Apr 14, 2005 13:01
El tiempo continúa escapándoseme cual fina y blanca arena, cayendo inexorable en su cárcel de cristal, imponente reloj de arena. Reloj de arena inamovible, anclado e irrompible; imposible sería darle la vuelta para retornar al pasado o tumbarlo para detener el transcurso del tiempo. Indiferente observa la arena a través del cristal candente la vida y la muerte pasar, eternamente, invariablemente. Me recuerda el reloj que pronto estaré muerto, pero también me recuerda que en realidad, ni siquiera el tiempo existe.
Un momento me parece de vital importancia sentirme vivo, aprovechar cada momento, vivirlo con pasión. Un instante después recuerdo que realmente no importa nada, no importa si me muevo o si me quedo quieto. Cuando no tengo tiempo, porque la sociedad me lo roba, insertándome obligatoriamente en su engranaje incongruente, lloro constantemente añorando la tranquila ociosidad, deseando hacer tantas cosas bellas, crear tantas obras de arte, leer tantos libros, escalar tantas montañas.
No creo en la justicia. La vida y la gente que puebla el mundo me pisotean constantemente, yo no he de vengarme. Aun así, cometo injusticias para con otros, y muchos otros las cometen contra mí. No pretendo ser honrado, verídico, casto o benevolente. Aunque lo sea por naturaleza en ocasiones, aunque parezca ser bueno, en realidad sólo me mueve el egoísmo. Abogo tan sólo por el egoísmo, no me engaño como tantos otros. Filantropía, bondad, igualdad, democracia, comunismo. Ideales, estupideces. No creo en la moral. Mis acciones no se guían por ideales morales, me guío, cada vez más, en regresión a la infancia, por la intuición. Me dejo llevar siempre que puedo por mis instintos, aunque luego me arrepienta a menudo, y sufra en gran manera. A pesar de ello, merece la pena.
La vida se muestra ahora cínica, concediéndome algo de libertad, pretendiendo cederme un poco de esa justicia en la que no creo. Yo, por supuesto, no me fío. Disfruto escéptico del tiempo que me brinda, este transcurre rápida y al mismo tiempo apaciblemente. Sufro tan sólo porque está latente, siempre en suspenso, el momento en el que vuelva a resultarle antipático a la vida y decida torturarme un poco más... Ya no me importa... Porque he acudido al Teatro Mágico, conozco la esencia de todo, que no es axioma, sino lo que yo quiera que sea.
No administro el tiempo que me ha sido dado en esta etapa con sensatez. A veces me aqueja una ligera culpabilidad, y un resentimiento leve contra mí mismo, cuando creo no estar aprovechando este tiempo para mi propio beneficio. Esto sólo sucede cuando estoy tumbado en una casa cerrada, todo el día. Pero cada vez es menos habitual verme inserto en esta funesta apatía, cada día soy más vital, cada vez poseo más energía, y me siento feliz fuera de casa, disfrutando de todos los desconocidos, de todas las ciudades y de la primigenia naturaleza; los cuales me brindan aventuras y experiencias maravillosas diariamente, al dejarme llevar blandamente, improvisando siempre, por la vida.
El espíritu del desorden, de la bohemia, el concepto y la esencia del arte me embargan por completo, me dirigen hacia un fin incierto y prometedor. Alcanzo el límite de la razón a menudo, cae sobre mí el confuso infinito y toda la potente irrealidad o el absurdo cual torrente de agua poderosa, límpida, brillante y siento que me ahogo, hasta que de súbito me transformo y me adecúo a su composición, convirtiéndome en el libre elemento, cambiando de forma y de pensamiento constantemente.