Dec 01, 2012 16:20
Un mes después de la celebración de la boda entre Rekyem y Alaister, llegó la primera carta de parte de su familia. En ella, André se quejaba con elegancia de las incomodidades de un viaje tan largo y a su vez agradecía toda la hospitalidad del internado por haberle permitido hospedarse allí todo ese tiempo. Luego relató brevemente los primeros días de convivencia de los recién casados, parte que Adolphe decidió leer por encima lo más rápido que le fue posible.
Junto con aquella carta, había llegado otra, pequeña y con un sello que no conocía. Era de Alaister Rex. Adolphe la leyó con atención. Entre algunas cosas que la directeur no logró comprender, el joven se encontraba consternado porque Alice Eiplek había huido con los tesoros que misteriosamente se habían congregado en Baptiste. Declaraba que, a partir de entonces, se dedicaría a buscarla, como le requería la organización a la que pertenecía. Finalmente, al igual que André, agradecía la hospitailidad recibida y pedía disculpas por las molestias que podrían haber ocasionado tanto él como su flamante esposa.
Adolphe dejó el papel sobre el escritorio y suspiró. Si tanto la pareja como Alice se habían marchado, entonces las cosas podrían volver a la normalidad en el internado. De hecho, en el último mes no había ocurrido un solo incidente. La última noticia preocupante había sido la desaparición del profesor Richter quien, pensaba, podría haber arrastrado al infierno con él a la espantosa criatura que había causado tantas muertes y caos. Serenada por tales pensamientos, tomó la cajita metálica que reposaba sobre una esquina del escritorio, y de allí tomó un cigarro. Luego de encenderlo con un fósforo, acercó la llama vigorosa a la segunda carta, y esta ardió para siempre.