¿Sabéis que los hijos de Hugh Laurie se llaman Bill y Charlie? (OMG he's SO fanboy) ¿Que soy del tipo de persona que se maquilla y luego recuerda que tiene que ponerse las lentillas? ¿Que cuando escrbo Jared en el word, se me cambia por Pared Padalecki y yo me troncho? ¿Que tengo el pelo liso y con reflejos claros en este instante? ¿Que
tainah parece John Lennon, lo que demuestra que sus cortes de pelo son los más guays del mundo? ¿Que
ranki me ha mandado un regalo y OMG no puedo esperar a que llegue?
¿No? ¿No sabéis nada de eso? Pues entonces tampoco sabréis que tengo fic. Sí, señoras y señores. Un fic de TRES CAPÍTULOS del cual hoy publicaré el primero porque, básicamente, me voy a echar el día a la playa y no tengo tiempo de más.
Sirius/Remus, dude. El primer capítulo (no todos son iguales) es remusremusremus, melancólico y eso. 1565 palabras de lunatismo y ojos miel, gente. Nada de spoilers y pre-DH.
Título: Recuerdos
Fandom: Harry Potter
Pairing: Sirius/Remus
Spoilers: Ootp (que a estas alturas todos conocemos). Pre-Dh, so...
Disclaimer: porque el cánon no me apoya, escribo ésto. Definitivamente, si me perteneciera, lo que tú y yo sabemos no hubiera pasado como tú y yo sabemos.
Summary: sobre Remus, sus aficiones y torturas. Su vida recogida en facturas y cucharillas para el té, vinilos y alguna que otra lágrima suelta.
Recuerdos
por Azu
Capítulo 1 - Introito
Remus adora coleccionar cosas, recuerdos. Le gusta porque le hacen revivir tiempos en los que fue feliz, de una forma u otra. Tiene baúles repletos de papeles, ropa, libros, CDs y diversos objetos, perfectamente ordenados en el caos del sótano de su casa. Allí va, aunque nadie lo sepa, todos los días, para hacerse ver que su vida no siempre ha sido triste, monótona y melancólica.
Lleva haciendo eso, el guardar prácticamente todo, desde que tiene memoria. Los juguetes de cuando era pequeño están guardados en un baúl celeste decorado con unicornios, donde un letrero cita “0 a 5”. En alguno (que no sabe muy bien dónde está, pero existe) guarda posavasos de todos los locales donde fue en ese viaje familiar por Irlanda. En “1978” guarda su diploma de graduación en Hogwarts, sus chapas de Prefecto, cada una de las calificaciones de ese último año, las copias de los exámenes de acceso a las Universidades mágicas, una réplica de la caja de bombones de Lily con todas las fotos que sacaron.
(La llave de ese baúl es la que está más desgastada)
Tiene un baúl para sus padres, otro de cuando iba al colegio muggle, uno por cada año en Hogwarts. Con algunos, llora; con otros, se ríe. De algunas cosas se avergüenza y de pocas tiene el gusto de enorgullecerse (porque es demasiado humilde). Otros los guarda bajo 3 llaves, porque quiere olvidar su interior, y para otros incluso les prepara hechizos protectores (como el de “Lily”).
Cuando entras en el sótano de Remus, bajando las escaleras de madera que nunca se preocupa por arreglar, ves alineados y llenos de polvo estos baúles. Los más pequeños, en estanterías; los grandes, estorbando el paso. A la izquierda de la escalera hay un cuarto con aquellas cosas inútiles que tal vez le hagan falta algún día y, en la puerta, una lista con todos los baúles que guarda (siempre fue algo perfeccionista). Pero hay uno que no aparece.
Y ese baúl tiene de cartel “Sirius”.
Es de caoba, bastante simple y de apariencia pequeña, pero en su interior cabría hasta un dragón, ya que Remus ni recuerda cuántos hechizos aumentadores le ha hecho. No sólo el contenido tiene importancia ya que ese baúl fue el que llevó en su primer año al colegio, cargándolo con manos temblorosas y enfermizas. Desde aquel 1971 ha ido guardando cosas, de forma inconsciente, en aquel especial y apartado sitio: las notitas que le mandaba en Historia de la Magia (eh, empollón, si no bajas la cabeza no voy a tener más remedio que pedirte los apuntes, y créeme, no te los devolveré en buen estado), el calcetín con el que le tapó la boca para que no despertara a toda la torre cuando le dio por hacerle cosquillas a las dos de la madrugada, las postales que le mandaba todos los veranos.
La caja de condones que le regaló en 5º curso. Las páginas que arrancó de un libro de la Sección Prohibida para convertirse en animago. La rueda que tuvo que cambiarle a la moto. Las Rimas, de Bécquer, con anotaciones en cada uno de los márgenes. Un botellín (vacío) de Whisky de Fuego. Y un largo etcétera.
Antes, a Remus le encantaba abrirlo, desparramar su contenido por el suelo húmedo y ordenarlo, pasando el tiempo que necesitara para imaginar cada uno de los recuerdos que le llegaban. Después, siempre le escribía una carta.
(Pero esos eran los veranos de su adolescencia, cuando él estaba con sus padres y Sirius en las islas griegas, o en Egipto, o en Sudáfrica, o donde fuera)
Llegó un momento en que las cartas no servirían de nada. Lo cerró, bajo candado, y guardó la llave en el cajón donde colocaba cada uno de los recortes de periódico (Aliado de Voldemort en prisión; El asesino de 13 muggles y un mago recibe su castigo). Si lo hubiera abierto alguna vez en esos 12 años, hubiera sido demasiado doloroso.
(Porque realmente le echaba de menos)
Pero una ráfaga de esperanza lo llenó cuando se reencontraron. El resultado de aquella fe ciega que lo acompañó durante aquellos años de soledad, de letargo ininterrumpido en el que la sociedad únicamente servía para recordarle con amargura que todos aquellos a los que amaba, que le acompañaban y con los que podía contar, ya no estaban. Cuando lo pudo ver, tocar, oír su ronca y susurrante voz llegarle a las entrañas (¿no te dije que nada de abrazos mariconas, Lupin? ¿Qué ejemplo eres para estos pobres críos?) - entonces, sólo entonces, recuperó mínimamente la esperanza.
Abrió el baúl, de nuevo. Bajo la luz de un candil y con el corazón palpitándole en la garganta. Con el mismo dolor que cuando se transforma, pero con un cosquilleo en el estómago - como cuando hacía travesuras en Hogwarts, bajo la capa de James. En una carpeta, dentro, colocó los recortes que estuvieran en el cajón de su cómoda durante todo ese tiempo.
- Lo tuyo es enfermizo, Lupin. Sé de tu obsesión por mí pero, ¿no es esto excesivo? -Remus notó la voz penetrante a sus espaldas y sobre él. Por un momento quedó estático en el sitio, sin saber qué hacer, mientras sentía la sonrisa de superioridad de quien estaba justo detrás de él.
- No se te permite salir de Grimmauld Place, Sirius, ya lo sabes -dijo intentando mantener un tono calmado, no excesivamente agudo (como el que sin querer le estaba saliendo), mientras cerraba de golpe el baúl y se ponía de pie.
- Ya, llevan diciéndomelo desde que estoy allí. Pero, ¿sabes una cosa? -acercó su cara a la de Remus, con sonrisa rebelde y seductora, pasando por al lado de las mejillas sonrosadas del licántropo (que se sentía como un jodido adolescente) y parando en su oído- Me la suda.
Remus tragó, intentando mantener la compostura. Por dios, ambos eran adultos, esos no eran los juegos de los pasillos de Hogwarts. Se separó de él, ligeramente, porque sabía que desde tan cerca Sirius sería capaz de oír los latidos de su corazón desbocado y su alma rompiéndose en mil pedazos para volver a recomponerse bajo el aliento del moreno.
- Bueno, ¿me vas a enseñar lo que tiene esa caja o no? Tiene mi nombre, creo que tengo derecho a ver las perversiones que guardas para-conmigo -y le guiñó un ojo, como cuando lo acorralaba en los lavabos o antes de jugar al quiddich. Como diciendo “enséñame cuánto te importo”, pero sin sonar tan chica.
- No -dijo rotunda y secamente, con una pequeña sonrisa-. ¿Para que te vuelvas a meter conmigo? Llevo tranquilo doce años, no me estropees mi equilibrio mental -y entonces se dio cuenta de que aquella frase podía entenderse de más de una manera, cuando vio el gesto repentinamente serio de Sirius. Se apresuró por intentar arreglarlo-. Sabes que no me refiero a eso. Me alegro de que estés aquí.
- Lo sé. Pero ha sido mucho tiempo -apenas pudo oír el ‘no hace falta que lo jures’ de Remus, perdido que estaba en sus propios pensamientos. Sacudió entonces la cabeza, moviendo los largos mechones negros, para volver a mostrar su expresión confiada y sonriente, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas, frente al baúl.- Entonces qué, ¿me lo enseñas o no?
En cualquier otra ocasión se hubiera negado. Alegaría que llevaban tiempo sin verse, que le echaba de menos, que merecía estar un poco consentido. Con un fingido suspiro de pesadez, se sentó en el suelo, junto al moreno, procurando no mirarle a los ojos (o probablemente se sonrojaría).
- Está bien. Pero que sepas que no lo hago por ti, sino porque necesit…-antes de poder terminar una frase decente, la boca del otro se encontraba sobre sus pálidos labios (después de tanto tiempo), como pidiendo permiso. Mientras cedía y se entregaba al beso, cerrando suavemente los ojos, notó que Sirius esbozaba contra su boca una sonrisa que sólo podría calificarse como perruna. Y lo acercaba a su cuerpo, con rudeza y ansiedad. Como siempre hacía.
Para qué engañarnos, en ninguna ocasión se hubiera negado. No es capaz de decirle que no.
No duró ni si quiera un año, pero Remus volvió a ser adolescente. Canturreaba mientras cocinaba, la sonrisa era su estado permanente (aún estando en guerra) y cualquiera diría que tenía menos canas y arrugas. Tal vez fuera únicamente un efecto visual, pero funcionaba.
Pero nada es eterno.
El día del Departamento de Misterios, algo en él murió. Ya toda esperanza ciega había desaparecido, no fue como Azkaban. Murió su parte creyente, aquella que sabía que ‘Let it Be’ tenía razón. Dolía, escocía, quemaba cada átomo de su cuerpo todas las mañanas al despertarse. Y no se podía hacer nada, simplemente, aguantarse. Intentar, inútilmente, superarlo. Crear una máscara de serenidad como aquella que había llevado siempre de forma natural. A veces se le caería, mostraría algo de debilidad (porque todos somos humanos) - pero procuraría enmendarlo pronto.
A pesar de todo, no cerró el baúl. Puede que no fuera la única, pero era una buena forma de mantener vivos los recuerdos con los que más a gusto estaba. Al menos le ayudaban a no amargarse demasiado, a recordar por qué se lucha. Que las personas tienen un lado claro y otro oscuro; que no se tiene que compartir sangre para pertenecer a una familia.
(TBC)