En realidad, debería estar haciendo mi TR, pero cualquier intento termina en una patética búsqueda sobre la homosexualidad en el Japón medieval y en adelante; tema, por otra parte, muy interesante XDD
Y terminé escribiendo, pero no sobre el Japón XD
Lo primero que hice al salir de la cárcel fue verla.
En el metro, una boca enorme y metálica, todopoderosa como una diosa de hierro, abrió sus fauces delante de mí, dispuesta a engullirme y dejarme abandonado en las oscuridades de su interior. Fue rápida y certera, no vaciló un segundo.
Dentro, no había nadie más que ella. Me esperaba.
Sentada en un trono de plástico color plata, sonriendo tal y como lo hacía la boca del monstruo de hierro, como si no fuera más que su alter ego.
La vi majestuosa, con zapatos de tacón infinito y perfecto, con un vestido de transparencias que se movía al compás de un viento que no existía y que parecía un riachuelo de aguas rápidas ajustándose a curvas invisibles, con joyas que brillaban más que la luna y más que el sol, más que el fuego y más que cualquier luz creada por la mano del hombre.
La vi hermosa, una cascada de ondas de un rojo de hierro candente enmarcándole el rostro y la sonrisa felina, las manos suaves que susurraban palabras obscenas por el roce de la seda del vestido, los ojos oscuros que prometían convertirte en piedra si osabas rechazarla.
La vi perfecta, mientras se acercaba a mí contoneando las caderas como lo haría alguien que no es más que una maravillosamente educada dama y que no deja de ser una fulana cualquiera; como lo haría alguien de mi calaña y una de esas mujeres de leyenda que hablan de amor y sensualidad elegantes; como lo haría alguien que nada entre dos mares de imperfección y encuentra el ideal gris ahí, justo en medio, en el punto de equilibrio, en una cuerda floja que podría matarlo.
Rodeó mi cuello con unos brazos tan largos como sus tacones, acercó los labios sin preámbulos (no es como si los hubiéramos necesitado), porque nos conocíamos desde hacía demasiado tiempo ya, y dejé que jugara en mi boca. Permití que su lengua me reptara por el cuello mientras me taladraba con la mirada de Medusa y me convertía en piedra.
Dejé que me deshiciera entre sus brazos, hasta que sentí el frío y dulce metal contra el brazo. Se apartó. No me permitió moverme más que para ver el espectáculo en que se convertía la herida, que en ese momento solo era un mar de sangre, con una distancia entre carne y carne insalvable.
No grité, solo sentía una punzada aturdidora, un pálpito molesto, un bum-bum que me ensordecía.
Ella no borró la sonrisa, contemplaba mi sangre cual ave carroñera. Parecía feliz y asustada, triste y valerosa, excitada e insatisfecha.
Yo busqué el arma entre sus manos con el que me había abierto las carnes.
No tenía ninguna.
Cuando abrí los ojos, solo vi una cabellera rubia moviéndose de un lado a otro de la habitación.
- Iba a despertarte. - dijo con voz de cría, colocándose la minifalda- Son cincuenta.
Masticaba el chicle con fervor, como si se aferrara a él porque era lo único que tenía asegurado en la vida. Su chicle de menta. No pude evitar compararla. El cabello rubio, despeinado y de aspecto suave como un osito de peluche y sus facciones de niña bien, la mirada acusadora y horrible. Ni qué decir de ese cuerpo pequeño y moldeable, lleno de curvas bonitas, pero innecesarias, para nada mi estilo. No me gustaba nada, esa chica.
- Eh, capullo. - advirtió, hartándose. Ya había terminado su trabajo, quería marcharse cuanto antes para darse una buena ducha- Cincuenta. ¿Eres retrasado o algo? Cincuenta. Un cinco y un cero.
La miré atentamente, confuso. Cincuenta. Cincuenta euros. ¿Cómo iba a tener alguien que acaba de salir de la cárcel, hace dos días, ya, cincuenta euros para gastarse en putas?
Dejé que se llevara lo que quisiera de mi casa a cambio. Ella rechistó, me fulminó con la mirada, y se largó dignamente murmurando que se las iba a pagar, que a ella nadie la tima.
Volví a acostarme, dándome cuenta de que estaba exhausto. Dormir me había dejado sin fuerzas para nada más que cerrar los párpados.
*
Al abrir los ojos de nuevo, un rayo de Sol se filtraba por la ventana. Era un nuevo día que olía a plena libertad. Se sentía bien.
Me desperecé rápido, sin pensarlo demasiado o volvería a dormirme.
El piso, que solo distinguía cocina, habitación y lavabo, en el que vivía era microscópico, fantástico para una hormiga, pero algo pequeño para un ser humano. Aunque no es que me importara demasiado. Lo único que me molestaba era no tener agua caliente, pero eso se podía solucionar con… métodos más placenteros.
Procuré, sobre todo, no pensar en la mujer de mi sueño o lo que fuera aquello.
Luego comprobé que tampoco tenía algo decente para desayunar, así que pillé una cerveza de la nevera y la bebí para despejarme. Mi estómago se quejó, pero le recordé que no teníamos un puto duro. Se lo gruñí, en realidad.
Cuando me la terminé, me quedé pensativo. ¿Qué cojones hacía un ex presidiario en su tercer día de libertad? La opción más lógica era buscar un trabajo, pero… Sí, bueno. En teoría sonaba hasta sencillo. Presentarse con una sonrisa en cualquier lugar con cartelito de se busca lo que sea y decir «soy su hombre». Por supuesto, le echarían prácticamente al instante. Por las pintas, por falta de modales, por las pintas, por falta de experiencias y, claro, por las pintas.
Decidió simplemente salir de casa y ya le llevaría el instinto por la inmensidad de la ciudad. Solo esperaba no verse de nuevo en callejuelas de reputación dudosa.
*
Fuera, la brisa veraniega que pesaba sobre las calles era… refrescante. Cualquier otra persona hubiera dicho que el calor era insoportable, pero para mí, aquello era la gloria.
Años encerrado en un lugar húmedo y oscuro, haciéndome el duro cuando no soy más que un enclenque medio loco para que no me maten por la noche ni me violen en los baños. Años oliendo a cerrado, a la falta de libertad, al sudor de los gordos policías, respirando el humo de sus cigarrillos, como si además de querer tenerme en una celda, quisieran joderme los pulmones también.
La gloria, en serio. Fresca y brillante y colorida. Sobre todo eso, un estallido de colores vivos y que dañan la vista. Un paraíso, y hasta entonces nunca me había dado cuenta.
Seguí a una mujer con vestido y zapatos rojos. No supe por qué, pero me gustaba el movimiento hipnótico de sus brazos y de su culo, como un péndulo. Me encantó la ropa, roja, azul, amarilla, rosa, una locura. Le habían tirado potes de pintura encima y habían caído como les ha dado la gana. Era preciosa.
La seguí hasta el metro. Sabía que algún que otro transeúnte nos había seguido con la mirada, que se había fijado en la mujer y en mí, en mi aspecto, y había rechinado los dientes pensando qué lástima, pobre mujer. Pero ella no se había dado cuenta de nada, así que no me importó. Solo quería seguir viendo ese vestido hermoso y ese movimiento perfecto.
*
Cuando quise darme cuenta, sin embargo, no había ninguna mujer con vestido de colores delante de mí. Solo un metro vacío y oscuro, con goteras preocupantes. Una pantalla indicaba que el tren llegará pronto.
Me martillearon la cabeza, las gotas que caían. Cloc. Cloc. Cloc. Era desagradable.
- Deberán arreglar esto algún día. - comentó una voz conocida, despreocupada y feliz.
Era ella. Elegante y poderosa, fuerte. De nuevo, radiante con su vestido de transparencias. Se acercó a mí, depredadora, felina.
Me mordisqueó la oreja. Pasó una mano por mi cintura, para dejarme deliciosamente cerca. Me lamió los labios, jugó a abrírmelos para meterme la lengua hasta la campanilla. Me embriagaba. Su aroma irreconocible me tenía captivo. Era un rehén de su belleza.
Hasta que sentí que algo se movía cerca de mi cintura.
Me aparté con brusquedad.
Ella me miró herida. Desconcertada, en realidad, pero en cuanto vio hacia dónde se dirigía mi mirada, suspiró. Tenía que explicarme algo, y no era precisamente un asunto agradable.
- En otro tiempo… fui un hombre. - dijo, murmuró más bien, con sinceridad sintética. De esa que tienes preparada para usarla con la persona adecuada, de esa que nunca es sinceridad del todo, porque tienes la boca sucia de tantas mentiras.
Se acercó. Su sonrisa de plástico fundido, pretendiendo inocencia, se coló bajo mi piel. Y ella se dio cuenta. Ladeó la cabeza y me miró con un magnetismo que me arrastraba hacia ella.
- Digamos que aún tengo un… recuerdo de aquella época. - murmuró, acariciándome la barbilla.
Vigilé su mano. Quería desabrocharme la camisa, pero no se lo permití. Sentía su recuerdo, duro como una roca, contra mi cadera. Ella se movía provocando una fricción obscena que no se me antojó del todo desagradable, cosa que, por supuesto, me causó pánico.
Ella dejó de sonreír en cuanto volví a separarme de su cuerpo.
- No lo digas de esa manera. - respondí, inflexible. - Por mucho que lo digas con palabras elegantes, acéptalo, no eres más que una zorra con poll…
- Calla. - ordenó.
Echaba chispas.
Me sentí totalmente inseguro. Era ella quien mandaba, y si quería más, lo tendría, por mucho que la idea no me atrajera demasiado. No necesitaba la fuerza, tenía su sensualidad para aturdirme.
Y de pronto, volvió a sonreír.
- No deberías hablar así, amor. - dijo con una sonrisa maternal.
Me estremecí.
***
Pero no me apetece continuarlo XDD
BTW, creo que subiré a Slasheaven o A-Y alguna de las setecientas mil chorradas que estoy escribiendo, así uso la/s cuenta/s y me obligo a continuar la historia o lo que sea eso y mato dos pájaros de un tiro XDD