Dec 01, 2012 17:31
El internado se acicalaba para la gran boda. El acontecimiento excitaba a alumnos y docentes por igual. Y los pupilos veían imposible concentrarse en sus lecciones ante la promesa de bailes y fastuosos banquetes. Adolphe no estaba del todo convencida del festejo pero al saber que Clementine se encargaría de la organización y tras la desastrosa cacería, fue más indulgente. Si todo salía bien taparía anteriores problemas, además tenía otros asuntos en los que pensar.
Corrían rumores sobre los días dorados de Versailles que eran acrecentados por las decoraciones que se estaban realizando. Por doquier aparecían como de la nada guirnaldas naturales, grandes ramos de olorosas flores y espejos cóncavos que eran las delicias de los alumnos más jóvenes. Papeles de brillantes colores recortados en fantasiosas figuras adornaban mesas y estanterías. Actividad en la que se habían embarcado Sandrine y Hyacinthe durante la convalecencia de este, para respiro a la muchacha. En los pasillos principales se encontraban estatuas con motivos mitológicos junto con grandes y frágiles jarrones, que peligraban en las horas de mayor afluencia.
Y es que aunque la boda se realizase en la capilla se había decidido que el banquete estaría situado en el comedor general y el baile posterior en la gran sala de bailes que disponía la institución. Todos preparaban sus mejores galas, empolvaban sus pelucas y abrillantaban mocasines. Clementine repasaba una y otra vez el menú a servir durante la cena y el baile, rebatía cuando las decoraciones no estaban a su gusto y hablaba con la pareja y los sirvientes para que todo fuese perfecto.
Cuando los familiares de los prometidos llegaron las guardias se duplicaron para horror de Jim, que encontraba todo el asunto más absurdo y engorroso que otra cosa. Philiphe sin embargo realizó sus turnos como siempre intentando animar al huraño Jim.
Cuando el día señalado llegó en el calendario, el júbilo vibraba en el entorno.
A la ceremonia en la capilla solo estaban invitados los familiares y personajes ilustres, aunque apenas cabían en el santuario. La novia lucía un vestido azul claro con múltiples bordados y pedrería, capas y volantes adornaban la elegante falda junto con el pesado velo. Llevaba las joyas más finas que muchos habían visto en su vida. El novio estaba imponente con su traje azul marino a juego con el de su esposa. Las condecoraciones y títulos brillaban en su pecho tintineando a su caminar. La pompa fue larga, el obispo se extendió en su sermón, Flora arrodillada en un lateral de la nave junto con sus hermanas rezó y asistió a la pareja con su habitual dulzura. Decidió que tras la iglesia iría directa a la enfermería.
Durante el banquete fue majestuoso, los pures, las mouses y verduras eran exquisitas y perfectas para seguir manteniendo la conversación mientras comían. Los platos de las mesas principales eran ornamentados y llenos de filigranas, mientras que los de los alumnos eran más simples. El plato estrella fue un impresionante pavo que varios mozos cargaban, aunque cualquiera de los 63 platos que se sirvieron merecía tal honor. Los tres servicios duraron un total de hora y media de conversaciones y pequeños espectáculos. Tras ello se dieron los postres donde los maestros pasteleros realizaron muy bien su trabajo.
Aquellos alumnos que no venían de noble cuna quedaron boquiabiertos y cuchichearon sobre el nivel de vida que aquella gente llevaba. Maximilien reprobó todo aquel teatro mientras se llevaba el tenedor a la boca y comentaba como ese modelo le resultaba insostenible.
El baile posterior quedó grabado en la memoria de muchos, y fue olvidado por otros tantos en mitad de una nube alcohólica.
Comenzó con el vals de los novios al que poco a poco fueron uniéndose más invitados, después bailarinas de ballet deleitaron a los asistentes con movimientos imposibles y delicadeza. Después se dio paso a una gran ponchera de cristal en la cual cabían con soltura varios hombres adultos. Se dispuso en mitad de la sala y varios sirvientes repartieron su contenido entre los convidados. Hacia la mitad del jolgorio Jean Pierre deleitó con bromas y juegos pícaros donde todos participaron y rieron. Hubo máscaras y plumas junto con disfraces, la tónica general fue la diversión. Se extendió hasta bien entrada la madrugada y aún estaba disolviéndose cuando los primeros rayos de sol despuntaban.
Para los sirvientes las semanas de preparación y el día en si fueron agotadores. Llegó a triplicarse su número y durmieron hacinados durante semanas. Se establecieron turnos agotadores y la comida escaseo en orden de repartirla entre más personas. Se notaba el descontento a pesar de las sonrisas que debían dirigir a invitados, alumnos, músicos, bailarinas y nobles. El día de la boda recibieron como ocasión especial doble ración de patatas cocidas y el pertinente trozo de pan.
Los días posteriores a la celebración fueron de reposo entre los invitados y alumnos mientras que de trabajo para los sirvientes, se establecieron dos días sin lecciones. Se dio a conocer la noticia de que los recién casados abandonarían la institución para ocupar su puesto como adultos.