitar la sonrisa en sus labios ante el espectáculo frente a ella. Un número y un nombre resuenan en el aire, pero los ignora mientras con cuidado retira un cabello rebelde del rostro de Eva. Su mano se desliza por su mandíbula, y continúa bajando, recorriendo su cuerpo hasta donde alcanza su brazo. La niña se acomoda suavemente contra ella y murmura palabras ininteligibles. La confusión se acumula en el centro de su estomago. Una niña, una extraña, una muñequita caída del cielo. Jamás imaginó estar donde está, de todas las posibilidades que su vida sin sentido le ha traído, jamás se imaginó allí. Suspira y la besa. Sin consecuencias, sin razones. No quiere marcharse, y es lo único que parece tener sentido en su mente. Está mal, de tantas formas que no puede contarlas, pero no puede evitar pensar ‘Esto es nuevo. Esto es diferente. Esto quizás sea algo.’

En sus labios, Eva despierta, su cuerpo respondiendo lentamente ante los cuidados que Anna realiza. Sonríe. Eva sonríe y el cuarto parece iluminarse.

-No te vayas, -murmura contra su cuello. Anna es quien ríe ahora y la risa le parece extraña. No recuerda haberla tenido nunca.
-No planeaba hacerlo, pequeña Eva, -las gira, y la niña queda bajo ella, su cuerpo desnudo dispuesto para ella. Busca sus labios sin acercarse más de lo necesario y siente como las uñas de Eva la atraen mientras se cuelga en ella.

Esto está mal, en demasiadas maneras, pero Anna no puede dejar de pensar, mientras envuelve el pequeño cuerpo de Eva entre sus manos, que no le importa ni lo espera. Este es el nuevo año por el que ha esperado treinta y cinco años.

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