Apr 12, 2005 14:28
Cuando escribí esto, era otro el día y otra la hora.
"Son las siete menos veinticinco de la mañana, y aún no he dormido. Estoy en casa de Diana, en su habitación. He dado hace cosa de hora y media su primer, su segundo, su tercer beso al hermano mayor de mi amiga. Tiene veintitrés años y es matemático. Ya tiene trabajo estable.
Pablo, así se llama, es un chico extraordinariamente solitario, algo misántropo. Poco amante de los libros y de lo poético, desborda imaginación en otros ámbitos, como en su magnífico humorismo, o en sus grandes pasiones frikis: el rol, el warhammer y las magic.
Todos creíamos que con dieciséis años había tenido una novia, una empollona algo feucha y antipática llamada Leticia. No fue así, según me confesó esta madrugada. Tuvo miedo y no la besó en las dos oportunidades que tuvo de hacerlo.
Le conozco desde hace muchos años, y hasta anoche le creía solitario de los que lo escogen, reacio por naturaleza a las relaciones humanas, incluso aborrecedor de estas. No es así. Es simplemente un cobarde, un miedica. Jamás se tirará a la vida. Me parece inconcebible que se pueda vivir sin pasión, y en continua frustración. Y hay tantos que viven así, inútilmente. Más les valdría la muerte. Se arrepiente Pablo de no haber experimentado cosas, pero aún así tardó toda la noche en sucumbir a un simple beso, gesto que generalmente no tiene importancia a edad tan avanzada. Hablábamos de muchas cosas, yo estaba arropada en su cama, él estaba sentado en el filo, acariciándome las piernas dulcemente por encima de la colcha. Me explicaba sus valores y sus deseos, y todo su universo vital me parecía absurdo, carente de toda lógica. Tiene, por ejemplo, un Código de Caballeros para su relación con el sexo opuesto. Lo había corregido varias veces para que no apareciesen prejuicios en este texto, pero seguía habiéndolos: por ejemplo, Pablo jamás besaría a una chica que tuviese un piercing en la lengua. Infantil, ¿verdad? Todo un perdedor, Pablito. Sin embargo, siempre me han atraído los perdedores, los perdedores de toda calaña y nivel. La mayoría de la gente es perdedora por un lado, y ganadora por otro, con respecto a la vida. Me gusta el lado perdedor de cada uno, por la contradicción y la dualidad que representan, también porque en el fondo es rebeldía del alma, y porque la mayoría de las veces es una etiqueta y no una realidad. Por eso quería besarle, para derrumbar su universo de estupideces. Seguramente, lo he conseguido. No tardará en quejarse, pero qué se le va hacer. Soy una especie de sobrina de la Serpiente, incitando a la gente a salir de su burbuja de gilipollez e ignorancia. No me siento culpable. Tampoco orgullosa.
Decidí, como decía, besarle. No se lo planteé abiertamente, pero volvía al tema de las relaciones sutilmente, una y otra vez, sin coquetear, pero dejando fluir sensualidad adrede, sensualidad que no es tan bella y tan atrayente como la que no pretendes, pero que es válida de todos modos. Al fin se ha decidido, y trepando por encima de mí lentamente, decía:
- A pesar de mi Código de Caballero sin prejuicios, ¿Puedo besarte un poquito?
Y me ha besado horrorosamente mal. Se reía nervioso, y al final he tenido que tratarle como a un alumno, y comparar los besos con una dulce melodía en la que participan silencios, besos cortos, besos con lengua, cambios de velocidad y de intensidad, caricias... Él ha aprendido bien rápido y me besaba nervioso, tocándome el pelo, y luego dándome las gracias una y otra vez, diciendo que soy una chica excepcional. Me abruma, y alarmada dejo las cosas en su sitio, dejándole claro que un beso es lo único que puedo ofrecerle. Se compadece de sí mismo, aunque dice comprenderlo. De pronto, me doy cuenta de que me he dejado llevar demasiado impulsivamente, como de ordinario, no he pensado en lo que hacía. El primer beso de un perdedor, que tiene muy pocos amigos, casi todos ellos miembros de la Iglesia, centro de cotilleos por antonomasia. Más pronto de lo que lo espere, ya habrán llegado rumores a mis padres, todo el mundo lo sabrá y se preguntará por qué esa bella niña decidió besar a este pobre personaje feo, anacoreta, torpe. Me recuerda al protagonista masculino de una novela corta de Chèjov que acabo de leer. No me ha gustado el sabor de la boca de Pablo, me parecía una fosa o caverna maloliente donde quería tragarme, ansioso. Y es ahora cuando siento asco.
Diana jadea en sueños, se revuelve entre las sábanas, medio angustiada. No sé si es que le cuesta respirar, o si está tenido pesadillas. Se muerde los labios y gira de vez en cuando, hasta que para boca arriba, respirando pesadamente.
Intento observarme en tercera persona, en el espejo del tocador. Imagino que me mira Pablo, me mira Luis, me mira Óscar, me mira Simón, me miran todos los hombres, y todos me encuentran bella, frágil en cierto modo. Tranquila y sonriente les miro, con una sonrisa de medio lado, fingiendo indulgencia y un pelín de crueldad. En realidad, resulta una sonrisa cautivadora, adorable, con la apariencia de la inocencia más impoluta.
Me canso de que me miren, doy la vuelta y escapo por el fondo del escenario a la soledad de los camerinos. Me lavo la cara y las manos frenéticamente, me cepillo los dientes, me peino, rompo el espejo. Rompo a llorar desconsolada, delicada y ñoña niñita, una vez más."