Jul 29, 2007 18:43
Hoy tengo un día lector-compulsivo. De esos en los que no sales en todo el día y no abres las persianas hasta las 2 de la tarde y no haces NADA productivo pero haces muchas cosas estúpidas como ordenar los fics que te gustan en archivos de word, imprimirlos y guardarlos en una carpeta de nombre "fandom" - a lo que te sientes completamente feliz y satisfecha.
Pues bien. Como quiero hacer algo por los demás que no sea leerles con cara de psicópata-pervertida, voy a publicar el segundo capítulo. Sí, de ese fic que publiqué ayer. Necesito, de verdad, NECESITO opinión sobre este capítulo porque, no sé, está raaaaro. Bueno, lean y opinen ^^
Título: Recuerdos
Fandom: Harry Potter
Pairing: Sirius/Remus
Spoilers: H-BP. Sigue siendo pre-DH (si quieren verlo como escena perdida del DH, como quieran)
Disclaimer: porque el cánon no me apoya, escribo ésto. Definitivamente, si me perteneciera, lo que tú y yo sabemos no hubiera pasado como tú y yo sabemos.
Summary: Sueños y presagios. Las voces del pasado, que te llaman, atraen y seducen, como si sólo hubieran nacido para ello. Para ellas. Para él.
Recuerdos
por Azu
2 - In Memoriam
I.
Remus no recuerda la primera vez que montó en el autobús noctámbulo. Su familia era pobre, y la búsqueda de un intento de cura para su licantropía implicaba viajes largos y pesados, organizados en poco tiempo. En esos viajes, refugiado bajo las sábanas de la cama que alquilaran en el autobús, lloraba y temblaba sin cesar, mirando por la ventana cómo los paisajes cambiaban con una rapidez que mareaba, porque sabía que aquellos viajes espontáneos implicaban pasar semanas aislado, sin tan siquiera un libro que leer, sometido a pruebas y hechizos. No, mejor no recordar aquellos tiempos.
En cambio, aún tras años desde que aquello pasara, podía contarte con todo lujo de detalles y expresiones cómo fue la primera vez que Sirius viajó en el autobús. Tenía dieciséis años y apenas llevaba un baúl reducido y una mochila al hombro izquierdo (porque con la derecha sujetaba su escoba).
Viajó volando hasta las afueras de Bristol, donde una pequeña casa tradicional descansaba. Aterrizó en el jardín y, tras mirar a la luna para asegurarse de que no era demasiado mal momento, llamó a la puerta con los nudillos y el ritmo de Satisfaction hasta que se encendió la luz de la entrada.
- No te preocupes, mamá, ya abro yo -pudo escuchar desde el otro lado de la puerta. Sonrió, sin proponérselo, y colocó la mejor sonrisa que su cara podía poner siendo las cuatro de la madrugada-. Sólo conozco un mendrugo capaz de plantarse a esta hora en mi casa…
- ¡Eh, que te he oído! -gritó mientras se abría la puerta y dejaba ver a Remus, con legañas en los ojos y en un pijama verde pistacho con palmeras que le que quedaba algo corto. Con cara de pocos amigos y suspirando de forma melodramática.
- Esa era mi intención -y fue cuando le tocó a Sirius poner cara de fingida molestia cuando se permitió el sonreír levemente. Todo lo que su sueño le permitía-. ¿Qué haces aquí, Sirius?
- Venía a pedirte matrimonio, Lupin, pero después de verte con ese pijama, me he arrepentido -Remus hizo ademán de cerrarle la puerta en la cara, pero el moreno reaccionó poniendo la bota como impedimento-. Venga, Moony, que es broma, ambos sabemos que lo del matrimonio es de tías -no podía verlo, pero rió interiormente cuando notó que el licántropo cargaba con el hombro contra la puerta para cerrarla, con o sin Sirius de por medio-. Además, eso de los votos se nos daría fatal a los dos. Y no tendría quien me llevara al altar porque, ¿te he dicho ya que me he escapado de casa?
La puerta se abrió con tanta rapidez que probablemente algún cuadro de la pared se había descolgado. Remus, completamente despierto y con algo menos de mal humor (ya que había sido sustituido por asombro), gritó con una voz tal vez demasiado aguda un ‘¿¡QUÉ!?’ que hizo que su madre volviera a bajar.
- Remus, ¿pasa algo? -dijo con voz algo adormilada la señora Lupin, desde el borde de la escalera, parándose para observar al nocturno visitante: chaqueta de cuero, botas, escoba y pelo largo. No le hizo falta ver sus ojos azules ni su afamada sonrisa para decir- Sirius, ¿no? ¿Quieres tomar algo?
- No quiere nada, mamá, ve a acostarte -dijo Remus, pisando discretamente a Sirius para que no dijera nada. Esperaron callados hasta que la mujer se dio por vencida y se encaminó de nuevo a su cuarto-. ¿Qué has dicho? -repitió, moderando esta vez su tono.
- Llevo encima de la puta escoba desde Londres, ¿no me vas a invitar a pasar? Se lo contaré a tus matojos antes que a ti como me dejes en la puerta -dijo mientras se giraba hacia los arriates junto a la puerta y se agachaba, poniendo una mano junto a la boca, como quien cuenta un secreto.
- Deja de hacer tonterías, Sirius -se apartó de la puerta para que pudiera pasar, e intentó aplastarse un poco el pelo.
- Gilipolleces, Remus, se dice gilipolleces -sonrió, ignorando el “lo que tú digas” y entrando en la sala de estar, como si fuera su casa. Se acomodó en uno de los sillones (el más grande) y observó con curiosidad el entorno: cuadros pintados por la madre de Remus, alguna que otra foto enmarcada y estanterías repletas de libros-. Nunca había estado en tu casa. Es bonita -dijo sinceramente.
- Es pequeña -corrigió Remus, a lo que Sirius prefirió hacer oídos sordos. Se sentó en una silla en frente de Sirius, con una taza de té que tenía preparada para la mañana siguiente (se había adelantado la hora del desayuno)-. Vamos, Sirius. ¿Qué es eso de que te has escapado de casa? ¿Cómo es que no has venido en moto? ¿Por qué vienes a mi casa y no a la de James?
- Verás, la puta de… que diga, mi queridísima madre, no me dejaba ir a visitar a James a Liverpool el fin de semana que viene. Porque, ¡James está en Liverpool! ¡El viaje de nuestra vida y lo hace sin mí, el muy capullo! ¡¡Me mandó una carta diciendo que había estado en la casa de John Lennon!!
- Al grano, Sirius -dijo Remus, sorbiendo el frío té y mirando el reloj: las cuatro y veinte.
- ¡Pero es que es muy fuerte! Bueno, a lo que iba. Pensaba irme en la moto, pero la ha guardado bajo llave en el sótano. Me ha dicho que paso demasiado tiempo con gryffindors, que estar en esa casa no me obliga a deshonrar el apellido de la familia. Me dijo entonces que iba a intentar hablar con Dumbledore, para que me cambiaran a Slytherin el año que viene. La mandé a la mierda, le dije que estaba loca y ella… -entonces se calló, con la mirada perdida en un cuadro que le había cautivado. Era un pueblecito, con un bosque de fondo. Le recordaba a Hogsmeade, le hacía sentir bien.
- … ¿Qué hizo ella, Sirius? -preguntó suavemente, temiendo la respuesta. No le iba a gustar, lo sabía.
- …nada, no hizo nada -mintió de mala manera, a la vez que apartaba la vista del cuadro-. Se enfadó, seguimos discutiendo y le dije ‘me voy’. Entonces ella echó un hechizo al tapiz familiar y quemó mi nombre. Me escapé, pero no podía coger la moto porque tendría que usar la magia, y solo me faltaba que me echaran de Hogwarts y Dumbledore me mandase de vuelta con mi madre.
- ¿Qué vas a hacer ahora, entonces? Te diría que te quedaras en mi casa, pero a penas cabemos mi madre y yo, para que intentes entrar tú también -no intentó hacerle razonar. Tampoco siguió preguntando. Si Sirius le había dicho eso es porque eso es únicamente lo que debía saber en aquel momento. Y el que no aguantara más ya era suficiente razón para abandonar la casa, aunque sabía que había algo más.
- Pensaba irme con James, pero Liverpool está demasiado lejos para ir en escoba. ¿Tienes idea del frío que hace ahí arriba? Así que me he dicho, bueno, vamos a calentarnos a casa del lobito -la insinuación tuvo su efecto deseado en las mejillas del castaño, que escondió el sonrojo tras la taza de té, fingiendo beber (aunque a estas alturas sólo quedaran los posos).
- ¿Por qué no coges el autobús noctámbulo? Llevas dinero encima, ¿no? -sugirió. Sirius pareció planteárselo seriamente.
- Yo nunca he usado eso -dijo con total inocencia, como un niño chico que pregunta “mamá, ¿para qué sirve esto?”-. Ya sé, ¡ven conmigo! -exclamó de repente. Remus se atoró y empezó a toser.
- ¿Qué? ¿Qué pinto yo en Liverpool? No puedo irme de mi casa con mi madre dormida y a las cuatro y media de la mañana -pero eso de la lógica no solía ir con Sirius.
- Pues estoy yo, están los Beatles, James, los pasteles de la madre de James, la casa de Lennon, yo, la casa de McCartney, yo, tías que no saben que te acuestas conmigo, yo, tíos que no saben que te acuestas conmigo, y también…
- ¡Ya vale! Te acompañaré, pero sólo porque eres tonto y por los pasteles de la madre de James, que lo sepas -suspiró, derrotado, mientras que se levantaba con intención de ir a cambiarse-. Pero mañana volveré, ¿eh? Bastante que me vas a hacer irme dejando una nota… -nada más darse la vuelta, Sirius hizo un gesto de victoria, apoyando los pies en la mesa de té de la sala y acomodándose.
Remus recuerda muy vagamente el espacio de tiempo en el que preparó la mochila, escribió la nota a su madre y se despidió de ella con un beso en la frente (nunca lo sabría, pero esto lo vio Sirius desde la puerta, sonriendo con ternura). Apenas recuerda tampoco cuando subieron en el autobús y le explicó cómo iba todo. Al día siguiente, es más, juraría que todo eso lo hizo sonámbulo. Lo que sí recuerda es cuando despertó en la segunda planta del autobús (que estaba vacía), apoyado contra la ventana sentado en una cama mientras que Sirius, a su lado, observaba a través de la ventana, con la mirada perdida.
- Llegaremos en una hora -murmuró Remus, tras mirar el reloj. Sirius no dio señales de vida, tal vez un simple pestañeo. El licántropo se sintió entonces inútil, un estorbo, incapaz de comprender lo que le pasaba a su amigo. Le cogió la mano, siendo lo único de lo que se sentía capaz de hacer, y esperó. Siempre esperaba.
Sirius siempre respondía.
- ¿Sabes? Me gusta esto -dijo de repente, muy bajito, el moreno. Como si no quisiera estropear la atmósfera. Como si el hablar más alto hiciera que sus manos se separaran, que la paz se rompiera y que él volviera a estar en la mansión de Grimmauld Place-. El autobús y ese rollo. Puedes ir a cualquier parte, nadie te pone pegas. No importa cómo te llames ni qué vayas a hacer, nadie te pone normas. No necesitas imagen ni razones, simplemente…
- Así debería ser siempre. Por desgracia, no todo el mundo piensa igual -le contestó Remus, recordando de repente ‘Imagine’-. Somos unos soñadores, Sirius.
- Unos jodidos soñadores que no saben dónde reunirse -divagó, más dormido que despierto. Se dejó caer, entonces, sobre el regazo de Remus, sin dejar de sostenerle la mano. Una maraña de pelo negro sobre los pantalones grises, ojos azules clavados en los color miel-. Cruciatus, Remus. Usó un cruciatus.
No dijeron nada más en el viaje, pero ninguno pudo dormir. Tampoco se soltaron las manos. Remus sabe que la noche siguiente tuvo pesadillas, pero esa madrugada, no pensó en nada. Ni lo analizó, siquiera. Simplemente se dejó llevar por el momento y pasó una hora en paz, sabiendo que su simple presencia tenía ese efecto en el animago. No hacía falta hablar, sentirlo, intentar reconfortarlo. No serviría de nada. Lo único que funcionaba era el simple hecho de estar. Eso a Remus se le daba muy bien.
Nunca volvieron a hablar de lo sucedido.
Se besaron mientras entraban en Liverpool, y quedó claro que no había ido por los pasteles de la madre de James. Remus aún guarda el recibo de aquel viaje en el baúl, junto con una servilleta de la cafetería donde desayunaron aquella mañana de julio.
II.
Remus despertó, agitado y respirando con la misma dificultad que si tuviera un caballo en el estómago. La almohada, bajo su revuelto pelo, se encontraba empapada de sudor. Tras unos minutos de incomprensión, cuando vio el pelo lila junto a su hombro, cayó en la cuenta de que estaba en su casa, en su cama. El reloj marcaba las cuatro. Como en el sueño.
(Creyó oír un trueno en la lejanía, pero tal vez fuera cosa de su imaginación)
Intentó no pensar en el sueño que acababa de tener, ignorar el hormigueo de sus dedos (como cuando rozaba el pelo de Sirius) y el olor de sus manos (a cuero y gasolina). De nuevo, su imaginación se reía de él, le hacía sentirse perdido y miserable. Tras unos minutos, los latidos de su corazón no se regulaban, y las sábanas lo asfixiaban cada vez más. La tormenta parecía no ser imaginación suya y, ¿no olía a tabaco? No, eso también estaba en su cabeza.
Acabó por ceder y levantarse, no fuera a ser que despertase a la muchacha que descansaba a su lado. Aún no terminaba de despejarse y se encontraba en bata, en mitad del pasillo. ¿Qué hacer ahora? Pensó en bajar al sótano, con los baúles, pero un pinchazo en el estómago le hizo ver que no era una buena idea. En vez de eso, acabó por bajar a la sala de estar y conjurar un té, igual eso lo adormecía.
(No había reloj, pero eran las cuatro y veinte)
Pensó, en ese rato (mientras el té se le quedaba frío) en Tonks. En su pelo violeta y su sonrisa y en lo torpe e inocente que era. Pensó también en la guerra, en cómo estaba destrozando todo lo que las buenas personas amaban. En todos los que estaban saliendo perjudicados de forma injusta y, de nuevo, en Tonks, que ignoraba que estuviera despierto. Mejor no preocuparla con tonterías y sueños estúpidos.
((Pero no era un sueño estúpido, y tanto Remus como su conciencia sabían que si se ponía metafísico era porque, en realidad, estaba evitando pensar en Sirius. Algo bastante inútil cuando Sirius es lo más metafísico, polivalente y obsesivo del universo))
Recuerda que el té estaba helado, que en la salita tenía aquel cuadro que le gustó a Sirius cuando fue a su casa (que su madre pintó con diecisiete años) y que lloró. Un poco. También sabe que blasfemó, como él no hacía.
Joder, te hecho de menos.
III.
Una densa neblina lo rodeaba, a pesar de encontrarse todavía dentro de la habitación. Despertó al sentir un cosquilleo en las plantas de los pies (pero no había nada). ¿Cuándo se había quedado dormido? La taza de té, tirada en el suelo, permanecía de una sola pieza, aunque la alfombra bajo ella luciera ahora una mancha oscura inmensa. La tormenta había parado, al parecer.
¿Qué demonios está pasando?
Se levantó del sillón, viéndose como consecuencia en el espejo frente a la mesa de té. Ojos miel, apagados y adormecidos. Pelo pajizo revuelto, canoso de forma prematura, y arrugas enmarcando sus facciones. Era el de siempre pero, aún así, algo iba mal. El pijama, cayó en la cuenta tras unos instantes -que le sirvieron para despejarse. Era aquel pijama de palmeras con el que pegó el estirón en su adolescencia. ¿Qué hora sería?
(Volvió a no encontrar el reloj. Pero eran las cuatro y veinte)
De acuerdo, Remus, estás soñando. Es algo completamente normal, humano, le pasa a todo el mundo. Sólo tienes que dejarte llevar, acabarás despertando. Eso es. Un sueño bastante real, pero sueño al fin y al cabo.
(Remus no sueña desde Hogwarts)
Entró, entonces, como en un trance. Sus pies, sin él dirigirlos, lo llevaron a la puerta. Sus manos, pálidas, frías, casi incorpóreas, le colocaron el abrigo. La neblina no desaparecía. Se forzó a sí mismo a mirar escaleras arriba, la planta donde la metamorfomaga dormía (o debía dormir; en un sueño nunca se sabe).
Se despidió de ella en un susurro, sin saber por qué. Como si no fuera a volver.
(Aunque, de hecho, tenía esa esperanza)
Supo, entonces, qué iba a pasar. Tal vez fuera un déjà-vu, que ya hubiera tenido ese sueño y no lo recordara, una premonición o ese escalofrío a lo largo de su espina dorsal. Fuera como fuere, se dirigió a la calle, levantando la varita.
Olía a gasolina. Y juraría que esos acordes en su cabeza eran de Hotel California.
- Buenas noches, señor, ¿dónde desea ir? -el autobús estaba vacío, algo sorprendente teniendo en cuenta que era una época concurrida. Aunque también estaba soñando. ¿Hacía calor ahí dentro o se lo imaginaba?
- Pues… eh… -¿qué debía hacer ahora? ¿Decir “donde a usted le apetezca”? Recordó entonces la canción Imagine y una voz que no era la suya (más rugosa, exigente, susurrante) contestó por él- Donde no haya cielo ni infierno. Donde los soñadores se reúnan.
¿Era esa su voz?
Sirius…
- Hace poco, un hombre me dijo exactamente lo mismo -sonrió el conductor.
- ¿Y dónde le llevó? -definitivamente había sido su propia voz. ¿Por qué le había sonado así? ¿Por qué se había acordado de él?
- Justamente donde me dijo -siguió sonriendo-. Siéntese, no creo que tardemos mucho en llegar, pero debería descansar.
Subió a la segunda planta, envuelto en aquella nube de vapor, y se sentó donde años atrás se sentaran juntos. Cerrando los ojos, recordó el tacto, las sensaciones, el beso.
Joder, Sirius, joder, ¿por qué me haces esto?
Sintió, entonces, un pinchacito en el corazón. Leve, casi no se dio cuenta, pero dolió lo suficiente como para darse cuenta de que era la esperanza. Tal vez, aunque sólo fuera en un sueño, volviera a verlo. Quizás, aquella paranoia, quisiera decirle algo. Puede que, remotamente, hubiera alguna posibilidad de reencontrarse.
No seas idiota, Lupin, eso no va a pasar -se reprochó a sí mismo.
El conductor anunció la (única) parada, y Remus aún se encontraba ausente. Hizo ademán de salir, aún con esa neblina, pero no se atrevía a cruzar la puerta. Su estómago estaba hecho un nudo, a presión, y le faltaba el aire en los pulmones.
- Creo que le están esperando, señor -esta vez, sí se atrevió a cruzar la puerta.
((No sabe si despertó entonces o si se alargó el sueño, pero no recuerda nada más. Amaneció en el sillón, con lágrimas surcando su rostro, un hormigueo en la entrepierna y una extraña calidez en el pecho. Le diría a Tonks que tuvo una pesadilla - pero fue algo completamente diferente))
(TBC)
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