Título: Que pena tu vida.
Fandom: Latin Hetalia.
Personajes/Parejas: Perú/Chile, Brasil/Argentina, Ecuador > Perú.
Rating: FA. F de Fail y A de Apto para todo peatón inocente.
Advertencias: EL INSOMNIO ME HACE ESCRIBIR PURAS TONTERAS. Referencias a temas actuales de política, miren las noticias o lean el diario o GOOGLEEN ECUADOR + PERÚ + TRATADO + 2010. Y ya están advertidos sobre mi absurdo sentido del humor. Also, musha ambigüedá.
Comentarios: Esta es la secuela de
A mil palabras necias (oídos sordos). Yo ya les dije que esto iba a estar sobrecargado con estupidez.
Sumario:
Dónde la dignidad de Manuel es mancillada, Miguel sigue siendo un completo idiota, Martín es demasiado maravilloso para existir en esta clase de mundo y Luciano se pregunta seriamente si hablar español va de la mano con padecer demencia.
Martín tiene que admitir que, al menos al principio, la situación le parecía condenadamente divertida. Como subirse a una montaña rusa de última generación y quedar cabeza abajo en el aire, bien sujeto al carro del tren, manteniendo la calma y burlándose del pobre infeliz que no para de vomitar en el carro de atrás. Morboso, pero espléndido desde el punto de vista de un espectador con suficiente sentido del humor.
(Humor negro como tu café, papá.)
... Claro que, luego de pasar un buen rato cabeza abajo, cualquiera se aburre. Como cuando el carro simplemente se avería y tienes que esperar dos horas con la sangre acumulándose en tu cabeza, mientras algún incompetente trata de corregir la falla.
Para cuando te fijas, es de noche, tienes jaqueca y te pican lugares que no puedes rascarte estando suspendido boca abajo en un carro. Piensas:
"Bueno, ¿en qué mierda me he venido a meter?"
Esa vocesita llamada conciencia ríe dentro de su cabeza, le dice que su actual situación no es más que un producto karmático.
Analizando su predicamento, Martín se pregunta si la mala suerte de Manuel es un virus contagioso capaz de atravesar la cordillera. (Probablemente no.)
Todo esto es culpa de Miguel, a su juicio. Ese pibe tendrá que pagármelas algún día, gruñe por lo bajo.
-¿Dijiste algo?
-No, flaco, nada de nada.
-Bien. Cállate y vuelve a ponerte los binoculares. -ladra Manuel, sin quitarse los enormes binoculares que lleva puestos. (Lleva tanto rato sosteniéndolos que han comenzado a dejarle marcas circulares alrededor de los ojos.)
Martín se pasa una mano por la cara, suspira y, por una vez en su vida, obedece una orden de Manuel.
-
La tortura del pobre, dulce y honorable Martín comienza un domingo por la mañana, exactamente a las diez am del día. Antes de ese momento, Martín retozaba tranquilamente en su cama leyendo el periódico. Hasta el aire le decía que el día tenía potencial de ser perfecto.
Estira los brazos, descansando la vista por un segundo. Saborea el sol de la mañana, cómodamente abrigado por la tela de algodón de su pijama. Se lleva a los labios una gloriosa taza de café recién hecho, retomando su lectura. Que perfección. Que comodidad, señores.
El reloj anuncia las once en punto. Luciano entra estrepitosamente por la puerta del cuarto, arrasando con todo a su paso y arrastrando consigo toda clase de ruidos clásicos de un alboroto. Martín alza una ceja.
-¿Supiste, Martín? -pregunta, mientras se lanza sobre la cama a los pies de Martín.
-¿Saber qué? -pregunta de vuelta-, y si es algo relacionado con vos y el último partido de fútbol que jugaste, te juro que podés ir pensando en despedirte.
Luciano ignora la advertencia. Se quita los zapatos, los pantalones, la camisa y se mete apresuradamente a la cama. Con el codo hundido en el colchón y la mano sosteniendo su cabeza, le dirige a Martín su sonrisa más radiante.
-Ni siquiera sabes que voy a decirte -protesta-, pero supongo que mientras adivinas podríamos hacer algo más productivo.
Martín se lo piensa. Se pregunta hey, por qué no y decide quitarse la ropa en menos de lo que un humano promedio multiplicaría tres por dos. (A Martín le gustaría aclarar que no estaba ansioso, por supuesto que no, sólo no tenía nada más divertido que hacer.)
La mañana aún va bien-
Al otro lado de la cordillera, Manuel está sentado en una banca cualquiera de un parque cualquiera localizado en un lugar cualquiera de Santiago. La arruga de su ceño siempre fruncido parece resaltar aún más con la opacidad del día. Nublado, al menos sin previsiones de lluvia.
Manuel dobla el periódico cuidadosamente en cuatro pliegues. Golpea repetidas veces el suelo con un pie en una secuencia cuasi indefinida de zapateos que indican que se siente impaciente y helado. El vapor sale de su boca en nubecitas, su nariz está fría y rosada.
-Cresta madre.
Aguanta una hora más. Una y media. Dos. Finalmente se rinde cuando su celular le anuncia que ha recibido un mensaje de texto:
Reunión importante. No puedo ir hoy.
-Miguel.
-De todas maneras no fue mi idea. -rechina los dientes por lo bajo. Decide que solamente está molesto por el tiempo que ha perdido y no por ningún otro motivo. No ha perdido nada más que tiempo, paciencia y temperatura corporal.
Refunfuñando, emprende el camino hacia el trabajo con las manos en los bolsillos, entre el congestionamiento humano matutino de las aceras de la capital y la atmósfera fría del invierno. Tiene cosas más importantes que hacer que llenarse la cabeza de hipótesis sólo porque la persona con la que había acordado reunirse lo ha dejado plantado. Es cuando finalmente logra concentrarse en las labores del día que al pasar frente a una tienda de aparatos electrónicos detiene el paso y presta atención a las noticias de último minuto.
De pronto ya no tiene que obligarse a evitar hipótesis y todas las tareas del día abandonan su cabeza por un par de minutos. Sus labios forman una delgada línea mientras su mirada circula en las imágenes de la pantalla.
(Aquí, contertulios, es donde las cosas se ponen raras.)
-
El teléfono suena una vez. Martín y Luciano están muy ocupados como para contestarlo.
El teléfono suena por segunda vez. Martín se está dando una ducha mientras Luciano duerme la siesta.
El teléfono suena una tercera vez. Ninguno lo escucha porque han ido a comer. (Cortesía de la buena voluntad de Luciano y el no tan vigoroso ánimo de Martín.)
El teléfono suena cuatro veces seguidas y Martín contempla mandarlo a la mierda.
-¿Y si es importante?
-Si es importante se puede ir a la mierda.
-... Si es Manuel y no le contestas, la próxima vez que lo veas seguro azota una puerta en tu cara. -dice Luciano, con aire de quien no quiere la cosa mientras disfruta del letargo producto de pasar un domingo en cama. Y Martín, que no es ni tonto ni suicida, palidece al identificar en la pantalla del teléfono el nombre de su vecino.
Procede a contestarle de inmediato.
-A la próxima, contesta tu mierda de teléfono a la primera vez que suene. -ladra Manuel a través de la línea.
-Che, a mí también me emociona un montón oírte -responde Martín, el sarcasmo prácticamente escurriendo de su voz-. Decime ahora qué querés.
-Prende la tele.
-... Manuel, si me llamaste para eso-
-Cierra la bocota y prende la maldita tele, mierda.
Martín suspira, agarra el control remoto de la mesita de noche y mira a Luciano de reojo.
-Prende la tele.
Luciano lo hace y se encuentra de cara con el canal de noticias. ¡Ah, eso era lo qué iba a decirle a Martín por la mañana!
-¡Mira, Martín! -Luciano señala la pantalla- ¡Es lo que iba a contarte hoy! ¡Que Miguel y Francisco son novios o algo así!
Martín abre la boca. La cierra. Palmotea a Luciano en la nuca y le dirige una mirada exasperada. Sos un idiota con memoria de pez, piensa. Tiene que tomarse un minuto para procesar la situación, debe admitir que se ha quedado algo pasmado. A su lado, Luciano apoya el mentón en su hombro izquierdo y trata de escuchar lo que Manuel gruñe a través de la línea telefónica.
-¿Y vos estás dolido, flaco? -dice Martín de repente, parpadeando un par de veces y preguntándose cómo le surgió esa pregunta.
-Por supuesto que no estoy dolido, grandísimo huevón. -bufa Manuel con cierto nerviosismo- ¿Por qué habría de estar dolido, eh?
-Porque suena a que echás vapor por las orejas, che. -dice Martín.
-Voy a ir a buscarlo. -declara Manuel, en un tono de voz que a Martín no deja de parecerle extraño.
-No seás boludo y ya decime qué tanto te afecta esto.
-En nada -contesta Manuel-. Voy a ir a zanjar un asunto con Miguel y tú tenís que acompañarme. Te guste o no te guste.
-¡Pero--!
-Pero nada -reclama Manuel-. ¡Anda levantándote que venís conmigo!
La línea se corta de golpe.
Martín azota la cabeza un par de veces en el muro más cercano ante la mirada curiosa de Luciano. ¡Y pensar que el día iba tan bien!
-¿Eso significa qué tenemos que ponernos pantalones?
Martín, estás rodeado de pelotudos.
-
Martín se pregunta seriamente si Manuel está atravesando por otra de sus crisis nerviosas y ha perdido la cabeza. En realidad, con todas las cosas sucedidas en el último año, no le extrañaría que Manuel se pusiera algo raro. Mierda, hasta le perdonaría la locura porque es Manuel y sólo pierde la cordura cuando ha dejado hervir la olla por años. Es la única explicación para la ridícula situación en la que está siendo involucrado.
Podría estar descansando en cama como rey, viendo repeticiones de sus partidos más maravillosos y haciendo que Luciano le cocine la cena en nada más que un delantal rosadito (que es lo mínimo que Martín se merece por agraciarlo con su presencia, en serio). Pero no, está siendo jalado de la muñeca por Manuel camino a la casa de Miguel y el asunto le huele cada vez más mal.
¿Cómo saberlo?
Porque Manuel es un estirado de mierda y para él, seguir impulsos es como lanzarse de un avión sin paracaídas. Al flaco le gusta que las cosas funcionen como reloj y mientras menos contratiempos, mejor.
Eventualmente llegan. Manuel suelta a Martín con brusquedad y golpea varias veces seguidas en la puerta. En unos minutos, tienen a un Miguel muy confundido abriéndoles la puerta.
-¿Ustedes qué hacen aquí? -pregunta Miguel.
Manuel se cruza de brazos, tenso.
-¿Es cierto?
-¿Cierto qué?
-¡Tú ya debís saber de qué hablo!
-¡Pues fíjate que no tengo ni la menor idea! -grita Miguel, comenzando a mosquearse.
-Ecuador, imbécil. Ecuador.
Martín se pregunta seriamente si debería intervenir antes de que a Manuel le estalle una arteria. Miguel vuelve a dirigirles una mirada sumamente confundida. -¿Qué hay con él? -pregunta.
-¡Lo de las noticias! -Manuel se pasa una mano por el pelo- ¿Es cierto?
-Pues sí -responde-. ¿A qué--?
Martín no alcanza ni a reaccionar cuando Manuel ya le ha estrellado el puño a Miguel en la cara. Y Miguel que no es idiota ni muy tranquilo que digamos, respondo con la misma cantidad de violencia. Al cabo de menos de cinco minutos están intercambiando golpes en el suelo mientras Martín sigue preguntándose por qué mierda no está pasando el domingo en su cómoda y calentita cama.
-¡Eh! -trata de llamarlos- ¡No sean boludos y cálmense!
Martín se para entre los dos. Manuel se levanta tras recibir un puñetazo algo duro en el mentón, agarra a Martín del brazo y sin decir nada más ni mirar a Miguel, se lo lleva a rastras. A la distancia ya, Martín sin tener que voltear puede oír como Miguel grita los insultos más floridos que le haya escuchado.
-Manu -se detiene un momento-. ¿A qué mierda vino eso?
-Nada que te incumba.
-Boludo, me sacaste de la cama para esto.
Manuel desvía la mirada. Se pasa una mano por el adolorido mentón (que ha comenzado a adquirir una adorable tonalidad púrpura), farfulle algo por lo bajo y su cara instantáneamente se torna rojiza.
-Sólo vete a casa -suspira Manuel-. Yo haré lo mismo ahora.
Martín, de un momento a otro, se encuentra solo y sumamente confundido. Sólo una pregunta habita su cabeza: ¿Qué mierda acaba de pasar?
-
-Me huele a gato encerrado.
-Quizás sólo necesitas un baño. -responde Luciano.
Martín lo mira con odio.
-En serio -comenta, mientras enreda un montón de tallarines en su tenedor-. No parecía una de las pataletas normales del Manu. Parecía una pataleta recargada.
Luciano se lleva una mano a la barbilla mientras piensa.
-¿Tal vez sólo tuvo un mal día?
-No, no. Manuel tiene un ‘mal día’ todos los días. Esta vez fue diferente, estoy seguro -Martín se lleva los tallarines a la boca y los mastica con rapidez-. Creo que uno de los dos hizo algo más idiota de lo normal. O quizás Manuel ya se deschavetó.
-Lo que no sería raro porque todos sabemos que a ese boludo le iba a dar un soponcio de vieja tarde o temprano -continúa-. ¡Debe estar senil!
-¿Qué no los de Europa son seniles? -pregunta Luciano.
-Ah, no, esos tíos siempre estuvieron mal del mate -responde Martín gesticulando con el tenedor en el aire-. De todos modos, te juro, Chilito es como una bomba de tiempo. En cualquier momento te descuidas y ¡paff! -golpea la mesa con el puño-. Se pone raro el tipo.
-¿Y qué tiene que ver Perú? -dice Luciano. Le dirige a Martín una mirada de reproche mientras se limpia con una servilleta las salpicaduras de salsa en la cara.
-Ni puta idea -Martín se encoge de hombros-. Pero si yo fuese él, no querría encontrarme con la furia asesina de Manuel en algún callejón a las tres de la madrugada, che. Esos dos son capaces de molerse a palos.
-Realmente no los entiendo. -suspira Luciano. Martín entorna los ojos.
-No hay que entenderlos, ese par de boludos es así -el sonido de un celular lo interrumpe-. Mierda, Manuel.
Luciano lanza una risotada al ver como Martín se apura en contestar.
-Martín vente ahora.
-… Manuel, sos mi luz, mi cielo, mi todo. Pero ya dejáme en paz.
Una pausa.
-Martín, no me hagai usar el tratado del 2009.
-Hijo de puta.
--
Lo primero que Martín piensa al llegar a casa de Manuel es que nunca antes había visto el lugar en tal estado de caos. Hay una cantidad enorme de cosas y papeles tirados. En pocas palabras, un cochinero.
Tiene que refregarse los ojos con las manos para asegurarse de que no está viendo cosas. Usualmente él es el del chiquero, no Manuel. (El tipo es tan obsesivo que hasta friega los platos tres veces, por dios.)
-Te hiciste de rogar para venir. -gruñe Manuel al abrirle la puerta. Martín lo nota cansado e irritado. Y quizás un poco sediento de sangre. No puede evitar teorizar sobre lo que sea que lo tenga de ese humor tan... especial.
De la nada, recibe un pisotón.
-¡Tierra llamando a Martín! -dice Manuel-. Baja de tu puta nube y escúchame por una vez en tu vida.
-Te estoy escuchando, che -miente Martín-. La cosa es que no entiendo las boludeces que vos decís. Si el problema que tenés es con el Migue, ¿entonces qué pinto yo, boludo?
-¡Q-Que yo no tengo ningún puto problema con ese imbécil! -grita en respuesta. Martín sacude la cabeza exasperado.
-Ya, ya entendí -Martín alarga una mano para revolver el cabello de Manuel, recibiendo sólo un gruñido por respuesta-. Mirá, viejo, esto es lo que vamos a hacer---
-
Martín suspira y ajusta los binoculares antes de volver a colocárselos y evitar que Manuel le arme otra pataleta. A través de los lentes puede observar la ventana de la cocina de Miguel. Dentro, él y Francisco charlan animadamente.
-¿Ya viste lo suficiente?
-No.
-... ¿Y ahora?
-No.
-¿Y qué tal ahora, che?
-¡Qué no, mierda!
Al otro lado, dentro de la casa de Miguel, Francisco escucha atentamente las anécdotas de su anfitrión.
-... y me preguntó si tenía cambio y yo le dije que no y tardaron media hora en encontrar un par de monedas, ¿puedes creerlo? -Miguel ríe-. Fue bastante tonto, en realidad.
-Son cosas bastante cotidianas, en realidad -asiente Francisco. Con curiosidad, observa que Miguel no ha bañado su ceviche en jugo de limón-. ¿Te lo comerás así nada más?
Miguel hace un gesto de incomodidad.
-Oh, eso -se queja-. No puedo ni probarlo, me arde la boca. El muy maldito de Manuel me reventó la mejilla de un puñetazo.
Francisco frunce el ceño e inclina la cabeza para mirar mejor la cara de Miguel. Roza la mejilla con dos dedos.
-Vaya, realmente se ensañó.
Afuera, Manuel jala a Martín del cuello de su camisa para sacarlo lo más rápido posible de allí.
-Esta es la peor idea que has tenido, Martín -se queja sin mirarlo a la cara-. No sé por qué te hago caso, tus ideas siempre son una verdadera mierda. ¡Vayámonos ya, anda, qué estai esperando!
-Boludo, mis ideas siempre son espectaculares, no es culpa mía que no puedas apreciarlas.
La insistencia con la que Martín se encuentra siendo arrastrado le trae ciertos recuerdos, le hace figurarse ciertas cosas de Manuel, quien definitivamente no está comportándose como usualmente lo hace. Si se pone a pensar, el flaco anda esquivo, desordenado, asquerosamente irritado y aún más secretivo de lo normal. ¿A qué le recuerda a Martín, a qué?
-
La mano de Luciano subió lentamente sobre el muslo izquierdo de Martín, mientras sus labios dejaban un rastro de besos ligeros por sobre su cuello. Bañados por la luz del televisor, Martín cavilaba intensamente los acontecimientos del día, haciendo caso omiso de la otra mano de Luciano. (Sí, la que se acercaba peligrosamente al cierre de sus pantalones.)
Luciano detuvo su mano un momento, haciendo un mohín.
-¿Tierra llamando a Martín? -sacudió la mano de arriba hacia abajo frente a los ojos ausentes del rubio- ¿Estás allí?
Martín parpadeó un par de veces.
-Oh -se rasca la cabeza-. Estaba pensando en el lío del flaco, che. Anda raro, no lo entiendo nada y para más remate me metió a mí en todo este tango.
-¿Y ahora sientes que no estarás tranquilo hasta que entiendas qué pasa? -Luciano preguntó, alzando una ceja. A veces Martín le recordaba demasiado a una vieja chismosa.
-Bueno, Manuel es mi amigo -Martín comenzó a gesticular exageradamente-. ¡Y cuando está de malas está que da miedo!
-Pensé que siempre estaba de malas.
-No, esa es sólo su cara normal -Martín hizo una mueca-. Me tenés que ayudar con este puzzle o no voy a tener la conciencia tranquila.
Luciano lo ponderó un momento. Si tan sólo no estuviesen todos dementes y pudiesen llevarse bien...
-De acuerdo -sonrió-. Te voy a echar una mano con esos dos.
-¡Muy bien! -dijo Martín-. Ahora, ¿dónde estábamos...?
-¡A punto de irnos a dormir para madrugar mañana! -canturreó Luciano. Le dio una palmadita en el muslo y se levantó para ir a instalarse a la cama.
-... Hijo de puta.
-
-Manuel, es mi imperante deber informarte que tienes una enorme cara de culo.
-Gracias, Martín. ¿Podís irte a la cresta ahora?
Manuel se encontraba sentado en su escritorio, rodeado de obscenas cantidades de papel mientras se servia la que probablemente fuese su séptima taza de té (Martín no podía adivinar, pero podía sacar conclusiones mirando el par de hervidores que Manuel tenía enchufados. Fenómeno.)
-Que ánimo el tuyo, flaco -comenta sarcástico-. Yo sólo pasaba a ver como estabas, digo, después de lo del otro día--
-No pasó nada el otro día -gruñe Manuel, con una extraña expresión ausente en el rostro-. Ahora lárgate que tengo que trabajar.
-Que agresivo estás -comenta-. Y tan temprano por la mañana, quién lo diría.
-Tener que ver tu horrible cara de huevón con retardo mental le hace maravillas a mi ánimo -farfulla mientras sorbe algo de té-. Ya ándate y déjame tranquilo.
-Esa actitud tan sombría tuya va a terminar espantando a todos tus vecinos, flaquito.
-Esa es la idea -suspira, hundiendo la cabeza entre los brazos-. Olvídate de lo del otro día, fue una tontera.
A Martín, Manuel en estos momentos le parece un mapache con rabia: paliducho y con círculos oscuros bajo los ojos, la expresión más agria de lo normal y una asesina sed de sangre. Le recuerda a como se ponía Manuel cuando eran niños y el cejudo desgraciado no le daba bola--
Oh.
Martín Hernández, sos un genio táctico.
--
Luciano tiene que tocar al menos tres veces la puerta (¡Ya voy, ya voy!) antes de que Miguel abra. Tal y como se lo imaginaba, su vecino lo recibe con una sonrisa y una glamorosa hematoma en la cara.
-¡Luciano, que sorpresa! -Miguel lo hace pasar- ¿Qué te trae por aquí?
-Oh, daba una vuelta -finge desinterés-. Le echaba una mano al incapaz de Martín con un par de cosas.
-¿Qué cosas? -Miguel ladea la cabeza con curiosidad, mientras lo invita a tomar asiento. Desde su ángulo en el cómodo sillón, Luciano puede observar una cocina repleta de industriales cantidades de comida y a modo de respuesta su estómago hace ruiditos graciosos. Extraño.
-¿Quieres comer algo? -Miguel lo mira con una ceja alzada. Luciano asiente con ganas, echa un par de vistazos a su alrededor y comienza hablar.
-¡Vi las noticias el otro día! -exclama-. Felicidades por lo de Francisco.
-¡Gracias! -Miguel sonríe-. Es un buen amigo. Y un buen socio.
-¿Y entonces, ustedes dos...? -Luciano se lamenta por lo bajo. Siente que de alguna manera se ha convertido en la viejuja chismosa y cotilla de Martín.
-Nos llevamos bastante bien, sí. Firmar esa cosa fue una idea bastante decente -Miguel sólo se encoge de hombros al responder. Luciano lo mira atento, engullendo dulces a dos manos-. Viene un par de veces a la semana, estamos de acuerdo en varias cosas y acabamos pasando bastante tiempo juntos.
-Ah -mastica-. Están juntos.
-... de dónde sacaste esa idea -pregunta Miguel. Parpadea un par de veces y acaba soltando una sonora carcajada.
-Bueno, es la impresión que dan.
-¿De ver--
Miguel no alcanza preguntar, porque en un parpadeo su puerta es abierta de par en par, dando paso a Martín vestido de gamulán y sombrero, con un cigarro colgando precariamente de una esquina de su boca y una expresión de tipo duro que no le creería nadie. Luciano sólo entorna los ojos.
-Ya le pregunté, Martín.
-¡Pero acordamos que yo lo iba a interrogar, boludo! -se queja Martín- Vos tenías que ser la rubia despampanente vestida de blanco que se para sobre un ducto de ventilación y yo el matón rudo y sexy que muele al Miguel a palos.
-¡Oe! -protesta Miguel.
Luciano se pregunta seriamente si hablar español viene de la mano con sufrir demencia. Martín, por su parte, no tardó en meterse un bocadillo en la boca y alumbrar a Miguel en la cara con una linterna de bolsillo.
-Ya, ve y pedile clemencia al flaco para que se deje de andar con la neura. (Y yo pueda pasarme el domingo durmiendo sin que nadie me joda las pelotas.)
-¿Por qué tendría que hacer alguna idiotez así? -se cruza de brazos- ¡No es mi culpa que Manuel sea raro y esté de ese humor tan asqueroso! Y te recuerdo que él fue quien se tomó la molestia de hacer el trayecto a mi casa sólo para golpearme.
-A mí me late que vos lo hiciste enojar. -dice Martín, con tono de quién no quiere la cosa. Estira la mano para sacar un bocadito, pero Luciano lo palmotea en la mano y se lo quita. Martín lo putea por lo bajo mientras Luciano mastica haciendo ruiditos de felicidad.
-No entiendo ni un carajo, él es el del problema -se queja Miguel-. Digo, hace un par de días de lo más bien que tuvimos--
Miguel se muerde la lengua. Martín lo mira boquiabierto. Luciano continúa relacionando los conceptos de español y demencia.
-Lo que vos tenés en la cabeza debe ser alguna gaseosa de fantasía con sobredosis de colorantes y demasiados químicos que te acabaron haciendo bosta el cerebro, che.
-... Siento que debería sentirme insultado.
-Miguel -Martín traga saliva-. Manuel es muy serio. Muy, muy, muy serio, muy chapado a la antigua. Y eso se aplica a todo lo que el flaco hace.
-¿Y eso me importa por qué...?
-Porque te doy cinco minutos para atar cables.
-Pero--
-Cinco minutos.
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Miguel acaba dándose vueltas en el famoso Parque Forestal de Santiago. Después de haber tocado la puerta de Manuel infinitas veces sin recibir respuesta, sus pies lo han arrastrado a aquel parque al que debería haber venido días atrás, cuando tuvo que cancelarle la reunión a su vecino. En realidad, si no estuviese tan preocupado, estaría de un humor espantoso a causa del frío. Es tardísimo, hace un frío de mierda y se siente idiota por estar buscando a Manuel en un puto parque.
Curiosamente, luego de tanto maldecir y dar vueltas como perro, acaba encontrándose al causante de todos sus males sentado en una banca bajo la luz de un farol. Allí está Manuel, sentado de brazos cruzados, pálido y con la misma cara agria de siempre. A tan escasa luz, se le nota clarísima la arruga del entrecejo.
-Hola. -saluda, sin poder quitarse la sensación de idiotez de encima. Espera por unos minutos alguna clase de respuesta y al no recibir nada termina sentándose a su lado. El silencio es incómodo, cayendo como una cortina entre ambos.
-¿Vamos a estar igual que el otro día? -dice Miguel- ¿Es qué siempre tengo que sacarte las palabras?
-No deberías tomarte la molestia -responde Manuel con voz seca. Miguel suspira y con toda honestidad, coge una de las manos de Manuel en la suya. Enlaza sus dedos con cierta torpeza producto del frío.
(Manuel pretende que no sabe lo sonrojado que se ha puesto.)
-En realidad quería decir que lo sentía -continúa Miguel-. Digo, realmente no le tomé el peso a lo que estabas dándome y quizás di pie a que me malinterpretases.
Manuel entorna los ojos. Miguel rezonga.
-De acuerdo, de acuerdo, definitivamente di pie a que me malinterpretases -contesta con cierta exasperación-. Pero eres tan jodidamente difícil que jamás sé que es lo que quieres.
-Al menos podrías intuirlo -gruñe Manuel-. Luego de lo del otro día.
-Oh -esta vez es Miguel quién se pone como tomate-. En realidad agradezco eso, digo, no me percaté de todo lo que estabas entregándome, pero... ¡pero ahora sí!
Manuel le lanza una mirada de reojo, pero sigue sin hablar.
-La política es estúpida, lo sabes tan bien como yo -suspira Miguel-. También sabes que es de esas cosas que no me importan. (Sí, así es como acabo firmando cosas que ni entiendo. ¡Son aburridas!)
Miguel sonríe con todos los dientes, dándole un apretón cariñoso a la mano de Manuel. Se mantiene un rato en silencio, momento en el que Manuel termina apoyando la cabeza en su hombro.
-Estoy cansado. -admite Manuel.
-Yo sé que lo estás -responde-. Ambos lo estamos.
Manuel se levanta sin soltar la mano de Miguel. Queda de pie frente a él, mirándolo de manera expectante -Vámonos a casa -dice.
-De acuerdo. -responde Miguel, levantándose rápidamente, comienza a caminar.
Manuel no puede evitar ir todo el camino pensando en lo cálida que se siente la mano de Miguel en contraste a la suya.