Nov 01, 2010 01:37
Se sentó abatido en una helada acera, perdida por las calles de la ciudad de Manhattan, con una maleta negra al lado de la pierna derecha. Llovía; más bien diluviaba. Su ropa, empapada, pesaba toneladas, o eso le parecía a él, debido al delgado y flacucho conjunto de huesos que tenía por cuerpo.
Era el día de su cumpleaños. Cumplía 18 años. Era independiente. Legalmente.
Pero no personalmente. Sentía que estaba desecho, mucho más perdido que cuando se dijo “a los 18 seré el amo del mundo”.
Miró hacia arriba, y las furiosas gotas plateadas le cayeron sobre los párpados, helándolos de manera discreta y silenciosa.
Las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas eran tan pequeñas que disimulaban entre las grandes lágrimas de las nubes.
De repente, se escuchó el ruido de unos pasos acercarse. A penas se movió; permaneció a la intemperie, hasta que notó que la pesada lluvia dejaba de caer sobre su rostro. Entreabrió los ojos, y, costosamente, consiguió enfocar hacia el rostro que le miraba.
Un chico de quizás 19 años, mirada fría y tan brillante y plata como las gotas de lluvia de aquella tormenta, labios finos, cabellos ligeramente largos de un color pelirrojo pálido.
- Te vas a resfriar. -se limitó a musitar, con voz queda, clavándole sus ojos al otro-.
- No me importa. Vete y no vuelvas. -miró al suelo de nuevo, teniendo miedo de afrontar aquella dura mirada-.
Entonces notó como el paraguas desaparecía, volviendo la lluvia a mojar su pelo. No se movió, otra vez quedó rígido. Oyó los pantalones del otro mojarse con los charcos del suelo. Acto seguido, notó los brazos de éste rodearle el cuerpo. Brazos fuertes, curiosamente suaves, ataviados en una chaqueta negra de pana.
- Ven a mi casa. -le ofreció, susurrándole al oído.- Será como si fuese tuya. -le aseguró-.
- Estorbaré. -murmuró a su vez, apretando los puños-.
- No lo harás. Vamos, no me hagas cogerte en brazos. -insistió. Entonces, una risita rota escapó de los labios del menor.- Por favor. -agregó-.
- Está bien… -el pelirrojo se incorporó, trayendo consigo al menor, que hizo ademán de coger la maleta-.
- No te hará falta… Tengo todo lo que necesitas… -le agarró la mano, pero el menor insistió y agarró la mochila-.
- Es que aquí van mis recuerdos… -se excusó-.
Recuerdos de un tiempo pasado, de un tiempo perdido.
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