Suavidad
Tomó aquel durazno entre sus manos, y se encaminó hasta un árbol cercano de enormes raíces y amplia copa que cubría bien el sol. Se sentó y miró con fijeza aquél durazno que traía consigo, para después desviar la mirada, a lo lejos, se extendía una enorme pradera, su nuevo objetivo, estaba atravesando aquél terreno, un nuevo entrenamiento el cual debía cumplir para mejorar su condición como Ninja.
Habían pasado varios meses desde que decidió dejar Konoha, se preguntaba, que tantas cosas habrían sucedido en aquél lugar desde entonces… No, no era lo que debía preguntarse. A él, no le importaba lo que sucediera con la Aldea, sacudió su cabeza para apartarse el cabello, no podía pensar en eso, estaba fuera de lugar.
Después de un rato, aquellos pensamientos se fueron tan rápido como llegaron, suponía que era gracias al viento, que tan agradable, le tranquilizaba al momento de rozar su rostro.
Sasuke tenía una meta clara, y debía cumplirla, sin importar quienes se opusieran a ello. No podía quitar el dedo del renglón… Entonces bajó la mirada otra vez, aquél durazno, le recordaba tanto a cierta chica de cabello rosado, su textura se sentía igual a la piel de Sakura.
Tantas veces que había salido herido y ella le protegía, los abrazos asfixiantes cuando la pelirosa intentaba alejar a Ino sin éxito alguno. Pero lo que más le recordaba a Sakura aquél durazno, era que, la suavidad de su piel se notaba más cuando en verdad necesitaba una caricia o un abrazo por parte de ella, cuando intentaba curar sus heridas y él se apartaba, molesto porque lo trataba como un infante incapaz de cuidarse solo. Todo aquello, llegó a apreciarlo.
Lanzó el durazno al aire y volvió a atraparlo sin dificultad alguna, desviando la mirada, él no era de piedra, extrañaba muchas cosas.
Se puso de pie, no era momento para lamentos ni lloriqueos, comenzó su recorrido por aquella pradera a paso lento, despreocupado, y dio un mordisco al durazno que hasta entonces había permanecido intacto. Algún día volvería a verla, cuando todo terminara.
Habían pasado varios meses desde que decidió dejar Konoha, se preguntaba, que tantas cosas habrían sucedido en aquél lugar desde entonces… No, no era lo que debía preguntarse. A él, no le importaba lo que sucediera con la Aldea, sacudió su cabeza para apartarse el cabello, no podía pensar en eso, estaba fuera de lugar.
Después de un rato, aquellos pensamientos se fueron tan rápido como llegaron, suponía que era gracias al viento, que tan agradable, le tranquilizaba al momento de rozar su rostro.
Sasuke tenía una meta clara, y debía cumplirla, sin importar quienes se opusieran a ello. No podía quitar el dedo del renglón… Entonces bajó la mirada otra vez, aquél durazno, le recordaba tanto a cierta chica de cabello rosado, su textura se sentía igual a la piel de Sakura.
Tantas veces que había salido herido y ella le protegía, los abrazos asfixiantes cuando la pelirosa intentaba alejar a Ino sin éxito alguno. Pero lo que más le recordaba a Sakura aquél durazno, era que, la suavidad de su piel se notaba más cuando en verdad necesitaba una caricia o un abrazo por parte de ella, cuando intentaba curar sus heridas y él se apartaba, molesto porque lo trataba como un infante incapaz de cuidarse solo. Todo aquello, llegó a apreciarlo.
Lanzó el durazno al aire y volvió a atraparlo sin dificultad alguna, desviando la mirada, él no era de piedra, extrañaba muchas cosas.
Se puso de pie, no era momento para lamentos ni lloriqueos, comenzó su recorrido por aquella pradera a paso lento, despreocupado, y dio un mordisco al durazno que hasta entonces había permanecido intacto. Algún día volvería a verla, cuando todo terminara.