Aviso: Es una mierda de relato y es un OoC. Si no quieres leerlo, ale, no leas, pero tampoco comentes. Ya sé que es una mierda, y sólo lo subo para poder tenerlo alojado en algún sitio por si a mi ordenador le pasara algo.
Descripción: Una historia más sobre un instituto, inspirado en el mío, mi grupo de amigas... supongo.
Tipo: One-shot, no sé, quizás.
Palabras: 1.074
Advertencias: Ninguna.
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Oía las risas de la gente, distintas conversaciones en el patio del recreo. Temas que quizás no me incumbieran, pero que yo aventuraba. Quizás el tiempo; lo que fueran a hacer esa tarde, si ha venido algún profesor cualquiera, el chico que le gusta a la otra. Podían ser temas tan normales como extraños, todo dependía de la persona. Y del oyente.
Suspiré, claramente aburrida, y me aferré las rodillas, pegándolas a mi cuerpo. Miré el suelo y vi como una hormiga llevaba un trozo de pan sobre su cuerpo, sin esfuerzo. Bueno, por lo menos a mi parecer.
Levanté la mirada y escudriñé el patio. Era un recinto cerrado, por lo que no había mucho que cambiase de un segundo a otro. Siempre había una rutina, cada persona o grupo su sitio asignado; si no tenías tu sitio, eras un rarito y te largabas en la biblioteca. Pleno siglo XXI y semejante exclusión. Me recuerda a veces al gueto de Varsovia que vi y leí en “El pianista” y “El pianista del gueto de Varsovia”, respectivamente. Claro que en menor medida de exclusión.
Aquí también había muros. Aunque no físicos, por supuesto. Eran psicológicos; formados por cada persona. Según el grupo de personas, tenías permitido o no quedarte en distintos sitios. Y además se te reconocía. Apoyé la cabeza sobre mis piernas y seguí mirando a un punto indeterminado del patio.
Estaban los divididos por cursos. Primero, Segundo, Tercero. Ahí había un claro orden en lo que respectaba a los cursos superiores; quizá un desorden más obvio en las clases inferiores. Chavales que acaban de hacer el cambio colegio-instituto y no se ubicaban en aquella sociedad nueva y discriminatoria. Porque es así, y quien intente decir que no, miente.
Quizá que lo diga yo no es lo más indicado, ya que no soy de las más aceptadas en el instituto. ¿Pero qué digo? Si soy una de las frikis, de mi clase, de tercero de la E.S.O. y del instituto. Soy de aquel tipo de grupo que en cualquier momento se disuelve como se vuelve a juntar. Aunque me moriría por tener un grupo de amigos que, cada día que no viniera, me extrañaran. Claro, que, a estas alturas, ya es un tanto complicado.
Miré a una de mis compañeras. Trinidad, Trini para los amigos, estaba a mi izquierda. Tenía un año más que yo, ya que había repetido su primer curso en el instituto. Su pelo cobrizo descansaba sobre sus hombros, abrigados con una chaqueta de cuadritos blancos y negros, que recordaban al tablero de ajedrez. Comía un bocadillo que no me molesté en mirar, suspiré y me volví hacia otra de mis compañeras.
Ella era Nuria. Había repetido varios cursos -no sabía cuales, la acababa de conocer-, tenía ya 17 para 18. Era la más mayor de nuestro grupo. Tenía anteojos de patillas rosas, cabello marrón y labios siempre irritados. Aunque era muy calmada, y seguramente no estaba con nosotras precisamente porque le pareciéramos interesantes. O quizá sí, que ya os lo diga ella.
Y después estaba Nana. No me he molestado en saber su nombre; todo profesor le llama Nana, y es conocida por ese nombre. Así que yo no voy a intentar indagar y permaneceré al margen. Es algo más gruesita que las demás y tiene pelo negro y ojos también negros. También repitió varios cursos; es menor que Nuria, pero más mayor que Trini.
Y creo que sólo quedo yo por presentarme. Yo me llamo Alejandría, sí, como la ciudad egipcia. Tengo el pelo castaño claro, por el cuello, más bien cortito. Soy pequeña y con nariz respingona y ojos azules, o verdes, no sé. Tengo 14 años cumplidos en Octubre.
Me incorporé frotándome las manos y miré a Trini.
- ¿Te apetece venirte a la cafetería? Estaremos más calientes. -pregunté, alzando mis pobladas cejas-.
- No me apetece, Ale. -musitó, sin ánimo-.
No sabía qué le pasaba ni quería saberlo, siempre estaba igual y yo, simplemente, pasaba del tema. Miré a Nana.
- ¿Te vienes tú? -alcé de nuevo las cejas-.
- Bueno, no estará mal. -dijo Nana, cogiendo su mochila y colgándosela del hombro-.
- Vamos entonces. Nos vemos luego. -cogí mi bandolera negra con dibujos geométricos naranjas y me la colgué del hombro-.
Era el primer día de clase y apenas había gente en la cafetería. Aún no se habían acostumbrado. Sólo los de Bachiller, que ya se sentaban allí desde antes. Entramos y al instante sentí la ráfaga de aire caliente darme en la cara. Jadeé un poco y me saqué las manos de los bolsillos de mi negro abrigo largo. Miré a Nana. Había muchas mesas libres. Ella señaló con la cabeza a la más cercana a una estufa, y nos dirigimos allí con parsimonia. Nos sentamos la una en frente de la otra, las manos delante de la estufa y las mochilas entre nuestras piernas. Nos miramos, sonreímos.
- Trini está… agh, odio cuando se pone así. -me quejé, apoyando mi costado en la pared. Ella asintió-.
- Sin duda, es algo desesperante, y te entiendo. Pero que haga lo que quiera. -se encogió de hombros-.
- Sí, tienes razón… -suspiré sin más-.
No tenía demasiada gana de hacer nada. No había nada que hacer o adelantar, ningún tema de conversación sobre el que hablar… Nada. Además, Nana no tenía demasiados amigos, y yo tampoco, así que tampoco podíamos hablar con mucha gente que digamos. No conocíamos a mucha gente, en general.
Le eché un vistazo a la gente de la cafetería: desde mi sitio había una panorámica perfecta. Entrecerré los ojos al ver al típico grupo de chicos de Bachiller que todos juegan en el equipo de la ciudad. Serían los típicos deportistas en las películas americanas de bajo presupuesto o poca imaginación. El típico rubito, el moreno de piel, el de cresta y chándal, y el otro, ese que nadie clasificaba porque era un chaval del montón que ya tenía novia, por lo menos la mayoría de las veces.
Me encogí de hombros y miré a Nana. Ella a su vez me miró.
- ¿No sería interesante que pasara algo? Lo que fuera. -musité.- Yo que sé, hasta un simulacro estaría bien. -comenté-.
- No, no estaría mal. Ojalá y mañana todo hubiera cambiado para convertirse en un instituto interesante… -caviló-.
Ambas sabíamos que eso no iba a pasar. Ambas sabíamos que el mundo seguiría ignorándonos en nuestros vanos intentos de rozar con la punta de los dedos la popularidad.