Título: Océano de recuerdos (1/3)
Fandom: Dies Irae
Personaje/Pareja: Rhett Leakey/Ruth Eysenck
Rating: G
Notas: No sé por qué no me sorprende que no me gustara como quedó. Pero bleh.
Rhett Leakey.
Rhett tiene trece años cuando la conoce. Se llama Ruth y la ve una tarde de invierno, durante aquella reunión, su padre, ejecutivos, trabajo y más trabajo y los adultos conversando en el interior.
Ella es pequeña, apenas los once años cumplidos y se ve aún más pequeña de lo que debería, frágil, delicada. Viste de un rojo intenso, vestido oscuro de terciopelo y botas negras como noche que dejan un camino de huellas desde la puerta hasta aquel rincón. Cuando el la mira, es como una ver una estatua, una muñeca vestida y abandonada en las afueras, con el cabello rubio suelto en varios bucles movidos por el viento.
- Debería estar dentro, podría enfermar, señorita - Rhett es quien rompe el silencio, acercándose con pasos insonoros. Ella tarda en girar el rostro, casi con hastío. Piel pálida exceptuando el ligero rojo en las mejillas azotadas por el frío y los ojos verdes, muy verdes.
- Lo mismo podría decirle a usted, joven Leakey - Responde, sonriendo ligeramente con una educación que contrasta con un ligero relucir en sus ojos. Pero su voz es infantil, aguda y ligera y Rhett puede restarle burla a sus palabras.
- ¿No prefiere estar adentro, con el calor de la chimenea, en lugar de aquí fuera con este viento helado? - Rhett le sonríe, extiende la mano ofreciéndole el regreso al hogar. Ella no responde, la mirada clavada en él y obedece, tomando la mano que le es ofrecida.
- Prefiero este frío real a la falsa calidez de ahí dentro. - Susurra, avanza.
- Podría meter la mano al fuego y comprobar qué tan real es - Comenta y la niña se detiene un instante para mirarle, entrecerrando ligeramente los ojos y ampliando la sonrisa.
- Prefiero no hacerlo - Y pareciera reír, sin hacerlo, con la voz en le mismo tono pero el gesto un poco más blando. Hala un poco, sigue avanzando - Pero si usted quiere intentarlo…
- No, gracias - Él le sigue, sin soltarle, hasta llegar a la puerta de madera firme y abre, haciéndola pasar - ¿Cómo se llama, señorita?
- Ruth Eysenck. - Musita, quitándose los guantes, frotando sus manos.
- Rhett Leakey, un placer. - El estrechón es corto y un poco fuerte y Ruth no tarda mucho en darse la vuelta y avanzar más al interior.
- Es hermosa, su casa.
- ¿Su padre le pidió que dijese eso? - Rhett inquiere, suavemente y avanzando tras ella. Cuídala, le había dicho su padre y cuidarla era lo que debía hacer. Órdenes eran órdenes y él las cumple, como debe ser.
- Tal vez. Es buena táctica, ¿sabe? Viajar con él, decir cosas como ‘qué linda casa’ y fingir que adoro los juegos de té de porcelana y las muñecas vestidas de oropel. - Niega con la cabeza, despacio y él nota la manera en que la vista verdosa viaja de los cuadro al umbral y a través de este a los muebles de la otra estancia. - Pero esta vez es cierto. ¿Sabe toicar el piano?
- Miente cuando su padre le dice. Eso está mal, ¿lo sabía? Sobre el piano, sí, sé tocarlo. - La sigue cuando ella se adentra a la otra estancia y con sus dedos va rozando las teclas de blanco marfil, sin presionarlas. - ¿Quiere que toque algo?
- No importa. - Ruth le mira y la sonrisa de nuevo se presenta, inocente, infantil - Me encantaría. Que tocase y que comencemos a tutearnos, ¿de acuerdo?
- Importa. - Pero se rinde, encogiéndose de hombros porque no va a rebajarse a discutir con una pequeña. Asiente, apartándola un poco para sentarse y comenzar a tocar, despacio - De acuerdo. ¿Te agrada esta canción?
- Es mi favorita.
- Entonces, dime, ¿cómo se llama? - Sigue tocando y la observa, sentándose en uno de los sofás dispuestos cerca.
- No lo sé, nunca la había escuchado. - Confiesa, sonríe, cierra los ojos y él puede verla mientras presiona las teclas.
- ¿Y cómo dices que es tu favorita?
- Ahora lo es.
- Loca.
- Tal vez.
* * *
-¡Rhett!
El grito es curiosamente modulado y su tono es casi neutro. Rhett aparta las manos de los ojos de la pequeña y ella, divertida, atrapa uno de sus brazos, se gira, hala y besa una de sus mejillas.
- No sabía que vendrías - Rhett es delicado cuando la dirige al interior de la casa, casi temiendo romperla y la sienta en torno a una mesa de cristal. Él se sienta frente a ella y la observa, el vestido color ocre y el cabello más largo que la vez anterior. Es casi la primavera, pero ella lleva las mangas hasta las muñecas y aún botas bajo el vestido.
- Yo tampoco lo sabía. Si hubiese sabido, me hubiese puesto el vestido negro con blanco, el de la última vez.
- Parecías un mimo con eso. - Ella le mira, borrando la sonrisa un instante antes de recuperarla, más grande que antes, más autosuficiente.
- Ya, así no tendría que hablarte y te llamaría a señas. Sería divertido.
- Si tú lo dices - Él le da por su lado y sonríe interiormente al ver el cambio en el gesto, la manera en que las comisuras en los labios de la chica bajaron.
- ¿Quieres saber qué hacemos mi padre y yo aquí? - Susurra y Rhett debe rendirse y asiente con la cabeza, desviando después la vista a la puerta grande, esa de color caoba que cierra la oficina de su padre. - Mi padre quiere casarme contigo. No tengo un prometido y mi padre busca. En este momento debe estar buscando cómo convencer a tus padres.
- No eres tan mala oferta - Pero no puede apartar la vista de la puerta hasta un par de minutos después, cuando el silencio se ha vuelto pesado y siente que debe decir algo - Yo te aceptaría.
Ruth ríe entonces, bajo y cubriéndose la boca con una mano, negando suavemente.
- Son negocios - Dice. -, nada en lo que nosotros podamos tomar partido.
Suena casi resignada y Rhett lo que siente es un poco de lástima y algo de compasión y sabe, de inmediato, que si Ruth supiese lo que él piensa de ella en ese instante, ya se habría levantado y se hubiese marchado. “Volveré cuando dejes de verme como a un animal herido, Leakey” hubiese dicho y a los cinco minutos hubiese vuelto, como si nada hubiese pasado.
- La otra opción que sé que contempla tu familia, es Delilah Odergand - Ruth sigue hablando, un monólogo consigo misma como si él no estuviese. Él la conoce, a Delilah, a Emilie, a Keiro. - Es realmente muy linda. Deberías ver sus ojos, hermosos. Y tanta educación. En fin, si te casas con ella, mi padre me casará con el chico. Keiro, creo que se llama.
- ¿No es demasiado mayor para ti?
- ¿Importa? Son cinco o seis años, no es nada. - Se encoge de hombros, le observa y él mantiene la mirada en ella
- ¿Por qué tanta urgencia con casarte? - Y quizá no es la pregunta adecuada porque la mirada se vuelve más profunda y el silencio dura más de lo esperado antes que ella gire el rostro, haga un sonido con la boca y acomode un par de mechones que caen de su cabello, volviendo la mirada con una sonrisa en los labios.
- La curiosidad le ha picado a Rhett Leakey, quién lo diría… - Parece burla, la principio y cuando Rhett frunce el ceño la sonrisa se amplía un poco más. - Protección.
- ¿Eh?
- Necesitamos protección. - La sonrisa disminuye y Rhett puede ver apenas un atisbo de un sentimiento desconocido y desconcertante detrás de esos ojos verdes - Por Osilia y… - Niega con la cabeza y musita algo sobre hablar de más, antes de que Rhett tenga que inclinarse ante la petición hecha a señas.
Cuando Rhett siente el aliento sobre su lóbulo tiembla ligeramente y mantiene la vista fija en una de las paredes.
- Miroslava Osilia y mi padre… - Duda, Rhett lo siente. - Mi padre ordenó que no dijese nada pero, si prometes guardarlo en secreto, te diré todo. - Él asiente, ella toma aire.- Mi padre y esa mujer, Miroslava Osilia…
- Nos vamos.
Rhett se separa rápidamente mientras Ruth hace lo propio, alisando su vestido y girando el rostro hasta el marco en el que su padre se ha apoyado. No parece haber visto nada y sólo da un golpeteo a la pare pidiendo rapidez.
- Luego te digo. - Ruth se levanta, las manos tras su espalda y el suave balanceo infantil que aún la hacía parecer una niña pequeña. La sonrisa tranquila, casi falsa, la mirada suave, engañosa. Así la recordaría Rhett, años después, como una ilusión que desaparece. - Hasta pronto, espero, joven Leakey.
- Hasta luego, Ruth.
Rhett la vio salir, asida de la mano de su padre.
* * *
La primer carta llega una semana después. Firmada por Ruth, en un sobre color azul celeste y en papel color ocre. Su madre se la da en la mañana, en la tarde ya la ha leído y en la noche la guarda en uno de los cajones de la cómoda, junto con el listón que una vez le regaló Delilah y una rosa que jamás entregó a Antonella.
Vamos a casarnos.
La segunda carta llega sin haber contestado a la primera, unos días después, desde Escocia y Ruth le cuenta que acompaña a su padre, que piensa que su pobre padre necesita unas vacaciones y relajarse. Rhett tarda más en leerla y no tarda en quedar en el cajón con la anterior.
Papá compró un par de caballos, ¿te gustaría ir a montar un día de estos?
La tercera llega de noche, en un sobre oscuro y con letra dorada, sellada con cera. Porque se veía bien, decía en la carta, aunque no fuese necesario que el sobre fuese así. La carta viene desde Alemania y la madre de Rhett le comenta lo malo que es que una niña viaje tanto.
Te extraño, un poco.
La cuarta, la última, le llega de manos de Delilah y aunque eso a Rhett le parece extraño, no pregunta. Delilah le sonríe cuando se la entrega y mantiene la sonrisa mientras juega en el columpio y Rhett permanece en el césped leyendo. La carta es corta. Rhett la pasa entre sus dedos y la lee una vez más. Está mal, algo está muy mal, lo sabe, porque hay cosas ocultas entre aquellas letras. Trata de leer entre líneas, de encontrar la razón de las marcas de humedad en el papel, del ligero desliz de algunas letras.
- ¿Ruth te entregó la carta? - Delilah asiente deteniendo el columpio. - ¿Te dijo algo?
- Que te la diera - Rhett no la mira, intrigado, preocupado. - Ruth está asustada.
- ¿Asustada? ¿Ruth Eysenck asustada? - Delilah sonríe y Rhett le responde igualmente, guardándose la carta antes de continuar. - ¿De qué puede estar asustada?
- No lo sé - Ella infla las mejillas y él pasa la mano por su cabello oscuro al levantarse. Delilah baja la vista. - Realmente, no lo sé.
Quisiera verte, una vez más.
* * *
Tiene un mal presentimiento cuando baja a desayunar esa mañana. Rhett saluda a su madre desde el comedor mientras se sienta y ella saluda con igual cordialidad cuando le lleva un plato con el desayuno. Su padre no llega hasta casi media hora después, vestido de traje y maldiciendo en voz baja. Fallamos, dice, fallamos, y maldice.
Rhett le ve entrar al estudio con su madre y alcanza a escuchar el Dios mío que ella susurra antes de que la puerta se cierre.
El día parece normal, de hecho lo es, pero algo parece diferente. Distinto, lo siente. Es ya tarde cuando su padre le ordena arreglarse, vestirse de luto y peinarse bien, porque van a salir y es importante. Cuando salen de casa, suben al auto y el silencio es demasiado pesado, Rhett tiene una idea de lo pasado. De lo sucedido y trata de no temblar.
La casa es grande y Rhett la reconoce como la residencia Odergand, la casa de Alexander y Keiro le recibe con educación, mientras Delilah permanece pegada a Emilie, de su brazo asida y ocultando ligeramente el rostro. Ha llorado, Rhett se da cuenta de inmediato y cree que Keiro lo ha hecho también. Él mismo sabe que lo hará, lo presiente.
- ¿Quién…? - Calla, observando el interior del recibidor. Está ahí, Franz, sentado en una silla de rígida madera oscura, ocultando el rostro entre sus manos y balbuceando cuando Keiro le acerca algo de agua y palmea su espalda, como queriendo reconfortarle.
- Papá se está encargando de todo, Franz, él se encargará. - Franz asiente y la mirada que Rhett ve en Keiro lo dice todo.
- Rhett … - Delilah le hala de las ropas y de inmediato la siente, el rostro oculto contra su espalda y las manos en torno a su cintura.- Un incendio, Clary y Ruth… - Se corta y él atrapa sus manos y aprieta y tiembla un poco, tratando de no hacerlo, de no llorar.
Rhett lo sabe, no volverán. Ruth no regresará.
* * *
No quiero morir. Rhett a veces la imagina pensando eso. No quiero morir. Puede verla en la alcoba pintada de un blanco puro, sentada en el tocador, escribiendo. Tengo miedo de morir. Rhett no puede imaginar que ella no luchara. De alguna manera, ella debió luchar. Por favor, por favor. A veces se sorprende repasando las letras de aquel trozo de papel amarillento, repasando con los dedos las manchas de humedad y la recuerda y la imagina y ahí está la herida una vez más. No quiero morir.