Un mes después de la celebración de la boda entre Rekyem y Alaister, llegó la primera carta de parte de su familia. En ella, André se quejaba con elegancia de las incomodidades de un viaje tan largo y a su vez agradecía toda la hospitalidad del internado por haberle permitido hospedarse allí todo ese tiempo. Luego relató brevemente los primeros
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Sandrine se debatía entre tocar la puerta, sostener la bandeja o tomar de la mano a Hyacinthe.
“Me faltan manos”
Al final el pequeño viendo su dilema termino golpeando él la puerta. Tras abrirla y encontrar allí dos figuras en vez de una tambaleó lentamente. No esperaba encontrarse allí con madame Clementine y acabo por casi tropezar con la alfombra al avanzar hasta la mesa de la directeur.
-Lamento el retraso, yo…bueno tuvimos problemas a la hora de vestirnos esta mañana… ¿verdad Monsieur?-Comentó en voz queda y sonrosada al dejar la bandeja de plata.
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-Hijo, no seas maleducado, saluda a madame Clementine.
Luego se dirigió a Sandrine.
-Puedes dejar el desayuno en mi escritorio -le indicó, y suspiró antes de mirar a Clementine-. Desde que varios sirvientes decidieron irse por las muertes ocurridas en el internado, nos hace falta personal. Incluso algunas clases han sido suspendidas. He escrito a Versalles al respecto, pero parece que no pueden permitirse el gasto.
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- Si lo deseas puedo mandar a llamar a algunos de mis sirvientes de la ciudad, no tienen mucho que hacer allí de todas maneras. Aquí nos serán más útiles.
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- Por favor, cherie. No tienes que pagarles. Yo lo haré. Si están demasiado tiempo ociosos en la Mansión se volverán inútiles.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de té.
- En cuanto a los fondos quizás sea una buena idea hacer una colecta entre los padres de los estudiantes más pudientes. El conde Francois ha abusado de sobra de nuestra hospitalidad...creo que podría aportar un poco más...
Le hechó una mirada fulminante a Sandrine.
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Había pasado la conversación en silencio sirviendo el té, la leche y acomodando los bizcochos. Hasta que captó la mirada de Clementine y el comentario.
Si ya se sentía de normal intimidada por ambas mujeres en separado, juntas eran inimaginables. Y se veía allí, en fuego cruzado sosteniendo un azucarero que bailaba demasiado entre sus manos.
-Yo, bueno...-Dijo sin saber muy bien, con voz estrangulada, el rostro le ardía y no sabía cómo salir de aquella situación, planteándose seriamente el echar a correr por la puerta.
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-No creo que la idea de la colecta sea bien vista -se apresuró a responder para evitar que la criada oscureciera el asunto en lugar de aclararlo-. Ya sabes cómo son los ricos... puedes matar a sus madres, pero no se enfurecerán tanto como si metes las manos en sus bolsillos. Si vamos a pedirles donaciones, entonces sin dudas habrá que ofrecerles beneficios... y eso es exactamente lo que no tiene que ocurrir en este internado. O no debería, al menos. Pero aceptaré tu propuesta de traer aquí a tus criados. Quizás así algún día pueda tomar el desayuno a horario.
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Antes de que Sandrine pudiera terminar de servir, Clementine la sujetó fuertemente de la muñeca y le habló bajo para que Adolphe no pudiera oir.
- No quiero que abras la boca si no se te ha pedido opinión. Ni siquiera para excusarte...Por la tarde ve a mis habitaciones. Tengo que hablar contigo.
Luego la soltó, bebió un sorbo de té y habló en voz alta y más serenamente.
- Puedes retirarte, Sandrine...
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Sandrine solo pudo asentir y bajar la cabeza. Simplemente decidió salir de la habitación a paso veloz y sin despedirse, en silencio, como le habían dicho.
Una vez cerrada la puerta se percató de que dentro todavía estaba petite Hyacinthe. Y con horror se preguntó si no debía habérselo llevado. Aunque también se cuestionaba qué necesitaba maitresse Clementine y por qué deseaba tanto averiguarlo.
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- Madre...Me retiro.
Hizo una reverencia torpe y salió rápidamente tras Sandrine.
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